Sobre la extraña relación con las Vacas Sagradas
¿Qué es una vaca sagrada? ¿Por qué tenemos una relación tan incómoda, y hasta cierto punto sadista, con esta figura retórica que utilizamos para el consagrado, el chiqueado, el bendito, el cortejado, el legitimado, el que, por azares de un destino que en realidad nunca tenemos claro pero que siempre denunciamos, se encuentra en una mejor posición (¿“privilegiada”?) para utilizar los espacios de presentación de su trabajo?
Por espacios de presentación me refiero a cualquier sitio o foro desde el cual una persona tiene posibilidad de hacer que su trabajo sea el centro de atracción. Puede ser en cualquier campo del conocimiento: no dudaría que en el ámbito de la ciencia, el de la ingeniería, el de las investigaciones en ciencias administrativas y mercadotecnia, el de la arquitectura, etc., existan figuras que desde afuera sean señaladas, criticadas, denunciadas y obviamente desacreditadas por aquellos que no forman parte o no tienen acceso a dichos sitios.
En el ámbito donde me desenvuelvo –por un laredo el grupúsculo cada vez más incierto y heterogéneo de escritorsetes locales, por otro laredo el grupúsculo desde siempre incierto de artistas plásticos y gestores y promotores culturales, y por otro laredo, el permanente simulacro del mundo (c)académico—el uso de la figura de la vaca sagrada se refiere a algo que quizá sea parte mito, quizá sea costumbre sosa de la víctima eterna, pero definitivamente es una manera facilista de descartar las obras sin necesidad de ponderar sus sentidos.
Fácil una docena de exposiciones y presentaciones de artistas con trayectoria, de escritores con obra publicada, han pasado desapercibidas por el ruido que provoca su supuesta condición de “sagrado”. Los asistentes a dichos eventos dejan de ver la obra y su posibilidad de comunicación, y se conforman con ver la “legitimación” que la recubre. Lo mismo sucede con cualquier persona que tenga la oportunidad de usar los medios, espacios e instituciones disponibles para promover su trabajo, con respecto a las personas que no hacen nada por obtener dichas oportunidades, pero sí tienen tiempo para cruzarse de brazos, colocarse en las orillas de las conferencias, lecturas, exposiciones, bienales, presentaciones de libros, tomar su vasito de vino agrio, y decirse a sí mismos “sí, pues sí, ÉL/ELLA es fulana o fulano de tal, claro que puede hacer con estos espacios lo que le dé su regalada gana. Es sagrado, intocable, y yo soy una nada, una suerte de esperma en busca de su huevito, eternamente en ciernes, siempre alejado de los reflectores, porque hay una conspiración secreta de personas que se encierran en salas especiales y seleccionan a las personas de mi tribu para ver quién sí y quién no tendrá oportunidad de brillar.”
¿Qué cuesta menos trabajo, el descrédito, o la sencilla, sensata y humilde acción de LEER Y APRECIAR lo que otros hacen, mismos que pueden considerarse compañeros, colegas, miembros de una horda particular? Si me pongo en la posición de estas personas clasificadoras de “santificados”, lo segundo “me daría hueva y no me ayudaría ocultar que no tengo los elementos para proponer algo lo suficientemente válido como para formar parte de ese ‘grupo selecto’. Mejor me encierro en mi cuarto a leer a Rimbaud, a decir que comprendo a Nietzsche y a atiborrar la blogósfera con diatribas llenas de bilis y adjetivos rampantes para ocultar el hecho de que no tengo absolutamente nada qué decir. Claro, salvo el hecho de proyectar una enorme y sadista envidia a las vacas sagradas. Porque son sagradas. Y yo no.”