Cerebros en fuga
Para Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal
Para Jorge Ortega
Para Jorge Ortega
Puede ser de poca importancia; digo, vivimos en una ciudad donde la gente va y viene, entra y sale, llega y se despide. A fin de cuentas, somos una ciudad fronteriza, un sitio de paso. Pero algunos nos quedamos, ya sea para echar raíces o por una insistencia de que esta ciudad no es sólo para pasar por ella sino para construir cosas: un patrimonio, un espacio de discusión, un lugar para conversar, para crecer, para crear y para compartir lo que creamos y discutirlo y hacerlo formar parte de nuestras vidas.
Pero algunos se van, y no los culpo. Algunos, incluso, sienten tan demoledor el peso de una ciudad que se ha vuelto hostil, complaciente y mediocre, que no encuentran un lugar ni siquiera para convertirlo en su espacio de creación. “Pues si no le gusta que se vaya.” Pffff, eso es fácil de decir, para descartar ciertas realidades que nos competen a todos, familias, comerciantes, figuras institucionales, las instituciones mismas, las administraciones municipales, lo que quieran. Es fácil decir que si una persona no está contenta con lo que un lugar le ofrece, es mejor que se vaya de aquí. El problema es que, con el paso de los años, esa gente que termina viendo la ciudad como lo que ha sido originalmente –un sitio de paso—se lleva consigo toda la posibilidad de su creatividad, ingenio, iniciativa, ideas y propuestas para el desarrollo y el crecimiento. Ya que no las puede plantear en un lugar donde impera la tibieza, la falta de riesgo y, repito, la mediocridad, su mejor resolución es buscar otro lugar donde encontrarse a sí mismo.
Lo veo frecuentemente en Facebook. Escritores, teatreros, diseñadores gráficos, artistas, estudiantes de mercadotecnia, de administración, negocios internacionales, ingenieros, de todo. Gente que está harta de lo mediocre, antiséptico, reaccionario, puritano y asfixiante que se ha vuelto Mexicali. Estas personas han ido a otras latitudes, y poco a poco les genera náusea descubrir que las cosas, simplemente, no “funcionan” aquí. Lo platican con otras personas; estas otras personas se ríen o mofan de lo chabacano que es todo en Mexicali. “Sí, es naquita mi ciudad, pero ¿qué le vamos a hacer? Por lo menos aquí no vemos tantos ejecutados como en otras partes.” No hay margen para la discusión, y en el proceso, la consigna sigue siendo la misma: no hay nada “qué hacer aquí,” desde la idea de un negocio innovador hasta las estrategias para formar una visión o concepto transformador de la cultura, ven desde la distancia cómo es resuelto en otras partes, y cuando echan un vistazo a lo que Mexicali se ha convertido…mejor deciden retirarse.
O esconderse. Porque la vida está, o se quedó, en otra parte. Así que mejor te refugias en lugares comunes: el cine, un bar, el cuarto de tele, horas frente a la compu, ventilándote virtualmente con la red de amigos que tienes en Brasil, Barcelona o Boston porque aquí simplemente “no te hallas,” mientras esperas tu posible retirada, ya que en otros ámbitos vives otro tipo de iluminaciones. Ya que en otras partes “sí están pasando cosas.”
Es así como, en los últimos dos años (puede decirse que más), se ha generado una nueva clase de mexicalense: el paria. Una persona que vive una suerte de arresto domiciliario, un autoexilio, ante la ignominia y el ninguneo de una comunidad que vive en su inamovible zona de confort. No tiene cabida en esta ciudad. Se encierra en sus restaurantes, en sus cafés, sus reuniones en casas particulares, y comparte con los demás lo desesperanzador que es vivir en un sitio tan tibio y poco desafiante, sumido en el miedo de que, lo que ocurre en otras partes (ejecutados y balaceras y cuerpos encontrados en canales y marchas y protestas e iniciativas “progresistas” para permitir matrimonios entre personas del mismo sexo, y bandoleros y tertulias decadentes y brujerías y demás cosas que asustan a cualquier abuela), no deberá jamás ocurrir aquí, y es por eso que celebran la cantidad estúpida de patrullas en la ciudad (que bueno, sólo se dedican a cazar dos que tres conductores incautos que jamás se han preguntado porqué los límites de velocidad en las avenidas principales son tan bajos), se persignan cada vez que el obispo señala lo precavidos que debemos ser en torno a las acciones del vecino, impulsan a diestra y siniestra las discusiones sobre “antivalores” y la búsqueda de familias plenas y seguras en sus casitas con cerco eléctrico, residencial con caseta de seguridad, alarmas y demás implementos para respirar tranquilos en la noche. Nos despertamos a las dos de la mañana para escuchar ladridos, sirenas y alarmas de carros activadas. Y todo está bonito en mi cajita de cristal.
No lo niego…no es que sea seductora esta idea de “vida,” sino que es fácil caer presa de ella. Ya un iracundo anónimo señaló en un post previo que yo vivo cómodamente en una casita de Sevilla Residencial. (Lo siento, Mexicali no tiene lofts ni edificios de departamentos donde podamos sentirnos como gringos bohemios clasemedieros en el barrio de Wicker Park en Chicago, leyendo fanzines y esperando la función de alguna película de Fassbinder en la cinemateca culturosa de la zona). Más que ser seductora o atrayente, lo que ocurre es que todos la fomentamos como la única manera de vivir, y nadie nadie nadie en esta ciudad vemos todas estas dinámicas como algo malo, o por lo menos, nadie vemos posibilidades distintas de desarrollo, de comunidad, de una escena cultural, una dinámica de vida espolvoreada de experiencias iluminadoras, críticas, proactivas, de perdida.
Asimismo, nadie nadie nadie se da cuenta que tenemos uno de los centros de la ciudad más deprimentes y grises de todo México (gracias por señalarlo, Carlos). Por lo menos para una ciudad con el nivel de desarrollo que tiene Mexicali. Es deprimente y sólo sirve para ver el fantasmal apagamiento de locales comerciales que tienen más de veinte años pendiendo de un hilo, bares que han servido de refugio para la gente “cool,” (ahí donde te vas a sentir auténtico porque compartes espacio con el vaguito o freak de la Zuazua, y a ti nada de eso te asusta), sin darnos cuenta que estos espacios pueden ser otra cosa (no necesariamente burguesa y ni mucho menos fresa): corredores públicos sin tránsito de autos, minicentros culturales, alguna propuesta de taller artesanal de avanzada, galerías, librerías de viejo, cafés, miniteatros, minicines, clubes donde toquen música que no simule a la perfección las canciones del momento, áreas verdes, sitios de esparcimiento para padres y niños, y un largo etcétera que no se logra con programas de desarrollo social donde quieren aleccionarnos sobre las “buenas maneras,” sino con propuestas innovadoras donde se incluya a la comunidad, a la iniciativa privada, a los medios, a todos los que queramos estar involucrados. NO digan que no se puede. Se ha podido desde hace mucho. El problema es que las actuales administraciones están exentas de pasión, insertos en instituciones donde deambula la inercia y el cinismo. El problema es que no les importa. Y a muchos de los que deciden retirarse sí les importa. Y por eso se van. Mucho ojo. Estas personas, nuestras autoridades gubernamentales, no tienen toda la culpa. La culpa la tenemos mayormente nosotros. Que eso quede bien claro.
Ok. Podemos vernos positivos y hacer una lista de los “logros” de nuestras instituciones culturales. Podemos jactarnos de que en la ciudad nació una mega corporación de nivel nacional dedicada al desarrollo residencial. Podemos celebrar el semillero de buenos restaurantes de comida internacional, así como de las propuestas e iniciativas de creadores, promotores y vividores de la cultura mexicalense. Pero también, podemos seguir viendo con ojos provincianos todos estos logros, regresando la mirada tibia y declarando “pues, antes no había nada de eso, ahora ya tenemos centros de cultura, y hay actividades todo el año.” Cierto. Pero, ¿cuál es su impacto?, ¿acaso se ha averiguado qué es lo que queremos?, ¿y no será posible tener actividades de, no sé, CIEN VECES MAYOR NIVEL que la de los mismos eventos, año tras año? (El Virulo ya ha de tener visa láser).
Ok, estoy de quejumbre tras quejumbre, dirán alguno de ustedes. Y creo que ese es parte del problema: no sólo nos mantenemos en una línea complaciente de pocas exigencias (no sólo hacia las instituciones, sino a nosotros mismos), sino que reprobamos de quien abra el hocico. Calladitos nos vemos más bonitos mientras nos plantan más policías y nos pintan más paisajes desérticos en nombre de una “ciudad limpia.” Señores, la “basura” o lo “sucio” no está en las paredes que recubren de naranja y amarillo. Se encuentra al interior de los desarrollos residenciales, en las colonias antiguas, en las zonas donde sólo se mete el policía que todos conocen en el barrio, ahí donde está el muchacho de dieciocho años, encabronado porque sus oportunidades en esta vida son pocas, porque vive rejuntado con su recién esposa en casa de su familia, durmiendo en un cuarto con sus tres hermanos, pensando en la dicotomía “maquila o cerco” como únicos proyectos de vida. Ahí es donde hay que pintar otro tipo de retratos, otros paisajes, otras visiones de nuestro mundo.
Pero como dije ahorita, no hay margen para la discusión. Ni un solo medio impreso en Mexicali (salvo las voces izquierdosas de antaño, que siguen emulando el código de denuncia establecido por periódicos como el Zeta), se ha dedicado a hacer a la gente pensar, discutir, proponer nuevas iniciativas de desarrollo. Las discusiones son necesarias en cualquier comunidad, cualquier sociedad. Es un ejercicio que permite estar en desacuerdo con el otro, pero en miras de un punto en común donde ambos puedan coincidir, y a partir de ello, encaminar los esfuerzos. La crítica no es sólo desaprobación; es un “pensamiento acerca de la cuestión,” que permite identificar problemáticas, ilustrar acerca de ciertas ideas, ciertas propuestas. Los dedos en la llaga de lo que ocurre en Mexicali sólo han podido ventilarse, creo yo, en los medios electrónicos. No lo creo suficiente.
Así como no se me hace justo que personas que tienen una visión propositiva, crítica e inteligente para compartirlas en nuestra ciudad, se vean obligados a salir de ella, porque las condiciones y las personas no se los permitimos.
Es por ello que, en casi todos los ámbitos de nuestra comunidad, los cerebros están en fuga. No sé si deba unirme a ellos.