22.6.07

Piensa por un segundo --¿qué sucedería si todos esos mundos, infinitamente densos y cambiantes, de cosas en tu interior, y en cada momento de tu vida, terminaran siendo de algún modo completamente abiertos y expresables a posteriori, después de que lo que pensaste que eras tú ya se hubiera muerto, ya que, qué si, posteriormente, cada momento en sí mismo es un mar infinito o lapso o paso de tiempo con el cual puedes expresarlo o transmitirlo, y ni siquiera necesitas de alguna lengua organizada, que puedes, como dicen, abrir la puerta y estar en la habitación de cualquiera otra persona, junto con todas tus propias formas multiformes e ideas y facetas?
David Foster Wallace, Good Old Neon
Es difícil en la actualidad apasionarte por una escritura. Me refiero a un tipo de escritura, me refiero a una manera de pensar por escrito, de usar las palabras para conllevar a otro tipo de mismidad, reconocer tu propio pensamiento en el pensamiento escrito de otro. No se trata de afinidad, de encontrar ideas similares a las tuyas. Se trata de encontrar "construcciones" que apelan a una concepción preclara de la comunicación y el pensamiento contemporáneo. Se trata de la materialización del pensamiento en escritura. Creo que es la parte que más me gusta de este oficio. La posibilidad de crear bloques vivos de códigos que apelan a "algo". Me hace pensar que en esta locura informática, lo único que hacemos es decodificar jeroglíficos cada vez más sensibles. Y quizá cada vez más difíciles de descifrar.
Esta no es una defensa o exaltación a la literatura de David Foster Wallace. Es un homenaje a una manera de aproximar el ejercicio literario. Sobre todo por el modo como produce no sólo sentidos, sino también sentidos al interior de los sentidos, esta palabra resonando en su doble connotación (sentido=significado, sentido=medio de percepción). El párrafo citado se "siente" como un bloque difícil de roer. Incómodamente complejo en sus vericuetos (sans barroquismo, ya que se trata de puro ejercicio racional; es lo que más me encanta), podemos "ver" el párrafo como una densísima torrecilla de obleas secas que producen angustias y ahogos en el paladar. Queremos agua, un poco de agua por favor, para poder digerir el montón de sinsabores que se acumulan en la boca.
Es una pregunta enorme, que conlleva a una reflexión enorme sobre la imposibilidad de contenerlo todo, todo esto contenido en un bloque de 9 líneas.
Este tipo de escrituras, densas como si fueran nueve obleas apiladas y listas para ser degustadas por una boca seca, está llena de sentidos, lucha por no conformarse con la observación rápica e ingeniosa, alude a la supremacía de la razón regida por la intuición, y al final, genera una representación verbal sobre sinsabor del pensamiento.
Por eso odio mucha de la narrativa mexicana. No deja de tener ese sentido de retórica clásica, de construcción de arcos tradicionales, de heroizar a los personajes y sumergirlos en su propia tragicomedia. Los más afortunados apelan a una suerte de desterritorialización; (es curioso que la mayoría de ellos son escritores que han tenido oportunidad de viajar: el espasmo de las nuevas ciudades que habitan les otorgan esa capacidad oximorónica de "asombro con desapego" muy propia de escritores avezados en existencialismo clásico combinado con un rampante "oficio de consecución con la lengua española" que los hace cada vez más morosos cuando se trata de invertir ingenios y experimentaciones no con el lenguaje, sino con el acto de narrar) los menos afortunados creen que van a suceder a Carlos Fuentes.