24.4.18

Para volver al cuerpo. 
Consideraciones sobre la danza contemporánea, a partir de dos piezas de Miguel Mancillas y Co. 

Los descalzos 
Antares Danza Contemporánea 
Fue Yo
La Manga Video y Danza 

Soltemos el cuerpo. No nos hagamos tontos. Todos entendemos la danza contemporánea. Al mismo tiempo, nadie la entiende. No podemos entender aquello que atendemos desde la ausencia de nuestros propios cuerpos. La danza contemporánea no debe entenderse. Hay cosas en la vida que no deben, no hay necesidad de entenderlas. No debe entenderse la danza contemporánea. La danza contemporánea debe sentirse. A veces se siente, a veces no. Pero, ¿Qué es sentir? No qué significa. Qué es eso que llamamos sentir. Cómo opera, cómo se diluye en los vasos comunicantes de nuestra percepción para ser traducidos como sentimiento. Odiamos la insuficiencia de la comprensión, nos volvemos tiranos de aquello que nos decimos es la verdad. La danza contemporánea no se entiende, se siente y la memoria devuelve los rastros de algo que te dejó fulminado. El sollozo de una mujer. Atado su ser a una silla pero sin amarras. Sus ojos envueltos en plástico. Dispara en tu mente imágenes de lo que no quieres ver pero ves todo el tiempo. Te dices “no entiendo la danza”; luego caminas unos pasos y te descubres tropezando con la realidad. Realidades de cuerpos ausentes. Cuerpos criminalizados. El cuerpo mexicano es uno que siempre ríe y siempre se desvanece. Cuerpo que deviene tragedia. La danza no se entiende, se siente. ¿Qué es lo que sientes? Las contracciones de un mundo feroz.  

Entendemos más de lo que queremos aceptar, particularmente eso que llamamos danza contemporánea. No lo queremos aceptar porque detestamos la necesidad de que algunas cosas no necesiten explicación. No permites que ocurra eso que ocurre cuando estás en presencia de algo que tiene posibilidades de ser sublime. Ocurre algo innombrable. Ocurre la torpeza de tu cuerpo. La manera tan torpe como has decidido que tu cuerpo no se permita ciertos movimientos. Lo que ocurre en esa breve temporalidad en escena es la manifestación de todo aquello que no te permites. Al mismo tiempo, es la manifestación de todos los deseos y violencias que confabula tu mente en relación con tu cuerpo. Con el cuerpo de los otros. Porque no quieres a los otros, pero estás obsesionado con ellos. No te das permiso de bailar descalzo, de usar falda, de golpearte el pecho, de envolverte en el cuerpo del otro. Ni siquiera en el sexo, ya que el sexo dejó de ser vida para convertirse en consumo. Consumimos los cuerpos y consumamos nada. El orgasmo es la moneda de cambio de nuestro sueño pueril. No obstante, nos damos al otro. Y cuando los cuerpos no desean ser dominados, llega la fuerza brutal del cuerpo como otro que te ama hasta hacerte pedazos. Esto no lo quieres entender. Prefieres perderte en el parsimonioso recorrer de las horas. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste descalza(o)?, ¿hace cuánto no abrazas a alguien?, ¿cuándo decidiste olvidar que la fuerza primordial de nuestra especie deriva de su capacidad para envolverse en los cuerpos de los otros? Somos masa, carne-multitud, y el arte es un monumento hecho de cuerpos que se desplazan encabronados o fascinados por las fugas y colores y sonidos del territorio que habitas.


En los escenarios suceden cosas que luego dejan de suceder. Suceden luces amarillas, seis, ocho bailarines en escena, el júbilo del virtuosismo derivado del cuerpo entrenado. El cuerpo que aprendió palabras que no conocemos, que no queremos conocer. Cuerpos que aprendieron a decir palabras que pueden iniciar en las uñas de sus dedos meñiques, en el ceño fruncido, en las piernas abiertas, en las rodillas que tropiezan con las contracciones de la realidad y se dejan caer. Hubo un tiempo en que la danza significaba volar por los aires. Hoy en día la danza le grita a los cuerpos que se arrojen al suelo, que pululen en el territorio, en busca de afectos. En una de las piezas, jaulas llenas de papeles en los extremos del escenario. Rostros que de pronto cantan, el cancionero mexicano interpretado como la transfiguración de nuestra psique entendida como pesadilla y llanto. A veces los cuerpos bailan juntos, al son del son. A veces se echan en cara el odio, el desprecio, esa manera tan peculiar que tiene el mexicano de odiarse a sí mismo mientras se celebra. En otra de las piezas, dos sillas blancas y un cuadro blanco en el suelo. Proyecciones de video que presentan imágenes de algo que sucedió en otro momento y que sucede en ese momento. Los cuerpos presentes del público estuvieron en el escenario. Sentados como testigos ausentes de un ritual desgarrador. Dos cuerpos se entrelazan perdidos en sus propias obsesiones, el amor y el odio como monedas de cambio de aquello que nos quita el sueño. La presencia más presente que nunca de la muerte. De pronto los cuerpos en escena son los cuerpos que en otros espacios, en otros territorios, sufrieron las contracciones del cuerpo que sufre, del cuerpo mancillado, torturado, el cuerpo que no queremos imaginar pero luego lo imaginamos muerto después de leer las noticias. Siempre he pensado que es una mentira nuestra relación “peculiar” con la muerte. Es un exotismo inventado por la mente colonizadora, que no entiende el enloquecido espectro de nuestra risa burlona y al mismo tiempo maléfica. Pero no puedo negar nuestro desprecio, de otro modo, no podría explicar el origen de ese odio que le tenemos al otro, especialmente el otro que no somos el mexicano que pensamos que debemos ser. Tampoco puedo negar nuestra obsesión por el drama. El cuerpo mexicano se entiende traicionero de su propio devenir, y eso es algo que Miguel Mancillas entiende bien; o mejor dicho, lo sintió de tal manera que permite trascender la idea de la traición de los cuerpos mexicanos a través de la danza. Pero pueden ser otra clase de fantasmagorías las que vemos en estas piezas de danza. Son danzas densas. Se requiere atención y un pecho que permita que se sientan las contracciones de los afectos que pululan en tu cuerpo cuando ves estos cuerpos moldearse a sí mismos a imagen y semejanza de sus propias obsesiones. Siempre que veo danza, siento una leve traición, una leve injusticia: no puedo atender a todo lo que sucede en el escenario. Le sucede lo mismo a los demás, pero no es distracción, es incapacidad de absorción. Sucede con cualquier dimensión y contexto de la realidad, pero se siente particularmente intenso con la danza. Los cuerpos se mueven en el escenario sin la plena conciencia de que aquello que les sucede dejará de suceder en unos segundos. Contracciones, tobillos doblados, columnas encorvadas, brazos que forman minuciosas líneas de fuga, cuerpos que se dejan llevar por los vientos agresivos de la violencia sin fin. Me seduce la idea de que este texto deje las suficientes heridas como para comprender que es imposible regresar a la reseña, al análisis bienportadito de la experiencia crónica de algo que solo entenderías si estuvieses ahí. Pero debo admitir estos escenarios: el goce de la danza es inagotable cuando los bailarines ejecutan con un rigor por la forma, porque en esos instantes sus cuerpos dejan de ser suyos. O quizá, es el momento en que sus cuerpos les pertenecen por completo. Creo que más que un abandono es la reincorporación al orden natural. No se trata de un salvajismo sino de una génesis que es a la vez retorno. Todo lo que sucede en un escenario jamás volverá a suceder.

3.4.18


Tiempo e intemporalidad 
en la música de Rubén Tamayo (aka Fax)

 
Fax. Silda EP
(Static Discos)



Diahgonal
(Stasis Recordings. Solo Vinil)


Podemos encontrar una cantidad de misterios alrededor del nombre de Silda. Nos refiere tanto a una isla localizada en la municipalidad de Vågsøy en Noruega, en donde se gestó una batalla entre el Reino Unido y el Reino de Dimamarca-Noruega durante las guerras napoleónicas, cuya fortuna asume el recuento de los mitos; nos refiere también a un personaje conocido como Silda la Inadvertida, una vagabunda nórdica experta en robo de carteras y que aparece en un juego en línea llamado The Elder Scrolls. También la encontramos como una especie de mariposa nocturna.  Silda es una palabra dulce pero misteriosa, fría pero llena de secretos íntimos. Silda es una mujer y un lugar, un tiempo que es el espejismo de todos los tiempos y ninguno. Es el nombre, la palabra, la evocación perfecta para el último lanzamiento de Rubén Tamayo, alias Fax. A su vez, se convierte en la sirena que nos desvía del camino que emprendemos al momento de escuchar su segundo lanzamiento de la temporada, hecho bajo el seudónimo de Diahgonal.

A diferencia de las producciones anteriores de Fax, Silda abandona tanto la brillantez como-de-paleta-plateada de Circles (2012) y el juego de contrastes dramáticos instrumentales de Constellation (2015) apostando por una unidad que, desde el inicio hasta el final de su breve trayectoria, nos coloca en una intemperie extendida de meditaciones sonoras, concentrando las exploraciones con una mayor sutileza, como un buque a la deriva, una isla despoblada, icebergs que flotan sin rumbo definido, arrastrados por una marea que crece y crece hasta que el hielo se funde con el mar. La sensación me remite a una frase del compositor Arvo Pärt, cuando se refiere a las composiciones musicales como un devaneo entre el tiempo y la intemporalidad. Música que se siente al mismo tiempo ancestral pero solo posible en el presente, como una leyenda contada por viejos héroes de batalla que se pasa de generación en generación, pero que en su relato vuelve a sentirse su vibra épica en el ambiente. Los ritmos son más lejanos, las secuencias más tenues, la presencia de instrumentación análoga más quirúrgicamente vinculada a la tridimensionalidad sonora digital, estilísticamente una refinada fusión entre las derivas del minimal techno, el ambient de la década de los noventa y las aproximaciones formales del post rock, y que ha llegado a su cúspide en lo que yo considero es una de las piezas más sublimes que haya producido, la puerta de acceso al mundo de Silda, titulada “Bandini”.

A su vez, como un ejercicio de reinvención sutil pero no desbocado ni caprichoso ni mucho menos bipolar (como sucede con otros artistas que se cambian de disfraces musicales como si fueran modas de temporada –primero folk, luego hardcore punk, luego electronica dócil para elevadores de malls vacíos), Rubén Tamayo expande su paleta plateada con Diahgonal, una propuesta que me devuelve un poco a la sensación policromática y veraniega que me produjo Circles la primera vez que lo escuché. Aun cuando podemos encontrar algunos vínculos con la sobriedad formal de Silda, es en Diahgonal donde Tamayo se desplaza más ligeramente por distintos registros electrónicos, una suerte de “modelo para armar” que engendra puntos de fuga hacia el ambient, el minimal, un IDM extirpado de los repetitivos (y en ocasiones irritantes) beats que el género se robó del hip hop, para crear una serie de pequeñas pinturas de orquestación impresionista, una propuesta menos densa que Silda, con algunas incursiones hacia la clase de elegancia dramática que encontramos en la música electrónica de los ochenta.

A estas alturas, Rubén Tamayo ya puede partir de sus propias referencias, de modo que tanto este EP como Diahgonal pueden escucharse como la integración de sus exploraciones con los códigos sensibles de la música contemporánea, (desde sus orígenes a principios del siglo XX hasta la infinidad de giros que ha tomado conforme música y tecnología se han hermanado para redefinir el sentido del lenguaje sonoro) en torno a un “estilo” que Fax ha moldeado hasta hacerlo propio y distintivo, a lo largo de una trayectoria que lo identifica como uno de los estandartes de la música electrónica en México (y el mundo).