27.7.06

Nos convertimos en un fragmento del sol.
Hace calor. Eso que ni qué. Es tan exageradamente cierta la afirmación, que se convierte al mismo tiempo en cliché y metáfora, redundancia y comentario espiritual. Pero los mexicalenses vivimos para decirla; es nuestro modo de operar en el mundo.
De entre las personas que pueden encontrar en la ciudad de Mexicali, cruzando avenidas en auto, parado en una esquina esperando el semáforo, me pueden hallar a mí, sonriendo. No pocos lo hacen. Sonreir. A ciento quince grados Farenheit. Me pueden hallar sonriendo, porque es absurdo. El calor. Y también es asombroso. Pero asombroso en el sentido original de la palabra: aquello que deja sin palabras, sin aliento. Es algo inexplicable, sublime, el grado de temperatura al que puede llegar esta ciudad. Pueden verse los pájaros con los picos abiertos, histéricos y muertos de sed. Jadeando. Por eso y por mucho más sonrío.
Sonrío también porque no hay más que “pensar” en Mexicali. El calor lo define todo. Es el eje que construye toda comunicación y relación interpersonal en la ciudad. Si se analizara el discurso que se construye a partir de este eje, nos encontramos con algo insólito: cualquier ecuación que se haga sobre la base del “calor extremo”, sólo puede generar discursos redundantes o discursos enloquecidos. Esto es, o terminas girando alrededor de las mismas ideas (calor, extremo, la cerveza para amainar el calor, la refrigeración y el encierro, las calles y la lucha de tintes “heroicos”, la supervivencia en su nivel más salvaje y puro, por lo tanto definiendo el carácter de los mexicalenses, etc., etc.), o terminas destruyéndolo o reconformándolo como te dé tu regalada gana, simplemente porque no aceptas que esta sea tu condición (de ahí tanto genio loco recluso que se encierra todo julio para complotar sus últimas creaciones).
Pero detrás de todo esto, nos encontramos con el mito esencial: el calor mismo. La leyenda que nos vamos contando durante todo el verano. Porque es nuestra esperanza llegar a ese día tan exageradamente caliente que nos convierte en protagonistas. Y siempre está ahí y nunca está ahí. El día más caliente de Mexicali es nuestro Godot.
O me van a decir que no reverbera este intercambio en caso todas las casas de la ciudad:
-- ¡Híjole, qué calor hizo hoy!
-- Noooo, espérate que apenas vamos comenzando…
…y en esa espera nos quedamos. Claro, siempre llega “el día”. Pero siempre lo recibimos con incertidumbre, esto es, no creemos que ese sea “el día”, y por lo tanto, seguimos esperándolo. No es sino hasta unos meses que vemos las cosas en retrospectiva, cuando nos damos cuenta que “el día” llegó, pero no lo disfrutamos. Estábamos encerrados en algún espacio público o privado, huyendo del calor. Es una situación hermosa, por absurda. Añoramos lo que nos agobia, y cuando llega, no sentimos ni la añoranza ni el agobio. Sólo sabemos que tenemos calor.
Y no se pueden complotar estrategias para combatir el calor. Somos un rebaño silvestre y noble y asistimos a las funciones sociales con una mezcla de resignación y solidaridad hacia el prójimo. No le decimos no al calor, sólo esperamos a que anochezca. Y a pesar de la descompostura, las ropas y la frente sudorosa a las nueve de la noche, a pesar de que todas las conversaciones inician con el tema del calor y terminan con la reconstrucción del mundo, no nos percatamos de que estamos, precisamente, en un mundo bello y absurdo. Y aquí seguimos. Felices o fingiendo ser felices, que a veces puede ser lo mismo. Convertidos en un fragmento del sol.