29.12.03

Abusamos de la categoría de nostalgia que le damos a las cosas. Nos prohibimos la posibilidad de simplemente recurrir a la memoria sin el peso que la nostalgia le inscribe al recuerdo, como si fuera una plasta de grasa resbalosa del pasado. Reprobamos la nostalgia, no deseamos ser partícipe de ella, quizá porque la consideramos un placer falso, una ilusión. Porque nos hace sentir que simulamos nuestra vida, viviendo de lo que una vez tuvo un significado fugaz.

La música es, en sí misma, la búsqueda de significaciones fugaces.

Ahora me encuentro sentado frente a un tocadiscos, queriendo escuchar el pasado de un LP prestado indefinidamente.

Es el disco de otro melómano, como yo. Me gusta la palabra, melómano. Es una designación igualmente romántica que "argonauta" o "necrofílico". Son parecidas porque ambas se relacionan con la melomanía: el viaje al interior de los tiempos muertos.

Le atribuimos a la nostalgia categorías por demás injustas. La peor de ellas es la de sensiblería para ser sujetos de mercado. Qué triste que hayamos llegado a esto.

La música grabada es la condensación de tiempos muertos. John Fursciante, guitarrista de los Chili Peppers, alguna vez habló de esta sensación: la de estar frente a un trozo de espacio y tiempo contenidos en las ranuras de un LP. Tiene mucho que ver con la intimidad, esto de esuchar música en acetato. El disco es "Get Happy" de Elvis Costello.

Me pregunto si Gabriel, dueño original de este documento, dejó impresas en la memoria de este objeto vinílico y semi flexible, sus propias memorias. Así como el polvo, los ácaros, el aceite y la mugre que nos rodea se queda lentamente pegada en las ranuras del disco, pienso que las memorias, los sucesivos gritos de admiración, los posibles alegatos con otros fans, que sostienes frente al tocadiscos, se quedan impresos con el tiempo.

Otra cuestión que tiene que ver con la nostalgia es el romanticismo. Mismo que asociamos con la ingenuidad. Mismo que a su vez tiene que ver con la admiración pasmosa. Misma que nos hace imaginar. Nos hace inventar nuevos mundos. Nos otorga ideas. Las ideas son el motor de la historia, al menos así lo pienso. Son producto de asociaciones que hacemos de experiencias sensoriales a veces disímiles, a veces apartadas en tiempo y espacio. Estos procesos son necesarios para vivir. Por lo menos, para poder ver en la minucia de los días, aquél poema enterrado en el lenguaje diario, en las imágenes que se van postrando con temor frente a nuestros ojos.

O sea que no veo nada malo en la nostalgia. Díganme romántico. Me vale madre.

No es que el lenguaje binario no pueda traducir el organicismo con el que se produjo la música que puedes escuchar en un LP. Esto es cierto, pero irrelevante. Lo que sucede es que el LP es un objeto de mucho mayor peso social que cualquier compact disc. Hablamos de "sonido genuino" cuando tenemos frente a nuestros oídos la digitalización de una pieza de Miles Davis. Hablamos de revolución cuando tenemos el LP de Bitches' Brew en las manos.

En pocos se produce la envidia de una colección de CD's. Pero nadie, por lo menos nadie que tenga el privilegio de ser coleccionista de música, nadie está exento de sentir una envidia enorme cuando se está frente a una colección de acetatos.

Hay gente que tiene la colección completa de los discos de Yes. Nunca les digas que has bajado de internet las canciones del "Yessalbum". Mejor, toma el álbum "Close to the Edge" y ábrelo. Huele la parte de enmedio. De seguro encontrarás aquel olor a mariguana que tanto despertó tu interés cuando tenías dieciséis años. Deja que ese olor sea similar al de las magdalenas de Proust. Ahora, ¿crees poder encontrar lo mismo al abrir el CD de Jane's Addiction que compraste en la Wal Mart a 30 % de descuento?

Fetichismo o cinismo. Witch is your prozac of choice? Los amantes del vinilo son acusados de fetichistas empedernidos, solitarios misántropos similares al bibliómano de principios del siglo XX. Son los que no pueden dejar de señalarte que los discos deben acomodarse parados, de lo contrario, la joya en su interior puede deteriorarse. Son los que contemplan en silencio el universo sonoro. Son la razón por la cual el incienso se usa en las casas. Los que comparten historias de cacerías, los que nunca dejan un disco correr de principio a final cuando están en compañía de otros misántropos como él (lo siento: creo que este mundo es casi casi 100% masculino. Algo tiene que ver con nuestra naturaleza animaloide de cazadores/recolectores). A ellos se deben los mix tapes, ellos son quienes impulsaron indirectamente toda una industria de tiendas de discos de segunda. Preguntémonos porqué los LPs no han bajado de precio desde que salieron a la venta. En una tienda de segunda, te encuentras el disco de Vitalogy de Pearl Jam en dos, tres dólares. La versión en LP vale más de veinte.

Es a razón de las frecuencias de bajos. El compact disc jamás ha podido capturar las frecuencias de bajos que el acetato logra. Esto se debe a que la música es reproducida por una aguja hipersensible. El lente láser lee; la aguja de un tocadiscos siente las ranuras grabadas en el vinil.

El dueño del disco que escucho en estos momentos debió estar sentado en un sillón. Pensaba en muchas cosas, sobre todo en el hecho de que nadie escucha este tipo de música donde vives. No hay nadie, o son pocos los que pueden compartir su gusto musical. El es especial. Porque tiene acceso a algo que tú no tienes. Porque puede escuchar cosas con oídos totalmente ajenos a los tuyos. El tiene gusto musical. Sabe lo que vale la pena, y sabe cuánto vale. Reconoce el valor histórico. Puede verse en la manera como ha cuidado este disco. Lo compró en 1979, 1980. Está intacto. Los acetatos dejan impresiones mucho más duraderas que cualquier otro formato. Es el rollo del objeto que tienes en tus manos. Estoy seguro que una lupa puede detectar las huellas digitlaes del dueño de este disco.

Una lupa de la memoria puede detectar muchas cosas más. Pero a veces los silencios entre canciones no son lo suficientemente largos como para identificarlas. El posible sorbo a un vaso con Coca Cola. La mano derecha tamborileando en la orilla de la cama. El alegato del amigo que dice que está mucho mejor el disco anterior, cuando era más punkillo y "genuino". Quizá uno de esos embarazosos episodios en los que agarras una raqueta y te pones a bailar en tu recámara como retrasado mental.

Quizá puedes ver plasmado el asentimiento de cabeza de un "snob" que escucha la música y dice: "Mhmmmm. . .¡bien!" O tal vez se quedó plasmada la noche en la cual gritaste como loco en tu recámara, el nombre de la morrita que te tiene las noches en vela (con la mano entre las piernas, restregándote y preguntándote What does it all mean?? mientras observas en la pantalla de tu cerebro los labiospiernasrodillasmusloslaorilladelbrassiereoquizáinclusohastalavozdelaquetetieneperdidamenteenamorado e imaginas cómo sería el mundo si tan siquiera a ella le gustara la misma música que tú. . .

Hace menos de diez años que conseguí la versión en CD del White Album de Beatles. Debo admitir que "Dear Prudence" en CD se presenta en una dimensión que jamás había experimentado antes en el LP de mi hermano. Pero es sumamente extraño escuchar ese disco sin estar pensando en los momentos exactos en los que se raya, o en los que se siente un poquito más "sucio" que en otras partes, otras canciones. Este es otro detalle: el LP nos da la posibilidad de hablar de espacios: recorremos con el brazo del tocadiscos la impresión en el vinil, podemos identificar dónde se encuentran las rayaduras, aquel momento en la tercera canción del Houses of the Holy de Led Zeppelin, en donde la rolita de pronto como que se distorsiona un poco por la mugre que le cayِó cuando tu primito de San Ysidro le dio en la madre tirándolo al suelo y embarrándolo de mermelada.

La historia genética, en algún momento, nos hará recordar que esuchar música en un tocadiscos es un ritual social que duró varias décadas. Era uno el tocadiscos que había en la casa, y el gusto por la música de aquellos revolucionarios compositores de los sesenta comenzó con la música que escucharon sus papás, veteranos de guerra, admiradores de crooners o de cantantes de blues y jazz, quizá coleccionistas de Paganini o de las únicas grabaciones de Caruso.

Los músicos de jazz no hubieran podido expandir el curso narrativo del jazz si no hubieran tenido oportunidad de esuchar a Ravel o a Debussy en acetato. Satie.

Frank Zappa jamás hubiera sabido de Edgar Varese si no lo hubiera escuchado en una tienda de aparatos electrónicos, donde usaban uno de los discos de Varese para probar los en aquel entonces modernas consolas.

Me rehuso a bajar las canciones del "Get Happy" de Elvis Costello del KaZaA. Ya lo hice. Fue en Audiogalaxy, otro servicio similar a Napster, ya desaparecido, pero el que me dio la primer oportunidad de conseguir "música gratis".

Quemé mi "versión bajada" del Get Happy. Lo escuché una vez. Dejé de sentir nostalgia. De hecho, no sentí nada. Y estamos hablando de uno de los discos que más he escuchado toda mi vida. Un disco que jamás me enfadaría, un disco que prefiero escuchar solo. Porque las experiencias internas que he tenido con esa música son mías.

La música que escuchas en disco, invariablemente, y aunque no quiera decir que no sucede con los CDs, nos regresa a identificar el valor de nuestra propia libertad. De nuestra individualidad. De que estamos solos en el mundo, y que ningún pendejo con poder puede ni debe llegar a atentar contra nuestra privacidad. Porque la dimensión de experiencias que uno obtiene (¿obtenía?) al escuchar el After the Gold Rush, el Blue de Joni Mitchell, el Horses de Patti Smith, el segundo disco en vivo de Kiss, sólo se obtiene al interior.

Y luego está la colectividad. Es tanta la intimidad que sugiere un disco de vinil, que a veces pienso que esta versión del Get Happy no me pertenece. Le pertenece a su dueño. Son sus impresiones, no las mías. No dejo de disfrutar el disco, pero no es lo mismo. Difícil explicar, y a la vez tan fácil de entender para aquellos que saben de lo que estoy hablando.

Cuando alguien te presta un disco, y dura en tu colección más de un año, y es un disco que esuchaste constantemente, ese disco, y la experiencia que se halla contenida en éste, ya no son del dueño original. Fíjense en la cara de quien llega a tu casa a pedirte un disco que te prestó hace mucho. Observen cómo revisa con cierta tristeza el acetato que acabas de devolver, fíjense cómo la persona notó que ese disco ya no le pertenece.

Por eso los coleccionistas de LPs somos (tristemente fuimos, en mi caso) tan anales, cuando se trata de préstamos. Recuerdo a alguien que jamás, en toda su vida, prestó un solo disco. Esa persona era vista con una mezcla entre odio, envidia y a veces hasta cierto respeto. Recelo. Sabíamos que esta persona no buscaba ser gregaria, no pretendía establecer lazos de comunicación entre un fan y otro. Pretendía ser el más grande conocedor y poseedor de música de la comunidad. Y es aquí donde iniciaba la competencia.

Tristemente, hay ciertas facciones del coleccionista de LPs que lindan en los senderos del patetismo. A esos yo les llamo los proggies: aquellos que se quedaron flotando en una sola época musical, y que dejaron de indagar, de aventurarse por lo nuevo, la nueva y novedosa saliva musical que aparece cada martes en tu tienda de discos más cercana. Como quizá diría un comunicólogo, con el afán de reducir el significado de este tipo de personas: Su campo semántico es obsoleto.

Y es que lo siento, pero nadie puede vivir en el mundo contemporáneo si nunca ha escuchado a Sonic Youth.

Banda que pertenece a otro campo de experiencias, distinto al de los LPs: al campo del autoestéreo, cuando la música que descubres la escuchas en movimiento.

Es el punto intermedio, pero muy necesario no obstante, entre el pasado vinílico y el cinismo de la ciditera. Es el mundo de los cassettes.

Los cassettes redujeron un poco el valor nominal de la música, el sentido de posesión que se lograba al adquirir un álbum, porque eso eran: álbumes, registros de un momento en la vida.

Pero los cassettes convirtieron a la experiencia en algo más comunitario. Era el momento de los cambios.

Yo toqué en un grupo. Los Bluseros del Norte. Al principio era otra banda llamada Conjuro. Cuando fui invitado a tocar con ellos, invitación que hizo mi hermana, sugerí primero enviar a través de ella una serie de cassettes de la música que escuchaba por aquel entonces. La idea era que pudiéramos primero entablar una conversación musical, a ver si estábamos en la misma frecuencia, antes de de iniciar la charla instrumental, intelectual y poética en la que anduvimos por varios años.

La primer conversación que tuve con ellos fue precisamente sobre los cassettes que les presté. Fue nuestra carta de presentación.

Esto jamás podría lograrse con los LPs. Jamás prestaría mis discos a un grupo de desconocidos.

Conforme pasan los años, la adquisición de música se vuelve mucho más utilitaria. Ante una oferta enorme -muchas veces buena, otras veces increíble, la mayoría de las veces una porquería de mercadeo para pubertos- los que escuchamos música obsesivamente recurrimos a servicios para bajar la música, haciendo a un lado la posibilidad de "adueñarse" de ella. Bajamos música porque queremos utilizarla en nuestros respectivos estilos de vida. Descubrimos nuevas bandas que forman parte de nuestra experiencia, y en ocasiones compramos los compact discs porque sabemos que se tratan de "documentos importantes", una categoría que, precisamente, nace del concepto de Long Player nacido a finales de los sesenta con el LP de Sgt. Pepper. Pero la gran mayoría de las veces buscamos lo que queremos escuchar en un momento determinado. Es una nueva era, donde el concepto de "mood music" adquiere otras dimensiones.

Coldplay jamás sacará un disco que llamemos brillante. Es música que viene acompañada de imágenes, de posturas, de declaraciones de amor impostadas.

Radiohead seguirá sacando música brillante, porque se apegan al concepto de LP de antaño.

¿De cual de las dos bandas creen ustedes que tengo toda su colección?