22.10.04

La empresa filosófica de Jacques Derrida (y su trabajo es una notable instancia de un tipo de labor que ha sido central para el reacomodamiento de las humanidades y las ciencias sociales en las últimas dos décadas) se coloca en una historia implícita de la aventura intelectual de occidente, la cual subraya este sentimentalismo por medio de la negación. En el mejor de los casos, es una historia excéntrica, una voluntad Nietzscheana de un Platonismo particular que debe ser identificado y sacado desde sus raiz. La lectura de Derrida es impresionantemente profunda y gloriosamente sutil. Bajo su escrutinio, los textos más disímiles unen pasajes extraordinarios de pensamiento filosófico. Sus ensayos son para una lectura que te atrapa. El tipo de autoridad personal que él asume, si embargo, lo separa de la compañía del mundo común. Sus textos pueden ser leídos pero no compartidos. Como lectores, si entramos en sus textos bajo los términos que ellos mismos requieren, seguimos asimismo una trayectoria idiosincrática de producción textual. Para el verdadero poeta, como Blake señala, no existe otro tipo, y Derrida es un poeta de este tipo autoritario. Entra al Palacio del placer donde su palabra es la palabra final. Sus textos deben ser probados, tal y como los poemas de Blake son probados, por su profundidad, su belleza, y su uso. Los escritos de Derrida presentan visión, no conocimiento. Esto no le resta importancia al pensamiento de Derrida. Su nihilismo es riguroso y sus métodos exigentes. No es, como muchas veces ha sido sugerido, la justificación de una actitud de un no saber nada que se plantea como un todo vale. Cuando la visión es confundida como conocimiento, sin embargo, la cultura se encuentra en grave peligro.