de Austerlitz
W. G. Sebald
El tiempo, dijo Austerlitz en el cuarto de
observación en Greenwich, era por mucho la más artificial de las invenciones, y
al estar ligado a los planetas girando alrededor de su propio eje no era menos
arbitrario que lo sería, digamos, un cálculo basado en el crecimiento de los
árboles o la duración de tiempo que le toma a un trozo de piedra caliza para
desintegrarse, muy distinto del hecho que el día solar, que tomamos como
nuestra directriz, no nos ofrece una medida precisa, de modo que para calcular
el tiempo tenemos que diseñar a un sol imaginario y promedio, con una velocidad
invariable de movimiento y que no se incline hacia el ecuador en su órbita. Si Newton
pensó, dijo Austerlitz, apuntando a través de la ventana y abajo, hacia la
curva del agua alrededor de la Isla de los Perros conforme se deslizaba por la
última parte de luz, si Newton realmente pensó que el tiempo era un río como el
Támesis, entonces, ¿dónde está su origen y hacia qué mar fluye al final? Como
sabemos, todos los ríos deben tener riberas en ambos lados, y visto en esos
términos, ¿dónde están las riberas del tiempo? ¿Cuáles serían las cualidades de
este río, cualidades quizá correspondientes a las del agua, la cual es fluida,
un poco pesada y traslúcida? ¿De qué maneras los objetos inmersos en el tiempo
difieren de aquellos que se dejan sin tocar por éste? ¿Por qué mostramos las
horas de luz y oscuridad en el mismo círculo? ¿Por qué el tiempo se detiene
eternamente y sin moverse de su lugar, y nos apresuramos de frente en otro? ¿No
podríamos proclamar, dijo Austerlitz, que el tiempo mismo no ha sido
concurrente a través de los siglos y los milenios? No fue hace mucho tiempo, después
de todo, que comenzó a expandirse hacia todo. ¿Y no es la vida humana en muchas
partes de la tierra gobernada hasta el día de hoy menos por el tiempo que por
el clima, y por lo tanto, por una dimensión incuantificable que desconsidera la
regularidad lineal, no progresa constantemente hacia delante sino que se mueve
en remolinos, es marcada por episodios de congestión e irrupción, recurre en
una forma en constante cambio, y evoluciona nadie sabe hacia qué dirección? Incluso
en una metrópolis dominada por el tiempo, como Londres, dijo Austerlitz, sigue
siendo posible estar fuera del tiempo, un estado de las cosas que hasta
recientemente era casi tan común en áreas retrasadas u olvidadas de nuestro
propio país, como solía ser en los continentes desconocidos en el extranjero. Los
muertos están fuera de tiempo, los moribundos y todos los enfermos en casa o en
los hospitales, y no son los únicos, cierto grado de mala fortuna personal es
suficiente como para extraerse del pasado y del futuro. De hecho, dijo
Austerlitz, nunca he tenido un reloj, de ninguna clase, o una alarma en cama o
un reloj de bolsillo, ya no digamos uno de pulsera. Un reloj siempre me ha
parecido algo ridículo, un objeto completamente mendaz, quizás porque siempre
me he resistido al poder del tiempo, a partir de una compulsión interna que ni
yo mismo he logrado entender, extrayéndome de los llamados eventos de actualidad
con la esperanza, como ahora lo pienso, dijo Austerlitz, de que el tiempo no
pasará, no ha pasado, y que puedo regresar por éste, y cuando llegue podré
encontrar todo justo como estaba, o más precisamente, podré descubrir que todos
los momentos del tiempo han coexistido simultáneamente, en cuyo caso nada de lo
que nos dice la historia sería verdad, los eventos del pasado aun no han
ocurrido pero están esperando suceder en el momento que los pensemos, aunque
eso, claro, nos abre el prospecto lúgubre de una miseria eterna y de una angustia
interminable.