Lo primero que pensé al ver esta foto fue "Los inicios de la subversión". Luego me dije, "¿No soy yo el que le está otorgando ese sentido a la foto, para mi beneficio espiritual?" Sin embargo, ¿habrán sido los inicios de la subversión y la irreverencia que me caracterizan hoy en día? ¿Cómo se originó? ¿Por qué sigue ahí?
El recuerdo de la infancia es el más puro de nuestros mitos, un relato de orígenes sencillos que ejercen fortaleza mediante el anclaje de incidentes que nos cuentan otros. En la etapa adulta nos dedicamos a reconstruir ese pasado como si cada dato fuera un hecho. Siendo sinceros, creo que no recordamos ni la mitad de lo que vivimos en la infancia.
De niño, me preguntaban si extrañaba a mi mamá, que falleció cuando yo tenía cinco años. Yo siempre les decía que no. Y cuando me preguntaban si la quería, yo les decía que no se podía querer a alguien a quien no conociste. Luego se me quedaban viendo feo. O pensaban que estaba reprimiendo mis sentimientos o que era una especie de niño del mal.
El más grande mito de la niñez es la inocencia que depositamos en ella.
Por otro lado, la inocencia que depositamos en los niños es de orden ético. Dicho orden te conduce a la subversión o al miedo. Todos los niños tienen el potencial de ser subversivos o temerosos de la realidad. El temeroso es mucho más peligroso. No soporta las mentes libres y cuestionadoras de las reglas. Porque no tiene el ímpetu natural de hacer lo mismo.
El niño mexicano tiene tres modelos históricos a seguir: Benito Juárez (la rectitud pragmática combinada con la experiencia y las movidas siniestras del político), Pancho Villa (anárquico e independiente, es igualmente el dueño de una empresa agrícola norteña o el jefe de un cartel del narcotráfico) o Emiliano Zapata (medita en silencio su resistencia, como si reconociera que no es su tiempo; también puede convertirse en el sumiso abnegado que lo soporta todo, el niño en el rincón del salón que aguanta toda la carrilla y se guarda sus rencores).
Nada más puro que la mirada de aquel padre de familia que desconoce la malicia engendrada en su retoño.
Todos los niños deben vivir la experiencia de una cortada en el dedo, un raspón en las rodillas, una cabeza descalabrada, una fiebre intensa que lo hace tener pesadillas, un piquete de algún insecto venenoso; si es varón deberá enfrentarse a puños con otro de su tamaño y debe aprender a caerse, mucho, para que aprenda a no dejarse.
Por otro lado, todos los niños deberían ser forzados --sí, forzados-- a leer por lo menos tres horas diarias. Alejandro Dumas es un buen y tradicional inicio.
El inicio de la aspiración y desilusión clasemediera comienza la primera vez que el niño desea un juguete.
El final de la infancia comienza cuando descubres que los adultos somos unos patanes. No se sabe a ciencia cierta a qué edad descubrimos eso.
Y finalmente: contrario a la opinión de los medios y el conocimiento común, los niños no son el futuro de un país. Si así lo fuera, deben reconocer que nosotros somos ese futuro que alguna vez prometimos ser cuando éramos niños. Y no podemos decir que las cosas están muy bien que digamos, ¿o sí?.