Instrucciones para habitar un espacio
Todos los espacios son habitables. Cualquiera de ellos, desde el más espectacular hasta el más silvestre, desde el lote baldío hasta el pasillo de un supermercado, desde el desierto indómito y expansivo hasta una carretera en medio de la nada, desde la cada vez más increíblemente olvidada caseta telefónica hasta tu recámara cuando eras niño y decidiste volver a tu antigua morada con un sentimiento de nostalgia que todos llamarían cursi pero que en realidad es igual de natural que ir al baño, tiene la posibilidad de ser habitado desde la mirada acuciosa de la autoconciencia. El tipo de “habitación” a la que me refiero tiene la intención de someter al cuerpo a una suerte de desconocimiento del espacio. Entrar a OXXOs como si jamás hubieras entrado a uno, respirar en un baño público como si nunca lo hubieras hecho, tocar paredes, calcomanías, pinturas, mascotas y hojas de árboles como si fueran un fenómeno completamente nuevo para tus sentidos. O mejor dicho, tan conocido que ya ni siquiera lo piensas. Ahora bien, cuidado con lo que planteo, porque esto querría decir que los espacios deberán ser todos privados, o cerrados, o por lo menos del tipo de espacios para los cuales debes compenetrarte en un perímetro limitado por cuatro (o más) paredes. Nada de eso. Todos los espacios son habitables. Los perímetros –esto nos lo indican los trazos para corredores en los parques, las líneas y directrices que indican los lugares en las oficinas públicas, los señalamientos de tránsito, la mano de mamá cuando te indica dónde está la puerta—en realidad son imaginarios. A veces peligrosamente impuestos, pero imaginarios, de lo contrario, todos podríamos pedir permiso para cruzar el cerco fronterizo sin tener que cruzar por la garita internacional. (Sin embargo, todos podríamos “habitar” ese espacio y ese tiempo que se habita como una larga y corta novela en el interior de nuestros autos cuando cruzamos al otro lado. Para eso hay que volver al cuento de Cortázar que refiere el tema. Por otro lado, todos los perímetros, en su capacidad de ser imaginados por los sentidos que identifican los límites, más que ser transgredidos, pueden ser…mañosamente desviados. Preguntar en todas y cada una de las oficinas de gobierno dónde se encuentra la Secretaría de Fomento Agropecuario hasta llegar a ella, sólo para sentarte las horas que resten de la jornada para no hacer absolutamente ningún trámite, sino para simplemente estar en la Secretaría de Fomento Agropecuario. Así ya nadie te cuenta. O preguntar en cada uno de los establecimientos que visites en los próximos cinco meses dónde está el baño, seguir un registro de los lugares que sí cuentan con facilities para lidiar con tus necessities y establecer posibles rutas futuras de escape o liberación en caso de un ataque de diarrea o una persecución por parte de la AFI en pleno día. Nada mejor que esconderse en un baño cuando eres perseguido por la AFI. No lo digo por experiencia, sólo lo supongo. También puedes averiguar cómo se vive al interior de esas racas circulares de las tiendas de saldos, donde tienen todas las camisas con diseños y patrones ridículos, colocándote al interior de una de ellas y esperando a que algún incauto revise las ofertas, en busca de algo que estrenarse para el big date. Y también puedes meterte a las cocinas de restaurantes, a los almacenes de las grandes cadenas (cuidado con COSTCO. No sé porqué, pero siento que el almacén de COSTCO es una especie de vorágine en la que puedes perderte para jamás regresar. Digo, de por sí COSTCO YA ES UN INMENSO ALMACÉN, imagínense cómo han de ser sus almacenes), puedes sentarte en el rincón menos habitado de las taquerías o sentarte en el escritorio de la ejecutiva o ejecutivo menos visitado en un banco rural. Puedes compenetrarte en la charla de un equipo de béisbol local, sentarte un poco en las gradas para escuchar la voz aleccionadora del coach; puedes meterte a una quinceañera, un viernes por la noche, y esperar a que el papá –o la festejada—comience a verte feo; puedes visitar todas y cada una de las tiendas del centro de la ciudad que, desde tu perspectiva, jamás han sido visitadas. Puedes hacer muchas cosas, puedes habitar cuanto espacio tengas el deseo de habitar, o puedes habitar aquellos espacios que te resultan todo un desafío, desde un colegio cristiano de paga a la hora del recreo hasta la mesa enseguida de la mesa donde están cuatro señoras divorciadas hablando naderías a la hora del cafecito (que en realidad puede ser cualquier hora, pero en fin). Además… podríamos decir que el otro también es un espacio. Me refiero a ese otro que está a tu lado mientras lees esto (no el otro que eres tú mismo pero corporizado imaginariamente a tu lado, lo cual me llevaría a explicarte que hay médicos y medicamentos que se dedican a resolver ese tipo de bretes), al otro que ves en la calle, al que está sentado enseguida de ti en el camión, al que te aborda con panfletos y demás en los semáforos, con el(la) que te tropiezas mientras haces fila en el cine, y así sucesivamente. Puede habitarlos a ellos/ellas. Sólo tienes que verlos a los ojos. Otorgarles un poco de tus deseos, cualesquiera que estos sean. Puedes descender de tu auto en medio de la calle y preguntarle a uno de los pregoneros de centros cristianos si han pensado en la posibilidad de que jamás van a poder expiar sus culpas, y que toda la ofrenda recolectada del mundo los hará liberarse de las exigencias de los líderes de dichos centros, y de que es mejor mandar todo al carajo y quizás, sólo quizás, en el mar la vida es más sabrosa. Puedes abrazar a extraños, evaluar los grados de resistencia al amor y al cariño, dependiendo de quién se trate (o del contexto, no es lo mismo propinar un abrazo en una oficina de Hacienda que en un antro a las doce de la madrugada), porque es distinto, obviamente, querer abrazar a una señora de cincuenta años que a una de treinta y cinco, es distinto querer abrazar al panzón que se acaba de bajar de su Hummer (terribles, terribles vehículos) que al panzón borrachín que se encuentra degustando su tercera chavela a las cinco de la tarde. Puedes incluso besar, que es la mayor de las habitaciones al interior del otro (bueno, hay otro tipo de habitación, mucho más grandiosa, que es la (com)penetración del sexo, pero para eso necesita haber una mayor complicidad, un poco de seducción, un poco de juego de palabras e ideas y franquezas y romances tórridos varios), y es de enorme gallardía y proeza encontrarse a aquellos que gustan de habitar sorpresivamente las bocas de otros. Quizás sólo se trate de desear un beso en tu mirada, quizás deseando un poco de amor, como todos quisiéramos, quizás simplemente diciéndoles con tu mirada que eres otro simple humano queriendo habitar este mundo.