28.12.18

Purga para un rancho sin nombre

Este rancho ya no es un rancho. Este es un rancho sin secretos. Llano y lego, un animal dócil pero fácilmente encabritado. Este ya no es un rancho porque los ranchos que fueron desiertos no pueden darse el lujo de sufrir posibles catástrofes ambientales. Los ranchos, son espacios llanos y legos, desde donde la mente puede desplazarse con simplicidad. Este es un rancho con tuberculosis, un rancho con gigantismos enanos, un rancho para ricos pobres y pobres que se pegan una chinga para bailar en las noches y pegarles a sus respectivos amores. Un rancho no tiene espectros viviendo en sus plazas, nunca han existido ranchos con zombies. Este es un rancho con rascacielos temerosos y con la imaginación ceñida a los límites de una pantalla. Este es el rancho desde el cual nuestros hijos toserán y beberán la sangre de sus propias tuberculosis. Los ranchos no viven vidas sórdidas, los ranchos tienen los gobernantes que no nos merecemos, este ya no es un rancho. Este es el escaparate, la tienda de campaña al servicio de inversiones que le otorgan más seguridad a la imaginación ranchera del que se conforma con las breves riquezas. Este es un rancho donde todos somos explotados y nadie quiere ver más allá de sus ombligos botados y llenos de algodón. Hay de ranchos a ranchos, y este rancho ya no tiene establos pero sí perímetros delimitados por la imaginación tuberculosa del que sufre sus miedos en silencio. Este es un rancho donde todavía pervive el asombro por las tecnologías y el miedo indescriptible hacia el otro, el diferente. Criptozoología de una clase media extendida a lo largo y a lo ancho de un rancho ancho y tuberculoso. Este rancho guarda una mentira y doce casas para los ricos más pobres en la ciudad de San Diego, California. Rancho sin vaqueros, vaqueros que gustan de nalgas de jovencitos y pompas fúnebres donde puedas compartir tus arrugas con los otros afligidos. Este es un rancho donde todos morimos poco a poquito de una tuberculosis de la imaginación. Despertamos por las mañanas para sentir manchas en los ojos, para respirar las sustancias tóxicas que esparcen las pobres riquezas de nuestro mundo. Rancho de cervezas y cuerpos dispersos, filas de obreros y filas en los bancos, filas en la Costco y filas a la espera de los cheques que nos otorgan las pobres riquezas que nos hacen un poquito más tuberculosamente felices. Este no es un rancho para la gente feliz, sin embargo, todos somos felices y olvidamos que ya no somos rancho pero lo somos. En este rancho la sofisticación se castiga y los ociosos usan chamarras de chaleco y piensan en la compañera a la que “le quieren llegar” en las fiestas decembrinas. Un rancho que incendia a la gente, un rancho que entierra a la gente, un rancho que ahoga a la gente, un rancho de gobernantes regordetes y de las sonrisas jamás negadas de los hijos de su chingada madre. En este rancho somos el desierto tuberculoso desposeído de lenguaje. Cuando gritamos nadie nos escucha, de modo que gritamos la lengua poseída. Nos gustan las palmadas en la espalda pero también las puñaladas, guardamos nuestros secretos en el oído izquierdo de Drag Queens que cantan canciones perdidas en el anonimato de los setenta, amplificadas por sonidos ochenteros en antros y bares de un centro tuberculoso. Este es un rancho sin senderos, un museo a cielo abierto para el que todavía imagina paraísos breves en medio de la catástrofe ambiental. Un rancho que no reconoce su cinismo ni su sordidez, baila perdido en la noche y no conoce más que el hartazgo y los sueños de ricos pobres. No sabemos la diferencia entre trabajo y catarsis, descreemos de la hipocresía y lo nuevo nos asusta sin darle oportunidad a que nos guste. Bailamos nuestros secretos y los dejamos escritos en notitas que guardamos en los bolsillos de chamarras de chaleco y que volvemos a descubrir el invierno que sigue. Nuestro rancho es el rancho del Siglo XXI, padecida de provincia orgullosa que todavía de espanta de la modernidad. Los restaurantes son carpas para las comilongas de jornaleros satisfechos por las labores de la temporada. Somos rancho de engorda y de reproducción, ranchos para escuelitas que cuidan los sueños futuros de imaginaciones limitadas por la bruma del desierto la realidad y el lenguaje. El otro está siempre y nunca presente en los ranchos desérticos, el otro es una tuberculosis que no puedes contener en tu pecho, el otro se escupe por los aires y el aire lo atrapa en su red de contaminantes. En este rancho no te sueñas detrás del televisor, pero sí le bailas a la Drag Queen que te dijo el secreto de sus amantes en el gobierno del estado tuberculoso. Este es un rancho que le gusta que le sirvan los platillos con redilas, que las bebidas estén escarchadas y que los niños jueguen con cohetes porque los cohetes son para los que no chillan. Nadie tiene permiso para chillar en este rancho. Porque el que chilla pierde, y perderlo significa renunciar a la pobre riqueza del rico pobre. En este rancho los árboles jamás pidieron permiso para respirar y seguir creciendo.