7.9.15

Migraciones  

La historia de nuestra era es la historia de las migraciones. Antes los seres humanos nos manteníamos circunscritos al horizonte que pudiera ver nuestra mirada en lontananza, sin la menor sospecha de lo que ocurría en otras latitudes, salvo lo que disponían la aventura, la fantasía y los relatos de viaje. Los libros eran los únicoqs que nos permitían migrar a otras partes. Antes viajábamos a través de los libros. La Mancha, Katmandú, el Nilo, Shangai y el Continente Oscuro eran sitios descubiertos en medio del desvelo, una mirada lectora que sólo podía soñar con la posibilidad de vivir en carne propia las pulsaciones e imaginarios de esas geografías. Pero luego las vicisitudes de la historia, y ese relato creciente de pueblos que salen desterrados de sus orígenes, los impulsaron a habitar otros espacios. Pasamos del caminar al andar a caballo, a la diligencia a la navegación al ferrocarril al vuelo continental a las carreteras físicas, convertidas hoy en día en carreteras del universo virtual, ahí donde vemos todos los días el grado cero de los procesos migratorios. Las distancias se hicieron cortas y las maneras como podemos compartir las delicias e imaginaciones de otros espacios, se volvieron cada vez más inmediatas, más extendidas, menos alojadas en la imaginación de quien posiblemente escribiera la crónica de un sitio desconocido.

Las vicisitudes de la historia trazaron diásporas perpetuas, que surgieron como una especie de sabia y trágica naturaleza humana, abriéndose paso por otros mundos, otras realidades, sometidos a constantes procesos de adaptación y supervivencia. No somos distintos a distintas clases de aves, a distintas clases de insectos, de plagas, de virus y enfermedades, a distintas clases de especias (canela, sal, pimienta, paprika) que deambulan por los territorios de este mundo en busca de sustento, alejándose de inminencias climáticas o de acechos constantes, muchas veces perpetrados por los mismos organismos migratorios. La historia de nuestra era es la historia de constantes migraciones hacia lo desconocido, hacia la promesa, hacia el encuentro con el otro que es hostil, el otro que es otra cosa, el otro que es abrazo o rechazo. Es la más intensa muestra de amor humano a la que se ha enfrentado la civilización moderna, y por eso, también es la muestra de intolerancia más feroz que la humanidad haya experimentado. El amor puro, el fraternal, resguarda a su vez el más intenso de los odios, el odio hacia lo que no se quiere compartir: el aire, la tierra, el agua y el fuego. 

La historia de las migraciones no se detiene en el simple traslado de cuerpos de un territorio a otro. Con ello vienen otras clases de migraciones. Creo que la humanidad nunca había vivido una experiencia tan rica y a la vez tan compleja. Ya que junto a nuestros cuerpos migran hábitos y costumbres, aromas e idiomas, recetas de cocina y modos de aprovecharse de las circunstancias. Con nuestros cuerpos migran las distintas formas de declararse amor, así como las distintas formas de manifestar el odio y la discrepancia con las “otras formas de convivencia”.

Han migrado nuevas formas musicales y nuevas formas de matar ganado, han migrado miles y miles de maneras de usar la harina, de manipular el grano, de colorear un libro con crayolas y de colorear los ingredientes de una botana para los viernes por la noche. Han migrado clases de chocolates de todos los rincones y de todas las dulzuras, migran distintas formas de decorar el porche de tu casa. Migran las historias de abuelos que se mezclan con las historias de abuelos de las tierras a donde migran los cuerpos. Migra el licor y migran las canciones de los trabajadores. Migran las distintas formas de melancolía. La melancolía es el canto migrante eterno de los que ven su pasado a pérdida, a la distancia, lejos de esas calles y esos semáforos que dirigen el tráfico de una ciudad desconocida para sus ojos. Migran las formas de la democracia y el totalitarismo, las formas de creer y crear una religión y de destruir las creencias y creaciones de otras religiones. Migran también los colores de las telas, migran los bailes y los ritos funerarios, migran los postres y las discusiones de café. Han migrado los zapatos, los pantalones, las camisas y los sombreros de toda clase de países. Han migrado distintas maneras de higiene personal. Ha migrado también el modo como nos enfrentamos a la tecnología, intercambiamos y mezclamos las maneras como un avance es absorbido y aplicado por otra cultura. Han migrado las uvas que inventan y reinventan los sabores del vino, así como las formas de narrar la injusticia, el deseo, la intolerancia y la pesadumbre de la vida, desde las miradas y las palabras de personas insertas en el recuerdo de sus lugares de origen. Migran y se comparten todas las maneras posibles de decirle chinga tu madre a los regímenes que nos gobiernan. Migran las formas de representar al cuerpo, de entender la desnudez y la belleza, migran las distintas maneras de decir “yo”, y las distintas maneras de hacer bailar a ese yo. Migran nuestras miradas de un país a otros, de una naturaleza a otra, de una barbaridad a otra, con el simple movimiento inquieto de nuestros cursores.


Migran los perfumes y los aceites, migran las drogas y los tintes de cabello, las perforaciones en el cuerpo, migran las dietas de un territorio a otro, migran cuerpos amorosos y adoloridos por el trabajo y la esclavización. Ya no hacemos café: hacemos capuccinos, espressos, lattes, cortados, americanos, turcos, griegos, de olla y de calcetín. Hacemos burritos, hamburguesas, pitas y hot dogs en la misma fiesta. Tomamos ambers, lights, IPA’s, stouts y Irish Reds como si todas estas confecciones se hubieran inventado en una misma época y lugar. Han migrado todas las clases de salsas y aderezos que ni siquiera pudiera imaginar el más fastuoso de los Reyes de la gran (y ahora decadente) Europa. Migran las perversiones sexuales y los deseos frustrados. Migran toda clase de jugadas fubtolísticas, exportadas e importadas a las estrategias de juego de todos los países que celebran la fiesta del fútbol. Migran hoy en día más poemas de los que jamás habían migrado antes en la historia de la humanidad. Migran los árboles, migran las flores que brotan en espacios antes insospechados. Migran las distintas maneras de describir las estrellas. Migramos todos, en silencio, hacia todos los rincones de este planeta. Migran hombres y migran mujeres, migran niños que se convierten en hombres y niñas que se convierten en princesas de castillos hechos con la arena de mil desiertos. Migra la maldad y migra la corrupción. Migra la impunidad y la muerte injusta. Migran cuerpos que no llegan a ese destino que de todos modos era incierto. Migra toda clase de tatuajes, plataformas políticas y modos de dibujar un mapa en la palma de tu mano. Migran las groserías y los distintos modos de llamarle pollo al pollo, carne a la carne y lechuga a la lechuga. Migramos como pájaros sin rumbo, parvadas temerosas que llegan hambrientos a las líneas fronterizas. Migran las lágrimas y migra el sentimiento de ahogo. Migran las nubes de lluvias ácidas que reposan en sitios desconocidos. Migran los nombres de otros objetos, otras comidas, otros platos, otros programas de televisión, otras maneras de disfrutar un guapango o un buen tablao flamenco. Migramos tú, yo, él, ella, ellos, ustedes y nosotros. llevamos en nuestras vasijas las voces de una tierra que una vez fue la promesa de una vida plena. Migran cientos de millones de miradas que, siglos y siglos antes, solían quedarse sujetas a sus propias tierras, a sus propios dioses, a sus propios sueños. Migran estos cientos de millones de personas, con los ojos cerrados, con la esperanza de que, al abrirlos, la pesadilla haya terminado.