15.9.16














"[...] cada artista desarrolla su propio lenguaje y nutre la impresión de ser el único que lo habla. Ya no escribimos o creamos para intensificar a la vida, ya que la vida ha dejado de ser algo que todos compartimos, algo en lo cual todos nos acompañamos, sino un asunto individualizado de acumulación, trabajo y autoafirmación". 

Claire Fontaine 

6.9.16

Retrato de una familia inexistente



Esta historia comienza con el hombre, a razón de una tradición forzada, implicada por la naturaleza de la convocatoria. ¿Quién es el sujeto que aparece en la imagen? Veámoslo con sus pantalones entallados, su pulcra camiseta a rayas, su porte delgado, firme y seguro, su tez clara, una mano oculta en el bolsillo con el curioso gesto de su índice y su meñique por fuera, haciendo –¿involuntariamente?—los legendarios cuernos del metalero; la otra mano alzada, su índice y su rostro alegremente impositivo. Esto es, impertérrito en sus convicciones. No hay ironía en su postura. Este hombre no existe. Es el ideal de un avatar imposible, que promete la versión más higiénica del mexicano promedio. No obstante, esta representación es dirigida a quienes se sentirán identificados no con el sujeto sino con un sentir, con ese ideal imposible. Estos hombres son profesionistas, luchones, avocados a la familia, a las buenas costumbres, al orden, la seguridad, la limpieza y a las deudas que no se salgan fuera de control. Tiene una foto de su familia en la parte superior derecha del monitor de su computadora, desde cuya dirección puede ver, en el otro cubículo, a la compañera que le gusta. No hará nada al respecto, no se preocupen. Este es un hombre que bebe cerveza light los fines de semana y sólo come una o dos alitas de pollo cuando es quincena (por eso de las agruras), cuando se reúne con sus compañeros en la franquicia de un restaurante bar que prepara toda su comida con paquetes de alimentos congelados. Le molesta un poco que le digan Godínez pero igual se ríe de los memes. Afirma de vez en cuando su afición a un equipo de futbol. Le concierne la política pero, como el futbol, es de las personas que piensa que hablar de futbol y de política puede destruir amistades. Esto es, hablar de un margen de verdad crítica lo consigna al ostracismo. No quiere eso. Quiere pertenecer y caerle bien al jefe. Dicho jefe es el gerente o directivo regional de una corporación vinculada a organizaciones conservadoras. Aparecen velados en sus Misiones y Visiones todo el planteamiento de lo que “es correcto”: los valores, la familia, las amenazas de un mundo hostil y lleno de perversiones, las virtudes de ponerse la camiseta. Cumplió recientemente su sueño de adquirir una pantalla HD del tamaño de la pared de su diminuta casa de interés medio-alto. En una ocasión, mientras veía Netflix, se dio cuenta que hay una categoría de películas dedicadas a temas lésbicos o gays. Le incomoda un poco, pero aprovecha la oportunidad para contarles a sus hijos que esas personas que aparecen en las películas no irán al cielo. El cielo está reservado para personas como ellos. Conoció a uno, su mejor amigo en la primaria. Tuvo que distanciarse porque intentó besarlo en una fiesta de preparatoria y pasó varias semanas confundido. El Padre de su iglesia le dijo, tomándolo de la mano, que todo estaba bien, que la confusión era normal. Dios nos pone pruebas. Es lo mismo que le dijo su jefe. Dios nos pone pruebas y es por eso que hoy en día, la prueba de su fe depende de su asistencia a la marcha. De cualquier forma, sabe que tiene que hacer algo al respecto, como ser humano, como defensor de la familia, como persona que ha perdido de vez en cuando los estribos y cachetea a su mujer, por sus cada vez menos frecuentes desplantes de libertinaje (digo, ¿qué clase de mujer puede decidir, así de la nada, dejar de rasurase las axilas?, ¿quién se comporta así después de dos Appletinis en la fiesta de Año Nuevo en la oficina, sobre todo frente a la compañera que te gusta y con la que ya te has acostado un par de veces?), como persona que sabe que los seres humanos cometemos errores pero tenemos que ser temerosos. No todo es nuestra voluntad. Menos cuando se trata de seguir los impulsos y recordar lo que le hizo sentir el beso de su ex-mejor amigo.


Igualmente, a razón de una tradición forzada, forzosa, reforzada para evadir la incertidumbre, el miedo, el terror a lo otro, tenemos la imagen de la mujer, lo que el cuadro definiría como su esposa, enseguida de él. Detrás de la sonrisa hay un dejo de angustia. Podemos verlo en las cejas, en la mirada que no está atenta al retrato sino a ese mundo que sueña posible. Un mundo, por ejemplo, donde efectivamente compra baguettes como parte de la despensa familiar. Los probó por primera vez en una comida con sus parientes lejanos, cuando el tío que salivaba cada vez que la veía preparó una paella valenciana. El día en que su madre le explicó, a la tierna edad de quince años, que este mundo es de los hombres, que hay que trabajar para mantenerlos al lado. Que esa es su misión en la vida. Está cansada y hace unos cuantos días pudo detectar una cana en su cabello. Vean cómo una parte de su cabello cubre su frente. Una muestra de desenfado pero también de agotamiento, de andar de chofer para los exigentes itinerarios de sus hijos: las clases de Karate, las clases de Ballet, los talleres de matemáticas, la natación, el catecismo, las citas en el IMSS para verse con la ginecóloga que no quiso explicarle, por discreción, qué es eso que llaman deseo. Vivir para los otros es dejar de vivir para uno mismo. Ha aprendido a no dejarse llevar por sus impulsos, por esos sueños que de pronto se advierten en su mirada, en sus pensamientos. Dos de cada diez eventos en su vida cotidiana la llevan a imaginar una escapatoria. Ahí. Donde puede encontrarse a ella misma y donde nadie le de lata y donde ella pueda perderse en el anonimato de un buen suspiro en medio de una ciudad desconocida. Ha aprendido a sonreír cuando las otras mujeres en el cafecito –que en realidad es eufemismo para las borracheras blandas de las vecinas que toman vino rosado de caja—hablan de las infidelidades de sus esposos, de cómo se apretuja el coraje en sus vientres. Son débiles, piensa ella, son débiles y necesitan luchar por lo que tienen. ¿Qué tienen? Primero que nada, sus vidas, sus recuerdos y los modos como han suplantado el deseo para transferirlo a sus hijos. Ellos están creciendo y el mundo es hostil, ellos se forman –como debe ser—bajo el poder de la fe católica y eso es más que suficiente. Debe ser más que suficiente. Sabe que no es suficiente. El mundo es hostil y pronto se mostrará otra cana en su cabello. Hace tanto tiempo que no sabe nada de él. Sólo recuerda la noche que le llevó serenata, que su madre lo corrió echándole un balde con agua fría. Como perro callejero. No te dejes seducir por los hombres que sólo quieren aprovecharse de tus deseos. Ella es madre y es pilar de comunidad. Asiste a todos los retiros espirituales y en ningún momento ha reprochado la vida que vive. Su esposo le ha otorgado las comodidades, la seguridad, la necesidad de mantener un cuerpo bello y esbelto, de velar por los sueños y temores de sus hijos, ante un mundo hostil y lleno de tentaciones. No puede creer lo que sucede allá afuera, en las calles, donde todo se ha vuelto libertinaje y perdición. Las columnas vertebrales que sostienen su cara vida están a punto de derrumbarse. Ella tampoco representa a la mujer mexicana, o por lo menos, representa a ese espectro de la mujer mexicana que el mundo hostil y cruel allá afuera la ha convertido en un manojo de nervios. Es por ello que esconde sus manías en los tics nerviosos de sus hijos, ha sido la fiel portadora de todos los consejos de madre que ha arrastrado su sangre desde tiempos que ella ni siquiera conoció.


Luego están sus hijos y sus historias inciertas. Posibles, todas ellas derivadas de sus tics nerviosos y de las certezas que fueron recogiendo aquí y allá, a veces abrumados por la confusión, a veces increíblemente seguros de convicciones verdaderamente retrógradas. Los hijos escriben la historia de los miedos acumulados en la sangre que cargan en sus venas. Se alimentan bien y siguen las órdenes acordadas por la voluntad de Dios. El mayor, el de inexplicable cabello rizado y el semblante de mayor seguridad y menos espíritu de curiosidad, seguirá el dictado de la neurosis capitalista de su padre. Tomará todas las decisiones correctas: una buena carrera, un buen desarrollo profesional, una buena esposa y un buen sustento para su hogar. Toda posibilidad de que su alma no sea salvada en su tiempo en la Tierra será derribada por su capacidad para imaginarse el paraíso después de la vida. Es el único que comulga con la certeza de que así se platica mejor con Cristo. Con Su Cuerpo en su paladar. La violencia verbal y física que lo caracteriza, la que asestó a toda la bola de impertinentes jóvenes de su generación, que apostaron por explorar sus apetencias diversas –desde drogas hasta inclinaciones homosexuales, o el simple hecho de ser muestras débiles de la especie humana—se llevaron al pasado una vez que vio cómo sus convicciones lo mantuvieron a salvo, en una casa con cerco electrificado, dentro de una sala con las mejores comodidades, donde puede reposar en paz después de un largo día laboral, y donde puede rezar plácidamente en compañía de sus seres queridos. De vez en cuando se pregunta si realmente los quiere, y ese niño en ese posible futuro, tendrá su epifanía en el instante mismo que se sienta absolutamente solo, al descubrir que no entiende nada de lo que sucede en la televisión. Aunque también tenemos a la hermana, menor que él, de una alegría incontenible, que se verá amenazada, una vez que descubra que su madre quiere convertirla en la versión muñeca de ella misma. Forjará su propio destino, abrirá los ojos ante una realidad que en su etapa adulta considerará atroz, y abandonará el hogar para convertirse en todos aquellos sueños que su madre tuvo en las madrugadas, cuando no podía dormir, cuando el tintineo de la frase “sentimientos de inadecuación” invadían sus pensamientos. Por lo menos ha sido mejor destino que el de su hermano menor. El que pudo ver el resquebrajamiento de la realidad construida por una familia que ha dejado de ser nuclear, y que detona la radioactividad de un mundo que de todos modos no deja de ser hostil. Probará de todo: carreras, labios de hombres y mujeres, diversas confecciones de drogas que obnubilan sus sentidos. Destapó el caño de la realidad, y ahora está perdido. No abandonó el hogar y ahora se encuentra en un taller de jóvenes enterpreneurs, destinado a un brillante fracaso.


Finalmente, me encuentro yo. Juicioso a más no poder ante la pulcritud de la imagen. Vistas en su conjunto, los sujetos de este cartel representan a una familia mexicana inexistente, neutral, blanca, limpia en mente, espíritu, pensamiento, obra, palabra u omisión. Construyen una raza desconocida, proyectada hacia un mexicano que ya ha perdido la noción de lo que es. De lo que puede ser. Eso, creo yo, es lo que aterra a los mexicanos que se identifican con las intenciones de la convocatoria. Pero me devuelvo a mí. Porque puedo estar equivocado, porque igualmente proyecto todos mis miedos, mis corajes, mis prejuicios, hacia un concepto de familia que en mi propia vida jamás ha existido. Eso lo agradezco, lo atesoro. Sin embargo, ¿cómo fui construido yo? ¿Sobre la base de qué convicciones me siento en la capacidad para juzgar al que tiene miedo de lo otro, al que prefiere una mismidad inexistente, al que imagina un mundo mejor que ese mundo hostil que se dibuja en la fantasmagoría del México contemporáneo? Yo soy igual que ellos. Incluso, he vivido todo el tiempo con la sombra de estas convicciones. Las convicciones de una familia perfecta. El deseo de que las cosas, por lo menos un poquito, dejen de ser imperfectas. Como nuestro gobierno lo es. Como nuestra educación lo es. Como nuestras relaciones. Como la desigualdad y desventaja moral con la que consignamos a todos los que no piensan como nosotros. 

12.8.16

La iconoclasia de Blu y el fin del siglo de Dada


Franco Berardi Bifo
y Marco Magagnoli

El 26 de noviembre de 2016, en el cuarenta aniversario del lanzamiento de “Anarchy in the UK” de los Sex Pistols, Joe Corré quemará su colección de memorabilia punk, valuada en 5 millones de Libras. Este gesto del hijo de Malcolm McLaren y Vivien Westwood –dos iconos de la primera ola del punk—es una respuesta a Punk London, una larga lista de conciertos, películas, pláticas y exhibiciones que durante todo el año se organizarán por el comité de turismo británico. Como Corré explicó a la revista New Musical Express:

Hablas con la gente sobre este tema y es casi como el Antiques Roadshow. “Cómo deseo haber guardado esos pantalones de “bondage”, valerían una fortuna ahora”. ¿Qué tiene que ver eso con todo? Es por eso que lo encuentro apropiado [quemar la colección], para decir que el punk rock está extinto. De otra forma, todo terminará en una tienda de turistas, en una vitrina, como el Hard Rock Café o algo por el estilo, y venderán tazas de “God Save the Queen” con un seguro en su nariz en el Palacio de Buckingham... Ver que las ideas punk sean apropiadas por el establishment... el punk rock nunca fue eso... El punto es que nosotros no rezamos bajo ese altar, no rezamos bajo el altar del dinero.

Como inspiración para su propia conflagración, Corré cita cita la decisión de la banda The KLF de quemar un millón de libras esterlinas en 1992, como lo documenta la película Watch The K Foundation Burn a Million Quid. Sin embargo, la hoguera de bienes punk-históricos en noviembre no sólo será una negación al valor; también será una destrucción de artefactos, y para Corré, una cierta borradura del ser. Blu, un artista callejero, realizó recientemente un gesto similar de iconoclasia consistente, a novecientas millas de distancia, en Bolonia, una ciudad muy distinta a Londres.

Londres es una enorme metrópolis; Bolonia es una ciudad pequeña. Londres es frenéticamente movida; Bolonia es más aletargada. London es gigantesca y neuropática; Bolonia está más contaminada pero menos monstruosa. Hubo un momento, sin embargo, cuando Bolonia y Londres jugaron un rol similar en el zeitgeist. Esto fue en 1977, cuando dos insurrecciones similares pero contrastantes ocurrieron en las dos ciudades, abriendo paso a una nueva imaginación del futuro. La insurrección punk estaba ataviada predominantemente de negro, mientras que la insurrección autónoma de Bolonia fue muy colorida; pero los insurgentes fueron parte de la misma vida precaria. Los punks de Londres gritaron No future! Mientras que los autonomistas de Bolonia gritaron ¡El futuro es ahora!

Bolonia es una ciudad interesante. A finales de la Edad Media, los clerici vagantes (artistas vagabundos) del sur y del norte se reunían ahí, y fundaron lo que se dice haber sido la primera universidad del mundo moderno, la Universidad de Bolonia.

Durante generaciones, nuevas olas de científicos y artistas, poetas y rebeldes sociales caminaron por las calles de Bolonia: han sido una minoría nómada en una ciudad donde la mayoría de la población estaba ocupada con el comercio y la industria.

Con el paso de los siglos, las autoridades locales habían lidiado de distintas maneras con esta minoría intelectual nómada. Muchas veces trataron de reprimir, marginar y a veces expulsar a estos innovadores –estos enemigos del orden establecido. En otros momentos, la burguesía local ha tratado de tomar ventaja de la ebullición y creatividad de los forajidos nómadas.

Pero la riqueza de la ciudad descansa en el cerebro nómada que se reúne y dispersa, dejando rastros de su paso: obras de arte, invenciones, innovaciones técnicas y políticas. Así sucede que en ciertos periodos la ciudad es bulliciosa e inventiva. En otros periodos, sin embargo, la genialidad nómada se desvanece, y carniceros, burócratas y banqueros ocupan toda la escena, explotando los productos de los innovadores nómadas y transformando la obra en dinero, la creación en valor, y el arte en el Museo.

A finales del siglo XX, una ola de descontento cultural y rebelión política sacudió a Bolonia: poetas y activistas y experimentadores tecnológicos revivieron la vanguardia de principios del siglo, mezclándolo con una autonomía social de imaginación renovadora. El Dadaísmo tuvo una presencia en las calles de Bolonia en los 70, cuando miles de estudiantes, jóvenes trabajadores y mujeres decidieron rechazar su destino de explotación y tristeza, y trataron de transformar la vida diaria en una obra de arte.

El Mao-Dadaísmo detonó en los 70 como una broma doblemente irónica. Fue una manera de declarar que el Maoísmo y todo el legado Comunista del siglo XX fue un chistoso remanente de una época que se desvanecía. Pero también fue una manera de casar el hilo trágico de la revolución Comunista con el hilo enloquecido de la ambigüedad de las artes. La irónica rebelión Mao-Dadaísta explotó en 1977: durante tres días, los tanques policíacos trataron de deshacerse de los miles de jóvenes rebeldes de la plaza universitaria en Bolonia. Al final lo lograron, después de matar a un estudiante, arrestando a más de trescientas personas, clausurando la estación de radio que promulgaba la esquizo-utópica transformación artística de la vida diaria.

Esta fue la última insurgencia proletaria del siglo Comunista, pero fue simultáneamente la primera insurrección del cognitariado precario, basándose en la intuición de que la imaginación moderna del futuro se disolvía.

La separación del arte y la vida diaria era enemiga de los rebeldes Mao-Dadas. A nosotros –porque fui uno  de ellos—no nos importaba mucho la política, los gobiernos y el poder. Nuestra misión fue la de romper la separación entre el arte y la vida, bajo el espíritu de Tristan Tzara, el poeta franco-rumano que luego fue acusado de ser proveedor de odaliscas, narcóticos y literatura escandalosa. En la primavera de 1916, mientras la guerra azotaba a toda Europa, Tzara lanzó el Proyecto Dada en el Cabaret Voltaire: “Abolir el arte, abolir la vida cotidiana, abolir la separación entre el arte y la vida cotidiana.”

Lenin estaba sentado en alguna parte de ese cabaret, bebiendo té o vodka; no recuerdo bien cuál de los dos. ¿Cuál sería la historia del siglo si el poeta y el comunista se hubieran vuelto amigos y compartieran un estilo irónico en común? ¿Hubiera sido más ligero el siglo? Quizás. La ironía Dadaísta pudo haber sido un antídoto útil para la severidad bolchevique.

Por lo menos retóricamente, los dos compartían un apego a la inmanencia, o por lo menos una sospecha hacia las formas tradicionales de representación. Un año después, al escribir Estado y Revolución, Lenin usó un lenguaje no muy distinto del de Tzara, ya que insistía en “el destrozo, la destrucción del parlamentarismo burgués, el que separaba la vida cotidiana de lo que decía representar.

“No podemos imaginar a la democracia, incluso la democracia del proletariado, sin instituciones representativas, pero podemos y debemos imaginar la democracia sin el parlamentarismo”, escribió Lenin. Dicha visión de la democracia comparte con el Cabaret Voltaire el rechazo de la separación, así como la destrucción de la distinción entre público y ejecutante, sea que fuera entendido como espectador/artista o ciudadano/representante.

La distinción entre las vanguardias de Dada y Leninista se encuentran no en la meta sino en el método –en la diferencia, finalmente, entre un cabaret amateur y un partido de vanguardia de revolucionarios profesionales. En el primer caso, es el espacio de arte como un ámbito profesional distintivo, el cual es invadido por las fuerzas inexpertas de la vida cotidiana. En el segundo, es el espacio de la vida cotidiana que es ocupada por los imperativos del revolucionario profesional. La frase de Lenin, “Todo al interior del partido, nada por fuera”, es el gesto Dada a la inversa. En vez de dejar que la vida cotidiana entrara al teatro para aplastar la división entre audiencia y artista, el partido de vanguardia se expande hacia fuera, para incluir a la audiencia entre sus adeptos.

Ambas teorías buscan la destrucción de la distinción entre profesional/amateur, pero la estrategia Dada persigue esta meta celebrando el amateurismo y efectuando una cierta ausencia de clases, mientras que el Leninismo busca el triunfo del revolucionario profesional.

Naturalmente, las clases precarias que componían a los Mao-Dadaístas de 1977 trataron de cambiar el curso de la historia, regresando a la inmanente coparticipación del arte y la vida cotidiana prometida por Dada. Pero esto requirió actuar autónomamente del liderazgo del Partido Comunista, cuya existencia como vanguardia institucionalizada y profesional lo colocaba en conflicto con un movimiento de los precarios que eran, como Dada, alineados hacia el profesionalismo como la fuerza que separaba al arte de la vida. Pero era demasiado tarde, ya que el planeta en aquellos años ya se estaba quedando sin futuro.

A comienzos del siglo XXI, cuando la tormenta del 77 ya no era más que un vago recuerdo, Blu vino a Bolonia como artista nómada. Entró al Museo de Historia Natural y vio esos peces prehistóricos de dientes enormes y escamas reptileanas. Asistió a reuniones anarquistas en ockupas como XM24. En la noche pintó en las paredes de edificios suburbanos, fábricas abandonadas, fantasmas del capitalismo industrial extinguido. Las pinturas estaban llenas de animales primitivos y agresivos y de guerreros del periodo tardío moderno, así como moradores viviendo en cavidades sin luna. En las paredes de viviendas derruidas pintó rascacielos y ejércitos con sus tanques amenazadores, elefantes temerosos y tortugas agresivas.

En los últimos diez años, Blu ha pintado graffitti en los muros de Berlín, Los Angeles y Roma, pero en Bolonia sus pinturas son visibles en tantos lugares que su estilo marca el paisaje urbano.  

Sin embargo, la vida en la ciudad de Bolonia no es fácil para personas como Blu. Las autoriades locales y el racista periódico local Il Resto del Carlino han denunciado en repetidas ocasiones a los artistas callejeros como vándalos, subersivos y aliados de los ocupantes ilegales anarco-autónomos. Una y otra vez, escuadrones de limpiadores han caminado por la ciudad para borrar el graffitti en las paredes.


Luego, finalmente algo pasó; ahora todas las piezas de Blu en Bolonia se han ido. Han sido cubiertas con pintura gris. No por un acto de represión, sino por un acto de auto-borrado por parte del mismo artista.

En la noche del 11 de marzo, en el trigésimo noveno aniversario de los disturbios masivos que siguieron al asesinato del estudiante Franceso Lorusso por parte de la policía, Blu, asistido por un grupo de activistas, cubrieron sus obras con pintura gris.

¿Por qué lo hizo?

Una semana después, el 18 de marzo, una exhibición titulada “Street Art: Banksy & Co” estaba programada para inaugurarse. La exhibición fue organizada por la Fondazione Carisbo, una fundación propiedad de un banco local, cuyo presidente es Fabio Roversi Monaco, el anterior Rector de la Universidad de Bolonia, así como el anterior presidente de BolognaFiere, una asociación pública-privada que organiza exhibiciones. En Bolonia, el nombre de Roversi Monaco evoca poder, dinero y bancos. Se esperaba que la exhibición mostrara obras de arte borradas de las paredes, con la declarada intención de “salvarlas de la demolición y preservarlas de las lesiones generadas por el tiempo”, lo que quiere decir convertirlas en piezas de museo, transformándolas eventualmente en valor.

La situación tipifica perfectamente la vieja historia de separar el arte de la vida cotidiana, de la museificación del arte separado de la vida.

Después de su acción de auto-borrado, Blu escribió en su blog:

Tras haber denunciado y criminalizado el graffitti como vandalismo, tras haber oprimido a la cultura juvenil que los creó, tras haber evacuado los lugares que funcionaban como laboratorios para estos artistas, ahora los poderes establecidos de Bolonia se postulan como los salvadores el arte callejero.

Los artistas callejeros han sido repetidamente denunciados y arrestados en Bolonia. Dos de ellos han sido encarcelados, y muchos más han recibido multas. Recientemente, el alcalde de Bolonia dio la bienvenida en la casa del ayuntamiento, a una delegación de voluntarios que formaron parte de un proyecto de “no-tags” de limpieza en contra del “vandalismo gráfico”, organizado por el gobierno de Bolonia. La municipalidad incluso le paga a los dueños de edificios que quitan el graffitti de las paredes de sus propiedades.

Luego llega el museo al rescate de lo que queda del arte callejero, con el banco apoyando la expropiación.

¿Es legal el acto de expropiación de Roversi Monaco? Él sostiene que sí: “Le pedimos permiso a los dueños legítimos de los edificios abandonados en donde estaban estos murales”.

Pero Roversi Monaco también aceptó: “El artista sigue siendo el autor, pero el dueño es cualquiera que sea propietario del edificio”.

Fue así como Blu decidió no formar parte de la exhibición.

La acción de Blu fue realizada casi exactamente cien años después del nacimiento de Dada, de modo que lo leo como el auto-borrado final de la vanguardia histórica. El antiguo intento por traducir el arte en la vida y de transformar el arte en vida, ha terminado. Fue un proyecto ambiguo, peligroso. La voluntad para que exista un cruce que contamine los caminos del arte y la vida produjo efectos contradictorios en todo lo largo del siglo pasado. Impulsó incontables insurrecciones colectivas e individuales que recorrieron la existencia de millones de cuerpos rebeldes, millones de trabajadores que se negaron a trabajar. Pero también nutrió a la publicidad, el incesante flujo de contaminación semiótica en la infoósfera. La innovación estética y el mercado han jugado un juego de saqueo recíproco, con el Museo y el Banco-Museo devorándose a la vida y transformándola en abstracción.

El acto de Blu es una suerte de auto-eliminación de un siglo dinámico, mientras el mundo se sumerge en la locura. No es el museo sino la pared gris la que reactivará la imaginación deprimida de nuestros tiempos. Una pared gris, como una hoguera, es un sacrificio que deja tras de sí una sugerencia: no continúes con el juego, comienza uno nuevo. No construyas sobre las ruinas de los “valores” modernos del pasado. Abandona las ilusiones, prepárate para la tormenta perfecta. Y en la tormenta –si me permiten concluir con Bob Marley—emancípate del esclavismo mental, nadie más que tú mismo puede liberar su mente.

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© 2016 e-flux and the author
[Libre traducción: Alejandro Espinoza]
Franco Berardi, también conocido como “Bifo”, fundador de la famosa aka “Bifo,” Radio Alice en Bolonia y una figura importante del movimiento italiano Autonomia, es escritor, teórico de los medios y activista de medios. Su libro más reciente es  And: Phenomenology of the End(Semiotext(e), 2015).

Marco Magagnoli es presidente de la Asociación Cultural Menomale, dedicada a la teoría y tecnología de los medios inmersivos. Es coautor de  System Error (Feltrinelli, 2002) y el creador de The Look of Life, una página web de video para personas que viven en contextos de aislamiento.

Título original: Blu’s Iconoclasm and the End of the Dada Century.

http://www.e-flux.com/journal/blus-iconoclasm-and-the-end-of-the-dada-century/

15.5.16

This is OUR aesthetic. 21st. Century's main aesthetic. The ruin. The wasted. The devastated building. The run-down landscape. Bereft of fury.  Invisible to progress. Long-gone besides its presence.

20.1.16

La audacia de ser independiente. 

Con especial dedicatoria, 
y con eterno respeto y admiración, 
para Mely Barragán y Daniel Ruanova. 

Hace unos minutos, vi una foto del espacio TJ IN CHINA, localizado en la Avenida Revolución de la ciudad de Tijuana. El nicho que albergaba el anuncio luminoso del espacio se encontraba vacío. En poco tiempo, el local vuelve a su estado original de invisibilidad, y nuestra irremediable renuncia a la historia del arte que produce Baja California se mantiene vigente, insistente, como el más nefasto acto de negación a lo que esta cultura manifiesta -- irredenta, resistente, agreste, y por lo tanto, pura--  a través de las propuestas de nuestros creadores en todos los ámbitos. 

Los libros que publican nuestros autores quedan en el olvido. Las obras de artistas consagrados por su trayecto, en ocasiones por la legitimación de las instituciones, quedan en el olvido. Plaquettes y poemarios autopublicados no son más que un posible pie de página en los archivos de algún académico que los estudia, como último reducto de esperanza de que quede algo registrado, ya que quedan también en el olvido. La producción videográfica, el arte instalación, el arte público, la infinidad de coreografías y presentaciones de danza, la sucesión constante de producciones teatrales locales, los registros de acciones y performances, los conciertos improvisados, la música que nació en las entrañas de nuestras respectivas ciudades (salvo casos muy concisos), quedan en el olvido. Colecciones fotográficas, docenas y docenas y docenas de exposiciones que surgieron sin pena y con un poquito de gloria en los distintos espacios creados ex profeso, quedan en el olvido. Guardados en una memoria con un virus negligente, o un secreto a voces, importantes sólo para el anecdotario de sus creadores, en ocasiones para sus respectivos CVs. Catálogos de bienales empolvados, guardados en algún almacén sin interés de distribución, ya no digamos de archivo o estudio historiográfico. Colecciones de obras literarias premiadas en su momento, refugiadas y temerosas en los empolvados anaqueles de las ferias de libro locales. 

Cuando clausuraron las instalaciones del Mercado Municipal de Mexicali, edificio que alojaba la Galería García Arroyo, quedaron un sinnúmero de obras olvidadas entre el escombro y una infinidad de copias fotostáticas de muchachos que solicitaban su cartilla del servicio militar en el local frente a la galería. En un recorrido accidentado, rescaté un álbum, que contenía todo, sí, todo el acervo hemerográfico y todo el archivo documental de las exposiciones que se organizaron ahí. Reseñas, folletos, fotografías de inauguraciones, anuncios de talleres, reportajes, entrevistas. (Entre los tesoros, sí, una reseña crítica de Felipe Ehrenberg). Tirado entre las lozas. Abandonado e inútil, víctima de tiempos en los que no existía la posibilidad, ahora necesidad, de digitalizarlo y mantenerlo por lo menos vigente como documento virtual. No encuentro mejor metáfora, mejor imagen para comprender lo que hacemos con nuestra historia del arte, que la de un álbum abandonado en una ex-galería. 

Tal parece que nuestro papel como creadores está destinado a ser el papel amarillento, gastado, marchito, borroso, de lo que alguna vez fue. 

El problema, es que lo que está sucediendo en estos momentos, por lo menos desde hace aproximadamente tres años, es uno de los más importantes actos de resistencia que haya producido el arte de nuestro estado. Y lo han hecho, precisamente, en virtud de una independencia que nos ha otorgado muchas libertades y muchas frustraciones al mismo tiempo. ¿Por qué se hace? Porque la resistencia es necesaria, ¿Necesaria para qué? En última instancia, para declarar que estamos vivos, como ese gran grito que convoca Whitman en Hojas de hierba, vivos y encabronados, porque no nos vamos a ir de este mundo sin una buena pelea. 

Es una visión romantiquísima, lo sé, pero debemos reconocer que es una visión que nos debe hermanar. Toda empresa que ha surgido de nuestro campo cultural (independiente, no institucional), en todo el estado (aquí ya no podemos hablar de entornos o ciudades específicas: al final del día, todos los bajacalifornianos padecemos de los mismos presupuestos y las mismas disposiciones económicas) está destinada a sobrevivir en circunstancias atroces: públicos infieles y críticos mezclados con públicos adherentes y fieles, la ausencia de un campo crítico sólido, estable, con presencia en medios impresos y electrónicos, presupuestos de mantenimiento imposibles de sostener durante periodos no mayores de dos, tres años, la dependencia a apoyos económicos institucionales que si bien nos permiten un grado de operación estable, no son suficientes, sobre todo porque no contribuyen a una consolidación de nuestros respectivos proyectos (como sucede, por ejemplo, con apoyos gubernamentales en otros rubros como las PYMES o el campo). 

En este panorama, espacios como TJ IN CHINA, las galerías La Blástula, 206 Arte Contemporáneo en Tijuana, el Pasaje del Arte en el Centro Cívico, Mexicali Rose, Artmósferas, Galería Departamento 4, Escritorio de Procesos en Mexicali, La Covacha, la Galería Petanca o la Casa Cultural Proarte en Ensenada, por nombrar sólo unos cuantos, trabajan desde la audacia: apuestan por generar eventos y actividades encaminadas a promover el trabajo de los artistas, locales o internacionales; en ocasiones, como en el caso de TJ IN CHINA o Escritorio de Procesos, conforman proyectos bajo el modelo de residencias artísticas, donde los resultados de estas dinámicas producen obras que son exhibidas in situ. Estas exhibiciones son organizadas, gestionadas y financiadas mayormente bajo un esquema de cooperación y precariedad: las problemáticas se resuelven en comunidad, y se convive en un ambiente cuya principal finalidad no es sólo "armar una expo" sino producir un diálogo, una experiencia, convirtiéndose en detonantes de una firme crítica hacia el estado de las cosas. No pretenden ser espacios comerciales, por lo tanto, no pueden regirse bajo un modelo empresarial o plan de negocios. Su capital es cultural, y por lo tanto, es fácilmente desdeñable por el sistema. Lo dicen los procesos con los cuales se crean estas exhibiciones, las condiciones en las que sobreviven los espacios, así como los contenidos de las obras: son irredentos opositores al status quo. (Algunos más, algunos menos, y algunos mejor que otros). 

Son espacios de convivencia e intercambio, de cooperación y de diálogo. En algunos casos son inconstantes, en otros formales y con visiones y propuestas definidas. Algunos han tenido la posibilidad de convertirse en promotores de obras que son adquiridas por compradores y coleccionistas, pero este aspecto no genera el impacto más ideal, ya que el intercambio, compra-venta o coleccionismo todavía se encuentra en una situación muy endeble, como para soportar la oferta. (Además, todavía hay un contingente de posibles compradores que no se imaginan comprando obras de arte contemporáneo, por ejemplo. También, hay artistas que no se imaginan la posibilidad de vender sus obras). En casos muy particulares, estos espacios generan una experiencia colectiva sumamente rica para sus audiencias. En casos cruciales, han sido los recintos que han exhibido algunas de las obras más importantes, impactantes, que se han creado en los últimos años. Son muchas, así que no me detendré en enumerarlas y/o describirlas. Pero sí quiero recalcar que, justo en estos espacios, creados casi a contracorriente a las tendencias y modos de producción cultural en nuestro estado y nuestro país, debido a su fragilidad, corren siempre el riesgo de invisibilizar dicho impacto. 

Sucede cada vez que el espacio se ve obligado a cerrar sus puertas, temporal o definitivamente. 

Todo esto nos obliga casi a punta de pistola a formular la pregunta planteada por Giorgio Agamben: "¿Qué hacer?" 

En un mundo globalizado, las formas que asume la producción artística, una vez descentrada (dado que los polos de producción tradicionales --Nueva York, Londres, París, Berlín, entre otros-- han generado una interdependencia con las producciones y voces que han surgido de las periferias en los últimos diez años), compromete a los artistas a asumir las tendencias que circulan en todas partes. Las armas del artista durante la década de los ochenta, por ejemplo, aun dependían de sus estudios autodidactas y su acercamiento a las exhibiciones que les permitiera ver su contexto cultural. En la actualidad, el artista trabaja desde multiplicidades de formas y propuestas, absorbidas en esa gran vorágine llamada Internet, proclive a convertir las tendencias en modas efímeras y virulentas cuya trascendencia es fascinante y pasajera a la vez. Estos espacios, independientes, homegrown, orgánicos en el sentido no-hipster de la palabra, son los detonantes de lo que los artistas locales, conscientes y críticos de esta condición, intentan hacer con sus obras. Por lo tanto, lo que vemos en muchas de las exhibiciones son una muestra de esa resistencia de la que hablo. En el marco de dicha resistencia, yace un espacio en condiciones de supervivencia y precariedad. Esta precariedad, para efectos de mantener la vitalidad de la cultura que se produce en nuestro estado, ya no es sostenible. 

¿Qué hacer? 

Seguir insistiendo, y comenzar a tocar puertas.