The spark that bled
Luis Ongay, In perpetuo memoriam
Para
Rosa
Para
Ana
y para todos los amigos
que lo tendrán siempre en sus corazones
He
dedicado este día a escuchar The Soft Bulletin de
Flaming Lips, una de las elegías musicales más bellas que jamás hayan existido.
Pero no se trata de una elegía lúgubre, sino un canto desde la vida, un homenaje agridulce a esa realidad inamovible para
todos los seres vivos: el suave, terrible y agridulce llamado a partir, a dejar
este mundo. A morir. El aviso de la muerte de un ser querido, que se siente
como un suave boletín, como una suave bala que entra sutilmente en tu cuerpo (The Soft Bulletin/The Soft Bullet In),
como una inesperada cachetada que instantáneamente te humaniza, te hace olvidar
tu ilusa ilusión de eternidad, te regresa al centro de tu corazón, a la noche
silenciosa del alma. Te recuerda que nunca, nunca, nunca ganaremos esa batalla,
y te recuerda que a veces la batalla nos conquista por sorpresa, nos sacude del
tedio, nos golpea con tal contundencia, que no podemos más que quedarnos mudos,
sin aliento, inmediatamente vacíos, a la espera de aquella felicidad que huyó
aterrada a esa recámara en nuestro interior, y aunque sabemos que en algún
momento volverá, en ese instante, la creemos completamente perdida.
Hoy
comencé la mañana escuchando esta elegía musical, porque es de las pocas cosas
que me pueden ayudar a comprender la pérdida de una persona como Luis Ongay. Para
comprender desde la dulzura que a mí me reconforta, pero también desde la
vitalidad que tanto lo caracterizaba a él. Luis era un torbellino que jamás
cesaba de girar, una llama en constante tránsito, un irredento ser humano que
corría de prisa y con los ojos abiertos, para ser amo y señor de ese mundo en
donde emprendía su propia carrera. Una chispa incesante, pero en la cual
pulsaba la sangre de un apasionado.
En retrospectiva,
creo que entendí todo esto desde la primera vez que lo conocí.
Con una
sonrisa al mismo tiempo traviesa y altanera, nunca soberbia, con un caminado
seguro pero en constante búsqueda y deriva, Luis y yo nos sentamos a
despotricar diplomáticamente sobre un libro que presentamos juntos en el CEART.
Era sobre Tijuana, y si bien reconocíamos la cualidad del proyecto crítico y
visual del libro, coincidíamos que era un recurso que debíamos estar haciendo
por estos lares, en ese tierno y salvaje Mexicali que, desde ese momento, ambos
coincidimos que era (y en algunos aspectos sigue siendo) un salvaje diamante en
bruto. Sin decírnoslo, llegamos al acuerdo tácito de dos personas que se encuentran
en un mismo sendero. De ahí comenzó una relación que fue al mismo tiempo cercana y
lejana, distante e íntima, el común acuerdo no escrito entre dos personas con
las mismas búsquedas.
Y desde
dicha distancia, y con el paso de los años, pude conocer a una figura
increíble, imprescindible, para los tiempos que hemos vivido en esta ciudad en
los últimos diez años. Un punk ilustrado con agenda y locos proyectos bajo el
brazo. Alguien que, como las grandes personas, es una mezcla de virtudes y atributos,
que distinguen a los buenos líderes, a los buenos artistas, a los mejores
creadores. Es de las personas que comenzó a pensar en grande, en un ámbito
donde la mayoría sigue pensando en chiquito.
Es por
eso que lo distinguían tantos matices. Era un arrebatado, un corazón silvestre y lleno de una sabiduría innata, que se comía la vida a bocanadas, un acelerado que ponía las cosas en
movimiento, tomaba y asumía riesgos para dar lugar a lo que tanto nos cuesta
trabajo a los demás: el cambio, la transformación, la vida de un entorno. Lo hizo desde la insistencia, la resistencia y
la testarudez; lo hizo desde el teatro pánico, lo hizo desde la inserción de la
danza en la vida cotidiana, desde la academia, desde los estudios culturales, desde
los espacios independientes, desde los márgenes de la producción artística
local, desde el desarrollo cultural de la región. Lo hacía con pasión, lo hacía
con displicencia hacia aquellos que no nos poníamos las pilas, y con un sentido
de colaboración siempre abierto, contestatario sin ser quejumbroso, pragmático,
con una capacidad de resolución y de imaginación que, durante el tiempo que
tuve oportunidad de verlo en acción, logró cosas insospechadas, sobre todo para
muchos de los que tuvimos la fortuna de trabajar con y para él. Un aventado, un
arrojado, impositivo y voluntarioso, que empujaba a que las cosas sucedieran
como él las deseaba, porque entendía que así se tenía que hacer. Porque la
opción era inconcebible: la mediocridad.
No sé
ustedes, pero yo me quedé con muchos pendientes que platicar con él. Ideas compartidas,
futuros proyectos, futuros encuentros y desencuentros, pasiones y
encabronamientos comunes. Quedará suspendida, esa
plática pendiente, pero yo encontraré la manera de hacerlo. Porque Luis siempre
trabajaba desde posibilidades que muchos pensábamos imposibles, y hacía algo
que pocas personas han demostrado hacer en este entorno, una virtud que yo
envidio porque nunca se me ha dado y tengo mucho interés de aprender de él:
Luis sabía cómo mover a la gente. En el
proceso, movía la conciencia. Eso es
lo que más ha hecho falta en este lugar hostil y polvoso: él llenó ese hueco de
un modo inconcebible hasta ese momento. Lo hizo desde una posición de poder, y
reconocía que no había de otra más que hacerlo desde ahí. Pero asumió su poder
de convocatoria y su liderazgo y su capacidad de convencimiento de la manera
como debe ser el ejercicio de poder: con una entrega total al trabajo,
enamorando a la gente con sus ideas, e impulsándola a salir de sus zonas de
confort. Con Luis, nada fue a medias tintas. Todo tenía que ser al full: el
espectáculo, el evento, la música, la acción, la cantidad de cigarros, la enseñanza, la crítica, la
perturbación, la provocación, la arrogancia, la necedad, la vida, la noche, el
riesgo, el atrevimiento, la osadía, la sagacidad, todas estas herramientas
imprescindibles para un cambio que él inició, y que nosotros estamos obligados
a continuar.
Descansa
en paz, Luis. Con todo respeto, y si tus seres queridos así lo desean o me lo
exigen, haré todo lo que esté humildemente de mi parte para que nosotros, los
que nos quedamos aquí, jamás descansemos y sigamos luchando contra el tedio.
Brindo a tu salud durante todo el tiempo que el tiempo me permita.