(d)escribir el silencio
(r)escribir el tiempo
(des)escribir la ruina
Mirar
bajo la puerta
Evento inaugural
Escritorio
de procesos. Espacio independiente.
Mexicali, Baja California
1 de noviembre de 2014
I.
Antes de comenzar, un largo preámbulo:
Uno de los principales desarrollos
cognitivos suscitados en nuestra era ha sido el desciframiento del montaje;
primero cinematográfico, luego televisivo, posteriormente haciendo metástasis
en distintos formatos, medios y soportes, incluyendo algunas propuestas del
arte contemporáneo. Desde el momento que los seres humanos forjamos, nutrimos y
nos entendemos por medio de sintaxis audiovisuales (somos la única especie que
puede hacer semejantes lecturas de la realidad), el mundo se ha vuelto cada vez
más complejo y más ceñido al mismo tiempo. Somos capaces de comprender el hilo
conductor que une imágenes a veces disímiles, a veces inconsecuentes, a veces
extendidas por tiempos indeterminados, a veces unidas irremediablemente, a
veces conectadas a la memoria, la sensación, los afectos, los objetos, prendas
y paisajes que significan para nosotros. Nos dejamos aterrorizar por un reloj
que marca la hora fatal, y por el close up de unos ojos temblorosos que
aguardan dicha fatalidad. Analizamos en milésimas de segundo los componentes de
un cuadro, lo absorbemos y nos preparamos para el siguiente, y así como la
persistencia retiniana no nos permite ver las “costuras” del filme, esta
sofisticada habilidad sintáctica no nos permite detenernos en el cuadro como
tal, sólo lo “dejamos ser” parte del hilo del relato. Lo hacemos adormilados, “hipnotizados”,
diría Buñuel; pero lo aprendimos a hacer, y sobre la marcha hemos sido
alfabetizados en un nuevo modo de comprender y de extraer significados.
Creo que es la parte emocionante de
nuestras lecturas del mundo; irreflexivamente, quizá, o con un grado de
fascinación que nos desprende de la realidad inmediata, somos sometidos a una
serie de cuadros que nos relatan una historia. Estos montajes nos guían y nos
manipulan, sí, y una habilidad cognitiva como la lectura de textos (occidentalmente
la mejor herramienta para forjar pensamiento crítico) se vuelve cada vez más
difícil, en la medida que nuestra concentración se difumina. Pero también nos
transforman, y nos han llevado a imaginarios insospechados.
No hay nada nuevo detrás de esto, ha
sucedido desde el primer momento que un editor decidió unir dos cuadros,
cortando una parte y uniéndola a otra completamente distinta. Lo que me extraña
de todo este proceso, que sigo considerando complejo, cognitivamente, es la
facilidad con la que desdeñamos estos desciframientos cuando ocurren en el
mundo físico.
Sobre todo, en el contexto de una
exhibición de arte.
Esto es, ¿por qué no hemos podido trasladar
la experiencia de descifrar imágenes montadas y proyectadas en una pantalla, a
la experiencia de descifrar imágenes que podemos ver en el espacio
tridimensional? Sobre todo en el contexto de nuestras capacidades para apreciar
arte contemporáneo, creo yo que ya tenemos la sofisticación cognitiva
suficiente como para lograrlo.
II.
Todo esto lo digo por lo siguiente: este
sábado, 1 de noviembre, se inauguró un nuevo espacio independiente en Mexicali.
“Escritorio de procesos” lo bautizaron sus creadores, una casa convertida en
galería-espacio-multiusos situado en el Conjunto Urbano Esperanza –cercano a la
Facultad de Ciencias Humanas—que al parecer mantendrá su composición orgánica
(los muros de ladrillo sin cubrir, el espacio extendido en un terreno cubierto
con guijarros, la iluminación tenue, la vibra íntima) así como la finalidad de
crear proyectos de arte y de otra índole, entre los miembros de la comunidad
artística así como del entorno inmediato. No hay nada nuevo en ello; en los
últimos años, como lo he mencionado en otras ocasiones, los espacios
independientes son los sitios donde verdaderamente se encuentra la vitalidad
artística y cultural de esta ciudad, un ejercicio colectivo (aunque en
ocasiones sus principales gestores se topan con pared y tienen que hacer mucho
del trabajo en solitario, al margen de las instituciones y los amigos), y este
espacio no es la excepción. Se hace en los entrañables entornos comunitarios de
Mexicali (lejos de las plazas comerciales y los residenciales privados), y sus
propuestas de exhibiciones son arriesgadas, desafiantes, para un sitio sin
mercado de arte definido y con un público que se sigue sintiendo neófito, y que
todavía se rasca el cuero cabelludo para tratar de comprender el significado de
las obras, a no decir del sentido, el “¿para qué?” y el “¿por qué es esto arte”?
de las mismas.
Hago hincapié en lo anterior para
regresarme al principio.
Deben estar de acuerdo conmigo cuando
digo que todos, prácticamente todos, tenemos la capacidad cognitiva de “entender”
una película, por más compleja o abstracta (léase “aburrida”) que sea. Hemos desarrollado
esa sofisticada herramienta de descodificación. Y sin embargo, seguimos oponiendo
resistencias ante una propuesta de arte que no se “comporte” bajo las líneas
tradicionales de la destreza plástica y ese animalejo extraño llamado “talento”.
Si no es eso entonces no es arte, pero si me dicen que es arte, entonces ya no
sé.
Yo creo que sí saben.
Sí lo saben, pero en este mundo, tan
proclive a la irreflexión, a evadir el silencio y la ausencia, tan dispuesto a
dejarse llevar por infinidad de distractores, es mejor pasar de lado estas
propuestas y lanzar proclamas que pueden ir de la culpa (“es que esto no es
para mí”) al insulto (“me quieren tomar el pelo”). Sí lo saben, porque desde
que los pusieron enfrente de un televisor o de una pantalla de cine, han estado
de acuerdo en suspender la incredulidad y aceptar que eso que vemos en la pantalla es “cierto”.
Hago estas asociaciones, porque el
detalle que más rescato de la exhibición que puede usted encontrar en este
espacio, no dista mucho de gozar de esos mensajes imbricados que encontramos en
los montajes cinematográficos. Para disfrutar estas obras, es necesario
suspender la incredulidad que le confieren a las obras y dejarlas ser, dejarlas
formar parte de un mensaje mayor. Lo que hicieron los muchachos en esta
exhibición es una muestra de sutileza y de restricción, de reducir los recursos
al mínimo, y de desplegar una serie de claves en el interior y los alrededores
de la casa, para devolvernos a ese estado meditativo, similar al silencio que
experimentamos cuando vemos una película.
Cada obra, cada espacio donde habitan
estas obras, es un cuadro de montaje; es sólo cuestión de que el espectador
encuentre el hilo conductor de cada “cuadro” para derivar de ahí su horizonte
de experiencia. No lo obtendrá de una perspectiva que obligue a este espacio y
a estos artistas a crear una obra figurativa, enmarcada y clavada en la pared. Tiene
que tener ser partícipe de la sutileza, ahí donde todo, de pronto, significa “algo”.
El portal de la entrada nos hace la muy
cordial invitación. Nos habla de advertir lo inadvertido, lo inerte, la ruina
callada, aquel reino que se acumula en la ranura debajo de la puerta, en el
doblez de la tela, en el susurro, en aquello que se escapa a la vista y la
conciencia. Es una invitación a guardar silencio, para poder rescribirlo,
describirlo, descubrirlo.
Luego, entras al espacio y empiezas a
absorber los detalles. Detalles mínimos, trágicamente simples, puedes pasarlos
de lado –como muchas cosas pasamos de lado—si no detienes tu tiempo apresurado
y, con la tranquilidad de tu mirada descodificadora, comienzas a ver los
signos:
Al entrar, adviertes una pequeña pantalla
que transmite el video de una mano tallando dos ladrillos. Casi surreal en su
naturaleza, el sonido es incesante. Luego, ver cómo en el centro de ese cuarto
hay una gotera, cómo la luz tenue deja ver esta gotera en medio de ese cuarto,
el agua estancada en el suelo. No hay nada más que eso.
Luego, te das cuenta que el suelo que
pisas está cubierto de polvo (¿es el polvo del ladrillo?, ¿es el polvo
acumulado en este lugar?), y que el polvo del lado izquierdo tiene la
consistencia de la ceniza. Unas manos, o unos pies, parecen haber sido arrastrados
por ese suelo cubierto de cenizas. No dejas de escuchar el tallado de los
ladrillos, un ronquido incesante, la experiencia casi onírica. Entras al último
cuarto. Unos ojos proyectados en la pared de ladrillo. Una película muda, como
el recuerdo. Los ojos no te ven a ti. Pero sí están viendo “algo”. Ese algo,
son una serie de imágenes que duran una milésima de segundo en la pantalla.
Como si no existieran. Los ojos parpadean, del parpadeo se escapa una imagen:
¿recuerdos de infancia?, ¿experiencias dolorosas?, ¿felices? No se sabe. Lo
único que tenemos ante nosotros son un par de ojos. A veces, al parecer (pero
no es muy seguro), a los ojos les salen lágrimas.
Sales de ese cuarto y adviertes algo que
habías advertido antes pero que no le diste mucha importancia. Las ventanas de
cada cuarto están formadas de muchos marquitos. Cada marco, está cubierto de
polvo. La sensación general de toda la experiencia, es como si estuviéramos
adentro de una casa por la que acaba de atravesar una tormenta de arena. Así se
siente la conciencia.
Luego sales, y descubres que en el
exterior reinan los sonidos incidentales, igual de tenues, igual de sutiles, de
Polo Vega, aka Trillones, que con una serie de artefactos electrónicos,
construye una serie de delgados edificios sonoros. A un lado de él, en la pared
lateral, una ciudad arruinada, construida a base de ladrillos y pedacería de
ladrillos. Contrastan con la tenue luz que emana del techo de la casa a unos
metros de distancia. Hace frío. Es el primer día de frío en Mexicali.
Alguien nos advierte que hay una obra por
fuera de la casa. Está en el pasillo izquierdo, en medio de la penumbra. Un
foquito ilumina débilmente una foto pegada en la pared de ladrillo; una mujer y
un niño, si mal no recuerdo (no importa, la memoria es vaga cuando lo que hace
es descodificar montajes) y en el suelo, un pedazo de tronco, que tiene tallada
una inscripción:
III.
En un mundo abrumado por sonidos y furias
que no significan nada, creo que es importante pero arriesgado optar por el
silencio. O mejor dicho, por la quietud. Lo que hicieron estos muchachos en
esta exhibición (no pude identificar las cédulas, sólo sé que fue obra de
Porfirio Aceves, Edna Naela Ávalos Velázquez, Héctor Bazaca, Sandra González
Parra, Enrique Martínez Gutiérrez, Mario V Romero, y sí, con la colaboración de
Polo Vega) fue apostar por lo inadvertido como acto de subversión.
También puede llegarse a la conclusión de
que hicieron una exhibición de “no-arte” o de “anti-arte”, que sólo pusieron
cosas sin ton ni son. Desde mi punto de vista, esa es la irreflexividad
hablando. Es la misma que desdeña las películas “difíciles” o “demasiado
artísticas” por el simple hecho de que piden un poco de paciencia al
espectador, para que descifre bien los códigos, para que logre leer el sentido
oculto de las cosas. Las obras en esta exhibición deben verse como parte de un
sutil montaje de experiencias; cada artista contribuyó con formas mínimas que
en su conjunto, aluden a una estética que poetiza la ruina y redescubre el
potencial que tiene el tiempo para hacernos meditar. Cierto, no son los mejores
tiempos para ir en busca de estos silencios, pero creo que son necesarios, como
preámbulo de lo que estamos a punto de gritar en todo el mundo: nuestro
descontento.
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