12.2.15

Algunas consideraciones vitales para las artes del futuro inmediato
(notas infames que se sueñan como una posteridad imposible)

El futuro es uno de nuestros más grandes espejismos, una entidad de tiempo que sólo permanece en la medida que nos acercamos a la desilusión de ver cómo nuestras proyecciones no se alinearon a la realidad. Por otro lado, futurizar se ha convertido en pecado, en un mundo de presentes perpetuos, donde la medición de nuestras vidas ha adquirido una dimensión casi, casi, “extrapoética”. Cada paso cada vistazo que le echamos al mundo, constantemente nos avisa que eso ya ha sido visto, vivido, tocado, experimentado. La novedad, la originalidad, por mucho tiempo tiranas del tiempo, se han vuelto prescindibles. De modo que la constitución de un mundo posible sólo es posible en la medida que nosotros nos despojemos tanto de la tiranía del presente como de las tiranías de lo original y novedoso. Es momento de regresar a cuando podíamos observar las diferencias infinitesimales entre una hoja y otra.

El arte siempre ha propuesto futuridad pero solo desde una perspectiva profética. Se piensa en los artistas como chamanes, como demiurgos, como místicos que revelan verdades universales, a través de un imaginario que encandila, en el mejor de los casos, o que se condena como herejía, en el peor de los casos. El Futurismo, esa vanguardia histórica tan irónicamente fechada, fue un camino modernista de las promesas que la sociedad contemporánea esbozaba para el sujeto. Pero en realidad, se trataba de un ejercicio desesperado por estar en el momento. Me pregunto si, en la actualidad, el arte se obliga a sí mismo a estar en este momento.

1. Dejar de pensar en la inmediatez. Vivimos bajo la tiranía de la experiencia efímera, del instante significado, de la síntesis de grandes conceptos y la ironización de las grandes narrativas. Un twitteo atomiza el pensamiento, pero también la experiencia y, por lo tanto, la vivencia como tal. Puede pensarse en una suerte de longevidad de la idea; no obstante, seduce la noción de que es el pasado el que tiene las respuestas. No las tiene. Los viejos paradigmas han servido para producir el manierismo creativo en el que nos hallamos enfrascados, ahí donde el escritor es un exquisito de las formas y el artista visual busca alternativamente la conmoción, el shock o el realismo exacerbado, a través de todos los medios a su disposición. Asimismo, dicho paradigma es la principal defensa de aquellos que siguen esperando que el arte de nuestra era asuma los comportamientos y condiciones estéticas del pasado: la palabra “talento” ya no sólo debe referirse a una serie (limitada) de cualidades motoras, manuales o de ejecución, sino a la capacidad para resolver una serie sucesiva de preguntas complejas sobre el mundo. 

2. Toda producción de imagen debe mantener los siguientes componentes: atracción, intriga y crítica. La obra debe ser visualmente atractiva, sin apelar a una mirada contemplativa; debe generar intriga en el espectador, caracterizada por los pliegues de significado de los componentes visuales, no por la yuxtaposición de significantes, lo cual conduce alejar al espectador de su posición de consumidor pasivo y

3. Establecer correspodencias entre futuros deseables y futuros posibles, eliminando del plano cualquier proyección que determine cualidades estéticas. Des-imaginar el futuro, eliminar el componente utópico para dar ingreso a la muestra de posibilidades. Hemos llegado a una nueva definición de “alternativa”, que luchará por no medir su efectividad a partir de nociones culturales y sobre todo regida por las leyes del mercado.

4. Un retorno al vitalismo, no como medio de proyección historio-geográfica, étnica o de género, ni mucho menos como parte de un “relato oral” convertido en memoria y/o confesión.

5. Sustituir esa búsqueda romántica de la inmanencia por una búsqueda precisa de inminencia: la obra como algo necesario, no en términos utilitarios sino comunicativos, un arma y una advertencia sobre los tiempos que se viven.

6. Eliminar del mapa la noción de que la historia termina hoy, siempre y a la perpetuidad; el principal motor de cambio está en las entrañas, no en la razón, y si la historia es tiempo razonado, debemos pensar en una suerte de longevidad proyectada en nuestras obras. Es como si Walter Benjamin hubiera estado consciente, desde el momento que escribió sus ensayos, del impacto que tendría en la teoría contemporánea.

7. Las redes de socialización en línea, desde su concepción, no han sido nada más que habilitadoras de una contradicción permanente: la democratización monitoreada. Debe tomarse en cuenta que, en el actual panorama de producción artística mundial (para todo tipo de creaciones, desde bienales hasta películas, novelas de autores legitimados por distintas áreas del campo literario, lanzamientos recientes de música por parte de bandas pop, rock, etc.), estas redes en línea han engendrado comportamientos sociales que mezclan el id  (trolls) el ego (creadores pagados de sí mismos, que mantienen esa finísima ilusión de artista incomprendido), cuyas declaraciones sirven para establecer parámetros de gusto, a todas luces, la forma más simplista de generar criterios. Es posible la necesidad de crear arte que desaparezca por completo de estas redes. El arte, en el futuro, deberá ser un secreto a voces, vivido en carne propia. Los conceptualistas rusos no estaban tan errados.

8. Acoger la imperfección como pureza, pero sin caer en ejecuciones pobres o mal planteadas.


Nota de desarrollo pendiente: vivimos una era en la que la información y los productos culturales dejaron de escasear, obnubilando nuestra relación con los objetos de deseo. El acto de consumir ha mutado, el trámite se ha dislocado.