7.10.10

10 revoluciones en la lectura, anteriores a los e-books.

Por Tim Carmody

1. La frase “revolución de la lectura” fue probablemente acuñada por el historiador alemán Rolf Engelsing. Ciertamente la popularizó. Engelsing trataba de describir algo que vio en el siglo XVIII: un cambio que pasó de una lectura y relectura “intensiva” de unos cuantos textos a una lectura “extensiva” de muchos textos, la mayoría leídos una sola vez. Piensen en la diferencia entre leer la Biblia vs. leer el periódico. Engelsing llamó a este cambio una “Lesenrevolution”, lesen siendo el equivalente alemán de lectura. Pensó haber descubierto cuándo comenzó la lectura moderna, tal y como la conocemos actualmente, y que fue este cambio el que efectivamente nos convirtió en lectores modernos.

Pero claro, la historia rara vez es tan precisa, y otros historiadores identificaron rápidamente algunos contraejemplos de una lectura extensiva premoderna (Cicerón y sus cartas) y de lectura intensiva actual (las maneras como los Románticos no dejaban de darle vueltas a Las cuitas del joven Werther, o nuestros contemporáneos en torno a ese tan distinto Werther contemporáneo, Harry Potter). El futuro siempre ha estado desigualmente distribuido. Pero el marco de una revolución en la lectura se había establecido. Todo lo que faltaba era tratar de determinar de lo que se trataba la “verdadera” revolución.

2. Fuera del círculo de especialistas, la principal candidata es normalmente mejor conocido como la Revolución de la Imprenta, normalmente asociada con Johannes Gutenberg, quien ayudó a introducir los tipos móviles en Europa. Ahora bien, tal y como nos muestra el nuevo libro de historia de Andrew Pettegree, The Book in the Renaissance, los primeros años de imprenta fueron más revoltosos de lo que se publicita: nadie sabía realmente qué hacer con esta nueva tecnología, especialmente cómo ganar dinero con ella. (Y eso es sólo para aquellos que llegaban a encontrarse con un libro impreso en su sección respectiva de Europa, y que supieran leerlo si lo tuvieran.)

Pero primero, apliquemos uno o varios esquemas explicativos limpios sobre la revolución de la imprenta para ver cómo se acomoda cada uno. En el recuento que hace Elizabeth Eisenstein en The Printing Revolution in Early Modern Europe, la imprenta cambió las expectativas que los lectores tenían de los textos, especialmente su universalidad y fidelidad, ya que todo mundo en todos lados estaba (en teoría) leyendo una copia exacta de un texto idéntico. Este supuesto resultó ser particularmente instrumental en la posterior Revolución Científica. Benedict Anderson pensó que la imprenta ayudó a los lectores de un lenguaje común, insertos en una Europa muy fragmentada, a pensarse a sí mismos como una “comunidad imaginada,” crucial para formar el estado-nación moderno. Marshall McLuhan y Walter Ong pensaron que la imprenta ayudó a impulsar la reorientación del lenguaje del sonido a la visión, abriendo camino para nuestro presente y su fijación por la pantalla. Esta es una reorientación que, como Ong discutió en extenso, comienza con la escritura misma.

3. Hay muchos desarrollos cruciales en los principios más remotos de la escritura, pero para beneficio del tiempo/espacio (siendo la escritura la tecnología principal que nos permite pensar en estos de manera intercambiable), pasemos al surgimiento del alfabeto. Desde el cuneiforme burocrático a los jeroglíficos monumentales, los primeros sistemas de escritura estaban en su mayoría separados del habla. Las escrituras en las que los símbolos se juntaban con consonantes o sílabas te permitían cambiar símbolos por sonidos. Un abyad como el fenicio, el hebreo o el arábigo, era una escritura para mercaderes, no escribas. Esto tomó un orden adicional de magnitud con el surgimiento del primer alfabeto propiamente dicho, el griego. Los griegos tomaron las letras de los fenicios y 1) añadieron símbolos para las vocales; 2) abstrajeron por completo los nombres y las imágenes de las letras, de palabras en el lenguaje. (En fenicio, así como en hebreo, “aleph” significa buey, y “bet” significa casa; el griego “alpha” y “beta” no tienen significado.)

Esta fusión de oralidad y alfabetización nos ayuda a explicar la potencia de la cultura helénica clásica. Las canciones y los bailes se convirtieron en literatura; las disputas se convirtieron en retórica y en filosofía. Los griegos fueron capaces de incorporar el conocimiento del mundo civilizado a su propio lenguaje, y a su vez transmitir su propia cultura amalgamada dondequiera que estuvieran. Como señala Ong, a diferencia de la escritura o la agricultura, el alfabeto fue inventado solo una vez –cada alfabeto y abyad puede rastrearse hasta las mismas raíces semíticas. Fue (y sigue siendo) una revolución que ocurrió una y otra y otra vez.

4. Ahora, la otra “revolución” mayor pre-Gutenberg en la historia del libro (y para ahora pueden ir comprendiendo que ninguna de estas revoluciones fueron golpes totales que cambiaron todo en todas partes en un instante, sin dejar nada del viejo orden atrás) tuvo que ver con la forma, el tamaño y el diseño del libro en sí. El cambio que pasó del rollo de pergamino al códice plegado como la forma dominante del libro, afectó radicalmente las concepciones que los lectores tenían no sólo de los libros, sino de los tipos de lecturas que fueron posibles. Muchos historiadores han sostenido que el Cristianismo, en la práctica y en el concepto, quedó profundamente afectado por su acogimiento del códice (y griego) más que por el rollo de pergamino hebreo. Los códices fueron más baratos y más fáciles de leer que los rollos (las tabletas de arcilla y de piedra eran aun más pesadas), y era fácil realizar lecturas anagógicas que vinculaban al “Viejo” y al “Nuevo” Testamento: sólo tenías que sostener tu dedo en un lugar del libro y pasar las páginas hasta el final. El Cristianismo, a su vez, ayudó a distribuir el códice por todo el Imperio Romano. No obstante, el rollo de pergamino fue persistente, como cualquiera familiarizado con las sinagogas, las salas de cine o los largos sitios de la web sin paginar puede atestiguarlo.

5. El cambio que va del pergamino al códice fue a su vez habilitado por un cambio que fue del papiro al pergamino y luego al papel, pero honestamente, los cambios continuos de materiales esenciales para la escritura y la lectura por sí solos constituyen unas cuantas docenas de revoluciones, en distintos lugares y en distintos momentos en todo el mundo. Digamos que de lo que estas cosas que leemos están hechas siempre ha sido muy pero muy importante.

6. Esto es especialmente cierto para indudablemente la revolución de la lectura más importante: la revolución industrial. Las gigantescas imprentas de vapor (y luego, de energía eléctrica) podían producir libros y periódicos y publicidad que forzaba al siempre veleidoso suministro de papel. Eventualmente, los fabricantes de papel fueron capaces de inventar una variedad de técnicas mecánicas y químicas para producir papel de calidad decente a partir de madera hecha pasta, un suministro que (a diferencia de la tela) parecía ilimitado. La imprenta entró a la carrera, y docenas de otros inventos ayudaron a hacer que la generación de textos fuera más barata y más rápida. Habiendo derrotado al rollo de pergamino, nuestro códice antropomorfizado se daba de empujones contra documentos sin forma de libros cada vez más importantes atiborrándose en el flujo de información alfabética, como los periódicos y los memorándums de oficina. Y también, más personas estaban leyendo, gracias a imprimadores más baratos y un impulso educativo generado por el estado hacia una alfabetización universal: el historiador David Hall ha llamado a esto la “revolución de la alfabetización.” Si la imprenta en el Renacimiento y principios de los periodos modernos era una prueba del concepto, un beta limitado –el Xerox PARC GUI y la MacIntosh de primera generación de los nuevos modos de producir y consumir texto—la era de la impresión industrial fue Windows 95.

7 y 8. Si esas analogías tienen sentido para ti, es porque la lectura se ha transformado aun más en la era electrónica. Familias completamente nuevas de medios audiovisuales, transmitidas sin cables o en discos, cilindros, cintas de rollos, y cassettes, se volvieron más esenciales a la cultura conforme el texto seguía proliferando exponencialmente. El desarrollo y expansión de la computación, igualmente, introdujo unas cuantas arrugas poderosas, como la conversión del texto alfanumérico a lenguajes binarios, un texto escrito para ser “leído” por computadoras más que los seres humanos, incrementando mayormente la cantidad de lectura y escritura que realizamos en las pantallas.

9. Existen dos otras revoluciones en la lectura que valen la pena mencionar, tendencias amplias aun menos situadas en un momento histórico particular. La leyenda de la comunicación, Harold Innis, sugirió que la historia de la cultura se caracterizó por un equilibrio entre medios que persistieron en el tiempo –piénsese en las inscripciones de piedra y los libros pesados de papel pergamino—y aquellos que ofrecen la mayor portabilidad en el espacio, como el papel, la radio y la televisión. Esto no sólo nos ofrece esto un gran marco para pensar sobre los medios, también nos sugirió (para Innis, por lo menos) que la modernidad, para bien o para mal, ha inclinado la balanza hacia lo efímero pero portátil, lo que Engelsing llamaría medios extensivos, a diferencia de los intensivos.

Y ese es el último tejido común de todas estas revoluciones. Cada una trata de explicar cómo llegamos a donde estamos hoy, y para evaluar el valor de los cambios culturales que ocurrieron a su paso.

10. Mi revolución de la lectura favorita, sin embargo, no es muy famosa, aun cuando fue concebida por el famoso teórico de los medios, Walter Benjamin. Es el giro que se dio de una escritura vertical a una horizontal, y luego de vuelta a lo vertical. Nos lo presenta en su libro de 1928, One-Way Street:

Si hace siglos [la escritura] comenzó a recostarse gradualmente, pasando de la inscripción derecha que descansaba sobre escritorios sloping antes de finalmente llevarse a la cama con el libro impreso, ahora comienza con la misma lentitud a levantarse del suelo. El periódico se lee más en el plano vertical que en el horizontal, mientras que el cine y la publicidad obligan a la palabra impresa por completo en el perpendicular dictatorial.

Esta es una revolución que cubre la historia completa del libro, desde los rollos de manuscritos sobre papiro hasta los libros de cubierta delgada industriales (paperbacks). También abarca el campo más amplio de lectura posible, desde un graffitti en las paredes de las ciudades antiguas hasta las películas mudas y los garabatos infantiles sobre un pizarrón. Pone de lado todas las bases internas de los logros tecnológicos y las propiedades inherentes del medio.

No hay un solo medio que se encuentre en el vacío, así como no existe una verdadera revolución que ocurra en una sola fecha que puedas señalar en un calendario. No podemos hablar de la revolución del libro sin hablar de una revolución del escritorio. La descripción de Benjamin de la lectura abstrae de todo lo que conocemos sobre la historia concreta, sólo para regresarla a la experiencia vivida y la relación entre el lenguaje escrito y el cuerpo humano.

Una vez que comienzas a pensarlo de esta manera, la “revolución de la lectura” de Benjamin termina siendo la única en la lista que resulta ser una revolución genuina, un retorno de 360 grados, que ocurre en el espacio así como en el tiempo. Reúne al texto y a las imágenes en una sola pantalla y abarca un ámbito amplio de medios en continuidad con nuestro presente. Podemos suponer que nuestros Kindles sean como paperbacks. Podemos sostener nuestros teléfonos y tabletas verticalmente en el tren, como lo haríamos con los periódicos o las revistas.

Si la revolución de la lectura de Benjamin es real, es una revolución en la que seguimos siendo partícipes.



Libre traducción. El artículo original puedes encontrarlo en:

http://www.theatlantic.com/technology/archive/2010/08/10-reading-revolutions-before-e-books/62004/

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Muerte o resurreción perpetua


El mundo comienza...¡Ya!


No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!

El mundo termina...¡Ya!

No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya! No...¡Ya!