12.7.07

Insisto.
Todas las categorías relacionadas con el clima de Mexicali deberían desaparecer. Esa muestra de ridículo orgullo, de otorgarse un sello de reconocimiento por vivir una condición climática supuestamente "digna de ser identificada por datos estadísticos", no me habla más que de una visión conformista y un tanto huevona de la realidad.
Sobre la supervivencia en tiempos de calor, sobre nuestro primer y a veces único tema de conversación, la vuelta al origen de un discurso aburrido (el desesperante binomio calor=cerveza), las referencias obligadas a la cuenta de la luz, a los espacios refrigerados, e incluso (aquí va un poco de autocrítica) esa alusión al enclaustramiento, merecen desaparecer del mapa de sentidos que le damos a la ciudad.
Lo que pasa es que allá afuera las cosas son distintas.
No hace mucho tiempo (okey, sí fue hace mucho tiempo, tenía dieciocho años) fui repartidor de estados de cuenta de Bancomer). Formaba parte de un equipo de trabajo para una empresa en ciernes, una suerte de servicio de mensajería local que fue mejor asumido por otras empresas que se tomaron más en serio la tarea (a finales de los ochenta, pocos se tomaban en serio la tarea de comenzar empreas novedosas), y que reclutó a un grupo de jóvenes recién salidos de preparatoria que no tenían absolutamente nada qué hacer más que vivir su clasemedierismo en total ausencia de control familiar (fue un verano crucial en el que reconocimos, mis amigos y yo, las virtudes de la caguama como prótesis y parte de nuestros ritos de iniciación hacia la adultez), para que sirviéramos de repartidores . Eran estados de cuenta de Bancomer y unos antiguos libritos donde aparecían los números de las tarjetas "boletinadas" de Banamex, yque tenían que entregarse en los negocios (antes que existieran las benditas/malditas máquinas por donde pasas la tarjeta para que sea aprobada, las cajeras del mundo tenían que revisar este librito, publicado semanalmente, para verificar que el comprador no sea un incauto o mañoso que quisiera usar su tarjeta indebidamente). Era una empresa veraniega y todos usamos nuestras bicicletas.
Nos asignaron fraccionamientos para la repartición de los estados de cuenta, nos pagaban un porcentaje por sobre entregado, y había una suerte de "código de honor" que confiaba que un grupo de adolescentes que sólo pensaban en sus granos, su desarrollo capilar y su relación con las partes nobles del cuerpo femenino, pusieran esos sobres en los buzones de todas las casas en la ciudad. A mí me tocó Villafontana.
Recuerdo la naturalidad con la que, a mediados de julio cruzaba por las calles de ese fraccionamiento a las once de la mañana, completamente fuera de mis consideraciones las inclemencias del clima. Recuerdo que no me importaba, y que no debería importarme en la actualidad. Así como no les importa a todos los que están allá afuera, caminando las calles imposibles de caminar en esta ciudad (¿qué a nadie se le ocurrió que los trazos urbanos de una ciudad deben tener corredores para transeúntes? ¿estamos cancelando toda posibilidad de que un día de estos tomemos las calles?) . Andaba en mi bicicleta, la mochila a mis espaldas, repleta de sobres. Pensaba que, si en el mundo mexicalense había una cantidad considerable de carteros que hacían este trabajo con toda naturalidad, ¿por qué yo no podría hacerlo? Era algo emocionante y así podía ver los intersticios de esta ciudad y sus colonias frente a frente, de poco en poco. La perspectiva de las cosas cambia cuando tu labor consiste en buscar números e identificar buzones, cuando tu labor consiste en un acto de fe, transferido de la compañía que expide el documento al cartero, y del cartero a la familia o persona que espera el sobre. En aquellos días descubrí Gatorade. Compraba en los OXXOs una botella, casi siempre de sabor tropical. En ocasiones, me percataba que la bicicleta se convertía en una suerte de molestia y medio diferido de transporte: a veces subía a ella para trasladarme a otra calle, a veces descendía para recorrer la calle y buscar números y colocar sobres y evadir perros sueltos (si te bajas de la bicicleta, los perros ya no te atacan). A la mitad del recorrido, descansaba bajo la sombra de un árbol, y de reojo veía cómo otras personas hacían lo mismo. Pensaba "ni tanto el calor que hace."
Y probablemente la encalladura de nuestros cuerpos, una vez sensibilizada y chiqueada, ya se obstina a no querer salir, preferir el tranquilo ronroneo de la refrigeración, mientras escribes diatribas en el messenger, sobre el calor que está haciendo allá afuera, pensándola dos veces antes de pensar en ir al cine. Presumes a tus amigos extranjeros lo difícil que es vivir aquí. Por eso del calor.
Váyanse al demonio, incluyéndome a mí mismo.
Si realmente fuéramos los supervivientes que decimos que somos, ya hubiéramos dominado nuestro entorno. La supervivencia no sólo se trata de cubrir las necesidades para sobrellevar la tarea de vivir en una u otra condicón (climática, económica, política, ideológica) sino de superar dichas condiciones por medio del dominio del entorno.
No hemos dominado al calor. Hemos establecido medios no para soportarlo, sino para vivir cómodos en él. Todas nuestras acciones están encaminadas a buscar la protección y la tranquilidad al interior de un clima artificial. No están encaminadas a superar las inclemencias para seguir transitando.
El dominio del clima significa poder salir a la calle, sin tapujos. Volver a encallar el cuerpo, así como lo hacen todos los que TIENEN QUE ESTAR EN LA CALLE, PORQUE ES SU MODO DE SUPERVIVENCIA. Todos deberíamos ser como el conocido repartidor de periódicos y volantes que se coloca justo frente al monumento Benito Juárez. Se llaman botellas con agua, se llaman sombreros, se llama aguantar carrilla, como todos los que desfilan las líneas de producción de las maquiladoras. Ellos no tienen que considerar las inclemencias conceptuales que nosotros le otorgamos a la cultura mexicalense. A ellos les vale madre, porque tienen que trabajar. Forman parte de una cultura que no definimos claramente, porque preferimos seguir con esas categorías insulsas que refieren al clima extremo y a las cifras estadisticas y a las notas simplistas de La Crónica.
Si queremos realmente llamarnos supervivientes, dominemos el espacio donde reina el calor. Esto se logra caminando por las calles. Esto se logra solicitando a las autoridades un plan de urbanización que logre diseñar corredores públicos, donde podamos todos los mexicalenses pasar un fin de semana. Imaginemos la Ave. Obregón, completamente habilitada con calles empedradas, faroles alineando los alrededores, árboles angostos para los camellones angostos de la calle, iniciando desde el Mercado Municipal y llegando hasta el final de la avenida, rumbo a López Mateos. Todos los locales convertidos en boutiques, galerías de arte, tiendas de antigüedades, una habilitación colectiva de la librería Cristal (sí se llama así, no?, me autocorrijo en caso de que no se llame así), muy probablemente los cines demolidos o convertidos en teatros, y así sucesivamente.
¿Imposible? Nel. Eso no lo creo.
Si lo consideramos imposible, entonces no digamos que somos supervivientes. Somos entonces acomodaticios, sólo salimos cuando nuestros cuerpecitos sagrados nos lo permitan.
Si lo consideramos posible, VEMOS LA MANERA DE QUE ESTOS ESPACIOS SE HABILITEN PARA PODER CAMINAR EN ELLOS. Definimos tiempos o temporadas en las que estos negocios puedan sobrevivir, buscamos estrategias para mantener vivo ese lugar.



***



Anoche hizo un viento agradable. Demasiado agradable, diría cualquiera, para un mediado de julio en Mexicali. Y la única opción que la ciudad me ofrecía en esos momentos, fue el patio del restaurante Applebee's. Ridículo, patético, sobrevivir el verano en el patio de un horrible espacio de entretenimiento, cuya supuesta virtud es tener un par de trovadores cantar las canciones que escuchaste todo el maldito día en el radio. Y de rematar con alguna que otra canción de Soda Estereo...y de los Enanitos Verdes (a todos los que se les enchinó la piel en estos momentos, favor de levantar su mano).
Hubiera sido bonito tener la opción de ir a ese corredor imaginario que les planteo.