21.7.09

Puede ser que la escritura hoy en día sea una noble infamia.
Jamás escucharíamos a un niño decir eso. No obstante, es probable que se lo haya formulado en la época que aprendió a escribir.
¿Recuerdan cuando aprendieron a escribir?
¿Qué es lo que ha producido la escritura en ustedes?
¿Mayores y más complejas formulaciones?
¿Una manera distinta de relacionarse con el mundo?
¿Un pretexto para no ir directamente con la persona deseada y acudir en vez de ello a un escrito para manifestarle tu deseo?
¿Bailes más complejos de la mente?
¿Es la escritura un ejercicio residual?
¿Cuánto material de desecho escritural han acumulado con el paso de los años?
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Las palabras, en sí mismas, son sólo reposo. Las advertimos, mal que bien, al momento de figurar un sentido. Pero no dejan de ser inertes. Lo que pervive es la transmutación de sentidos que construyes cuando te aferras a un sentido.
Todo esto, de alguna manera, tiene que ver con el ejercicio novedoso y pegajoso de chatear.
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Sigue siendo un ejercicio inútil, escribir. Pero, ¿por qué la insistencia?
Pues, diría el niño, la idea es comunicarnos, ¿no?
Cierto.
Pero no deja de tener una estela de enajenación.
Escribir es como estarse rascando heridas hasta que la cicatriz se desprenda de la piel.