En orden de aparición (pero me refiero a un orden de aparición de la memoria, que no se comporta cronológicamente) y sin contar los muertos que he presenciado mediáticamente, a través del cine, la televisión y la prensa, ya que éstos son lejanos, ajenos, pero sobre todo, demasiado numerosos.
1. Mis abuelos. Ambos abuelos paternos y mi abuela paterna. No tengo memoria de sus vidas pero estoy seguro que hubo un mínimo intercambio, ya que yo ya había nacido. Por lo menos, me llegaron a ver en la cuna. No sé si platicaron conmigo, en ese estadio en el que las palabras son sonidos dúctiles que pueden significar todo o nada. Los abuelos son fotografías de viejos álbumes familiares. Mi abuela era una viejita con demencia senil que se mantenía postrada en la cama. Recuerdo el sitio y la perspectiva exacta, donde me encontraba parado, creo, a los dos o tres años, cuando la sacaron de la recámara en una camilla. No volví a verla.
2. Mi madre. A mis cinco años ella muere de cáncer. Desde entonces, no sé si vivo con el recuerdo efectivo que tengo de ella en mi infancia, o si estos recuerdos fueron construidos, míticamente, a partir de las historias que me han contado sobre ella. Por lo tanto, recuerdo lo que deseo que sea su voz, lo que deseo que sea su tacto, lo que deseo que sea su risa, su silencio. Creo que lo único que recuerdo de ella es su fragancia. Un perfume que usó durante los meses que estuvo hospitalizada en Los Ángeles. Ese perfume siempre me lleva a otro lado, cuando lo huelo en alguna parte del mundo.
3. Marcelino. Viejo conocido desde la primaria y personaje recurrente en mi vida hasta la adolescencia. Cuando estábamos en preparatoria, era el tipo que andaba en motocicleta, situación que lo hacía parecer rebelde, a pesar de su carácter bondadoso y conservador. Cuando salió del taller donde arreglaron su simbólico transporte, fue arrollado por un camión. Su madre vio todo el incidente.
4. Primer suicidio. Una muchacha desconocida de la prepa. Al parecer, la encontraron sus padres en el clóset de su recámara, colgada con su cinturón de karate.
5. Primera víctima de la guerra. No recuerdo su nombre, o mejor dicho su apodo, pero a un año de salir de mi carrera, me lo encontré limpiando vidrios en una calle transitada. Adicto al cristal. Era un punk que siempre quiso pertenecer a las grandes ligas de los malandros conocidos, se defendía por su sentido del humor, pero era el tipo de personas que siempre estuvo tras bambalinas. Se desconoce su paradero.
6. Dios. A los dieciocho años. Tras una conversación con mi hermana. Lo que realmente murió fue el Dios de la iglesia apostólica y romana. El otro todavía anda por ahí.
7. Segundo suicidio. Un vecino con mal de parkinson. Estaba con un amigo en la esquina cuando se escuchó el primer disparo. Nos dirigimos hacia el origen del disparo. Vimos salir de la puerta de su casa a este señor, acompañado de un par de niños que gritaban asustados. El segundo disparo lo dio frente a todos. Fueron dos balazos porque con la temblorina no pudo atinarle a la sien la primera vez.
8. Tercer suicidio. Una vecina, misma calle pero a tres casas de la mía. No conozco las circunstancias de su muerte.
9. Una tía. Poéticamente, era la tía Angelina, de Los Ángeles, California. Durante mi pubertad y primera adolescencia, fuimos grandes amigos. Ella me llevaba al cine a Hollywood, me llevaba a los Estudios Universales, yo lo único que tenía que hacer era estar con ella mientras degustaba de sus cheves y sus Benson mentolados. Ha sido la muerte más concisa, y al mismo tiempo, la más penetrante. Falleció de un golpe en la cabeza al resbalar en la regadera.
10. Segunda víctima de guerra. Armando, "el Negro," más por su piel que por su carácter, siempre dulce y tierno y salvaje al mismo tiempo. El primero de una serie de pochos que se instalaron en la colonia. Querido por todos, igualmente la vida la ganó cuando le empezó a rendir cuentas. Todos a su alrededor transitamos hacia otras aventuras, mientras él se mantuvo cada vez más y más en los márgenes. La última vez que lo vi, sonreía solo mientras caminaba por una calle cercana a mi casa. Adicto al cristal. Su corazón le falló una tarde. Tenía aproximadamente veintiséis años.
11. Lo cual me recuerda a otro muerto, otro vecino, también fallecido de un infarto prematuro. Su nombre era René. Fue un héroe para muchos. Estrella del fútbol, un atleta vigoroso de ojos saltones y maneras crueles que hacía con los plebes del barrio (éramos unos tres años menores que él) lo que le diera su regalada gana. Pero su heroísmo fue en decadencia, cuando se dio cuenta que el mundo evolucionaba a su alrededor, menos él. Su hermano Juan Carlos es una de las personas que más admiro en este mundo.
12. Persona incidental conocida en una carne asada en casa de un viejo amigo viejo. No recuerdo su nombre, pero recuerdo su muerte, o mejor dicho, su vida interrumpida: al bajar de prisa y despistadamente las escaleras de su casa para salir a entregar las películas a Blockbuster, tropezó y se dio un golpe en la cabeza que lo llevó casi inmediatamente a convertirse en vegetal.
13. Jorge Alvarado. Poeta. Narrador. Gran conversador, un agudo sentido del humor. Un día antes de su desaparición, Bibiana Padilla y yo lo vimos en las afueras de Calexico. Originalmente, el plan es que los tres fuéramos a un concierto de Beck. Él estaba entre ir con nosotros o irse con unos amigos a Ensenada. Al regreso del concierto tuvimos un presentimiento, en forma de una mujer que nos encontramos en medio de la carretera. Al día siguiente o dos días después, nos enteramos que se perdió en las ominosas playas de Ensenada. Encontraron su cuerpo meses después.
14. El hijo de mi hermano. Falleció a menos de un mes de haber nacido. Vi su cuerpo en el féretro. Las cosas no han sido las mismas desde entonces, en más sentidos de los que pudiera imaginar.
15. Raúl Olguín. Siempre me dio la impresión de que estaba enojado con el mundo; no que el mundo le debiera algo, ni siquiera pedía que el mundo le rindiera cuentas. Pero su respiración, su mirada penetrante, la pesadumbre con la que cargaba su cuerpo, me ayudaron a darle sentido a su muerte.
16. Carlos Dautt. Ver http://akurtz.blogspot.com/2010/03/carlos-dautt-indie-star.htm
15. Mi padre. Segundo ser vivo de quien pude presenciar su último suspiro. El primero fue un toro, en mi primera y única corrida. Me acerqué, en ambas ocasiones, a ver cómo estos dos toros se despedían del mundo. El primero, tirado y herido en un extremo del ruedo, no quería irse. El segundo, postrado en la cama del hospital y herido espiritualmente por su cuerpo, quería irse desde hacía mucho tiempo.