El mito es la parte escondida de toda historia, la parte enterrada, la región que sigue inexplorada porque hasta el momento no hay palabras que nos ayuden a llegar ahí. La voz del narrador en las diarias asambleas tribales no es suficiente para relatar el mito. Uno necesita tiempos y lugares especiales, encuentros exclusivos; las palabras por sí solas no son suficientes, y necesitamos toda una serie de signos con muchos significados, lo cual equivale a un rito. El mito es nutrido por el silencio así como por las palabras. Un mito silencioso hace sentir su presencia en la narrativa secular y en las palabras cotidianas; es un vacío de lenguaje que jala a las palabras hacia su vórtice y le concede forma a una fábula…
Para regresar al narrador de la tribu, éste continúa imperturbable en sus permutaciones de jaguares hasta que llega el momento cuando uno de sus inocentes relatos explota en una terrible reverberación: un mito, el cual debe recitarse en secreto, y en un lugar secreto…
El mito tiende a cristalizarse instantáneamente, a caer en una serie de patrones, a pasar de la fase de elaboración del mito hacia el ritual, y por lo tanto, fuera de las manos del narrador, recayendo en las de las instituciones responsables de la preservación y celebración de mitos. El sistema tribal de signos se construye en relación con el mito; cierto número de signos se vuelven tabú, y el narrador “secular” no puede usarlos directamente. Comienza a formar círculos alrededor de éstos, inventando nuevos desarrollos de composición, hasta que en el curso de su labor metodológica y objetiva le surge repentinamente otro chispazo de iluminación del inconsciente y de lo prohibido. Y esto obliga a la tribu a cambiar sus conjuntos de signos nuevamente.
Italo Calvino, "Acerca del mito"