Las
estructuras imposibles
[Estudio] Espacio
de Héctor Bázaca
I21.
Espacio de arte
local I21, Pasillo verde, Tianguis del
Caballito.
Hasta el 5 de mayo, 2018
Héctor Bázaca tiene la inusitada audacia de
convertir el ejercicio dibujístico en una apuesta por las utopías. No lo hace,
evidentemente, de una manera convencional, sino por medio de una aproximación
al campo del dibujo que, paradójicamente –y esta pieza es una paradoja—“desdibuja” los componentes representacionales del
dibujo, que se vuelven restrictivos, para vincularnos con esa otra esencia, que
emana de la vida del trazo abstracto, desprovisto de figura, y que le concierne
a la mente. Por otro lado, no es lo primero que piensas cuando te topas con esa
estructura “rara” e inexplicable en los pasillos de un tianguis. Sin embargo,
esa es una de sus dos misiones.
La segunda, es una invitación a imaginar
posibilidades: de relación con el espacio, de relación con los materiales, con
la condición orgánica de las formas, y sobre todo, con la insistencia
utilitaria que le queremos otorgar al objeto de arte. No hay utilidad aquí. Aquí
hay expansión.
Cuando visité la pieza hace cuatro semanas,
intenté jugar el torpe juego de recorrer los pasillos del Tianguis del
Caballito con mi iPhone en la mano, estilo “steady-cam” para que la cámara
capturara el encuentro inusitado con una estructura compuesta de madera y
montículos ordenados de carbón y cuyas formas conocía con antelación. En medio
de la algarabía de las bocinas de los locales y sus múltiples versiones de exactamente los mismos patrones rítmicos del
reggaeton, en medio de paredes tapizadas con camisetas, blusas, anuncios de
aparatos electrónicos, zapatos y demás parafernalia tianguera, el espectador se
encuentra con un edificio extraído de algo que quiere pero no puede sentirse
como pesadilla distópica. Independientemente de la naturaleza de los materiales
(barrotes de madera pura, seguramente pino, así como un conjunto aglomerado de
trozos de carbón para asador, apilados obsesivamente), cuya crudeza nos hace
percibir una especie de forma derruida, con lo que nos encontramos en realidad
es con una forma en proceso: el andamiaje de lo posible, siempre abstracto,
siempre incierto. Pero posible.
Existe una larga aunque poco conocida tradición
en el campo del arte, que consiste en la edificación de estructuras imposibles.
No obstante, desde las mismas edificaciones imaginarias que nos dan cuenta las
antiguas civilizaciones, la humanidad siempre ha pensado acceder a las
cualidades del espacio para erigir aquello que se presenta insistentemente en
su imaginación: Babel, la Torre Eiffel, la Torre de Pisa, Stone Hendge, a no
decir de la infinidad de edificios imaginarios provenientes de la literatura
sacra y fantástica. También podemos verlo en los primeros intentos de
arte-instalación, a inicios del siglo XX, con algunas piezas de Kurt
Schwitters, el trabajo de Frederick
Kiesler (1890-1965), quien desarrolló una idea muy original de escultura
ambiental, la cual estaba basada en su principio de la “casa interminable”, e
incluso las extrañísimas Torres de Watts en
Los Angeles. El impulso vital detrás de esta obsesión humana, además de
conquistar el espacio y dominar el entorno (que no es lo mismo que la
naturaleza totémica de la escultura), consiste en generar una presencia de lo
posible, de los “alcances” y “alturas” a los que puede llegar la empresa
humana. Si extraemos el impulso humano de construir su refugio y aposento
(Deleuze denomina a la arquitectura como la primera y más esencial de las
artes, precisamente por ese instinto de animal territorial de construir la
casa-cueva-madriguera-nido, y del que no podemos extraernos los seres humanos),
y si extraemos el impulso de dominio territorial que proviene de nuestra
naturaleza colonizadora (¿también animal e instintiva?), los seres humanos
construimos castillos en el aire, en la arena, en la tierra y en los lugares
inhóspitos como una forma de representar los límites de nuestra imaginación. Invita, pues, a ver posibilidades.
Es lamentable que el acercamiento superficial a
estas formas no incite a que el espectador vea dichas posibilidades, sobre todo
si insertamos ese calificativo incómodo llamado “arte”. Sobre todo, también, porque
las posibilidades visuales, perceptuales, estéticas e incluso ideológicas de
una pieza como la de Bázaca –sobre todo inserta como ejercicio de resistencia
ante las inercias de la producción artística actual en un entorno como el de
Mexicali, tradicionalista a pesar de sí misma—pueden ser infinitas. Pero como
toda obra de arte-instalación (peco en esta entrada de blog al incluir una
imagen de la pieza), es necesario respirarla en su interior para comprender corporalmente
su función y sus capacidades relacionales.
Primero que nada, porque insisto: se encuentra
al interior de un local de tianguis. Un ejercicio por demás acertado por parte
de Adrián Pereda, dueño y supervisor de las exhibiciones del espacio I21, la presencia de este andamiaje de
madera y carbón es de una imponencia enorme, aunque al mismo tiempo no invasiva,
respetuosa de las características de su entorno. Segundo, porque al ver la
forma, y al ver la pieza en su proceso, podemos dar cuenta de algo inusitado,
casi poético: el andamiaje sirve para suspender en el aire las piezas de
carbón, para revelar, por así decirlo, para poner en evidencia, las invisibles partículas
de carbono que componen nuestra atmósfera, representadas en un mineral que,
desde hace milenios, ha acompañado al ser humano como portador de energía.
Y la estructura imposible genera un cuadrado
inclinado de carbón que “flota” por encima del espectador que se coloca en el
centro. En ese mismo centro, de una manera un tanto ritualista y formal, una
suerte de altar, o de versión compactada, del edificio insólito. Dirigimos la
mirada al suelo y podemos percatarnos del cuidado con el que se genera una
mancha delineada del carbón, que desde su posición suspendida desprende
fragmentos que forman un cuadrado perfecto, paralelo al que se encuentra
arriba. Luego también, al fondo, en una pizarra, Bázaca nos presenta su
minucioso plan de juego, trazando y re-trazando distintas versiones de esta
forma que se suspende encima de ti. La estructura se vuelve imposible de fijar,
no porque sea endeble, sino porque no es
permanente. No obstante, esta condición es la que le otorga su inmanencia
como forma posible.
Con [Estudio] Espacio, Héctor Bázaca nos invita
a edificar lo imposible, como tentativa para comenzar a pensar en
posibilidades. Es justo lo que necesitamos en medio de la incertidumbre. Es por
ello que los invito a que la visiten, antes de que el edificio desaparezca.
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