29.1.07

Mexicali es una ciudad bonita. No. No es cierto. Pero no es fea. Creo que es una cuestión de personalidad. Aunque hace unos días me señalaron que, más bien, se trata de una cuestión de pasión.
Las historias --y las creaciones en general-- que se inventan en la realidad de una ciudad más. . .glamorosa?, tienden a ser tan de facto posibles que no dejan lugar a la invención. Y creo que Mexicali, en ausencia de una realidad dramática que surja de los mismos vericuetos citadinos (esa mancha microchípica que podemos vislumbrar cuando descendemos la rumorosa de noche) puede darse el lujo de dichas invenciones. Pero falta la pasión. Quizás.
Todo queda demasiado abierto a especulación y a direcciones que cada quien decide tomar. Es parte de nuestra naturaleza: vivimos en el desierto, en una gran expansión que (supuestamente) debe otorgarnos una visión extendida y abierta a posibilidades. Todos los caminos dirigen a estas expansiones de tierra, a estas expansiones de ideas.
Mexicali no es una ciudad bonita pero tampoco es una ciudad fea.
Tijuana es una ciudad fea. Derrocha personalidad, por supuesto, y es una ciudad increíble por sus contrastes, pero para nosotros, Tijuana es como el primo de otra ciudad, el que viene de visita con todo su glamour, que nos habla con frecuencia del glamour que encuentra en otra parte (la vida SIEMPRE está en otra parte, aquí en Mexicali) y que termina señalándonos la frecuente abulia en la que nos mantenemos los mexicalenses. Pero todos debemos admitir que Tijuana es fea. Es evidente, que la fealdad es mucho mejor que la falta de personalidad. La tradicional comparación entre las dos ciudades, más que obligada, me salió por impulso reflexivo. Pero debo recordarme que estaba queriendo decir algo acerca de la pasión.
Nadie grita en Mexicali. O por lo menos, nadie lo hace a destiempo. Esto es, nadie grita cuando no debe. Pocos gritamos en los bancos, por ejemplo. O en el pasillo de las galletas en alguno de los tantos OXXOs de la ciudad. También se tiene la opción de bailar por dichos pasillos, o de maravillarse con la cantidad de sucrosa a su alrededor. Y si se fijan, los niños tampoco lo hacen. Me refiero a gritar o bailar en los OXXOs. Ni siquiera cuando no les compras sus galletas de bombones.
¿Se nace con pasión? No necesariamente. Creo que la pasión nace cuando tomamos demasiado en serio los juegos. Recuerdo que Dick Higgins mencionaba, en uno de tantos textos sobre fluxus, que el problema del juego en los adultos es que creemos que no son serios. Sin embargo, cualquiera de nosotros puede recordar la seriedad con la que emprendíamos los juegos de niños, el enojo que nos producía alguien que no siguiera las reglas, o que tratara de evadirlas para su beneficio, por ende quitándole "el chiste" al juego.
Todos los juegos emiten pasión en sus acciones. Probablemente, a los mexicalenses nos falta jugar. Incluso, jugar con la realidad misma que nos tocó vivir. Y claro, no confundir el juego con la catarsis. No se trata de romper con las inhibiciones un fin de semana, que de esas hipocresías ya estuvo bueno. Ni tampoco de que las superficies de nuestra orbe se conviertan en sitios de denuncia, que de pronto pareceríamos de esos vaguitos profetas que deambulan por las calles de Los Angeles, anunciando el fin del mundo. Son ridículos esos carteles que pusieron frente al edificio del ayuntamiento, recordándole a nuestro nuevo presidente que él firmó un acuerdo para bajar las tarifas eléctricas. Esas son las acciones de una típica visión clasemediera mexicalense. Y los clasemedieros derrochan mediocridad en las mismas cantidades que derrochan su falta de pasión.
La realidad de Mexicali se resume en unas cuantas líneas, mismas que no pienso escribir porque no soy del tipo que escribe sólo unas líneas. Creo que llegué a un punto en mi vida en la cual no puedo hacer de lado la pasión. No puedo estar pensando en la vida lineal de los que trabajan y llegan a sus simulaciones de hogares (URBI es el gran simulador de nuestra ciudad: la idea de la casa de los sueños como idea de la casa de los sueños) sin estar pensando en los detalles que se asoman a cada segundo, en cada rincón: chanates sobrevolando los yucatecos en el Boulevard Lázaro Cárdenas a las cuatro y media de la tarde, la lentitud de los movimientos (gente que sale de un antro, carros saliendo de los estacionamientos) a las dos de la madrugada, cuando está cayendo una suave neblina, la búsqueda de pensamientos completamente alejados de la muerte cuando se está en medio del desierto, una taquería sin gente, el taquero oficiosamente cortando trocitos de carne asada hace un par de horas, de pronto una humareda blanca que surge de la tierra a distancia y que me gusta imaginar como una rigurosa fabricación de nubes. O cuando vemos a una niña o un niño, serenos frente a la estantería de una supertienda de supercadena multinacional, escogiendo productos basándose en los patrones de colores o las sonrisas de las modelos, sonrisas que quiere identificar como propias, como si el niño o niña en el paquete fuera su amigo(a). O cuando podemos imaginar que, a las cinco de la tarde, cuando comienza a oscurecer y todos los autos comienzan a encender sus luces, que en realidad se trata de una manera muy poética de manifestarse en contra de las tarifas de luz eléctrica: saliendo a las calles cuando comienza la noche, y encender las luces de tu auto, paseando por los vericuetos cuadriláteros de la mancha urbana, felices en la procesión de luces que otorgamos al viajero que desciende la rumorosa y nos observa como si fuéramos un microchip,
Con la autoconciencia viene la pasión, quizás. Creo que es hora que comencemos a criticarnos severamente, y dejar de reír la risa del cínico y revelar la búsqueda del idealista.
Y todo, por esta simple razón: nunca vamos a ser "especiales." Y la vida nos ocurre en cada sitio donde podamos posar la mirada. En todas partes ocurre, menos en los rostros de los mexicalenses. Estos rostros piensan en todo, menos en la pasión.