25.9.08


De la próxima serie (ana)crítica blog

TSE08
Miércoles 24 de Septiembre de 2008



La estudiante se encontraba en un momento afuera de la Sala de Arte, recargada en el barandal que resguarda al impávido cimarrón disecado que flanquea el pasillo del Centro Comunitario. La estudiante tenía rostro de desconcierto. La maestra le preguntó qué le había parecido la exposición –aproximadamente 12 esculturas de corte contempo—y ella no tenía respuesta. Sí una sonrisa de inseguridad, de genuina pero noble desesperación al no saber “qué hacer” con lo que estaba allá dentro. Noté sus ojos vidriosos, no precisamente inconfundible pero sí dudosa la inscripción de cierto rubor en la mirada, el rostro que queda después de un buen toque de mariguana. Esto es pura especulación.



Lo que yo observo en la estudiante –esa sospecha de si andará o no bajo los efectos de un noble alucinógeno—proviene del mismo tipo de duda que ella tiene en torno a la exposición: objetos varios dispuestos para generar distintos tipos de reacciones estéticas y/o ideológicas. Como la advertencia de unos ojos vidriosos, mantenemos la duda sobre las condiciones desde donde vemos lo que vemos; en este caso, escultura contemporánea.



“No sé qué pensar, no sé qué decir”, manifestó, con una tierna claridad de intención, un esfuerzo auténtico por reconocer el valor de algo que en realidad no sabes –no sientes que sabes—valorar. He aquí la manifestación precisa de lo que prácticamente todo el mundo en todas partes experimenta en torno al arte actual: “ya no sé qué hacer con eso”.



Le comenté a la estudiante que Baudrillard llegó a la misma conclusión, en una conferencia en la que habló sobre el simulacro en el arte. Concluyó que estaba confundido, determinando que ya no existe tierra firme sobre la cual sostener un juicio concreto en torno a las cualidades –el qué es mejor, qué es peor, bueno/malo, feo/bonito, bello/grotesco, y así sucesivamente—de una obra de arte.



No problemo, está bien. Creo yo que el único piso que las sostiene es el viaje en el que transcurren, su momento, su contexto, su capacidad de relación/recreación. No es que el arte haya muerto –la paradoja es que, en un mundo donde el arte muere, recobra una vitalidad enorme la capacidad de producir obra—pero sí es que el arte ha perdido su capacidad de definición. En ese sentido, se corre el riesgo de que todo sea malo y bueno a la vez.




TSE08, es el nombre que recibió la exhibición inaugurada el día de ayer en la Sala de Artes del Centro Comunitario de la UABC. Se trata de una selección de piezas realizada para la materia “Tópicos Selectos en Escultura” en la Escuela de Artes de Mexicali y Tijuana. En ella se encuentra el trabajo representativo de más de dos años –aprox—de depuración conceptual en la que se han enfrascado estos estudiantes, ya que la materia se imparte en el último año de estudios, y ya para ese entonces, los alumnos debieron haber trabajado los fundamentos de la escultura, así como un marasmo de planteamientos, ideas, teorías y acercamientos a obras que son el toma y daca de la práctica artística contemporánea. (profesional/académica y autodidacta por igual). Asimismo, es el resultado de un trabajo colegiado entre cuatro artistas/profesores: Álvaro Blancarte y César Castro en Mexicali, Julka Djuretic y Manuel Ramírez en Tijuana. Una especie de combinatoria entre rudos y técnicos de la práctica escultórica, aunada a una actitud abierta a las posibilidades que ofrece la creatividad de los estudiantes.




Aquí está una palabreja filosa: “creatividad”. ¿Dónde se encuentra en la obra contempo? ¿En la fineza de la propuesta visual de una obra? ¿En la capacidad de resolución? ¿En la habilidad de sacar ocurrencias y puntadas de la manga?.* No puede decirse que existe una creatividad tradicional en las piezas de la exhibición TSE08. En su mayoría, las entiendo como esfuerzos por insertarse en una contemporaneidad que exige un sentido más “glocal”. ** Y en general, no es descartable para nada la reacción de la estudiante. La vibra en la inauguración fue muy similar a la reacción ojividriosa de esta muchacha: no hay mucho qué decir, en lo que se refiere a una valoración convencional del arte. Ni malo ni bueno, ni visualmente asombroso –y qué bueno que nos estamos alejando de esas ojiclarificadoras ilusiones plásticas—ni fantasmagórica o estruendosamente espectacular. Lo que prima en esta exhibición es lo poético-intimista, la crítica social redimensionada –no gritona, ni regañona— es la biografía perceptiva y experiencial de sus creadores.




Y me es grato decir que no se trata de una biografía alegórica pseudoespirituosa, como en el pasado reciente, sobre todo en Mexicali. Ya no tenemos el expresionismo simbólico de pintores que construyen un discurso débil y falaz, repleto de figuras como:


“Bueno, la escalera representa a mi madre, que escaló hasta el cielo cuando murió, porque eso lo dice Gibrán Jalil Gibrán, en un cuento. Y el rojo es sangre, y la cruz de la derecha representa la violencia de la religión. Por eso está a la derecha, porque la cruz es el PAN…”



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Lo que tenemos ahora son artistas que construyen un concepto a partir de la vivencia, la experiencia vital, pero esta acomodada dentro de marcos de comprensión compartida, no de autorreferencias personalistas y en ocasiones vagas. Para muchos puede sonar contradictorio, que los artistas actuales que intentan comunicar sentidos más accesibles a las miradas de los espectadores, recurren a producciones y prácticas alternativas, que muchas personas aun consideran “novedosas” o, en el peor de los casos, ni siquiera las consideran “arte”. No obstante, creo que la apuesta de éstos jóvenes es mucho más noble, clara y pura que los vericuetos romanticotes de muchos de sus antecesores.



Las piezas de Denisse Robles, por ejemplo. Un vaso de Coca Cola pintado en la pared y una hamburguesa en su envoltura, en tamaño gigante, de características hiperrealistas, así como unas rodajas de sushi con todo y palillos –muy Claes Oldenburg—refieren, en su alusión a la palabra “Fat” que se reitera en estos alimentos magnificados, una relación determinada con la comida, que proviene de experiencias personales de trastorno alimenticio. El trabajo intimista y breve de Aida Larrañaga, una consecución de piezas con labios pintados y huellas de labios pintados en nichos blancos y colgados en la pared, así como una especie de refractario en cuyo interior se suspenden huellas similares, si buen aun buscan una dimensión conceptual más sólida, sí nos aluden –por lo menos indicialmente—a una suerte de búsqueda de verdad amorosa, impresa, inscrita, con el signo esencial del beso –labios pintados—como verdad última.



El trabajo de Oslyn Whizar, una media femenina, sujetada por hilos en el centro de un cerco, ambas suspendidas en el espacio a una altura por encima de la cabeza, establece una posible tautología: el resguardo de un resguardo. La pieza interactiva de Iván Ruiz, que consiste en una serie de instrucciones técnicas para defensa personal y ejercicio físico, colocados a los largo de un muro y acompañados de implementos para el ejercicio –cuerda para saltar, colchón empotrado en la pared para prácticas de golpeo, un saco de arena colgado del techo—combina los elementos lúdicos de las postvanguardias (fluxus, et. al.) con una suerte de propuesta que –según así lo leo—permite que los movimientos emanados de los participantes que siguen las instrucciones, construyan una figura escultórica efímera; a partir de que el espectador, por ejemplo, salte la cuerda como lo indica la instrucción, se genera una “escultura momentánea” a la one minute sculptures de Erwin Wurm.



Héctor Herrera apuesta por una poética dinámica del espacio, colocando una serie de bolsas de plástico hechas con papel maché, de distintas formas y estados de arrugamiento, suspendidas en el aire y dispuestas en una secuencia que sugieren movimiento, produciendo una paradójica estática-dinámica; lúcido, sensible y muy cuidadoso, Herrera revela en el marco del museo una imagen de la cotidianeidad –la bolsa de plástico volando—pero lo hace sin demasiado ruido, sin demasiadas alusiones directas que interrumpen el concepto: en el muro que sirve de fondo a la pieza, se encuentran pintadas dos bolsas de gran escala; en una de ellas, aparecen las franjas amarillas y rojas de la tienda OXXO. Nunca el nombre, sólo las franjas. El OXXO se evoca, no se obliga la mirada del espectador a ver en la pieza una bolsa de OXXO volando. Herrera quiere que veas la bolsa, la suspensión del movimiento.



En el otro flanco se encuentran las series de cajas de Jonathan Ruiz, una sucesión de cajas de cartón recortadas que aparentan casas, apiladas y pegadas en forma semi piramidal en la pared, cuyo fondo traza gráficamente la sucesión de cubos de cartón, aludiendo poéticamente uno de los escaparates visuales más preponderantes de Tijuana: las casas desplegadas en todas sus colinas.




Estos son sólo ejemplos de muchas piezas que vemos en la exhibición. El punto de este texto no es revisitarlas todas, aunque para ahorita ya corrí bastante riesgo en extenderme al punto de que el lector bloguero sienta en estos precisos momentos que el texto nunca terminará, sino más bien aludir a los distintos horizontes de experiencia que ocurrieron en mi camino, mientras contemplaba los trabajos. Ya les comenté acerca de la muchacha ojividriosa, ahora hay que hablar de otros puntos notables.




Pero antes, retomo lo dicho; estos ejemplos nos dan muestra de que el artista que está forjando la Escuela de Artes está comprometido no sólo con su entorno sino consigo mismo. El tono de las piezas no es autorreferente, pero sí refiere a experiencias vitales, visuales, de encuentro sensible con el mundo. H. Herrera y J. Ruiz nos presentan sus miradas, así también Nadia Aldaco y su pieza de la enorme bola de retazos de costura flotando en el aire –como un enorme globo de textiles maquilados—unida a máquinas de coser que la rodean; lo hacen desde una dinámica que prescinde del romanticismo e idealización de la práctica artística –aquella que concibe al arte como “expresión de sentimientos”—y apuesta por una revelación poética y orgánica sobre la naturaleza de los objetos y las realidades sociales.




Pero esto puede sonar a aspaviento y dibujo animado para el lego o para –¡gulp!— el que regurgita la noción de que el arte debe ser bello y…”autocomprensible”, que con tan sólo verlo “le agarras la onda”, y de paso admiras la capacidad manual del creador.




No obstante esta última apreciación es para las señoras opusdeyescas de la iglesia más piripopis de su ciudad, creo que, de todas formas, estas propuestas (apuesto cien dólares a que alguien, en algún momento de la inauguración, llegó a decir en palabra o pensamiento: “¿Esto es escultura?”) merecen ser vistas desde múltiples perspectivas. ¿Son buenas o malas? ¿Bonitas o feas? Estas preguntas son inútiles en el marco de la contemporaneidad, ahí donde seguimos tomando Coca Cola Light a pesar de su sabor (¿En realidad: ¿tiene buen sabor la Coca Light?) y donde la belleza física ha ampliado sus horizontes de apreciación.




No quiero caer en el discurso de “pues, apoyemos todo lo novedoso, porque lo nuevo es bueno”, o el de “qué bueno que existen espacios que apoyan las artes” y mucho menos el de “con que sea arte, no importa cómo esté”, pero sí hay algo de renovador, y sobre todo de franca recepción, a las piezas de esta expo. Y reacciones hubo de todas, desde las fotografías tipo turistas de Disneylandia frente al plato de sushi, hasta el nerviosismo de los que no se animaban a interactuar con la pieza de Iván Ruiz; desde la escultura sin nombre (un par de huesos y una llanta de bicicleta suspendidas en el aire, que hasta la fecha NADIE ha podido decirme de quién era) hasta la actitud de sorpresa de todos los que tropezábamos con las sutiles cajas de origami de Adriana Ramírez. Sigo pensando que atiborraron la sala con obra, y que en ocasiones, esto no permite que las piezas “respiren” y que el espectador discierne con más calma los “marcos” en los que se encuentra una pieza y otra. Menuda resolución de espacio la que enfrentan los museógrafos, pero sí ya es tiempo de presentar expos más silenciosas, menos repletas, menos tianguescas.




Me devuelvo, finalmente, al sentido que la estudiante buscaba en las obras. Quizá, en esta época, no encontremos paso ni rumbo firme en el arte actual. Quizá cada uno a lo suyo, y lo único que importa es ser visto. Pero creo que hay más. Sin embargo, ese “más” no está en las obras, sino en el espectador, y lo que su mente hace con ellas.




Como señalaba esa caricatura de Ad Reinhardt, aquí la idea ya no es averiguar qué representa una obra, sino lo que nosotros representamos en ella.



* esto de ocurrencias y puntadas no es peyorativo: es la base esencial de la producción artística contempo –y hasta puede decirse que de todos los tiempos. El problema de ello radica en los tipos de “gestos” que emanan de la O/P. Hay O/Ps que redimensionan al objeto y su sentido y lo llevan a una especie de sitio poético de contemplación; hay O/Ps que sacralizan al objeto, como si quisieran poetizarlo antes de dejarlo ser. Esto último es un error. Es lo que sucedió con la exposición Navajas de Rosa María Robles, actualmente montada en la Sala “Álvaro Blancarte” de la Escuela de Artes Tijuana: la ocurrencia de poner las cobijas de ejecutados en la exhibición martirizan de antemano a los objetos y, por lo tanto, los dotan de poder un poder contemplativo sagrado –hay que “ver” con solemnidad unas cobijas enrolladas o desplegadas en la sala. Váyanse a la shingada con eso.

** algo entre lo global y lo local-. para los que fruncieron el ceño después de leer esta otra palabreja: a mí tampoco me gusta. Pero es la que más o menos se acerca a lo que quiero dar a entender.




23.9.08

Como una manera de continuar con las indagaciones personales en torno a David Foster Wallace, recientemente fallecido, me encontré con este discurso, emitido por él en una ceremonia de graduación en la Universidad de Kenyon, el 21 de mayo de 2005. Más que cualquier otra cosa, por el deleite de seguir sus líneas de pensamiento (poco se dice, pero hay algo terriblemente seductor en el acto de traducir. algo similar a vivir en la mente de otro), pero sobre todo porque, en el trayecto, me encontré a uno de los pocos pensadores contemporáneos cuya búsqueda tenía que ver con la verdad.



Si alguno de ustedes siente la necesidad de perspirar, les aconsejo que lo hagan, porque tengan por seguro que yo lo haré. [breve masculleo mientras levanta su bata y saca un pañuelo de su bolsillo]. Saludos [“¿padres?”] y felicidades a la generación de graduados de Kenyon de 2005. Se encuentran dos peces jóvenes nadando, y se encuentran con un pez más viejo que nada en sentido contrario, mismo que asiente con su cabeza a ellos y les dice “Buen día, muchachos. ¿Qué tal el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan por un momento, hasta que uno de ellos ve al otro y le dice “¿Qué demonios es el agua?”

Este es un requerimiento estándar de los discursos de estas ceremonias, el empleo de pequeñas historias parabolescas. El relato [“la cosa”] resulta ser una de las mejores y menos embusteras convenciones del género, pero si les preocupa que me vaya a presentar como el pez más viejo y sabio que les explique lo que es el agua a ustedes, peces jóvenes, por favor, no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio. El objeto del relato del pez tiene que ver simplemente con que las realidades más obvias e importantes son, muchas veces, las más difíciles de ver, de hablar acerca de ellas. Planteado como un enunciado Inglés, claro, esto es una obviedad banal, pero el hecho es que en las trincheras cotidianas de la existencia adulta, las obviedades banales pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos esto es lo que desearía sugerirles en esta mañana seca y encantadora.

Claro, el principal requisito para discursos como éste, es que se supone que debo hablar acerca del sentido de su educación en artes liberales, de explicarles porqué el grado que están a punto de recibir tiene un verdadero valor humano, más que una simple recompensa material. Entonces, pues, hablemos acerca del cliché más común del género de los discursos de graduación, el que nos dice que una educación en las artes liberales no es tanto para llenarlos de conocimientos, como lo es para "enseñarles a pensar". Si son como yo de estudiante, nunca les ha gustado escuchar eso, y tienden a sentirse un poco insultados por el hecho de llegar a necesitar a alguien que les enseñe a pensar, ya que con el simple hecho de haber sido aceptados a una universidad tan buena como esta es suficiente prueba de que ustedes ya saben cómo pensar. Pero voy a plantearles, que, en realidad, el cliché de las artes liberales termina siendo muy poco insultante, porque la educación realmente significativa, sobre la idea de que se supone que debemos entrar a un lugar como éste, no es realmente sobre la capacidad para pensar, sino más bien sobre la opción de lo que habrá que pensarse. Si toda tu libertad de elección con respecto a qué pensar parece demasiado obvia como para perder el tiempo discutiéndola, les pediría que pensaran sobre peces y agua, y de poner entre paréntesis por unos minutos su escepticismo en torno al valor de lo completamente obvio.

Aquí les va otro pequeño relato didáctico. Se encuentran dos tipos sentados en un bar en un páramo de Alaska. Uno de los tipos es religioso; el otro es ateo, y ambos discuten la existencia de Dios con esa especial intensidad que comienza después de la cuarta cerveza. Y el ateo dice: “Mira, no es como si tuviera razones verdaderas para no creer en Dios. No es como si no hubiese experimentado todo el asunto de Dios y la oración y eso. Justo el mes pasado me quedé atrapado lejos del campamento en esa terrible tormenta, y estaba completamente perdido y no podía ver nada, a cincuenta grados bajo cero, y entonces lo intenté: ‘Oh, Dios, si acaso existe Dios, estoy perdido en esta tormenta y me voy a morir su no me ayudas.’” Y ahí, en el bar, el hombre religioso vio al ateo todo confundido. “Entonces ya has de creer,” dijo, “después de todo, aquí estás, vivo.” El ateo nomás pone los ojos en blanco. “No, hombre, lo que pasó fue que un par de esquimales venían pasando y me mostraron el camino de vuelta al campamento.”

Es fácil hacer pasar esta historia por una suerte de análisis estándar de las artes liberales: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente distintas para dos personas distintas, dados los sistemas de creencias de cada uno, y las dos maneras distintas de construir un significado de la experiencia. Debido a que premiamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en ninguna parte de nuestro análisis de las artes liberales queremos decir que la interpretación de uno de ellos es la verdadera y la del otro es falsa o mala. Todo lo cual está bien, excepto que tampoco nunca terminamos hablando justamente acerca de dónde provienen esos sistemas y creencias individuales. Esto es, de que vienen desde el INTERIOR de estos dos tipos. Como si la orientación más básica de una persona en torno al mundo, y el significado de su experiencia, estuvieran de algún modo integrados a éste, como su estatura o el calzado de sus zapatos; o automáticamente absorbido desde la cultura, como el lenguaje. Como si la manera en que construimos el significado no fuera cuestión de elección personal e intencional. Además, está toda esa cuestión de la arrogancia. El tipo no religioso está tan seguro de su rechazo a la posibilidad de que los esquimales que iban pasando tuvieran algo que ver con sus oraciones. Cierto, también hay bastantes personas religiosas que se muestran arrogantes y seguras de sus propias interpretaciones. Probablemente sean más repulsivos que los ateos, por lo menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente el mismo que el del no creyente en el relato: la seguridad ciega, una cerrazón de pensamiento que resulta en un aprisionamiento tan total que el prisionero no se da cuenta que está encerrado.

El punto aquí es que pienso que esta es una parte de lo que el haberme enseñado a pensar realmente significa. Ser un poco menos arrogante. Tener sólo un poco de conciencia crítica sobre mi persona y mis certezas. Porque un gran porcentaje de lo que yo tiendo a estar automáticamente seguro es, pues, completamente incorrecto e ingenuo. He aprendido esto por el camino difícil, como vaticino que les sucederá a ustedes, graduados.

Aquí está solo un ejemplo de la completa incorrectitud de algo para lo que tiendo estar automáticamente seguro: todo en mi propia experiencia inmediata apoya mi creencia profunda de que soy el centro absoluto del universo; la persona más real y más vívida que exista. Rara vez pensamos sobre este egocentrismo natural y básico, porque es tan socialmente repulsivo. Pero es básicamente lo mismo para todos nosotros. Es nuestro default setting, integrado a nuestros tableros al nacer. Piénsenlo: no existe una experiencia que hayas tenido para la cual no hayas sido el centro de ella. El mundo, tal y como lo experimentas, está ahí, enfrente de TI o detrás de TI, a TU izquierda, en TU televisión o TU monitor. Y así sucesivamente. Los pensamientos y sentimientos de los otros tienen que ser comunicados a ti, de alguna manera, pero los tuyos son inmediatos, urgentes, reales.

Favor de no preocuparse de que esté a punto de aleccionarlos sobre la compasión o sobre dirigir sus atenciones hacia los otros, o sobre todas las llamadas virtudes. Esto no es cuestión de virtud. Es cuestión de que yo escoja la tarea de alterar de algún modo o liberarme de mi default setting natural e integrado, que es el de ser profunda y literalmente egocéntrico, y de ver e interpretar todo a través de estos lentes del ser. Las personas que pueden ajustar sus default settings de esta manera, son muchas veces descritos como “bien equilibrados”, lo cual les sugiero que no se trata de un término accidental.

Dado el escenario académico en el que me encuentro, una pregunta obvia es qué tanto de esta labor de ajuste y equilibrio de nuestro default setting tiene que ver con un verdadero intelecto o conocimiento. Esta pregunta se pone medio capciosa. Probablemente lo más peligroso de una educación académica –por lo menos en mi caso—es que habilita mi tendencia a sobreintelectualizar las cosas, de perderme en las discusiones abstractas en mi cabeza; en vez de simplemente prestar atención a lo que ocurre justo frente a mi, presto atención a lo que ocurre dentro de mi.

Como seguramente ustedes sabrán para ahora, es extremadamente difícil mantenerse alerta y atento, en vez de dejarse hipnotizar por el monólogo constante en tu propia cabeza (puede estar sucediendo justo ahora). Veinte años después de mi graduación, he comprendido poco a poco que el cliché de que las artes liberales te enseñan a pensar, realmente quiere decir aprender a ejercer algún tipo de control sobre lo que decides prestarle atención, y de elegir cómo construyes un sentido de la experiencia. Porque si no puedes ejercer este tipo de elección en la vida adulta, serás completamente barrido. Piensen en el viejo cliché, el que dice que la mente es un excelente sirviente pero un amo terrible.

Este, como muchos clichés, tan bobo y poco emocionante en la superficie, en realidad expresa una verdad grande y terrible. No es ni un poco coincidencia que los adultos que cometen suicidio con armas de fuego casi siempre terminan pegándose un tiro en el mismo lugar: la cabeza. Le pegan un tiro al amo terrible. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidias ya estaban muertos, mucho antes de que jalaran el gatillo.

Y lo que yo postulo es que este es el valor real y sin aspavientos que supone tener su educación en artes liberales: cómo hacerle para evitar pasar tu cómoda, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente, como un esclavo de tu cabeza, y para que tu default setting esté singular, completa e imperialmente solitario día y noche. Esto puede sonar como a hipérbole, una abstracción sin sentido. Pongámonos concretos. El hecho a secas es que ustedes, graduados, aun no tienen ni la más mínima clave sobre lo que significa “día y noche”. Ocurre que hay partes enormes y completas de la vida adulta estadounidense de las que nadie habla en los discursos de ceremonia de graduación. Una de estas partes tiene que ver con el aburrimiento, la rutina y la mezquina frustración. Los padres y la gente mayor que se encuentran aquí saben muy bien a lo que me refiero.


A manera de ejemplo, digamos que es un día adulto común, y te levantas por la mañana, vas a tu desafiante trabajo de profesionista de cuello blanco, y trabajas duro unas ocho o diez horas, y al final del día estás cansado y en cierta medida estresado y todo lo que quieres hacer es llegar a casa, tener una buena cena y quizás relajarte durante una hora, para luego irte la cama temprano porque, claro, tienes que levantarte el día siguiente y hacerlo otra vez. Pero luego recuerdas que no hay comida en casa. No has tenido tiempo para ir de compras esta semana, debido a tu desafiante trabajo, de modo que después del trabajo tienes que subirte a tu carro y dirigirte al supermercado. Es el final de la jornada y el tráfico obviamente es así: terrible. De modo que llegar a la tienda toma más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegas ahí, el supermercado está lleno, porque claro, es la hora del día en el que todas las demás personas con trabajos también tratan de incluir en sus rutinas un poco de compra de alimentos. Y la tienda está horrendamente iluminada y saturada de esa muzak o esa música pop corporativa que asesina el alma y básicamente es el último lugar en el que quieres estar pero no puedes simplemente entrar y salir; tienes que pasearte por todos esos pasillos enormes y sobreiluminados de la tienda, para encontrar las cosas que quieres, y tienes que maniobrar tu carrito enclenque por entre todas estas personas cansadas y apresuradas con carritos (etcétera, etcétera, hay que cortar unas cosas porque esta es una ceremonia larga) y finalmente tienes todos tus suministros para la cena, sólo que ahora resulta que no hay suficientes cajas abiertas, aun cuando se trata del bullicio de final de día. De modo que la fila es increíblemente larga, lo cual es estúpido y endurecedor. Pero no puedes arrojar tu frustración hacia la dama frenética que se encuentra en la caja registradora, saturada en un trabajo cuyo tedio diario y falta de sentido sobrepasa la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en una universidad de prestigio.

Total, finalmente llegas a la caja registradora, y pagas por tu comida, y te dicen que “Tengas buen día” en una voz que es la voz absoluta de la muerte. Luego tomas tus espeluznantes y endebles bolsas de plástico con comestibles y las subes a tu carrito con la endemoniada ruedita que siempre jala para la izquierda, pasando por el estacionamiento abarrotado y lleno de baches y basura, y luego tienes que manejar hasta tu casa, atravesando un tráfico intenso, de hora pico, pesado y SUV intensivo, etcétera, etcétera.

Claro, todos han hecho esto. Pero aun no ha sido parte de la vida rutinaria de ustedes graduados, días tras semanas tras meses tras años.

Pero lo será. Además de muchas más rutinas grises, irritantes, aparentemente sin sentido. Pero ese no es el punto. El punto es que en estupideces insignificantes y frustrantes como ésta es donde surgirá la labor de elegir. Porque los embotellamientos y los pasillos abarrotados y las largas filas en las cajas me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión conciente sobre cómo pensar y hacia qué prestar atención, voy a estar encabronado y me voy a sentir miserable cada vez que tenga que ir de compras. Porque mi default setting natural es que la certeza de situaciones como ésta son en realidad acerca de mí. Sobre MI hambre y MI fatiga y MI deseo por simplemente llegar a casa, y para todo el mundo, parecerá que todos los demás interrumpen mi paso. ¿Y quiénes son todas estas personas que interrumpen mi camino? Y mira qué tan repulsivos son la mayoría de ellos, y qué tan estúpidos y bovinos y ojimuertos y groseros y no-humanos parecen ser en la fila de la caja, o qué tan irritante y grosera resulta ser la gente que habla con voz muy alta en sus celulares, en medio de la fila. Y miren qué tan profunda y personalmente injusto es todo esto.

O claro, si me encuentro en una modalidad más socialmente consciente en mi default setting de las artes liberales, puedo pasar mi tiempo en el tráfico del final de jornada indignado por todos los SUV’s y Hummers y camionetas pick-up de doce cilindros enormes y estúpidos y satura hileras, quemando sus despilfarradores y egoístas tanques de cuarenta galones de combustible, y puedo vivir con el hecho de que las calcomanías patrióticas o religiosas siempre parecen estar en los vehículos más enormes y asquerosamente egoístas, manejados por los conductores más horripilantes [se escucha aquí un largo aplauso] (aunque este es un ejemplo sobre cómo NO pensar) más desconsiderados y agresivos. Y puedo pensar sobre cómo los hijos de nuestros hijos nos odiarán por gastarnos todo el combustible del futuro, y probablemente por arruinar el medio ambiente, y qué tan mimados y estúpidos y egoístas somos todos, y cómo la sociedad de consumo moderna simplemente apesta, y así sucesivamente.

Más o menos esa es la idea.

Si yo eligiera pensar de esta manera en una tienda y en la carretera, está bien. Muchos de nosotros lo hacemos. No obstante, pensar de esta manera tiende a ser tan fácil y automático que no es una opción. Es mi default setting natural. Es la manera automática como vivo las partes aburridas, frustrantes y aglomeradas de la vida adulta cuando estoy operando bajo la creencia automática e inconsciente de que soy el centro del mundo, y de que mis necesidades y sentimientos inmediatos son los que deberían determinar las prioridades del mundo.

El asunto es que, claro, hay maneras muy distintas de pensar sobre estos tipos de situaciones. En este tráfico, con todos estos vehículos se detuvieron y se quedaron parados frente a mi camino, no es imposible que algunas de estas personas en los SUV’s hayan estado en accidentes automovilísticos horrendos, y ahora encuentran que manejar es tan terrorífico que sus terapeutas les han casi ordenado que se consiguieran un enorme y pesado SUV para que se sientan lo suficientemente seguros como para manejar. O que el Hummer que me acaba de rebasar es quizá manejado por un padre cuyo hijo pequeño está lastimado o enfermo en el asiento del copiloto, y que trata de llevarlo al hospital, y se encuentra en una prisa mucho más legítima que la mía: en realidad soy YO el que está obstruyendo su paso.

O puedo optar por obligarme a considerar la posibilidad de que el resto de las personas en la línea del supermercado está igual de aburrida y frustrada que yo, y que algunas de estas personas probablemente tienen vidas mucho más difíciles y tediosas y dolorosas que la mía.

De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando consejos morales, o de que estoy diciendo que deben pensar de esta manera, o que todos esperan de ustedes que lo hagan automáticamente. Porque es difícil. Se requiere de voluntad y esfuerzo, y si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o simplemente no te darán ganas de hacerlo.

Pero la mayoría de los días, si eres lo suficientemente conciente como para darte a elegir, puede elegir ver de manera distinta a esa señora gorda, ojimuerta y sobremaquillada que le acaba de gritar a su hijo en la línea del supermercado. Quizá no sea normalmente así. Probablemente haya estado despierta durante los últimos tres días porque su esposo se está muriendo de cáncer de los huesos. O quizá esta misma señora es la empleada con ingresos de salario mínimo en el departamento de vehículos, que justamente ayer ayudó a tu esposa a resolver un horrendo problema de papeleo, por medio de un pequeño acto de bondad burocrática. Claro, nada de esto es probable, pero también, no es imposible. Sólo depende de lo que quieras considerar. Si estás automáticamente seguro de que sabes lo que es la realidad, y estás operando bajo tu default setting, entonces tú, como yo, probablemente no considerarás posibilidades que no sean irritantes y miserables. Pero si aprendes a prestar atención, entonces sabrás que hay otras opciones. En realidad estará bajo tu poder experimentar una situación de apesadumbrado infierno de consumo no sólo como algo significativo, sino también como algo sagrado, encendido con el mismo fuego que formó a las estrellas: el amor, la fraternidad, la unicidad mística de todas las cosas en su profundidad.

Y no es que las cosas místicas sean verdaderas. La única cosa que es verdadera con V mayúscula es que tú tienes la capacidad de decidir cómo tratarás de verlas.

Esto postulo yo que es la libertad de una educación verdadera, de aprender cómo estar bien equilibrados. Tienes la oportunidad de decidir concientemente qué es lo que tiene significado y qué no. Tienes la opción de decidir qué es lo que vas a adorar.

Porque aquí está otro asunto extraño pero verdadero: en las trincheras cotidianas de la vida adulta, no existe tal cosa como el ateismo. No existe tal cosa como la ausencia de adoración. Todos adoramos. La única opcíón que tenemos es hacia lo que vamos a adorar. Y la razón de peso para escoger quizá una suerte de dios o tipo espiritual para adorar –sea JC o Allah, sea Yahvé o la Diosa Madre de las Brujas o las Cuatro Nobles Verdades, o algún inviolable conjunto de principios éticos—es que básicamente cualquier cosa que adores te comerá vivo. Si adoras el dinero y los objetos, si se encuentran ahí donde sostienes el significado de la vida, entonces nunca tendrás suficiente, nunca sentirás que tienes suficiente. Es la verdad. Adora tu cuerpo, la belleza y el encanto sexual, y siempre te sentirás feo. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a revelarse, morirás un millón de muertes antes de que finalmente te penen. Hasta cierto nivel, todos reconocemos estas cosas. Se han codificado como mitos, proverbios, clichés, epigramas, parábolas; el esqueleto de cualquier gran relato. El truco es mantener la verdad al frente en la conciencia diaria.

Adora al poder, y terminarás sintiéndote débil y temeroso, y necesitarás mucho más poder sobre los otros para amainar tu propio temor. Adora tu intelecto, para ser visto como inteligente, y terminarás sintiéndote estúpido, un fraude, siempre al borde de ser descubierto. Pero el aspecto insidioso de estas formas de adoración no es que sean malas o pecaminosas; es que son inconscientes. Son default settings.
Son el tipo de adoración al que gradualmente te insertas, día tras días, volviéndote cada vez más selectivo en torno a lo que ves y cómo mides el valor, sin estar completamente conciente de que eso es lo que estás haciendo.

Y el llamado mundo real no te desalentará a operar a partir de tus propios default settings, porque el supuesto mundo real de los hombres y el dinero y el poder murmura felizmente en un estanque de miedo y coraje y frustración y añoranza y adoración del ser. Nuestra cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de maneras que han producido riquezas extraordinarias y confort y libertad personal. La libertad de que todos seamos lores de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, solos, en el centro de toda creación. Este tipo de libertad tiene mucho qué recomendarnos. Pero claro, son todos distintos tipos de libertad, y el tipo de libertad más preciado, no escucharás mucho de él en el gran mundo exterior de deseos y logros. El tipo de libertad realmente importante tiene que ver con la atención y la conciencia y la disciplina, y de ser capaces de verdaderamente ver por las demás personas y de sacrificarnos por ellas una y otra vez, de una infinidad de maneras insignificantes y poco sexys, durante todos nuestros días.

Esa es la verdadera libertad. Eso es ser educado, y entender cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, el default setting, la carrera de la modernidad, el constante sentido corroyente de haber tenido, y haber perdido, alguna cosa infinita.

Yo sé que estas cosas probablemente no suenen divertidas y despreocupadas o grandilocuentemente inspiracionales, de la manera como los discursos de graduación se supone que deberían sonar. Lo que es, hasta donde puedo ver, es la verdad con V mayúscula, con un montón de sutilezas retóricas despojadas. Claro, ustedes son libres para pensar lo que deseen. Pero por favor, no lo hagan a un lado simplemente como otro sermón a la Dr. Laura. Nada de esto tiene que ver con moralidad o religión o dogma o esas grandes preguntas extravagantes de la vida después de la muerte.

La verdad con V mayúscula tiene que ver con la vida ANTES de la muerte.

Tiene que ver con el valor real de una educación real, la cual casi no tiene nada que ver con el conocimiento, y casi tiene todo que ver con una simple conciencia; una conciencia sobre lo real y esencial, tan escondido a la luz de todos nosotros, todo el tiempo, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos, una y otra vez:

“Esto es agua.”

“Esto es agua.”

Es inimaginablemente difícil hacer esto, mantenerse conciente y vivo en el mundo adulto, día y noche. Todo lo cual quiere decir que otro enorme cliché resulta ser verdad: su educación realmente ES el trabajo de toda una vida. Y comienza: ahora.

Les deseo mucho más que suerte.

17.9.08

David Foster Wallace
(1962-2008)

Hay algo extraordinariamente sucinto pero al mismo tiempo desesperante acerca de la muerte de David Foster Wallace. Algo contrario a, distinto de, inverso a aquello que promulgaba a través de su proyecto narrativo. Aun cuando la búsqueda de razones para justificar/explicar/entender un suicidio son igual de elegantes en su indagatoria que explicar el sentido del viento, ya que éste va y viene a sus anchas, y cualquier noción que quiera definir su rumbo --desde la climatología hasta los designios ancestrales de las brujas y los oráculos-- es una labor absurda y futil.
Dicho todo esto, no puedo comprender que se haya colgado. Y claro, cualquier búsqueda de comprensión es inane; lo que sucede es que una acción tan breve, tan brutalmente clara y concisa y precisa y definitiva como ahorcarse, siento yo, va en contra del espíritu de Wallace. Este escritor fue un auscultador de las minucias que deben valorarse para comprender la complejidad de la condición humana: la muerte, la vida y sus (des)conexiones y yuxtaposiciones de signos, los sucesos-como-autoconciencia-de-nuestra-narratividad, la supervivencia de la especie humana en medio de una era cínica y de franca ironía, creo que sólo un espíritu que pudiera tolerar, sopesar, desmenuzar todas estas vicisitudes, tuviera por lo menos un ápice de gracia al momento de su despedida.
Empero, no puede decirse que su obra literaria estuviera plagada de "buenos sentimientos" en torno a la condición (post)humana (o como quieran leerla). De hecho, fue una suerte de resistencia a todas las ataduras de sentido en las que nos hallamos las personas que desde la literatura aun buscamos un sentido, una "conexión" con ese mundo que está allá afuera, y que cada vez causa más pánico. Pero tampoco puede decirse que era un apocalíptico; desde el lenguaje, él podía dar cuenta que la resolución de los sentimientos y sensaciones humanos contemporáneos -siempre en vilo y en perpetua sospecha-- pueden ser sopesados por lo menos con un poquito de comprensión.
Él lo que trató de hacer fue comprenderse en el acto mismo de comprensión.1 Perderse en uno de sus cuentos, en sus ensayos 2, en su novela Infinite Jest 3, era encontrarse con un pensamiento que no dejaba de ver los múltiples lados de la moneda, una suerte de lógica rizomática (chin, me había prometido no usar esa palabreja dominguera, pero ¿qué puedo hacer?) donde se presenta una realidad imbricada, no sólo en las precisiones de un orden hiperrealista sino también en las actitudes, ánimos y modalidades que conforman la vida contemporánea.
No puedo comprender cómo alguien que luchó durante toda su vida creativa por demostrar que el cinismo y la ironía han sido uno de los principales males de la sociedad contempo, y que éstos se habían transferido al discurso narrativo como un recurso viable y chistoso pero que inevitablemente lo condujo a la apatía y el descontento general, a una suerte de serpiente comiéndose su propia cola irónica y sardónica (recuerdo dos escenas, no directas de la obra de DFW, pero sí aclaradoras de la idea que quiero plantear: dos personajes del programa de los Simpsons, como espectadores de una sátira del festival "Lollapalooza", en el que uno hace un comentario y el otro pregunta si estaba siendo irónico y el que hizo el comentario dijo que ya no sabía; el otro, los personajes principales de la película Ghost World, frente al escenario de su fiesta de graduación, donde una de ellas dice que el festejo se veía tan naco que parecía ser cool, y la otra comentó que pasó de lo naco a lo cool a lo naco otra vez), ahí donde lo que en un principio se escuchó como la voz satírica de ultratumba de un William Burroughs se convirtió en la voz gratuitamente agria de un Chuck Palahniuk, ahí donde lo que en un principio fue la burla irónica pero dolida de Kurt Vonnegut se convirtió en la centena de voces sardónicas y dicharacheras-porque-simplemente-se-oye-curada-hablar-de-cholos-y-putas de casi todos los escritores de finales de siglo y principios del actual, esto es, prácticamente todos los que escribimos hoy en día.
Quizá seguiré sin comprender. Lo que sí es que Foster Wallace fue uno de los narradores contemporáneos que efectivamente le otorgaba una voz discombombulante a este mundo discombombulado.
1 Suena estúpida y retóricamente débil esta idea, pero algo había de eso en su narrativa, y en su pensamiento en general.
2 Donde prácticamente podía abordar el tema que le diera su regalada gana, desde una reflexión sobre la industria pornográfica hasta un análisis sobre lo sublime desde la perspectiva de las jugadas del tenista Roger Federer, y así sucesivamente.
3 Donde abordó con una obsesiva compulsión el uso de pies de página --unas doscientas páginas de un libro de 1,200 aprox--, como recurso para no dejar cabo suelto en ninguna de las vicisitudes que atravesaban sus personajes. Porque, finalmente, ¿qué es un pie de página sino una suerte de disculpa, una apología, por no poder poner en el relieve del discurso aquello que realmente se debe decir?

5.9.08

Paul Auster




Entrevista por Gregg LaGambina
15 de septiembre de 2008



En la novela más reciente de Paul Auster, A Man in the Dark, el crítico de libros retirado August Brill se recupera de una lesión en la pierna, mientras su hija Miriam y su nieta Katya cargan con sus propias agonías por los chirriantes corredores de su casa en Vermont. Mientras él escucha los silencios y mira hacia la oscuridad, Brill se cuenta a sí mismo una historia para eludir su miseria individual, observando el caos mayor que aflige a la humanidad: la guerra, la violencia, la muerte. Crea una realidad alterna, en la que los Estados Unidos se encuentra en medio de una guerra civil, George Bush es presidente de los Federales, las Torres Gemelas siguen en pie, y su protagonista, Owen Brick, lucha por encontrar el camino de vuelta al mundo del aquí y el ahora, donde Brill, su creador, reposa en cama, un hombre en la oscuridad.


Auster ha usado espejos como éstos anteriormente, en obras como El libro de las ilusiones y su célebre Trilogía de Nueva York. Para él, las historias son tanto acerca de la vida tanto como de la vida misma. Como cineasta, novelista, ensayista, traductor, editor y poeta, Auster ha mantenido una carrera levantando los métodos del relato establecidos, para ver qué se encuentra por debajo. Con A Man in the Dark, parece estar diciéndonos que, mientras la tragedia puede ser un género, la desesperanza es singular. En la ocasión del lanzamiento del libro, Auster se sentó con The A.V. Club para discutir la literatura post 9 de septiembre, el uso de la ficción para contar la verdad, las elecciones presidenciales de 2000, cómo el cine le queda corto a las novelas y el fantasma de George W. Bush.

The A.V. Club: La historia de A Man in the Dark comienza literalmente con un hombre en la oscuridad, contándose a sí mismo una historia para lidiar con su insomnia. ¿Cómo te llegó esta historia? ¿Historias distintas llegan a ti de maneras distintas?

Paul Auster: Siempre es un misterio para mí, debo confesarlo. Nunca he sido capaz de ser testigo del nacimiento de una idea. Parece como si, en un segundo, no hay nada sucediendo en particular, y en el siguiente segundo, algo está ahí. Surge de mi inconsciente, de lugares que ni siquiera yo sé dónde están. Si es convincente, si me arroja contra la pared, entonces me intereso en ello y comienzo a explorarlo. Si parece que se sostiene, profundizo en ello y comienzo a escribirlo.


AVC:
Este libro ya está siendo etiquetado como una novela “post-9/11”. ¿Cobró forma esta historia debido al once de septiembre?

PA: No, pienso que uno de los temas candentes que me ayudaron a pensar en este libro –o que me hicieron pensar en ello, debo decir—fueron las elecciones de 2000, que fueron una fuente de enorme frustración e indignación. Ver a Al Gore elegido como presidente, y luego que los Republicanos, que con manipulaciones políticas y legales se la robaran. Entonces, tuve este sentimiento inquietante en los últimos ocho años, de que hemos estado viviendo en un mundo paralelo, una sombra de mundo. Y la realidad es que Al Gore termina su segundo periodo como presidente, no hay guerra en Irak, y quizás nunca hubo un once de septiembre. Cuando uno considera qué tan profundamente rastreaba a estas personas la administración de Clinton, es posible que hubiesen sido bloqueados. Pienso que ese sentido de irrealidad me inspiró a escribir la historia dentro del libro, la que [August] Brill se cuenta a sí mismo, una de las historias que se cuenta.

AVC: Nos contamos historias para eludir la realidad, como Brill lo hace cuando dice, “dame mi historia…para mantener alejados a los fantasmas.” Por otro lado, algunos dicen que Bush nos contó una historia para poder involucrarnos en la realidad de la guerra en Irak [qué loco. ver: http://akurtz.blogspot.com/2004/09/el-mejor-narrador-de-todos-los-tiempos.html].

PA: Sí, ese es un buen ejemplo. Tienes razón: una ficción que crea la realidad.

AVC: ¿Es eso algo que ocurre en la novela?

PA: No, porque esa ficción es propaganda. Esa ficción son sólo mentiras. El tipo de ficción que yo trato de escribir es acerca de decir la verdad.

AVC: ¿Es Man in the Dark una historia que construiste para ayudarte a lidiar con la catástrofe del once de septiembre, o con otro tipo de violencia alrededor del mundo?

PA: Es posible. También existe otro factor importante. No sé si notaste a quién está dedicado el libro. David Grossman, es un novelista y ensayista israelí. De hecho, un gran escritor. Y un amigo cercano, alguien a quien admiro más que cualquiera que conozca. Es una gran persona. Su hijo, Uri, tenía 20 años hace dos años, cuando fue asesinado en la guerra entre Israel y el Líbano. Conocí al muchacho, y fue una experiencia aplastante. No sólo para David y su familia, claro, quienes siguen sufriendo horriblemente, sino para mí también. Me caí de la silla cuando leí eso. Fue la misma semana que David y [el escritor israelí] Amos Oz fueron con [el Primer Ministro israelí Ehud] Olmert y le rogaron que declarara un cese al fuego. Dos días después, Uri es asesinado, y dos días después de eso, el cese al fuego se hizo efectivo. Fue trágico en todos sentidos.

AVC: ¿Hacer arte a partir de estos eventos nos ayuda a sanar? ¿Admiras alguna novela post-9/11 en particular?

PA: Bueno, no sé si ayude, es sólo que los escritores y cineastas sienten una necesidad por hacerlo. Es tan urgente, nos presiona de maneras que no podemos escapar. Creo que de todas las novelas, Falling Man de Don DeLillo es la que más me gusta. Pienso que tenía cosas bellas, particularmente la relación entre el hombre que se encuentra el portafolios y la mujer cuyo esposo era dueño del portafolios. En realidad es un pasaje hermoso.

AVC: En la novela, Brill está mucho tiempo con su nieta Katya, viendo y discutiendo películas. En un punto, Brill dice, “Escaparse en una película no es como escaparse en un libro.” Has escrito y dirigido películas tú mismo. ¿Puedes hablar un poco acerca de esto?

PA: Los libros exigen más. Tienes que ser un participante más activo. [Brill] dice, “Puedes efectivamente ver una película en estado de pasividad e incluso disfrutar de la película.” Muchas veces es verdad que las películas simplemente nos atraviesan. Ves la cinta, puede que te entretengas, y si no es muy buena, pierde su poder rápidamente. Yo pienso que los libros que incluso sólo son aceptables se quedan más tiempo con nosotros.”

AVC: Cuando Brill habla acerca de la película Tokyo Story con Katya, menciona que “algunas películas son igual de buenas que los libros,” pero compara la película con una novela corta de Tolstoy. ¿Acaso las mejores películas pueden ser igual de buenas que las mejores novelas cortas, quedándose cortas sólo en el alcance que puede tener una novela más completa?

PA: Bueno, habiendo hecho cine, sé muy bien que el alcance de una película promedio de 90 a 120 minutos es más o menos el mismo tipo de peso narrativo que un cuento largo o una novela corta. Las películas no son novelas, y es por eso que, cuando los cineastas tratan de adaptar las novelas, particularmente largas o complejas, el resultado es casi siempre un fracaso. No puede hacerse. Necesitas seis horas, 20 horas, para tratar de hacerlo. Los mejores cineastas, pienso, siempre han tenido marcos muy estrechos para sus historias, y luego profundizan, más que recortar la superficie. Cuando pienso en Tokyo Story, sí, es como una novela corta. No quiere decir que no sea muy buena. Algunas de mis obras favoritas de Tolstoy son sus novelas cortas.

AVC: En el acto de discutir libros y películas con otros que han leído o visto las mismas cosas, ¿llegamos realmente a una cierta verdad sobre la obra, o sólo llegamos tan lejos como un punto en común?

PA: Bueno, todos leemos un libro diferente. Eso es lo interesante. Todo mundo ve una película distinta, igualmente. Llevamos nuestras vidas pasadas a cualquier obra de arte que estemos experimentando en ese momento, y eso es lo que las hacen interesantes. No son matemáticas. Existen respuestas distintas para personas distintas. Pienso que el acto de hablar acerca de algo –con un amigo, con alguien en tu familia, o con alguien a quien quieres, y discutes algo que ambos admiran –muchas veces puede agudizar tus pensamientos sobre lo que leíste o viste, y te ayuda a pensar más claramente al respecto.
AVC: ¿Te sucede a ti cuando hablas de tu propia obra?

PA: No, es completamente distinto. A decir verdad, no me gusta mucho hablar de mi obra. Para nada. Lo encuentro muy difícil. Nunca sé lo que debo decir. Está demasiado cercano a mí, y hay tantas cosas que ocurren inconscientemente mientras trabajo, de las que no me doy cuenta, y la gente me señalará estas cosas, y yo digo, “Eso es interesante.” Pero no sé qué hacer con ello.

AVC: ¿Has aprendido algo sobre tu obra de lo que otras personas han dicho sobre ella?

PA: No, pienso que no, a decir verdad. [risas]

AVC: En Man in the Dark, cuando Katya y su abuelo discuten sobre las películas La Gran Ilusión, Ladrón de bicicletas y El Mundo de Apu, ella menciona una teoría sobre el objeto—

PA: Sí, sobre los objetos inanimados como medio para expresar emociones humanas. Pienso que es importante que escuches esta conversación sobre las primeras tres películas –está la cuarta película de la que Brill habla posteriormente [Tokyo Story], pero las primeras tres son discutidas muy al principio del libro. Ahora, si lo piensas, cada una de estas películas y los temas que se discuten en ellas son muy íntimos. Temas entre hombres y mujeres, esposos y esposas. Y debido a que la historia que Brill está pensando es tan enorme y apocalíptica, el contrapeso de ello está en la intimidad de estas historias en las películas. Entonces, conforme el libro avanza, como a dos tercios de distancia, dos cuartas partes de distancia, toma un giro muy inesperado. Entonces, de repente, Brill y su nieta están juntos en la oscuridad, hablando acerca de la familia y su matrimonio con la abuela de ella. Se convierte en una historia muy, pero muy íntima en ese punto.

AVC: Sí, es como si esperaras que la historia que él está confeccionando para sí mismo en cama presente el momento climático de la novela en su totalidad, pero hay un giro.

PA: Es sólo un paso en el progreso de la noche para él. Y esa historia es tanto acerca del estado mental de Brill como cualquier otra cosa. Es un retrato casi patológico de él, a través del medio de una historia.

AVC: También está el personaje de la madre de Katya, hija de Brill, Miriam. Está trabajando en un libro sobre la hija de Nathaniel Hawthorne, Rose, lo cual lleva a Brill a abandonar la escritura de sus memorias. Llega con la excusa de que “un escritor en la casa es suficiente.” Sabiendo que estás casado con una novelista [Siri Hustveldt], es difícil no interpretarlo como una broma interna.



PA: De hecho, no estaba pensando en eso, para nada. Me proyecto tan profundamente en los personajes en las novelas que no estoy pensando en mi propia vida. En realidad no es una referencia. Digo, si quieres verlo como una broma, está bien. [risas]. Pero esa no fue la intención, porque en realidad somos dos escritores en esta casa y todo está perfectamente bien. No tenemos problemas.

AVC: En la realidad alterna de Brill, él menciona cómo los nuevos Estados Independientes de America tienen una política exterior de “no intervenir en ninguna parte” y una política doméstica de “seguro de salud universal, no más petróleo, no más carros o aviones,” etc. Pero también menciona que estas cosas son “un sueño del futuro, pues la guerra continúa.” ¿Acaso estas cosas e ideas perfectas siempre estarán muy alejadas, en una distancia inasequible, mientras nuestra guerra continúa?

PA: Fíjate, yo no las pienso como cosas perfectas. El cuidado médico para el país entero me parece un derecho básico. Si cualquier otro país en Occidente puede hacerlo, ¿por qué nosotros no? No es una especie de visión fantasiosa de un futuro utópico, es algo que fácilmente podríamos hacer ahora mismo. Pienso que, en el libro, los Estados Independientes de America intentan hacerlo, pero están entre la espada y la pared, y no han sabido resolverlo aun.

AVC: Hay una línea en el libro sobre cómo es que todos andamos por nuestras vidas hasta “que un evento inesperado se estrella ante nosotros para sacudirnos de nuestro letargo.” El once de septiembre nos sacudió, pero fue eventualmente explotado para lograr mayormente cosas negativas. ¿Podemos ser sacudidos hacia algo positivo?

PA: Todo depende. Recuerdo esos días vívidamente. Han pasado tan sólo siete años. Puedo recordar una buena cantidad de entrevistas que di en aquel entonces, entrevistas con la prensa extranjera. Aquí mismo, en Brooklin, el humo entraba a nuestra casa, y no me encontraba bien como para escribir en aquel entonces. De hecho, acababa de terminar El Libro de las Ilusiones, de modo que no estaba haciendo nada, y la gente se la pasaba llamándome de distintas estaciones de radio y televisión en Europa y Japón, para escuchar mis comentarios. Y por única vez, lo hice. Salí y hablé. Recuerdo decir una y otra y otra vez, “Una cosa terrible ha sucedido, pero esto debería ser un llamado para nuestro país, y tenemos una gran oportunidad para reinventarnos. Para repensar nuestra posición en torno al petróleo y la energía, para repensar nuestra relación con otras culturas y otros países, y porqué otras personas nos quieren atacar.” Tú sabes, estaba arrojando toda una serie de sugerencias. Sigo creyendo que gastamos una oportunidad de oro para hacer cambios significativos en nuestro país. Pienso que la gente en Estados Unidos hubiera estado dispuesta a hacerlo, pero la administración de Bush tomó una suerte de aproximación simplista, casi estúpida, para resolverlo, y todo porque la gente estaba asustada. Y porque Bush y su cohorte los asustaron tanto, por encima de sus miedos legítimos, los hicieron seguirlos. Es sólo ahora que parece que el público a despertado y está listo para sacarlo a patadas de su puesto, aun cuando se va de todos modos. Ya terminó. Lo veo ahora en la TV, cuando está dando un discurso, lo vi en las noticias ayer, y es como si viera un fantasma. Ya no existe. Está acabado. Tan difunto como presencia en la vida estadounidense.

AVC: Brill mira el manuscrito de Miriam y se concentra en una verso de la poesía de Rose Hawthorne: “As the weird world rolls on…” A través del libro, se encuentra este sentido de la vida como si tan sólo nos ocurriera, con o sin nuestra opinión. ¿Estamos todos simplemente dirigiéndonos a tumbos hacia un destino lúgubre?

PA: ¡No! Es justo lo contrario. “The weird world rolls on…” significa que, en todas las subidas y bajadas, todas las tribulaciones por las que pasamos, todos los horrores, todas las guerras, todas las muertes, todas las crueldades, sigue habiendo algo que nos mantiene deseando despertar la mañana siguiente y proseguir con nuestras vidas –tener hijos, enamorarnos, continuar con la humanidad. La vida es profundamente trágica y también muy cómica al mismo tiempo. Es todo al mismo tiempo.

4.9.08

Conversaciones situacionistas y
un poco fútiles con señoras que


se sientan enseguida de ti en el autobús
se sientan enseguida de ti en la parada de autobuses
hacen fila junto contigo en el supermercado
hacen fila junto contigo en el banco
esperan contigo en el cajero automático
esperan contigo en la sala del aeropuerto


* ¿Cuándo fue la primera vez que probó el chocolate? ¿Recuerda la sensación?



* - Las medias
- ¿Qué?
- Son impresionantes
- ¿A qué se refiere, jovenzuelo?
- el modo como quedan enrolladas, ahí, justo en los tobillos. Como si hubieran sido diseñadas para eso
- tengo frío. ¿me da de comer?



* Estamos solos en el mundo, señora. Usted y yo. Todos los demás son espectros. No, no lo dude, no se me quede viendo como si no supiera de lo que estoy hablando. Es más, ni siquiera se moleste en cambiarse de asiento, como lo hace ahorita. Bien puedo hablar más alto. SOLOS, señora, solos en este mundo. Usted y yo. ¿Los demás...? es pec tros. Menos el chofer. Él es extraterrestre.



* Recuerdo el día que la conocí. Usted tenía diez años y yo dieciocho. Bien parece que los tiempos se invirtieron en nuestras vidas, y usted, con sus años a cuestas, se adelantó. Pero en realidad, estuve el día del raspón en su rodilla derecha. Cómo lloró, cómo se molestó conmigo con eso del mertiolate y la paleta payaso que se desmoronó después de la primera mordida. A los diez años no sabía la cantidad de sueños que iba a soñar, señora. Con todo respeto, pero sus sueños se cumplieron, casi todos. ¿No es eso bonito y...tan poco complicado? Que nuestros sueños sean simples para que todos se cumplan. Así lo hizo. El único sueño que no se cumplió fue volverse a topar conmigo. Porque acéptelo, señora, yo fui el amor de su vida. Todas las mujeres se impresionan cuando niñas por la galantería de una adolescente atento.



* ¿Sabe qué hora es? Es la hora de los abrazos a los árboles. Ándele, ¡vamos! ¡Bajemos en esta parada y abracemos al primer árbol que veamos! No tema, y tampoco ponga resistencia, que le puedo arrancar el brazo.



* Hola. Soy [inserte nombre de difunto esposo]. He vuelto.

(ok. lo acepto. este fue cruel)
* -¿Cuándo fue la última vez que sostuvo una pancarta?
- cuando lo de la manifestación del mes pasado
- ¿cuándo fue la última vez que besó unos labios tiernos?
-hace dos horas. mi esposo es retequerendón
-¿cuándo fue la última vez que apareció en televisión, sollozando por la injusticia, porque su hijo-yerno-esposo-hermano-tío fue enjuiciado-ejecutado-secuestrado-golpeadoporlasautoridades-asaltado-arrollado-revolcadoporunatromba?
-el viernes. no estaba en mis mejores días. me faltó maquillaje.
* -Un día tuve madre. No, no se parecía para nada a usted, creo que únicamente el hecho de que también fue madre. Y en aquel entonces, fui un mal hijo. Desperdiciaba mi tiempo fumando raleighs y leyendo Condorito, sorbiendo mi agua de jamaica y pensando en la vecina la de los frenos de caballo. Fui un mal hijo que desperdició la oportunidad de convertir a mi madre en una preocupona que se lamenta de todo.
-¿y eso a mí qué?
-No, nada, sólo quería iniciar una conversación
(eso también fue un poquito cruel)