Park that car/drop that phone/sleep on the floor/dream about me
14.8.05
Literalmente traspaso un post que encontré en el blog de una Andrea Palet, periodista chilena (decir "soy periodista" en Chile, por cierto, es declarar un sinnúmero de actividades, muchas de las cuales distan mucho del oficio periodístico. Es como decir "estudié derecho" en México), donde se habla sobre el oficio de la crítica.
La crítica salobre
“Basura sentimental (…) Muéstrenme una sola página que contenga una idea.” Eso dijo un crítico ruso al publicarse Anna Karenina. Y Lope de Vega no fue suave con el manco de Lepanto: “De poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos en ciernes para el año que viene pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote”. Un editor, opino que con bastante delicadeza, rechazó En busca del tiempo perdido, de Proust, diciéndole en una carta: “Mi querido amigo, quizá debo estar muerto del cuello hacia arriba, pero por más que me devano los sesos no acierto a ver por qué alguien necesita treinta páginas para describir cuántas vueltas se da en la cama antes de dormir”.
Aristófanes gozaba parodiando a Eurípides, a quien creía “un antólogo de tópicos (…) inventor de granujas de cartón”. A Balzac, ese precursor de la loca carrera por la fama, le hallaron en su día “poca imaginación en la ficción, al crear los personajes y la trama, y al describir la pasión”. Bueno, hasta puede ser un piropo para aquel obrero de la novela realista, pero lo que mueve a risa es la osada predicción que sigue: “El lugar de H. de Balzac en la literatura francesa nunca será importante ni encumbrado”.
“Terminé Ulises y me parece un fracaso (…) El libro es difuso. Es salobre. Pretencioso. Vulgar, no solo en el sentido común sino también en el literario”, escribió Virginia Woolf acerca del celebérrimo proyectil de James Joyce. Y a propósito de autores poco dados a la sencillez, un vespertino de 1936 comentó que en Absalón, Absalón, de Faulkner, “desde la primera hasta la última página nos damos cuenta de que el autor se está esforzando por ser original. Sus párrafos son tan largos y tan enmarañados que resulta difícil recordar quién está hablando, o el tema con el que empezaba el párrafo”.
¿Demuestran estas grandes caídas que la crítica no sirve para nada? No necesariamente, aunque queda claro que hasta los más eruditos son esclavos de los gustos de su época, cuando no de los celos y el orgullo. Voltaire se quejaba en una de sus Cartas filosóficas de que el tiempo, “el único que fragua la reputación de los hombres”, volvió respetables los defectos de Shakespeare, cuyo Hamlet es “una obra bárbara y vulgar que no hubiese sido tolerada por el más salvaje populacho de Francia o Italia”. Y Alone, que huía como de la peste del apelativo de crítico literario siendo que lo merecía, admite que en su medio siglo dedicado a la labor “nunca he descubierto un punto sólido”, y que los principios literarios, las leyes de la belleza y los cánones del gusto son “cosas inventadas por los retóricos para que las enseñen los pedantes y las crean los cándidos”.
Lo que me gusta de estos estrepitosos errores de juicio es que se enunciaron con toda claridad, con adjetivos inequívocos, sin los meandros y academicismos incomprensibles con que tan a menudo nos tortura la crítica “seria” de hoy. Porque, como dice el editor de la recopilación de disparates de donde extraje los ejemplos, hay gloria en atreverse a fallar. Para terminar, y solo porque es divertido, cito algo que por supuesto no es crítica sino simple pelambre, que de eso también hay en la literatura, y toneladas. Sobre Jane Austen diría la mucho menos exitosa Mary Russell Mitford: “Mamá dice que era la más bonita, tonta, afectada mariposa cazamaridos que recuerda haber visto nunca”.
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