2.8.18

Tres tendencias para el arte futuro
Ben Davis
e-Flux Journal #89 - Marzo 2018

Las siguientes predicciones provienen de un reporte creado en 2007 por el Future Arts Alliance, titulado “# Mind-Melting Facts About the Future of Art”. Han resultado ser un clásico de la futurología del arte en las décadas entremedio, a pesar de todas las dislocaciones ocasionadas por años de conflicto civil y desplazamiento ecológico, mayormente debido a sus acertadas suposiciones sobre estas fuerzas motivantes políticas y económicas.

El documento que aquí se reproduce está inalterado [salvo la presente libre traducción al español], sin cambio alguno en sus dispersas imprecisiones, exageraciones y terminologías ahora consideradas arcaicas.

Para mediados del siglo XXI, predecimos que se volverá cada vez más claro que lo que solía llamarse “arte visual” se ha dividido esencialmente en tres tendencias, dispares pero bien definidas.

Pare estos tiempos, la “estetización del capitalismo” de la que hablaban los teóricos de medios y los sociólogos está completa. La vida cultural ha migrado mayormente a distintas plataformas mediadas y virtuales, todas estas controladas por corporaciones cuasi-monopólicas.
El mercado para nuevos y singulares objetos de arte se desploma conforme las modas de la decoración de interiores favorecen el ultra-minimalismo que les sirve mejor como muro de fondo para proyectar distintas formas de realidad aumentada, elaboradas a partir de las especificaciones del usuario.

Ejemplos de las antiguas artes bidimensionales y tridimensionales, creadas bajo las tradiciones artesanales, son relegados a clubes especializados en investigación histórica, más que a instituciones dirigidas a públicos. El “Arte”, en el sentido Romántico de la expresión de la individualidad heroica se vuelven anacrónicos, un objeto para ser apreciado del mismo modo que las ruinas antiguas o los sitios históricos hoy en día.

Esto es, ese tipo de tradición artística es considerada históricamente importante, con el pathos de representar la forma-viva de una era de la cultura ya sustituida, pero sin una conexión con las subsecuentes formas vernáculas de expresión creativa.

En la sociedad insoslayablemente “presentista”, los museos se transforman. Las instituciones de arte mutan hasta convertirse en los proveedores de atracciones de feria para adultos (el llamado “Big Fun Art”), integrados en un mundo cada vez más fluido y móvil de un ocio basado en la “experiencia”.

Prácticamente, esto significa hacer de lado cuestionamientos sobre autoría, en favor de las exigencias de interactividad en la esfera cultural de mediados del siglo XXI. Poco importará al público de una futura sala de artes quién hizo algo o el simbolismo personal o social involucrado, más allá de cómo compite por sus dólares o como atracción, y gratifica un apetito por entretenimientos personalizables en-persona.

La más reciente proeza de instalación maximalista realizada por un artista, se vuelve conceptualmente indistinta, a los ojos del futuro consumidor cultural, desde un entorno pop-up completamente auspiciado por una corporación para efectos publicitarios. Los artistas exitosos individuales persisten, en este periodo, pero como las figuras representativas de las empresas de eventos y experiencias, del mismo modo que los diseñadores de moda persisten hoy en día como las figuras representativas de los conglomerados de vestimenta.

En esencia, así como al advenimiento de la fotografía en el siglo XIX desplazó gradualmente la base de la pintura como el modo privilegiado de representar el mundo, el siglo XXI gradualmente disuelve cualquier conexión entre algo distintivo llamado “arte” y la experiencia placentera del esparcimiento, en general.

Esta es la Tendencia A.      

Todas las otras tendencias de lo que solían llamarse artes visuales o contemporáneas se definen a sí mismas como contrarias a la Tendencia A, ya que esta última representa el mainstream cultural, con fines de lucro, de un mundo capitalista, con fines de lucro.

Nosotros predecimos, sin embargo, dos tendencias adicionales, aunque ambas son autodefinidas por su estatus de minoría relativos a la Tendencia A.

Conforme la segregación espacial se vuelve casi completa en la nación del siglo XXI, los ricos se amurallan en zonas hiper-patrulladas. Los fastuosos espectáculos del Big Fun Art pueden proveer más que suficiente entretenimiento, tanto para la diminuta clase dominante y su aledaña clase sirviente. Pero no cumplen con el otro propósito restante del objeto clásico de arte: simbolizar, a partir de su singularidad, el singular estatus de la clase dominante por encima de la pirámide de la sociedad.

El artista contemporáneo individual, por lo tanto, sobrevive, pero más bajo la modalidad de un coach de estilos de vida y fabricación de mitos a la medida. Un pequeño número de artistas –muy pequeño, de hecho, enseguida de los ejércitos industrializados que se emplean en los espectáculos intricados de la Tendencia A—asumen un nuevo lugar, entretejido en la vida privada de los peldaños más altos de la clase dominante, mayormente aislada.

Tener a tu artista personal se convierte en un servicio, similar a tener un entrenador personal o un chef.

Sus servicios de elaboración de significados funcionan como ungüento para la persistente duda personal en torno a la forma fragmentada que ha asumido la sociedad. El antiguo objeto artesanal de estatus incluso sigue vivo, junto con varias formad de meditación y prácticas de “mindfulness”, como un pasatiempo curioso. En su preservación secreta entre los acaudalados, el arte recuerda a los ultraricos sobre su singular centralidad y humanidad en el mundo descentrado e inhumano que ellos han asegurado para sí mismos, y, a través de sus códigos compartidos, proporcionan la base de las redes de estatus para cimentar una identidad común para la clase dominante.

La exclusividad misma se convierte en el medio. Ocasionalmente, se filtran imágenes de esta red cultural clandestina, ya sea accidentalmente para exponer sus excesos o intencionalmente como Relaciones Públicas, titilando a través de la conciencia pública general. Pero sigue siendo principalmente la propiedad simbólica de una clase ociosa impenetrable. Rituales secretos y emblemas privados, inaccesibles para un público más amplio para poder reanimar el sentido de destino personal para los privilegiados... los artistas de este modo sobreviven.

Esta es la Tendencia B.

Todavía resta, finalmente, el rol del artista más allá de los muros de las doradas ciudadelas de este nuevo mundo, en los suburbios arruinados y desgraciados del mundo dividido, sometido por la guerra civil, la disfunción social y el colapso ambiental. La misma cuadrilla de artistas que se van por un lado, convirtiéndose en bufones y sujetos pintorescos alquilados para los clubes privados y los bares clandestinos de la Tendencia B, también pueden rechazar ese mundo, y encontrar su destino en las inquietas zonas periferias del imperio.  

El discurso cultural de principios del siglo XXI ya había preparado el camino para esto, con tendencias en boga de distintas formas de “Arte Políticamente Comprometido” (APC). Sin embargo, con los ricos bajo un mandato sin oposición de las manivelas del poder estatal, la base social del arte comprometido socialmente se erosiona. Los titanes del futuro, simplemente no necesitan ser los mecenas, por medio de fondos directos o indirectos, de un arte que pretende sanar las divisiones sociales –por lo menos no por fuera de sus enclaves fuertemente protegidos.

Así, la última frontera de los artistas es lo que se convierte irónicamente en algo llamado “Arte Políticamente Descomprometido” (APD) –“descomprometido”, esto es, de la pretensión por sanar las divisiones sociales. En cambio, el arte reconoce francamente estas divisiones. El artista profesional tiene aquí un papel, como el Oficial Cultural de las distintas organizaciones revolucionarias, organizando en el underground invisible de las provincias olvidadas.

Para estas grandes porciones de la población, descartadas como desechables en este periodo, surgen varias formas de subcultura, así como varias formas de creencia mesiánica. La propaganda de las ciudades proyecta el poder de la élite como aterradora e inexpugnable, mientras que los brillantes espectáculos del entretenimiento ocioso cosmopolita permanecen como un ideal, aunque sea inaccesible para las masas reducidas a la subsistencia, con ningún ingreso desechable verdadero.

Los artistas se enfocan en la tarea de construir los tótems de la cultura opositora que puede convocar a la gente a acercarse más a sus respectivas facciones políticas, para proveer el enfoque cultural que simbolice una verdadera disidencia social.

Es una cultura de contraseñas cuidadosamente protegidas y conciertos subterráneos. Un espejo fantasmal de espectáculos privados de privilegio al interior de la Tendencia B, la cultura ingeniada por esta cuadrilla de artistas define una práctica por naturaleza opuesta militarmente a la visibilidad, indivisible del mundo de guerrilla que le dio nacimiento.

Para un público “mainstream”, los signos de este arte salen a la superficie sólo en momentos de insurgencia, cuando todo el mundo subterráneo de pompa ha fusionado bloques de posibles revolucionarios en un movimiento con intereses comunes que se dispara hacia la superficie, como lava.

Una vez que el levantamiento es derrotado, las formas de arte del PDA, de aquí en adelante secretas, se hacen disponibles para su cooptación por los respectivos mundos del arte del espectáculo tradicionalista y del arte lujoso privado. Estos intentan cooptar las formas de las prácticas artísticas underground, sobre todo para darle un semblante de significado integral al orden árido de un ámbito segregado, incorporando las formas culturales neutralizadas del Afuera exóticamente oprimido.

Los artistas disidentes individuales, vistos como más plegables que los verdaderos líderes políticos disidentes, pueden volverse en mercancías de moda en este periodo, siendo blanco de lujosas promesas de amnistía y beneficio personal si abandonan a sus camaradas. Algunos caen junto con sus movimientos, brutalmente ejecutados por mantener los principios fundacionales del arte opositor; otros se venden.

La cultura solo puede reformarse nuevamente en secreto, en coalición con una cuadrilla fresca de los oprimidos, manteniendo viva la memoria de las luchas por la justicia que fueron quebrantadas. Los artistas comienzan a inventar de nueva cuenta, a pesar del espectáculo implacable de la represión.

Esta es la Tendencia C.


Este texto fue escrito para la exhibición “William Powhida: After the Contemporary”, en el  Aldrich Contemporary Art Museum.

© 2018 e-flux y el autor.

[Libre traducción: Alejandro Espinoza]

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