La iconoclasia
de Blu y el fin del siglo de Dada
Franco
Berardi Bifo
y
Marco Magagnoli
El
26 de noviembre de 2016, en el cuarenta aniversario del lanzamiento de “Anarchy
in the UK” de los Sex Pistols, Joe Corré quemará su colección de memorabilia
punk, valuada en 5 millones de Libras. Este gesto del hijo de Malcolm McLaren y
Vivien Westwood –dos iconos de la primera ola del punk—es una respuesta a Punk London, una larga lista de
conciertos, películas, pláticas y exhibiciones que durante todo el año se
organizarán por el comité de turismo británico. Como Corré explicó a la revista
New Musical Express:
Hablas con la gente sobre este tema y es casi como el Antiques Roadshow. “Cómo deseo haber
guardado esos pantalones de “bondage”, valerían una fortuna ahora”. ¿Qué tiene
que ver eso con todo? Es por eso que lo encuentro apropiado [quemar la
colección], para decir que el punk rock está extinto. De otra forma, todo
terminará en una tienda de turistas, en una vitrina, como el Hard Rock Café o algo
por el estilo, y venderán tazas de “God Save the Queen” con un seguro en su
nariz en el Palacio de Buckingham... Ver que las ideas punk sean apropiadas por
el establishment... el punk rock nunca fue eso... El punto es que nosotros no
rezamos bajo ese altar, no rezamos bajo el altar del dinero.
Como inspiración para su propia conflagración,
Corré cita cita la decisión de la banda The KLF de quemar un millón de libras
esterlinas en 1992, como lo documenta la película Watch The K Foundation Burn a Million Quid. Sin embargo, la hoguera
de bienes punk-históricos en noviembre no sólo será una negación al valor;
también será una destrucción de artefactos, y para Corré, una cierta borradura
del ser. Blu, un artista callejero, realizó recientemente un gesto similar de
iconoclasia consistente, a novecientas millas de distancia, en Bolonia, una
ciudad muy distinta a Londres.
Londres es una enorme metrópolis; Bolonia es una
ciudad pequeña. Londres es frenéticamente movida; Bolonia es más aletargada.
London es gigantesca y neuropática; Bolonia está más contaminada pero menos
monstruosa. Hubo un momento, sin embargo, cuando Bolonia y Londres jugaron un
rol similar en el zeitgeist. Esto fue
en 1977, cuando dos insurrecciones similares pero contrastantes ocurrieron en
las dos ciudades, abriendo paso a una nueva imaginación del futuro. La
insurrección punk estaba ataviada predominantemente de negro, mientras que la
insurrección autónoma de Bolonia fue muy colorida; pero los insurgentes fueron
parte de la misma vida precaria. Los punks de Londres gritaron No future! Mientras que los autonomistas
de Bolonia gritaron ¡El futuro es ahora!
Bolonia es una ciudad
interesante. A finales de la Edad Media, los clerici vagantes (artistas vagabundos) del sur y del norte se
reunían ahí, y fundaron lo que se dice haber sido la primera universidad del
mundo moderno, la Universidad de Bolonia.
Durante generaciones,
nuevas olas de científicos y artistas, poetas y rebeldes sociales caminaron por
las calles de Bolonia: han sido una minoría nómada en una ciudad donde la
mayoría de la población estaba ocupada con el comercio y la industria.
Con el paso de los
siglos, las autoridades locales habían lidiado de distintas maneras con esta
minoría intelectual nómada. Muchas veces trataron de reprimir, marginar y a
veces expulsar a estos innovadores –estos enemigos del orden establecido. En
otros momentos, la burguesía local ha tratado de tomar ventaja de la ebullición
y creatividad de los forajidos nómadas.
Pero la riqueza de la
ciudad descansa en el cerebro nómada que se reúne y dispersa, dejando rastros
de su paso: obras de arte, invenciones, innovaciones técnicas y políticas. Así
sucede que en ciertos periodos la ciudad es bulliciosa e inventiva. En otros
periodos, sin embargo, la genialidad nómada se desvanece, y carniceros,
burócratas y banqueros ocupan toda la escena, explotando los productos de los
innovadores nómadas y transformando la obra en dinero, la creación en valor, y
el arte en el Museo.
A finales del siglo
XX, una ola de descontento cultural y rebelión política sacudió a Bolonia:
poetas y activistas y experimentadores tecnológicos revivieron la vanguardia de
principios del siglo, mezclándolo con una autonomía social de imaginación
renovadora. El Dadaísmo tuvo una presencia en las calles de Bolonia en los 70,
cuando miles de estudiantes, jóvenes trabajadores y mujeres decidieron rechazar
su destino de explotación y tristeza, y trataron de transformar la vida diaria en
una obra de arte.
El Mao-Dadaísmo
detonó en los 70 como una broma doblemente irónica. Fue una manera de declarar
que el Maoísmo y todo el legado Comunista del siglo XX fue un chistoso
remanente de una época que se desvanecía. Pero también fue una manera de casar
el hilo trágico de la revolución Comunista con el hilo enloquecido de la
ambigüedad de las artes. La irónica rebelión Mao-Dadaísta explotó en 1977:
durante tres días, los tanques policíacos trataron de deshacerse de los miles
de jóvenes rebeldes de la plaza universitaria en Bolonia. Al final lo lograron,
después de matar a un estudiante, arrestando a más de trescientas personas,
clausurando la estación de radio que promulgaba la esquizo-utópica
transformación artística de la vida diaria.
Esta fue la última
insurgencia proletaria del siglo Comunista, pero fue simultáneamente la primera
insurrección del cognitariado precario, basándose en la intuición de que la
imaginación moderna del futuro se disolvía.
La separación del
arte y la vida diaria era enemiga de los rebeldes Mao-Dadas. A nosotros –porque
fui uno de ellos—no nos importaba mucho
la política, los gobiernos y el poder. Nuestra misión fue la de romper la separación
entre el arte y la vida, bajo el espíritu de Tristan Tzara, el poeta
franco-rumano que luego fue acusado de ser proveedor de odaliscas, narcóticos y
literatura escandalosa. En la primavera de 1916, mientras la guerra azotaba a
toda Europa, Tzara lanzó el Proyecto Dada en el Cabaret Voltaire: “Abolir el
arte, abolir la vida cotidiana, abolir la separación entre el arte y la vida
cotidiana.”
Lenin estaba sentado
en alguna parte de ese cabaret, bebiendo té o vodka; no recuerdo bien cuál de
los dos. ¿Cuál sería la historia del siglo si el poeta y el comunista se
hubieran vuelto amigos y compartieran un estilo irónico en común? ¿Hubiera sido
más ligero el siglo? Quizás. La ironía Dadaísta pudo haber sido un antídoto
útil para la severidad bolchevique.
Por lo menos retóricamente, los dos compartían un
apego a la inmanencia, o por lo menos una sospecha hacia las formas
tradicionales de representación. Un año después, al escribir Estado y Revolución, Lenin usó un
lenguaje no muy distinto del de Tzara, ya que insistía en “el destrozo, la destrucción” del
parlamentarismo burgués, el que separaba la vida cotidiana de lo que decía
representar.
“No podemos imaginar
a la democracia, incluso la democracia del proletariado, sin instituciones
representativas, pero podemos y debemos imaginar la democracia sin el
parlamentarismo”, escribió Lenin. Dicha visión de la democracia comparte con el
Cabaret Voltaire el rechazo de la separación, así como la destrucción de la
distinción entre público y ejecutante, sea que fuera entendido como
espectador/artista o ciudadano/representante.
La distinción entre
las vanguardias de Dada y Leninista se encuentran no en la meta sino en el
método –en la diferencia, finalmente, entre un cabaret amateur y un partido de
vanguardia de revolucionarios profesionales. En el primer caso, es el espacio
de arte como un ámbito profesional distintivo, el cual es invadido por las fuerzas
inexpertas de la vida cotidiana. En el segundo, es el espacio de la vida
cotidiana que es ocupada por los imperativos del revolucionario profesional. La
frase de Lenin, “Todo al interior del partido, nada por fuera”, es el gesto
Dada a la inversa. En vez de dejar que la vida cotidiana entrara al teatro para
aplastar la división entre audiencia y artista, el partido de vanguardia se
expande hacia fuera, para incluir a la audiencia entre sus adeptos.
Ambas teorías buscan
la destrucción de la distinción entre profesional/amateur, pero la estrategia
Dada persigue esta meta celebrando el amateurismo y efectuando una cierta ausencia de clases, mientras que el
Leninismo busca el triunfo del revolucionario profesional.
Naturalmente, las
clases precarias que componían a los Mao-Dadaístas de 1977 trataron de cambiar
el curso de la historia, regresando a la inmanente coparticipación del arte y
la vida cotidiana prometida por Dada. Pero esto requirió actuar autónomamente del liderazgo del Partido
Comunista, cuya existencia como vanguardia institucionalizada y profesional lo
colocaba en conflicto con un movimiento de los precarios que eran, como Dada,
alineados hacia el profesionalismo como la fuerza que separaba al arte de la
vida. Pero era demasiado tarde, ya que el planeta en aquellos años ya se estaba
quedando sin futuro.
A comienzos del siglo
XXI, cuando la tormenta del 77 ya no era más que un vago recuerdo, Blu vino a
Bolonia como artista nómada. Entró al Museo de Historia Natural y vio esos
peces prehistóricos de dientes enormes y escamas reptileanas. Asistió a
reuniones anarquistas en ockupas como XM24. En la noche pintó en las paredes de
edificios suburbanos, fábricas abandonadas, fantasmas del capitalismo
industrial extinguido. Las pinturas estaban llenas de animales primitivos y
agresivos y de guerreros del periodo tardío moderno, así como moradores
viviendo en cavidades sin luna. En las paredes de viviendas derruidas pintó
rascacielos y ejércitos con sus tanques amenazadores, elefantes temerosos y
tortugas agresivas.
En los últimos diez
años, Blu ha pintado graffitti en los muros de Berlín, Los Angeles y Roma, pero
en Bolonia sus pinturas son visibles en tantos lugares que su estilo marca el
paisaje urbano.
Sin embargo, la vida
en la ciudad de Bolonia no es fácil para personas como Blu. Las autoriades
locales y el racista periódico local Il
Resto del Carlino han denunciado en repetidas ocasiones a los artistas
callejeros como vándalos, subersivos y aliados de los ocupantes ilegales
anarco-autónomos. Una y otra vez, escuadrones de limpiadores han caminado por
la ciudad para borrar el graffitti en las paredes.
Luego, finalmente algo pasó; ahora todas las piezas de Blu en Bolonia se han ido. Han sido cubiertas con pintura gris. No por un acto de represión, sino por un acto de auto-borrado por parte del mismo artista.
En la noche del 11 de marzo, en el trigésimo noveno
aniversario de los disturbios masivos que siguieron al asesinato del estudiante
Franceso Lorusso por parte de la policía, Blu, asistido por un grupo de
activistas, cubrieron sus obras con pintura gris.
¿Por qué lo hizo?
Una semana después,
el 18 de marzo, una exhibición titulada “Street Art: Banksy & Co” estaba
programada para inaugurarse. La exhibición fue organizada por la Fondazione
Carisbo, una fundación propiedad de un banco local, cuyo presidente es Fabio
Roversi Monaco, el anterior Rector de la Universidad de Bolonia, así como el
anterior presidente de BolognaFiere, una asociación pública-privada que
organiza exhibiciones. En Bolonia, el nombre de Roversi Monaco evoca poder,
dinero y bancos. Se esperaba que la exhibición mostrara obras de arte borradas
de las paredes, con la declarada intención de “salvarlas de la demolición y
preservarlas de las lesiones generadas por el tiempo”, lo que quiere decir
convertirlas en piezas de museo, transformándolas eventualmente en valor.
La situación tipifica
perfectamente la vieja historia de separar el arte de la vida cotidiana, de la
museificación del arte separado de la vida.
Después de su acción
de auto-borrado, Blu escribió en su blog:
Tras haber
denunciado y criminalizado el graffitti como vandalismo, tras haber oprimido a
la cultura juvenil que los creó, tras haber evacuado los lugares que
funcionaban como laboratorios para estos artistas, ahora los poderes
establecidos de Bolonia se postulan como los salvadores el arte callejero.
Los artistas callejeros han sido repetidamente denunciados y arrestados
en Bolonia. Dos de ellos han sido encarcelados, y muchos más han recibido
multas. Recientemente, el alcalde de Bolonia dio la bienvenida en la casa del
ayuntamiento, a una delegación de voluntarios que formaron parte de un proyecto
de “no-tags” de limpieza en contra del “vandalismo gráfico”, organizado por el
gobierno de Bolonia. La municipalidad incluso le paga a los dueños de edificios
que quitan el graffitti de las paredes de sus propiedades.
Luego llega el museo al rescate de lo que queda del arte callejero, con
el banco apoyando la expropiación.
¿Es legal el acto de expropiación de Roversi Monaco? Él sostiene que sí:
“Le pedimos permiso a los dueños legítimos de los edificios abandonados en
donde estaban estos murales”.
Pero Roversi Monaco también aceptó: “El artista sigue siendo el autor,
pero el dueño es cualquiera que sea propietario del edificio”.
Fue así como Blu decidió no formar parte de la exhibición.
La acción de Blu fue realizada casi exactamente cien años después del
nacimiento de Dada, de modo que lo leo como el auto-borrado final de la
vanguardia histórica. El antiguo intento por traducir el arte en la vida y de
transformar el arte en vida, ha terminado. Fue un proyecto ambiguo, peligroso.
La voluntad para que exista un cruce que contamine los caminos del arte y la
vida produjo efectos contradictorios en todo lo largo del siglo pasado. Impulsó
incontables insurrecciones colectivas e individuales que recorrieron la existencia
de millones de cuerpos rebeldes, millones de trabajadores que se negaron a
trabajar. Pero también nutrió a la publicidad, el incesante flujo de
contaminación semiótica en la infoósfera. La innovación estética y el mercado
han jugado un juego de saqueo recíproco, con el Museo y el Banco-Museo
devorándose a la vida y transformándola en abstracción.
El acto de Blu es una suerte de auto-eliminación de un siglo dinámico,
mientras el mundo se sumerge en la locura. No es el museo sino la pared gris la
que reactivará la imaginación deprimida de nuestros tiempos. Una pared gris,
como una hoguera, es un sacrificio que deja tras de sí una sugerencia: no
continúes con el juego, comienza uno nuevo. No construyas sobre las ruinas de
los “valores” modernos del pasado. Abandona las ilusiones, prepárate para la
tormenta perfecta. Y en la tormenta –si me permiten concluir con Bob
Marley—emancípate del esclavismo mental, nadie más que tú mismo puede liberar
su mente.
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© 2016 e-flux and the author
[Libre traducción: Alejandro
Espinoza]
Franco
Berardi, también conocido como “Bifo”, fundador de la famosa aka “Bifo,” Radio
Alice en Bolonia y una figura importante del movimiento italiano Autonomia, es
escritor, teórico de los medios y activista de medios. Su libro más reciente
es And:
Phenomenology of the End(Semiotext(e), 2015).
Marco
Magagnoli es
presidente de la Asociación Cultural Menomale, dedicada a la teoría y tecnología
de los medios inmersivos. Es coautor de System Error (Feltrinelli, 2002) y el creador de
The Look of Life, una página web de video para personas que viven en contextos
de aislamiento.
Título original: Blu’s
Iconoclasm and the End of the Dada Century.
http://www.e-flux.com/journal/blus-iconoclasm-and-the-end-of-the-dada-century/