16.12.14

Nadie imagina al paraíso como un lugar al que llegas encabronado. Arrojas tu equipaje por la ventana, le gritas a las paredes, preguntas al aire el sentido de todo lo que sigue. No lo tiene.

Nadie imagina al paraíso como un lugar triste, desamparado, a donde llevas en un bolso de papel las pocas memorias que el tiempo decidió arrancar de esa otra realidad que acabas de dejar.

Nadie imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie imagina al paraíso como un lugar al que llegas cansado, donde te quitas los zapatos para siempre, y para siempre caminas descalzo, sobre un piso que se siente como suelo de luna. Pero no flotas.

Nadie imagina al paraíso como un sitio de paso; nunca un limbo, sino un rest stop donde puedes platicar toda la noche con un negro que te cuenta historias fantásticas de su pasado esclavo, allá cuando la gente cantaba sin estar encabronada, aunque sí.

Nadie imagina un paraíso como pozo sin fondo, como ruido blanco de televisor en recámara cubierta de oloroso tapiz, como esa peca que enamoradizo viste a tus ocho años de edad. El paraíso jamás podrá ser melancólico.

Nadie imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie imagina un paraíso cubierto de mobiliario de hule espuma, donde la gente bebe sin disgusto y platica de aquella política que tanto nos arruinó en vida.

Nadie pinta paraísos perdidos.

Nadie imagina paraísos hechos a la imagen y semejanza de tus más blandos sueños.

Nadie imagina un paraíso eufórico, donde el canto es grito ahogado, locura contenida, la sonrisa inerte del eternamente despierto. Nadie cree que el paraíso es para los locos. Los que hemos perdido la esperanza y decidimos escapar a un lugar mejor de la conciencia.

Nadie imagina un paraíso construido con las ruinas de nuestras guerras más épicas.

Nadie imagina paraísos transparentes. Porque en el paraíso imaginado, nadie es impune.

Nadie imagina paraísos artificiales, donde el costo de vida es sostenido por esa otra parte de la humanidad que vive en el infierno.

Nadie se imagina solo en el paraíso.

Nadie imagina un paraíso donde lo más importante es desaparecer tu conciencia, un paraíso donde dejas de ser. Esto es, de existir. Nadie imagina paraísos donde dejas de existir.

Nadie imagina un paraíso donde puedas reencontrarte con tus amigos, perdidos ellos, desaparecidos, ausentes, imaginarios, entrañables, con los que jugaste a la guerra y a la enemistad, con los que compartiste abrazos amores y bebidas. Con los que una vez abriste paso a tu propia vulnerabilidad.

Nadie imagina un paraíso donde todos dejamos de importar.


Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.








Todos queremos regresar a ese paraíso prometido.


15.12.14

2014. 






Recuperar la infancia 

Absorber el caos 

Perder la inocencia 

Derramar las lágrimas 

Negar la muerte

Desobedecer 

Arrepentirse de fingir 

Desaparecer 

Perder el sentido 

Descolocar el corazón

Verter el miedo en una fosa

Abrigarse del olvido

Acercar la memoria al fuego

Desconocer la verdad y la mentira

Tirar la salud espiritual por la borda

Cerrar las ventanas

Dejar que la lluvia corriera

Permitir heridas abiertas

Ver y dejar de ver 

Asumir el espanto como acontecimiento cotidiano

Despedir con un canto a seres queridos y míticos

No olvidar

Luchar por la permanencia del recuerdo 

Informar lo desinformado

Callar y no callar

Poetizar el descontento

Adueñarse de calles que no nos pertenecen

Soñar con el anonimato

Conspirar contra el aire

Suspirar ahogado 

Morir y vivir como si fuera la misma cosa

Como si tuvieran que ver

Como si importara

Como si importaras realmente 

En un mundo 

que ya no nos quiere. 




Creo que es momento 
de aspirar a una obediencia 
no civil.

5.12.14

The spark that bled

Luis Ongay, In perpetuo memoriam

Para Rosa
Para Ana
y para todos los amigos 
que lo tendrán siempre en sus corazones

He dedicado este día a escuchar The Soft Bulletin de Flaming Lips, una de las elegías musicales más bellas que jamás hayan existido. Pero no se trata de una elegía lúgubre, sino un canto desde la vida, un homenaje agridulce a esa realidad inamovible para todos los seres vivos: el suave, terrible y agridulce llamado a partir, a dejar este mundo. A morir. El aviso de la muerte de un ser querido, que se siente como un suave boletín, como una suave bala que entra sutilmente en tu cuerpo (The Soft Bulletin/The Soft Bullet In), como una inesperada cachetada que instantáneamente te humaniza, te hace olvidar tu ilusa ilusión de eternidad, te regresa al centro de tu corazón, a la noche silenciosa del alma. Te recuerda que nunca, nunca, nunca ganaremos esa batalla, y te recuerda que a veces la batalla nos conquista por sorpresa, nos sacude del tedio, nos golpea con tal contundencia, que no podemos más que quedarnos mudos, sin aliento, inmediatamente vacíos, a la espera de aquella felicidad que huyó aterrada a esa recámara en nuestro interior, y aunque sabemos que en algún momento volverá, en ese instante, la creemos completamente perdida.

Hoy comencé la mañana escuchando esta elegía musical, porque es de las pocas cosas que me pueden ayudar a comprender la pérdida de una persona como Luis Ongay. Para comprender desde la dulzura que a mí me reconforta, pero también desde la vitalidad que tanto lo caracterizaba a él. Luis era un torbellino que jamás cesaba de girar, una llama en constante tránsito, un irredento ser humano que corría de prisa y con los ojos abiertos, para ser amo y señor de ese mundo en donde emprendía su propia carrera. Una chispa incesante, pero en la cual pulsaba la sangre de un apasionado.

En retrospectiva, creo que entendí todo esto desde la primera vez que lo conocí.

Con una sonrisa al mismo tiempo traviesa y altanera, nunca soberbia, con un caminado seguro pero en constante búsqueda y deriva, Luis y yo nos sentamos a despotricar diplomáticamente sobre un libro que presentamos juntos en el CEART. Era sobre Tijuana, y si bien reconocíamos la cualidad del proyecto crítico y visual del libro, coincidíamos que era un recurso que debíamos estar haciendo por estos lares, en ese tierno y salvaje Mexicali que, desde ese momento, ambos coincidimos que era (y en algunos aspectos sigue siendo) un salvaje diamante en bruto. Sin decírnoslo, llegamos al acuerdo tácito de dos personas que se encuentran en un mismo sendero. De ahí comenzó una relación que fue al mismo tiempo cercana y lejana, distante e íntima, el común acuerdo no escrito entre dos personas con las mismas búsquedas.

Y desde dicha distancia, y con el paso de los años, pude conocer a una figura increíble, imprescindible, para los tiempos que hemos vivido en esta ciudad en los últimos diez años. Un punk ilustrado con agenda y locos proyectos bajo el brazo. Alguien que, como las grandes personas, es una mezcla de virtudes y atributos, que distinguen a los buenos líderes, a los buenos artistas, a los mejores creadores. Es de las personas que comenzó a pensar en grande, en un ámbito donde la mayoría sigue pensando en chiquito.

Es por eso que lo distinguían tantos matices. Era un arrebatado, un corazón silvestre y lleno de una sabiduría innata, que se comía la vida a bocanadas, un acelerado que ponía las cosas en movimiento, tomaba y asumía riesgos para dar lugar a lo que tanto nos cuesta trabajo a los demás: el cambio, la transformación, la vida de un entorno. Lo hizo desde la insistencia, la resistencia y la testarudez; lo hizo desde el teatro pánico, lo hizo desde la inserción de la danza en la vida cotidiana, desde la academia, desde los estudios culturales, desde los espacios independientes, desde los márgenes de la producción artística local, desde el desarrollo cultural de la región. Lo hacía con pasión, lo hacía con displicencia hacia aquellos que no nos poníamos las pilas, y con un sentido de colaboración siempre abierto, contestatario sin ser quejumbroso, pragmático, con una capacidad de resolución y de imaginación que, durante el tiempo que tuve oportunidad de verlo en acción, logró cosas insospechadas, sobre todo para muchos de los que tuvimos la fortuna de trabajar con y para él. Un aventado, un arrojado, impositivo y voluntarioso, que empujaba a que las cosas sucedieran como él las deseaba, porque entendía que así se tenía que hacer. Porque la opción era inconcebible: la mediocridad.

No sé ustedes, pero yo me quedé con muchos pendientes que platicar con él. Ideas compartidas, futuros proyectos, futuros encuentros y desencuentros, pasiones y encabronamientos comunes. Quedará suspendida, esa plática pendiente, pero yo encontraré la manera de hacerlo. Porque Luis siempre trabajaba desde posibilidades que muchos pensábamos imposibles, y hacía algo que pocas personas han demostrado hacer en este entorno, una virtud que yo envidio porque nunca se me ha dado y tengo mucho interés de aprender de él: Luis sabía cómo mover a la gente. En el proceso, movía la conciencia. Eso es lo que más ha hecho falta en este lugar hostil y polvoso: él llenó ese hueco de un modo inconcebible hasta ese momento. Lo hizo desde una posición de poder, y reconocía que no había de otra más que hacerlo desde ahí. Pero asumió su poder de convocatoria y su liderazgo y su capacidad de convencimiento de la manera como debe ser el ejercicio de poder: con una entrega total al trabajo, enamorando a la gente con sus ideas, e impulsándola a salir de sus zonas de confort. Con Luis, nada fue a medias tintas. Todo tenía que ser al full: el espectáculo, el evento, la música, la acción, la cantidad de cigarros, la enseñanza, la crítica, la perturbación, la provocación, la arrogancia, la necedad, la vida, la noche, el riesgo, el atrevimiento, la osadía, la sagacidad, todas estas herramientas imprescindibles para un cambio que él inició, y que nosotros estamos obligados a continuar.

Descansa en paz, Luis. Con todo respeto, y si tus seres queridos así lo desean o me lo exigen, haré todo lo que esté humildemente de mi parte para que nosotros, los que nos quedamos aquí, jamás descansemos y sigamos luchando contra el tedio. 

Brindo a tu salud durante todo el tiempo que el tiempo me permita.  

25.11.14

Carta abierta a un granadero

Sé que no tendrás oportunidad de leer esta carta. O quizás, no tengas oportunidad de leer los mensajes que, en estos momentos, miles y miles de mexicanos quisiéramos decirte; mensajes que pueden ser molestos o infames, que pueden aludir a tu figura de autoridad o que incluso puedan ser insultantes, hasta agresivos. Pero la realidad de las cosas, es que todos estos mensajes pueden resumirse en uno solo. 

Granadero: te queremos. 

No lo digo con ironía, ni con sarcasmo o desde una perspectiva absurda. Lo digo, desde las entrañas mismas, desde aquel lugar que se apachurra en mi interior cuando te veo en las pantallas golpeando gente: Te queremos, porque formas parte de esto. Creemos que estás del lado incorrecto de esto, pero efectivamente formas parte de esto. Insisto en las itálicas, porque el entrecomillado tiende a descartar y, en cambio, las itálicas ayudan a distinguirlo como algo que aun no sabemos qué es, Y es que no sabemos qué es, ni tú ni yo ni nadie de los que adentro o afuera estamos involucrados. No sabemos si es revolución o simple revolcón, si muchedumbre desesperada o simple síntoma de algo que pronto se curará con algún aliciente o entretenimiento vano. Así somos los mexicanos, sí, pero así es este mundo también.  Al parecer... not for long. 

Quiero decirte algo, con lo que seguramente estarás de acuerdo conmigo: hay muchos granaderos como tú, en este mundo, allá en las calles, que golpean sin ton ni son, y desaparecen personas como si estas nunca hubieran existido. Granaderos sin palabra ni opinión, sin voz ni voto, dirigidos por una fuerza que ni siquiera tú comprendes ni te dan oportunidad de comprender. Te han desprovisto de sensatez, de sentido común, de sensibilidad humana. Eres una máquina destinada a ajustar la maquinaria a golpes y barricadas, para que vuelva, por la sinrazón o por la fuerza, a una suerte de estabilidad. Pero todos sabemos que cualquier maquinaria tiene un punto de quiebre. Un momento en el que su capacidad para operar llega a su límite. Hay un momento en el que la máquina se vence. Y es ahí donde nos encontramos tú y yo, despojados de nuestras respectivas máscaras, de nuestros respectivos uniformes, y si bien no terminaremos en unión fraternal, por lo menos nos daremos cuenta de la pesadilla en la que nos internaron. 

Falta tiempo para que eso suceda. Entretanto, quiero reiterarte lo que te señalo al principio: te queremos. 

En toda tu brutalidad te queremos. 
En toda tu insoslayable función golpeadora te queremos. 
En toda tu capacidad para ser dominado por la irreflexión y la falta de sentido común te queremos. 
En tu enchilamiento, en el manejo enloquecido de esa adrenalina que se apodera de tu cuerpo y te impide distinguir entre buenos y malos te queremos. 
En ese posible amor a la sangre, en esa posible furia desatada con la que aporreas al ciudadano campante que quiere celebrar su capacidad para cantar el himno inocente del cambio, te queremos. 
En esa maldad inexplicable que se adueña de tu cuerpo y de tus acciones te queremos. 
En ese teatro absurdo que ayudas a construir para beneficio de los poderosos te queremos. 
En esa injusticia perpetua en la que te conduces te queremos. 
En tu imponente capacidad para amedrentar y amenazar, en tu posición de torturador verbal y físico de personas mayormente indefensas te queremos. 
En tu mirada perdida te queremos. 
En tu silencio eterno te queremos. 
En tu conciencia atribulada por las directrices de tus superiores te queremos. 
En tu locura te queremos. 
En esa infancia en la que construiste un sueño futuro que seguramente no es el que vives en estos momentos te queremos. 
En esa caricia que alguna vez recibiste de un ser querido te queremos. 
En ese coraje que corre como sangre negra por todo tu cuerpo te queremos. 
En ese mundo donde realmente quisieras estar te queremos. 
En esas injusticias que has sufrido a lo largo de tu vida te queremos. 
En esa presión de compañeros que te incitan a la violencia te queremos. 
En esa droga fuerte que probablemente circula por tus venas cuando sales a la calle a aplastar al transeúnte manifestante te queremos. 

Te queremos. ¿Y sabes por qué te queremos? Porque eres uno de nosotros. Y también estás encabronado. 

10.11.14




No podrás soñar en esa casa 
(porque las casas son para soñar) 


No podrás soñar en esa casa 
edificio construido de aire, 
muros callados
columnas mudas
espejos vacíos
candelabros apagados 
camas sin usar
marcos sin pinturas
cocinas ausentes de aroma
estudios sin libros 
chimeneas frías
salas sin ecos de risas infantiles 
edredones hechos de humo
fotos familiares de gente inventada
recámaras donde no reverbera 
ni una sola palabra

No podrás amar en esa casa
porque no hay amor
sólo hay un espectáculo 
de sonrisas siniestras
falsas 
un amor que recorre, 
impávido,
por las alfombras rojas 
de una fantasía imperial 
procesiones orquestadas 
por demonios inexplicables
y que ocultan la más grande tristeza 
la tristeza de un país en ruinas
el telón rasgado de un teatro abandonado
y que presenta la barbarie 
oculta detrás de una pantalla televisiva 
no se puede amar en una casa
que no es hogar 
y que aloja
una historia falsa de amor

No construirás nada en esa casa
ni historia 
ni futuro
ni progreso
porque esa casa está hecha de espanto
está hecha de todos los fantasmas 
que recorren tus jardines
por debajo de la superficie

abajo

donde estamos todos los demás
y donde te recordamos 
que estás completamente sola.

3.11.14

(d)escribir el silencio
(r)escribir el tiempo
(des)escribir la ruina



Mirar bajo la puerta
Evento inaugural
Escritorio de procesos. Espacio independiente.
Mexicali, Baja California
1 de noviembre de 2014

  
I.

Antes de comenzar, un largo preámbulo:

Uno de los principales desarrollos cognitivos suscitados en nuestra era ha sido el desciframiento del montaje; primero cinematográfico, luego televisivo, posteriormente haciendo metástasis en distintos formatos, medios y soportes, incluyendo algunas propuestas del arte contemporáneo. Desde el momento que los seres humanos forjamos, nutrimos y nos entendemos por medio de sintaxis audiovisuales (somos la única especie que puede hacer semejantes lecturas de la realidad), el mundo se ha vuelto cada vez más complejo y más ceñido al mismo tiempo. Somos capaces de comprender el hilo conductor que une imágenes a veces disímiles, a veces inconsecuentes, a veces extendidas por tiempos indeterminados, a veces unidas irremediablemente, a veces conectadas a la memoria, la sensación, los afectos, los objetos, prendas y paisajes que significan para nosotros. Nos dejamos aterrorizar por un reloj que marca la hora fatal, y por el close up de unos ojos temblorosos que aguardan dicha fatalidad. Analizamos en milésimas de segundo los componentes de un cuadro, lo absorbemos y nos preparamos para el siguiente, y así como la persistencia retiniana no nos permite ver las “costuras” del filme, esta sofisticada habilidad sintáctica no nos permite detenernos en el cuadro como tal, sólo lo “dejamos ser” parte del hilo del relato. Lo hacemos adormilados, “hipnotizados”, diría Buñuel; pero lo aprendimos a hacer, y sobre la marcha hemos sido alfabetizados en un nuevo modo de comprender y de extraer significados.

Creo que es la parte emocionante de nuestras lecturas del mundo; irreflexivamente, quizá, o con un grado de fascinación que nos desprende de la realidad inmediata, somos sometidos a una serie de cuadros que nos relatan una historia. Estos montajes nos guían y nos manipulan, sí, y una habilidad cognitiva como la lectura de textos (occidentalmente la mejor herramienta para forjar pensamiento crítico) se vuelve cada vez más difícil, en la medida que nuestra concentración se difumina. Pero también nos transforman, y nos han llevado a imaginarios insospechados.

No hay nada nuevo detrás de esto, ha sucedido desde el primer momento que un editor decidió unir dos cuadros, cortando una parte y uniéndola a otra completamente distinta. Lo que me extraña de todo este proceso, que sigo considerando complejo, cognitivamente, es la facilidad con la que desdeñamos estos desciframientos cuando ocurren en el mundo físico.

Sobre todo, en el contexto de una exhibición de arte.

Esto es, ¿por qué no hemos podido trasladar la experiencia de descifrar imágenes montadas y proyectadas en una pantalla, a la experiencia de descifrar imágenes que podemos ver en el espacio tridimensional? Sobre todo en el contexto de nuestras capacidades para apreciar arte contemporáneo, creo yo que ya tenemos la sofisticación cognitiva suficiente como para lograrlo.

II.

Todo esto lo digo por lo siguiente: este sábado, 1 de noviembre, se inauguró un nuevo espacio independiente en Mexicali. “Escritorio de procesos” lo bautizaron sus creadores, una casa convertida en galería-espacio-multiusos situado en el Conjunto Urbano Esperanza –cercano a la Facultad de Ciencias Humanas—que al parecer mantendrá su composición orgánica (los muros de ladrillo sin cubrir, el espacio extendido en un terreno cubierto con guijarros, la iluminación tenue, la vibra íntima) así como la finalidad de crear proyectos de arte y de otra índole, entre los miembros de la comunidad artística así como del entorno inmediato. No hay nada nuevo en ello; en los últimos años, como lo he mencionado en otras ocasiones, los espacios independientes son los sitios donde verdaderamente se encuentra la vitalidad artística y cultural de esta ciudad, un ejercicio colectivo (aunque en ocasiones sus principales gestores se topan con pared y tienen que hacer mucho del trabajo en solitario, al margen de las instituciones y los amigos), y este espacio no es la excepción. Se hace en los entrañables entornos comunitarios de Mexicali (lejos de las plazas comerciales y los residenciales privados), y sus propuestas de exhibiciones son arriesgadas, desafiantes, para un sitio sin mercado de arte definido y con un público que se sigue sintiendo neófito, y que todavía se rasca el cuero cabelludo para tratar de comprender el significado de las obras, a no decir del sentido, el “¿para qué?” y el “¿por qué es esto arte”? de las mismas.

Hago hincapié en lo anterior para regresarme al principio.

Deben estar de acuerdo conmigo cuando digo que todos, prácticamente todos, tenemos la capacidad cognitiva de “entender” una película, por más compleja o abstracta (léase “aburrida”) que sea. Hemos desarrollado esa sofisticada herramienta de descodificación. Y sin embargo, seguimos oponiendo resistencias ante una propuesta de arte que no se “comporte” bajo las líneas tradicionales de la destreza plástica y ese animalejo extraño llamado “talento”. Si no es eso entonces no es arte, pero si me dicen que es arte, entonces ya no sé.

Yo creo que sí saben.

Sí lo saben, pero en este mundo, tan proclive a la irreflexión, a evadir el silencio y la ausencia, tan dispuesto a dejarse llevar por infinidad de distractores, es mejor pasar de lado estas propuestas y lanzar proclamas que pueden ir de la culpa (“es que esto no es para mí”) al insulto (“me quieren tomar el pelo”). Sí lo saben, porque desde que los pusieron enfrente de un televisor o de una pantalla de cine, han estado de acuerdo en suspender la incredulidad y aceptar que eso que vemos en la pantalla es “cierto”.

Hago estas asociaciones, porque el detalle que más rescato de la exhibición que puede usted encontrar en este espacio, no dista mucho de gozar de esos mensajes imbricados que encontramos en los montajes cinematográficos. Para disfrutar estas obras, es necesario suspender la incredulidad que le confieren a las obras y dejarlas ser, dejarlas formar parte de un mensaje mayor. Lo que hicieron los muchachos en esta exhibición es una muestra de sutileza y de restricción, de reducir los recursos al mínimo, y de desplegar una serie de claves en el interior y los alrededores de la casa, para devolvernos a ese estado meditativo, similar al silencio que experimentamos cuando vemos una película.

Cada obra, cada espacio donde habitan estas obras, es un cuadro de montaje; es sólo cuestión de que el espectador encuentre el hilo conductor de cada “cuadro” para derivar de ahí su horizonte de experiencia. No lo obtendrá de una perspectiva que obligue a este espacio y a estos artistas a crear una obra figurativa, enmarcada y clavada en la pared. Tiene que tener ser partícipe de la sutileza, ahí donde todo, de pronto, significa “algo”.

El portal de la entrada nos hace la muy cordial invitación. Nos habla de advertir lo inadvertido, lo inerte, la ruina callada, aquel reino que se acumula en la ranura debajo de la puerta, en el doblez de la tela, en el susurro, en aquello que se escapa a la vista y la conciencia. Es una invitación a guardar silencio, para poder rescribirlo, describirlo, descubrirlo.

Luego, entras al espacio y empiezas a absorber los detalles. Detalles mínimos, trágicamente simples, puedes pasarlos de lado –como muchas cosas pasamos de lado—si no detienes tu tiempo apresurado y, con la tranquilidad de tu mirada descodificadora, comienzas a ver los signos:

Al entrar, adviertes una pequeña pantalla que transmite el video de una mano tallando dos ladrillos. Casi surreal en su naturaleza, el sonido es incesante. Luego, ver cómo en el centro de ese cuarto hay una gotera, cómo la luz tenue deja ver esta gotera en medio de ese cuarto, el agua estancada en el suelo. No hay nada más que eso.

Luego, te das cuenta que el suelo que pisas está cubierto de polvo (¿es el polvo del ladrillo?, ¿es el polvo acumulado en este lugar?), y que el polvo del lado izquierdo tiene la consistencia de la ceniza. Unas manos, o unos pies, parecen haber sido arrastrados por ese suelo cubierto de cenizas. No dejas de escuchar el tallado de los ladrillos, un ronquido incesante, la experiencia casi onírica. Entras al último cuarto. Unos ojos proyectados en la pared de ladrillo. Una película muda, como el recuerdo. Los ojos no te ven a ti. Pero sí están viendo “algo”. Ese algo, son una serie de imágenes que duran una milésima de segundo en la pantalla. Como si no existieran. Los ojos parpadean, del parpadeo se escapa una imagen: ¿recuerdos de infancia?, ¿experiencias dolorosas?, ¿felices? No se sabe. Lo único que tenemos ante nosotros son un par de ojos. A veces, al parecer (pero no es muy seguro), a los ojos les salen lágrimas.

Sales de ese cuarto y adviertes algo que habías advertido antes pero que no le diste mucha importancia. Las ventanas de cada cuarto están formadas de muchos marquitos. Cada marco, está cubierto de polvo. La sensación general de toda la experiencia, es como si estuviéramos adentro de una casa por la que acaba de atravesar una tormenta de arena. Así se siente la conciencia.

Luego sales, y descubres que en el exterior reinan los sonidos incidentales, igual de tenues, igual de sutiles, de Polo Vega, aka Trillones, que con una serie de artefactos electrónicos, construye una serie de delgados edificios sonoros. A un lado de él, en la pared lateral, una ciudad arruinada, construida a base de ladrillos y pedacería de ladrillos. Contrastan con la tenue luz que emana del techo de la casa a unos metros de distancia. Hace frío. Es el primer día de frío en Mexicali.

Alguien nos advierte que hay una obra por fuera de la casa. Está en el pasillo izquierdo, en medio de la penumbra. Un foquito ilumina débilmente una foto pegada en la pared de ladrillo; una mujer y un niño, si mal no recuerdo (no importa, la memoria es vaga cuando lo que hace es descodificar montajes) y en el suelo, un pedazo de tronco, que tiene tallada una inscripción: 






III.

En un mundo abrumado por sonidos y furias que no significan nada, creo que es importante pero arriesgado optar por el silencio. O mejor dicho, por la quietud. Lo que hicieron estos muchachos en esta exhibición (no pude identificar las cédulas, sólo sé que fue obra de Porfirio Aceves, Edna Naela Ávalos Velázquez, Héctor Bazaca, Sandra González Parra, Enrique Martínez Gutiérrez, Mario V Romero, y sí, con la colaboración de Polo Vega) fue apostar por lo inadvertido como acto de subversión.


También puede llegarse a la conclusión de que hicieron una exhibición de “no-arte” o de “anti-arte”, que sólo pusieron cosas sin ton ni son. Desde mi punto de vista, esa es la irreflexividad hablando. Es la misma que desdeña las películas “difíciles” o “demasiado artísticas” por el simple hecho de que piden un poco de paciencia al espectador, para que descifre bien los códigos, para que logre leer el sentido oculto de las cosas. Las obras en esta exhibición deben verse como parte de un sutil montaje de experiencias; cada artista contribuyó con formas mínimas que en su conjunto, aluden a una estética que poetiza la ruina y redescubre el potencial que tiene el tiempo para hacernos meditar. Cierto, no son los mejores tiempos para ir en busca de estos silencios, pero creo que son necesarios, como preámbulo de lo que estamos a punto de gritar en todo el mundo: nuestro descontento. 

29.10.14

el anarquismo no es desorden es un estado natural. es el momento preciso en el que colinda la razón humana con el organismo interno del mundo. un retorno de la especie pero fincado en aquello que sólo podemos llamar razón, imaginación y absurdo lúdico. el anarquismo no es un choque al sistema, no es un shock al sistema, no es sistema, no es un paro al sistema, no es una bota al sistema, es el susurro del viento que te recuerda que somos viento. el anarquismo no tiene ninguna relación con ningún sistema. el anarquismo son las entrañas vivas de todo aquello que nos hace vivos. el anarquismo es fluorescente, el anarquismo es un flujo de río humano, el mundo es anárquico, mas no discordante. la anarquía no es composición ni estructura, edificio ni cimiento, orden ni desorden, no tiene ni quiere ni puede tener la forma de una armonía artificial, pero sí carga consigo la melodía de los cuerpos, las estrellas y la melancolía original del ser humano que vive solo con las estrellas y sus recuerdos, pero eso no lo hace más temeroso de los demás. el anarquismo no incendia bancos sino que dibuja monitos en los billetes para intercambiarlo por el derecho a subirse a los árboles. el anarquismo considera el acto insólito de que cada uno de nosotros es un líder sin tirano, esclavo sólo de su propio miedo y de su propia historia pasada. nada más anárquico que la caricia no solicitada y que el canto sorpresivo y a todo pulmón en los pasillos de los supermercados. nada más anárquico que invitar a otro ser humano a dejar su arma, dejar sus herramientas de trabajo, dejar su pluma, dejar sus implementos de telecomunicación, dejar sus creencias, dejar sus pendientes, dejar sus antojos, dejar su pantalla predilecta, dejar su mirada deseante, dejar su fascinación inoperante, dejar todo aquello que lo define como persona, lo circunscribe en un nicho, lo cataloga en un grupo de mercado, lo identifica como inocente o culpable, víctima o víctimario, revoltoso o bienportado, nada más anárquico que pedirle recostarse en el pasto, y soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar soñar hasta que todo esto termine. 

27.10.14

43, ese número imperfecto.



Todo ser humano es una posibilidad, somos mamíferos con posibilidades ilimitadas. Sueños, los tenemos por doquier, en todo momento, y no los dominamos, y son indistintos, cuando los sueños están destinados a dibujar el trazo de nuestra felicidad.

Somos mamíferos indistintos, creo yo. Tenemos el potencial, siempre el potencial, de ser. De crear artefactos y de edificar la conciencia de los otros. De sacar frutos de la tierra y de imaginar mundos posibles. De escribir el mundo, o de trazar sus rumbos. Somos mamíferos que amamos, en silencio, o con un grito salvaje pero tierno. Somos mamíferos capaces de amar y de matar. Matamos, muchas veces, con una inconsecuencia terrible. El mayor desperdicio que ejercemos como mamíferos es el de matar a los otros por motivos innobles, cada vez más insospechados, todos ellos arbitrarios. Somos poco sistemáticos, por más aparentemente perfecta que sea esa sistematización del miedo. Somos mamíferos temerosos. Algunos no lo son tanto.

Pero hay de miedos a miedos, y hay de mamíferos a mamíferos. Hay mamíferos que son pura maldad, hay otros que son puro sueño. Hay unos que no pueden creer la pesadilla en vida que padecen, junto con otros mamíferos que buscan salir de la pesadilla, para recuperar el reino de los sueños inspiradores.

Hay mamíferos que, por miedo, deciden usurpar los sueños de los otros. Hay mamíferos que quitan rostros, que sepultan, que incineran. Hay mamíferos que hacen llorar a otros mamíferos. Hay mamíferos que no les importa si otro mamífero deja de respirar. Deja de vivir. Hay mamíferos que se dedican a clausurar las puertas de la posibilidad. Ni siquiera cierran los ojos al hacerlo. 

Y es que todos los seres humanos somos una posibilidad andando. Lo bueno y lo malo corre por nuestras venas. Somos mamíferos muertos de miedo. Más miedo se infunde cuando el miedo es impuesto por otros, mamíferos aparentemente irracionales, o que pierden la racionalidad momentáneamente, sin ser esto locura. Nuestro país es un país de locura. ¿Qué es un país en nuestra era?

Yo lo único que sé es que hay 43 mamíferos suspendidos en el aire. Flotan al interior de una nube negra, y todo el país divisa su trayecto en el cielo. 43 mamíferos que viven en un paréntesis abierto sin cierre a la vista. 43 mamíferos que son/fueron todo posibilidad. Pudieron ser cualquier cosa. Pudieron ser buenos o pudieron ser malos. No lo sabemos. Nadie puede ser un mamífero bueno por antonomasia. Nadie lo sabe. Pudieron ser mamíferos nefastos, indiferentes a las necesidades de otros, pudieron ser envidiosos, competitivos y altamente políticos. Pudieron salvar o arruinar el planeta. Repito, no lo sabemos. 

Estos mamíferos, por cierto, eran unos niños. Nuestros niños mamíferos. De modo que no sabemos qué posibilidad hubieran sido. 

Pudieron ser malos pudieron ser buenos, estos 43 mamíferos. Pudieron ser medianamente malos, cometieron esas maldades que se pasan por alto, porque no dañan a terceros (mucho). Pudieron robarle a la señora de la tiendita, pudieron haberle dado una cachetada a un niño. Pudieron pintar una pared sin permiso o pudieron opinar sobre cosas que, se dice, sólo las pueden discutir los mamíferos adultos. O quizás se peleaban feo con sus padres; pero también, es muy probable que estos mamíferos sean de esos que acostumbran abrazar felices a otros mamíferos, y de cuidar y ser misericordioso ante esos otros mamíferos con pocas oportunidades, o con los sueños mallugados por circunstancias ajenas a su naturaleza mamífera. Estos mamíferos pudieron desear y coger con otros mamíferos, de su mismo sexo o de sexo distinto, y beber de manantiales y respirar profundo en la madrugada, felices porque viven impulsados por sus sueños. Estos mamíferos, estos jóvenes, son/fueron personas, individuos, con toda la capacidad para ser lo que a ellos les viniera en gana. Uno de los grandes logros de la humanidad ha sido el de convertirnos todos en posibilidades libres. Sin embargo, no ha sido posible desde que proclamamos que era posible. Los mamíferos humanos somos bastante complicados. Pero todo es posible cuando eres esta clase de mamífero. Puedes llorar ante una puesta de sol, puedes ser misógino o abusivo en tu relación con las mujeres. Puedes tenerle miedo a las arañas o a mamíferos más grandes que tú. Puedes descarrilarte un poco y vivir consumido por las drogas y el alcohol. Puedes ser uno de esos animales tiernos y ariscos que se sientan en sillones de bibliotecas, para leer la vida que otros mamíferos han descrito en infinidad de libros. Puedes ser un mamífero al que le enseñaron a no llorar, al que obligaron sus padres a “ser hombrecito” y aguantar toda clase de vejaciones. Y las aguantas, porque reconoces que eres un mamífero lleno de sueños. Porque sabes que eres siempre posibilidad y sueño, brillo en la mirada de otro(s). Porque sabes que nadie, ningún mamífero, tiene derecho a aplastar tus sueños. Ni mucho menos los sueños de otros mamíferos, quizá más débiles que tú. 

Por regla, por naturaleza, los mamíferos somos una moneda al aire, en cuyo descenso y caída se trazan los destinos más inciertos. Despiadados y malvados, compasivos y nerviosos, débiles e imponentes, somos aquel sueño que solo se va soñando, y solo va construyendo un destino y una historia, a veces larga, a veces corta, a veces un accidente de la infancia en la memoria de aquellos que te conocieron de niño, de joven. ¿Son los 43 desaparecidos, ya, ese accidente, esa tragedia grabada en la memoria de aquellos que los conocieron?


Pudiste, puedes ser todo, mamífero. Pudiste ser bueno pudiste ser malo. Pudiste ser sueño pudiste ser pesadilla. Pudiste ser un mamífero salvador. Por lo pronto, sólo eres parte de un número imperfecto. Sólo sabemos que pudiste ser, y que no te dejaron serlo. 

5.9.14

Caer en la profundidad de las alturas:
Gustavo Cerati: in memoriam. 

El mejor arte es aquel que contribuye a la dinámica de una cultura, la modifica, la trastoca, en sus entrañas o en sus extremidades, en su diario discurrir o en los márgenes, en el mainstream o en elunderground, el que forma parte de la discusión, del idioma estético-ético, sensual y afectivo que compartimos y gozamos los seres humanos y sus comunidades, algo que rebasa la línea donde se confunde lo popular con lo populachero con el secreto a voces, y donde los artistas y sus obras logran una suerte de consagración. De ahí los elogios, las frases célebres, los rostros de artistas, escritores, músicos, celebridades, en camisetas, tasas, calcomanías, fotos de perfil, proliferando en este vasto mundo donde todo se mantiene en la superficie, pero en ocasiones, dicha superficie tiene raíces firmes al interior de la cultura.

Sin embargo, muchas veces también, como resultado de esta dinámica, este arte también produce detractores que señalan falsedades o acusan de simplismo, de plagios, mediocridades y cualquier otro elemento que se le atribuya a aquello que les gusta a muchos pero que a ti eso te genera un conflicto interno. En ese sentido, somos proclives a desdeñar lo que no nos gusta, pero en el peor de los casos –y todos somos culpables de esto, sobre todo en un mundo donde nada es sagrado y nos encanta derrocar a nuestros ídolos—lo que no nos gusta no es la canción, la obra o la escritura de X o Y persona, sino la idea que sus aficionados construyeron alrededor del creador que la produjo. Con la excepción de todo aquello que se encuentra certificado por la tradición y la historia (de Picasso a Rembrandt a Joyce a Kafka a Poe a Borges a Jimi Hendrix a Calderón de la Barca a Beethoven a Iggy Pop… you get the point), todo aquello que se pone sobre la mesa de las aficiones y obsesiones de la cultura contemporánea (alta, baja, ya no importa), es visto las mismas veces con admiración y con profundo desprecio. No pocas veces por la misma persona, lo cual habla de una suerte de esquizofrenia cultural, o de un editorialismo populachero, muy común en esta era de “democratización” de los medios.  

Personalmente, me sucede con muchos de estos artistas, una suerte de vago enamoramiento, que luego se vuelve desenamoramiento, y que luego se inclina hacia el desdén, el descrédito y finalmente la burla cínica, el chascarrillo cruel. Puedo pensar en Marina Abramovic, puedo pensar en Pink Floyd, o The Doors, puedo pensar en las películas de Jodorowsky (o de Cuarón, o de González Iñárritu), en las novelas de Bolaño, de Xavier Velasco, la poesía de Pablo Neruda/Octavio Paz (dependiendo de la latitud en la que te encuentras, por supuesto), programas como Breaking Bad o The Wire: en cuanto detectamos una reverencia ciega y unánime hacia la grandeza de estas obras y/o artistas, entra en nosotros un torrente de flujo sanguíneo venenoso, que desea escupir las más distintas clases de acusaciones y burlas, con tal de demostrar que aquello a ti no te engaña, que la grandeza o brillantez o genialidad fue algo construido por fans que se toman demasiado en serio algo que, desde tu subjetividad, no vale la pena, y que por lo tanto no eres parte de una manada, pues tu barómetro de todo aquello que sea realmente cool no será mermado por las conductas cada vez más reguladas de las multitudes, aquellas que posteamos comentarios de pésame cuando la persona muere, o comentarios en homenaje a la brillantez, la genialidad, la conmoción que una obra, una película, una canción, un libro nos produce.

Independientemente de la inclinación, no podemos negar que nos comportamos como un enorme rebaño de ciegos que socializa en una red virtual, una aldea llena de peregrinos dispuestos a poner al héroe del momento en un pedestal, o quemar en la hoguera a la víctima en turno: otakus, emos, hipsters, lectores de Coelho. La civilización ha integrado por completo a la ironía en su flujo de pensamiento.  

Es en este tipo de dinámicas donde quisiera insertar mis reflexiones en torno a la obra de Gustavo Cerati; especialmente su carrera como solista, misma que, no obstante crecí con el catálogo de Soda Stereo (imbricado en mi ADN auditivo casi al mismo nivel que el catálogo de los Beatles), considero su más valioso tesoro. Lo hago, por la siguiente razón: hay una tradición medio accidental que he mantenido en este blog, y es la de hablar sobre gente que ha fallecido, y que de alguna manera tuvo un impacto en mi vida, emocional, personal, afectivo o conflictivo. Llamémosle panegíricos, o tributos fúnebres, hay algo detrás de su escritura que, en cierta forma, te lleva a totalizar el cúmulo de una vida.

Lo hago, también, porque la música de Cerati sí me afectó de las mismas maneras como las grandes obras de los grandes artistas lo hacen: obligándote, por la fuerza de sus creaciones, a hacerlas parte de tu vida.

Algo que creo que sucedió en México con una figura como Cerati es que la hicimos nuestra. Quienes lo seguimos (ya que los que no lo siguieron bien forman parte de ese contingente que menciono arriba y que, en estos momentos, postea bromas, chascarrillos y comentarios de deshonor a la figura, y a quienes sugiero que dejen de leer este texto, ya que no es para ustedes) podemos decir que forjamos una amistad, una complicidad con esta persona que, en mayor o menor medida, no tenía ni idea de nosotros. Para él, seguramente fuimos esa bruma agradable que lo cobijaba al final de los conciertos, y que forma parte de las drogas adictivas de cualquier estrella. No obstante, nosotros sí sentíamos esa complicidad, como de amigo íntimo. Probablemente era la familiaridad de su voz, parte crooner, parte navegante melifluo, parte amante o caballero galante que susurra en barítono, o quizás fue el matiz sus melodías, la sutileza y universalidad de sus coros, los versos que se prestaban a múltiples interpretaciones. Creo que familiaridad es una palabra clave aquí. No llegábamos al grado enfermizo de decir que sus letras parecían haber sido escritas específicamente para uno, porque sabíamos que él se presentaba como un amigo compartible, alguien que formaba parte de esa comunidad de aficionados a la música pop y rock latinoamericana, que hallábamos en su voz y en sus canciones la posibilidad de que ese idioma, el de la música pop y rock, fuera también nuestro idioma, ya que, por más compenetrados que estemos con la música anglosajona, sabemos que no nos pertenece. Cerati, a la luz de sus distinguidos antecesores, particularmente Spinetta, aunque suene demasiado engranada la lectura, pudo ayudarnos a imaginarnos como latinoamericanos del mundo. (Sí, también a los que vivimos en y de la frontera). Y lo hizo como músico, no como estandarte, ni símbolo, ni icono bolivariano (gracias totales por eso). Lo hizo, reconociendo aquellos detalles que necesitaban afinarse, para que la música rock/pop latinoamericana pudiera asumir una voz propia, alejándose de la impostación de las estructuras fonéticas de la letra inglesa –lo cual produjo una horrenda serie de letras que no eran más que traducciones mal hechas del inglés al español—e identificando las maneras como las melodías base de una canción pop anglosajona podían ser más efectivas si las versificaciones aluden al juego de palabras, al “catchphrase”, a la imagen enigmática, otorgándole a sus letras una profundidad que no era necesariamente poética… pero a la vez sí. ¿Se fijan? La clave de un buen artista siempre tiene que ver con una conciencia clara sobre la ambigüedad de sentido en lo que dices, haces, pintas, escribes. Esto lo entendía perfectamente Cerati.

También, como buen artista, y especialmente como buen músico, tenía una conciencia clara del “estado del arte” de la música de su momento. Riesgosa la comparación, pero en este sentido operaba de la misma manera que Paul Mcartney. Al superar la línea que divide la imitación del robo, ambos músicos buscaban hacer suyo el lenguaje expresado por otros; más allá de un tributo u homenaje, es sólo otra manera de utilizar la inspiración. Puedo imaginar que Cerati, como buen hijo de clase media alta, tuvo la oportunidad de hacerse una buena colección discográfica, lo cual le permitió identificar los sonidos y tendencias de su momento. Esta es una práctica que nunca dejó, y puede escucharse en la evolución de sus discos, desde Soda Stereo hasta la fecha. Si a esto añadimos que era, francamente, un music geek, lo que tenemos frente a nosotros es un creador que, desde muy temprana edad, descubrió que ese sería su talento y su forma de vida. Lo mismo le pasó a Mcartney, por cierto.

¿Un detalle adicional sobre la relación entre Cerati y Mcartney? Ambos se vieron obligados a explicar los motivos que impulsaban su música: Mcartney escribió con Wings “Silly Love Songs”; Cerati escribió con Soda Stereo “De música ligera”.

De modo que se dedicó a nutrirlo. Usó los sonidos de su momento y, conforme evolucionaba su capacidad de composición y la magnitud de su sonido, las partes fueron refinándose, y la capacidad para dar el salto de la franca imitación al robo elegante (y sí, flagrante) poco a poco culminó en los últimos dos discos de Soda Stereo, y en la parte más madura de su discografía como solista, particularmente en Bocanada ySiempre es hoy.

Puedo pensar en un ejemplo que me concierne personalmente, porque siempre he sido un fan obsesivo de esta banda: puedo detectar cómo, desde el principio, Cerati escuchaba los discos de XTC. Estoy seguro que se mantuvo fiel a todas las propuestas que esta banda británica realizó durante toda su carrera; lo puedo escuchar en el frenético y torpe primer LP de Soda (muy parecido al primer LP de XTC), y culminando con un sample que extrajo de la canción Poor skeleton steps out, del disco Oranges and Lemons, y que podemos escuchar como “motif” en la canción “Raíz” del discoBocanada.

Asimismo, puedo detectar cómo, tanto velada como directamente, Cerati siempre mantuvo cierta vibra andina en sus composiciones. Advertido desde “Cuando pase el temblor”, la base de música sudamericana se mantuvo presente en sus composiciones, aun en esos momentos en los que la música se volvía más expansiva y anglosajona. Es el efecto de una serie de conciliaciones que él, como compositor, siempre buscaba en su música, un equilibrio entre vanguaria y pop, que igualmente vemos transcurrir en varias de sus etapas. Sobre todo, tenía un oído muy atento a lo que surgía de Inglaterra, así como una noción muy clara de los espacios donde normalmente tocaba esta música: arenas, estadios, espacios al aire libre. David Byrne señala en su libro How Music Works, que el contexto en el que el músico se imagina su música es determinante para su capacidad de expansión, de modo que, si sólo imaginas tu música en un club o café, la forma de tus composiciones se restringirán a esos espacios. Cerati, con Soda Stereo, creció en los espacios expansivos de los concierto masivos. De ahí que su música tuviera esa cualidad, parte magnánime, parte experimental. Y siempre bajo el éxtasis de la influencia, como diría Jonathan Lethem.Dynamo, por ejemplo, es un disco que concilia tanto el sonido expansivo deAchtung Baby como las masas de sonido que construyó Kevin Shields en el discoLoveless, de My Bloody Valentine. Ambos discos son de 1991. Dynamo es de 1992.

Pero por encima de todos estos análisis que podemos hacer en torno a la música de Cerati, una de las cosas con las que siento más apego es su capacidad de aspirar a lo sublime, esa sensación de caer al vacío, de perderse en el infinito, que siento yo es el resultado de vivir una vida tan íntima con el sonido y sus cualidades afectivas. Me queda claro que Cerati buscaba crear en el escucha una experiencia; era un esteta, y como buen esteta, le fascinaba la posibilidad de difuminar el sentido de las cosas por medio de la ambigüedad y la universalidad de sentido. Le encantaban los juegos de palabras que aludían a esa sensación: nunca tan alto caí… lo terrible del mar es morir de sed… me pondré el uniforme de piel humana… todas estas imágenes aluden a un discurso consigo mismo, como miembro de la especie humana. No como contingente cultural. Es lo que sucede cuando tratas de equilibrar el pop con la profundidad: buscas un idioma musical que puedas compartir, no desde la intransigencia (que es una parte de la historia del rock/pop) sino desde la comunión (que es otra parte de la historia del rock/pop).

Definitivamente, su música no es para cínicos.