1.4.08

Del blog Harchivo Hache (http://hyepez.blogspot.com) me robo el enlace a este inteligente ensayo, escrito por Jaime Mesa, en relación con la generación de escritores nacidos en los setenta.







Digo inteligente porque, en términos generales, el ensayo tiene la intención de provocar, de incitar a una suerte de acción, a partir de afirmaciones tajantes y contundentes sobre el devenir de las letras que producirá mi generación de aquí a diez años aprox.
Inteligente, porque la inteligencia se mide por el grado de conciencia que la persona tiene sobre las consecuencias de sus actos. Y no sé porqué leo detrás de este ensayo dicha conciencia. Hay algo de "taquillero", de "hay-que-decir-frases-contundentes-para-hacerme-notar". Pero también hay un interés por ver qué está sucediendo con los trabajos que producen los narradores nacidos en los setenta. Enhorabuena.
No obstante, por muchas razones no estoy de acuerdo con las observaciones del autor. Me pregunto si muchas de éstas razones, provienen del contexto desde el cual escribo: una suerte de no-lugar (Mexicali), en pleno ensimismamiento, en torno al lenguaje y en torno a las posibilidades de la narrativa como manifestación de la imaginación humana. (Y en medio del desierto, esto es, en un no-paisaje productor de no-imaginarios. (OK, no físicamente en medio del desierto, pero uds. entenderán)). También me pregunto si mis razones otorgan a los planteamientos de Jaime Mesa las vicisitudes que puede tomar el rumbo de la narrativa producida por mi generación.




No niego que nuestras obras ofrecen una compungida conciencia de desasosiego: hay una suerte de vitalismo en nosotros, y una suerte de vieja sabiduría a la que se inclinan nuestras propuestas creativas; independientemente de los temas, independientemente de las formas, los estilos, las aproximaciones teóricas y estéticas del ejercicio narrativo. Gozamos del cansancio de no tener que decir absolutamente nada. Tuvimos la suficiente conciencia como para aceptar a regañadientes el encasillameinto --generación X, generación post-crisis, los hijos de López Portillo, los hijos de De La Madrid (todos estos últimos los saco de la manga)-- pero no como para aceptarla con todo el cinismo que manifiestan las generaciones posteriores.

Digo, hay adolescentes que
gustosamente se proclaman "emos",
incluso como marca de identidad,
sin pensar sobre los antecedentes claramente encasilladores de donde proviene la expresión.
Para ellos, el encasillamiento es parte integral del ser.




Nos encanta la ironía, fuimos curados de espanto y soltamos la sonrisilla-que-no-comunica-nada, sobre todo cuando nos enfrentamos a la cada vez más alejada realidad que reproducen las "grandes novelas mexicanas", lo que Mesa después denomina (no literalmente) como el Santo Grial que todo escritor debe buscar durante todas las épocas y todos los tiempos (la búsqueda del "Gran Tema", creo que es a lo que se refiere), pero que en realidad, nosotros podemos esgrimir denostativamente y decir "Bah".

Pedro Páramo ya es sólo un puro significante, una maquinita --muy bien hecha-- de deseos.
¿La Región más transparente? Prueba superada. Por la realidad. Que se ha vuelto más dinámica que la ficción. Más ficticia. Y eso es decir algo triste. Carlos Fuentes lo reconoce. Y ese es el problema. Que no entendemos el papel de la ficción. Que tiene que ver con aquello que antiguamente llamábamos "verdad literaria". Que no son las "verdades absolutas" de las "grandes" "OBRAS". Que por cierto, es el denominativo que Jaime Mesa utiliza para referirse a nuestras aparentes "búsquedas".



O quizá no digamos "Bah".




Creo que todo depende de la búsqueda de cada escritor, en cada parte de este país. En cada parte de este mundo, finalmente. Y en lo que a mí respecta, estoy de acuerdo en el preciosismo y exquisitez con la que nos adentramos en el trabajo de escritura, que ha traído como consecuencia propuestas bastante ricas --aunque no novedosas-- pero que, por otro lado, insistimos en una noción medio romántica y a la vez medio pragmática del oficio (como que imaginamos al gran yo escritor, alternativamente dedicándose clasemedieramente a escribir articulillos y desvelarse produciendo relatos interesantes --muy a la Paul Auster-- o a percibirse como simulación de maldito que se mete cantidades heroicas de cocaína mientras saliva en el hombro de la nueva fémina que lo mira con ojos de monita japonesa, admirada por el "intelecto" de ese hombre de mirada turbia y un libro publicado por Alfaguara bajo el brazo) que nada tiene que ver con la escritura de ficción. A menos que se utilice como herramienta pasivo-agresiva para ganar adeptas. O adeptos, todo depende.

Tampoco tienen que ver esas propuestas de un cosmopolitismo aburrido, de escritor-que-obtiene-una-beca-Guggenheim-y-vive-una-temporada-en-el-infierno-que-es-Barcelona-y-conoce-a-una-muchacha-y-al-final-su-narración-es-un-remedo-del-capítulo-de-Rayuela-donde-Horacio-se-confronta-a-un-clochard. Lo cual vendría siendo una lectura por demás ramplona y sin chiste del escritor desterritorializado. Pero estos pecadillos son más propios de la generación previa.




Semos buenos escritorsetes. Reconocemos las vicisitudes de la forma y recuperamos cuando así sea necesario, esa temperatura melancólica que requiere el ejercicio narrativo. Pero hasta ahí, y nada más. Y ese es el problema.





Nos abruma la realidad, y en ocasiones, en vez de celebrarla, nos regodeamos en la pesadumbre con la que cargamos el gran riachuelo-historial de la literatura de nuestro país. Y ese es el otro problema. Por lo tanto, esta situación contradice la situación de fondo: no podemos mirar hacia atrás, no nos animamos a mirar hacia enfrente. En el interim, se nos olvida de lo que se trata es de recuperar del ejercicio narrativo esa voz persuasiva, cuyo eco proviene de las cavernas.





Además, existe esto: como prácticamente todos los productos culturales en la actualidad, vivimos una suerte de maximalismo creativo: hoy en día, existen decenas de novelas buenísimas, de películas buenísimas, de música buenísima, de postulados teóricos buenísimos, de artes visuales interesantísimas, etc. etc. etc. Cada año que pasa, incrementa la sección de reseñas de libros, no en calidad de reseña, sino en cantidad de libros reseñados. Y muchos de ellos, con recepciones positivas. Lo mismo pasa en otros ámbitos. Ante este panorama, la producción literaria, como productora de esas grandes categorizaciones que el modernismo prodigaba como los fines últimos del ejercicio literario (los "Grandes Temas", las "Grandes Obras"), ya suena a relato antiguo.




¿En verdad creemos que de la vorágine editorial surja aquella obra que genere una fisura lo suficientemente amplia como para incitar una transformación?




La respuesta de cada uno de nosotros denotará no sólo el sentido sino el ímpetu con el que nos enfrentamos a lo que anteriormente denominaba ese "ejercicio idiota de escribir".





Por mi parte: sí acepto que hemos desaprovechado enormemente las posibilidades literarias en un mundo que no ofrece grandes obras. Que el factor riesgo lo desanudamos para vertir obras de narrativa bien comportadas. Que hasta la fecha, no ha surgido ni siquiera un proyecto contundente que cimbre los esquemas de "lo literario, hoy". Lo que no acepto es guardar la espada y decir que esto no sucederá en nuestra propia producción.




Creo que esas obras están en Alberto Chimal, en Heriberto Yépez, en Martín Solares; creo que esos proyectos están en el trabajo de Luis Felipe Lomelí, en David Miklos, en el mismo Jaime Mesa. En muchos otros. Quiero creer que, como late bloomer, esa obra se encuentra en mí.




Y es que, por otro laredo, creo que es una apuesta noble, sensible pero quizás muy presurosa, decir que sólo veremos en la inteligencia de los escritores del futuro aquella marca que delineará el rumbo de las letras a seguir. De que lo será, eso es indudable: tenemos ante nosotros una generación que, a través de nuevos procesos de comunicación está modificando la naturaleza misma del lenguaje.




Pero quiero creer que nosotros seremos los que señalaremos el camino, no con propuestas que denoten agotamiento de recursos, sino con luces que adviertan los caminos por seguir.