Tres tendencias para el
arte futuro
Ben Davis
e-Flux Journal #89 - Marzo 2018
e-Flux Journal #89 - Marzo 2018
Las siguientes predicciones provienen de un reporte creado en 2007
por el Future Arts Alliance, titulado “# Mind-Melting Facts About the Future of
Art”. Han resultado ser un clásico de la futurología del arte en las décadas
entremedio, a pesar de todas las dislocaciones ocasionadas por años de
conflicto civil y desplazamiento ecológico, mayormente debido a sus acertadas
suposiciones sobre estas fuerzas motivantes políticas y económicas.
El documento que aquí se reproduce está inalterado [salvo la
presente libre traducción al español], sin cambio alguno en sus dispersas
imprecisiones, exageraciones y terminologías ahora consideradas arcaicas.
Para mediados del siglo XXI, predecimos que se
volverá cada vez más claro que lo que solía llamarse “arte visual” se ha
dividido esencialmente en tres tendencias, dispares pero bien definidas.
Pare estos tiempos, la “estetización del capitalismo”
de la que hablaban los teóricos de medios y los sociólogos está completa. La
vida cultural ha migrado mayormente a distintas plataformas mediadas y
virtuales, todas estas controladas por corporaciones cuasi-monopólicas.
El mercado para nuevos y singulares objetos de
arte se desploma conforme las modas de la decoración de interiores favorecen el
ultra-minimalismo que les sirve mejor como muro de fondo para proyectar
distintas formas de realidad aumentada, elaboradas a partir de las especificaciones
del usuario.
Ejemplos de las antiguas artes bidimensionales
y tridimensionales, creadas bajo las tradiciones artesanales, son relegados a
clubes especializados en investigación histórica, más que a instituciones
dirigidas a públicos. El “Arte”, en el sentido Romántico de la expresión de la
individualidad heroica se vuelven anacrónicos, un objeto para ser apreciado del
mismo modo que las ruinas antiguas o los sitios históricos hoy en día.
Esto es, ese tipo de tradición artística es
considerada históricamente importante, con el pathos de representar la
forma-viva de una era de la cultura ya sustituida, pero sin una conexión con
las subsecuentes formas vernáculas de expresión creativa.
En la sociedad insoslayablemente “presentista”,
los museos se transforman. Las instituciones de arte mutan hasta convertirse en
los proveedores de atracciones de feria para adultos (el llamado “Big Fun
Art”), integrados en un mundo cada vez más fluido y móvil de un ocio basado en
la “experiencia”.
Prácticamente, esto significa hacer de lado
cuestionamientos sobre autoría, en favor de las exigencias de interactividad en
la esfera cultural de mediados del siglo XXI. Poco importará al público de una
futura sala de artes quién hizo algo o el simbolismo personal o social
involucrado, más allá de cómo compite por sus dólares o como atracción, y
gratifica un apetito por entretenimientos personalizables en-persona.
La más reciente proeza de instalación
maximalista realizada por un artista, se vuelve conceptualmente indistinta, a
los ojos del futuro consumidor cultural, desde un entorno pop-up completamente
auspiciado por una corporación para efectos publicitarios. Los artistas
exitosos individuales persisten, en este periodo, pero como las figuras
representativas de las empresas de eventos y experiencias, del mismo modo que
los diseñadores de moda persisten hoy en día como las figuras representativas
de los conglomerados de vestimenta.
En esencia, así como al advenimiento de la
fotografía en el siglo XIX desplazó gradualmente la base de la pintura como el
modo privilegiado de representar el mundo, el siglo XXI gradualmente disuelve
cualquier conexión entre algo distintivo llamado “arte” y la experiencia
placentera del esparcimiento, en general.
Esta es la Tendencia A.
Todas las otras tendencias de
lo que solían llamarse artes visuales o contemporáneas se definen a sí mismas
como contrarias a la Tendencia A, ya que esta última representa el mainstream
cultural, con fines de lucro, de un mundo capitalista, con fines de lucro.
Nosotros predecimos, sin
embargo, dos tendencias adicionales, aunque ambas son autodefinidas por su
estatus de minoría relativos a la Tendencia A.
Conforme la segregación
espacial se vuelve casi completa en la nación del siglo XXI, los ricos se
amurallan en zonas hiper-patrulladas. Los fastuosos espectáculos del Big Fun Art pueden proveer más que
suficiente entretenimiento, tanto para la diminuta clase dominante y su aledaña
clase sirviente. Pero no cumplen con el otro propósito restante del objeto
clásico de arte: simbolizar, a partir de su singularidad, el singular estatus
de la clase dominante por encima de la pirámide de la sociedad.
El artista contemporáneo
individual, por lo tanto, sobrevive, pero más bajo la modalidad de un coach de estilos de vida y fabricación
de mitos a la medida. Un pequeño número de artistas –muy pequeño, de hecho,
enseguida de los ejércitos industrializados que se emplean en los espectáculos
intricados de la Tendencia A—asumen un nuevo lugar, entretejido en la vida
privada de los peldaños más altos de la clase dominante, mayormente aislada.
Tener a tu artista personal se
convierte en un servicio, similar a tener un entrenador personal o un chef.
Sus servicios de elaboración de
significados funcionan como ungüento para la persistente duda personal en torno
a la forma fragmentada que ha asumido la sociedad. El antiguo objeto artesanal
de estatus incluso sigue vivo, junto con varias formad de meditación y prácticas
de “mindfulness”, como un pasatiempo curioso. En su preservación secreta entre
los acaudalados, el arte recuerda a los ultraricos sobre su singular
centralidad y humanidad en el mundo descentrado e inhumano que ellos han
asegurado para sí mismos, y, a través de sus códigos compartidos, proporcionan
la base de las redes de estatus para cimentar una identidad común para la clase
dominante.
La exclusividad misma se convierte en el medio. Ocasionalmente,
se filtran imágenes de esta red cultural clandestina, ya sea accidentalmente
para exponer sus excesos o intencionalmente como Relaciones Públicas, titilando
a través de la conciencia pública general. Pero sigue siendo principalmente la
propiedad simbólica de una clase ociosa impenetrable. Rituales secretos y
emblemas privados, inaccesibles para un público más amplio para poder reanimar
el sentido de destino personal para los privilegiados... los artistas de este
modo sobreviven.
Esta es la Tendencia B.
Todavía resta, finalmente, el
rol del artista más allá de los muros de las doradas ciudadelas de este nuevo
mundo, en los suburbios arruinados y desgraciados del mundo dividido, sometido
por la guerra civil, la disfunción social y el colapso ambiental. La misma
cuadrilla de artistas que se van por un lado, convirtiéndose en bufones y
sujetos pintorescos alquilados para los clubes privados y los bares
clandestinos de la Tendencia B, también pueden rechazar ese mundo, y encontrar
su destino en las inquietas zonas periferias del imperio.
El discurso cultural de
principios del siglo XXI ya había preparado el camino para esto, con tendencias
en boga de distintas formas de “Arte Políticamente Comprometido” (APC). Sin
embargo, con los ricos bajo un mandato sin oposición de las manivelas del poder
estatal, la base social del arte comprometido socialmente se erosiona. Los titanes
del futuro, simplemente no necesitan ser los mecenas, por medio de fondos
directos o indirectos, de un arte que pretende sanar las divisiones sociales –por
lo menos no por fuera de sus enclaves fuertemente protegidos.
Así, la última frontera de los
artistas es lo que se convierte irónicamente en algo llamado “Arte
Políticamente Descomprometido” (APD) –“descomprometido”, esto es, de la
pretensión por sanar las divisiones sociales. En cambio, el arte reconoce francamente estas
divisiones. El artista profesional tiene aquí un papel, como el Oficial
Cultural de las distintas organizaciones revolucionarias, organizando en el underground invisible de las provincias
olvidadas.
Para estas grandes porciones de
la población, descartadas como desechables en este periodo, surgen varias
formas de subcultura, así como varias formas de creencia mesiánica. La propaganda
de las ciudades proyecta el poder de la élite como aterradora e inexpugnable,
mientras que los brillantes espectáculos del entretenimiento ocioso cosmopolita
permanecen como un ideal, aunque sea inaccesible para las masas reducidas a la
subsistencia, con ningún ingreso desechable verdadero.
Los artistas se enfocan en la
tarea de construir los tótems de la cultura opositora que puede convocar a la
gente a acercarse más a sus respectivas facciones políticas, para proveer el
enfoque cultural que simbolice una verdadera disidencia social.
Es una cultura de contraseñas
cuidadosamente protegidas y conciertos subterráneos. Un espejo fantasmal de
espectáculos privados de privilegio al interior de la Tendencia B, la cultura
ingeniada por esta cuadrilla de artistas define una práctica por naturaleza
opuesta militarmente a la visibilidad, indivisible del mundo de guerrilla que
le dio nacimiento.
Para un público “mainstream”,
los signos de este arte salen a la superficie sólo en momentos de insurgencia,
cuando todo el mundo subterráneo de pompa ha fusionado bloques de posibles
revolucionarios en un movimiento con intereses comunes que se dispara hacia la
superficie, como lava.
Una vez que el levantamiento es
derrotado, las formas de arte del PDA, de aquí en adelante secretas, se hacen
disponibles para su cooptación por los respectivos mundos del arte del
espectáculo tradicionalista y del arte lujoso privado. Estos intentan cooptar
las formas de las prácticas artísticas underground,
sobre todo para darle un semblante de significado integral al orden árido de un
ámbito segregado, incorporando las formas culturales neutralizadas del Afuera
exóticamente oprimido.
Los artistas disidentes
individuales, vistos como más plegables que los verdaderos líderes políticos
disidentes, pueden volverse en mercancías de moda en este periodo, siendo
blanco de lujosas promesas de amnistía y beneficio personal si abandonan a sus
camaradas. Algunos caen junto con sus movimientos, brutalmente ejecutados por
mantener los principios fundacionales del arte opositor; otros se venden.
La cultura solo puede
reformarse nuevamente en secreto, en coalición con una cuadrilla fresca de los
oprimidos, manteniendo viva la memoria de las luchas por la justicia que fueron
quebrantadas. Los artistas comienzan a inventar de nueva cuenta, a pesar del
espectáculo implacable de la represión.
Esta es la Tendencia C.
Este
texto fue escrito para la exhibición “William Powhida: After the Contemporary”,
en el Aldrich Contemporary Art Museum.
©
2018 e-flux y el autor.
[Libre
traducción: Alejandro Espinoza]