El ejercicio inútil de la imaginación.
Hagamos el ejercicio de no imaginar. De no pensar en la posibilidad. De negar todo aquello que pretenda ser una o varias alternativas de mundo. Imaginemos que no imaginamos. Ocultémonos en el velo de la certidumbre de la realidad, aquella que nos dice que nada cambia, que todo siempre es lo mismo y que, por lo tanto, todo sigue y ha seguido igual. No nos imaginemos ni como mujeres, ni como hombres ni como seres viles o virtuosos. Concretemos la idea de que los seres humanos sólo somos un virus con zapatos que en ocasiones opina y en ocasiones dice chistes y los "más inteligentes" o los "mejores" tienen todo el derecho de pisotearnos, decirnos que no podemos imaginar. Pensemos que el mundo que nos rodea no tiene las aristas e ilusiones que nos hacen pensar en algo otro, en revertir el sentido de las cosas y su cimiento aparentemente firme. Dejemos la imaginación a otras especies, a otros mitos. Ya no más imaginarse un rostro bello reflejado en una gota de lluvia, ya no más imaginarse en las orillas de un risco, disfrutando del revoloteo del viento, ya no más imaginar cómo podemos pasar de la tristeza a la felicidad, ni mucho menos imaginar que una puerta es una guitarra y una abeja canta al hacer el amor con las flores. Al final del día, las nubes son formaciones de agua condensada que flotan en el cielo, no presencias ni animales ni rostros ni barcos. Concentrémonos en este mundo. En el aquí. En el ahora. Impidamos que la mente divague, que se pierda en el anonimato de la vida interior. No caigamos en la tentación de perseguir las sombras de lo que imaginamos: sólo son sombras. Tenemos que pensarnos como mujeres, como hombres, como niños y ancianos, todos trabajando para un mismo fin: vivir el mejor de los tiempos posibles, que es este tiempo y ninguno otro, porque cualquier imaginación que permita ceñirse a una quimera es peligroso. Muy peligroso. Hagamos a un lado esa manía de construir castillos en el aire, de mover montañas y de tener fe en algo que no "existe." Hay que creer en lo evidente, lo que está físicamente ante nuestras miradas, aunque lo que veamos sea miseria e injusticia, violencia, pobreza, cinismo y una sociedad impotente que se amarra a sí misma las manos y se rinde ante la contundencia de la realidad. No ejerzamos nuestra imaginación, ya que ésta ha sido coartada por el monstruo abominable de la realidad. Ya que, si comenzamos a imaginar, pensaremos que tenemos opciones. Que podemos elegir una forma distinta de vida y de mundo. Y eso nomás no.