Hola. Les superrecomiendo este artículo que me encontré, en el cual se plantean argumentos de muchísimo peso en torno al fin de la escritura a mano. ¿Se convertirá acaso en uno de esos artes milenarios que hemos venido desarrollando los seres humanos desde el inicio de los tiempos? No sé, probablemente sí (pregúntense cuándo fue la última vez que escribieron a mano, o mejor, cuándo fue la última vez que escribieron una carta, que usaron la manuscrita --maltrecha o derecha, dependiendo de cómo o quién les enseñaron-- o que llenaron un cuaderno con ideas, a no decir del número de personas a su alrededor de dejaron de hacerlo.
Una de las cosas que me he dado cuenta de estos tiempos, es que a nosotros nos toca vivir la experiencia de afrontar la nostalgia y el romanticismo que le otorgamos a las cosas que han estado con nosotros desde la infancia. Pasando por los discos de acetato, hasta incluso (gulp!) el fin del libro impreso, estamos inmersos en un tiempo de pérdidas...y las reacciones que tenemos al respecto.
Disfrútenlo. Discútanlo. Otórguense un poco de tiempo para leerlo todo.
La escritura a mano pasa a la historia
Anne Trubek
A las 11 p.m. del 27 de diciembre, revisé mi bandeja de entrada por puro hábito. Tenía 581 nuevos correos electrónicos. Todos habían sido enviados entre las 8 y las 11 p.m. Los días entre navidad y año nuevo no son normalmente un periodo muy atareado para enviar correos. ¿Qué estaba pasando?
Resulta que la página oficial de msn.com había puesto un vínculo hacia un artículo que publiqué un año antes. En el artículo, comento que deberíamos dejar de enseñar cursiva en las escuelas primarias y proporciono un trasfondo sobre la historia de la escritura a mano para apoyar mi declaración.
Los comentarios sobre mi artículo fueron hostiles, insultantes y vehementemente opuestos a mi argumento. Los ataques continuaron por unos días más: se enviaron unos 2000 comentarios, y los editores eliminaron unos 700 de los peores. Si revisas este artículo en línea hoy, te encontrarás con más de 1,300 comentarios. Por alguna razón, la gente le tiene un enorme cariño a la escritura a mano.
Si definimos la escritura como un sistema de marcas para registrar información (digamos, sin contar los petroglifos) la escritura a mano ha estado con nosotros sólo por unos 6,000 años de los 200,000 años de la humanidad. Sus efectos han sido enormes, claro: altera al cerebro, se transforma con las civilizaciones, las culturas y las facciones, y juega un papel en las luchas políticas y religiosas. A través de un periodo aun más pequeño de tiempo, que vendría siendo la historia de Estados Unidos, la escritura ha reflejado las aspiraciones nacionales. Los comentarios posteados en mi artículo sobre la escritura a mano estaban repletos de moralismo. (“Lo siento, pero cuando veo una escritura maltrecha me dice algo sobre la persona; ¿quizá una falta de cuidado?, ¿impaciencia?... la habilidad de escribir a mano nos dice todo…una buena letra muestra al mundo que somos civilizados.”) Uno podría considerar la escritura a mano como una tecnología –una manera de formar letras—y concluir que el modo de formarlas es de poca importancia. Pero la escritura a mano está unida a una serie de asociaciones y connotaciones que la impulsan más allá de una simple habilidad motriz. La conectamos con la identidad personal (la escritura a mano señala algo único sobre cada uno de nosotros), inteligencia (una buena letra refleja un buen pensamiento) y virtud (una cultura civilizada requiere de la escritura a mano).
La mayoría de nosotros sabemos, pero muchas veces olvidamos, que la escritura a mano no es natural. No nacimos para ello. No existe una base genética para la escritura. La escritura no es como ver o hablar, ambas innatas. La escritura debe enseñarse.
Hace unos 6,000 años, los sumerios crearon las primeras escuelas, llamadas casas de tabletas, para enseñar a escribir. Entrenaban a los niños el cuneiforme sumerio pidiéndoles que copiaran los símbolos en una de las mitades de una tableta blanda de barro en la otra mitad, usando una púa. Cuando los niños hacían esto –y cuando los sumerios inventaron un sistema de representación, una manera de hacer que una cosa simbolizara la otra—sus cerebros cambiaron. En su libro Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain, Maryanne Wolf explica los desarrollos neurológicos que trajo la escritura: “El cerebro se convirtió en una colmena de actividades. Una red de procesos comenzaron a funcionar: las áreas visuales y de asociaciones visuales respondían a patrones visuales (o representaciones), las áreas frontales, temporales y parietales proporcionaron información sobre los sonidos más pequeños de las palabras…; y finalmente las áreas en los lóbulos temporales y parietales procesaban el significado, la función y las conexiones.”
Los sumerios no tenían un alfabeto –tampoco los egipcios, que pudieron haber descubierto la escritura antes. Cuál alfabeto surgió primero sigue debatiéndose; muchos consideran que fue la versión griega, un sistema basado en el fenicio. Los alfabetos crearon aun más senderos neurales, permitiéndonos pensar de nuevas maneras (ni mejores ni peores que los sistemas no-alfabéticos, como el chino, no obstante, diferentes).
Cuando pensamos en la escritura a mano, muchas veces la suponemos como una caligrafía, una manera regularizada de crear letras, a la cual todos los escritores se adhieren para poder ayudar a la comunicación. Una caligrafía antigua famosa es la mayúscula romana cuadrada, que se ve exactamente como la imaginas: u’s monumentales con la forma de nuestras v’s modernas y sin espacio entre las palabras. Fue escrita con una púa y cincelada en los lados de los edificios.
Proclamando la virtuosidad de una manera de formar una “j” por encima de otras es un tropo que ocurre a través de toda la historia de la escritura a mano. Por ejemplo, los antiguos cristianos se deshicieron de las caligrafías romanas que consideraron decadentes y paganas. En su scriptoria, los monjes desarrollaron una escritura mayúscula (Uncial) para reemplazar las caligrafías romanas. Surgió una lucha intestina cuando los monjes irlandeses desarrollaron una variación de la Uncial que los tradicionalistas consideraron una caligrafía advenediza, cuasi-herética.
Los puritanos en Inglaterra y America también desarrollaron una caligrafía para distanciarse del aparente catolicismo de las caligrafías elaboradas populares en el siglo XVIII. Adoptaron una copperplate, o de mano redondeada. La Declaración de Independencia está escrita en copperplate.
En las colonias americanas, una “buena mano” se convirtió en señal de clase e inteligencia así como de rectitud moral. Benjamin Franklin era proponente de una escritura a mano apropiada, y cuando fundó la Academia de Filadelfia (que se convirtió en la Universidad de Pennsylvania), aquellos que buscaban entrar les pedían “escribir con mano legible.” Pero muy pocos americanos reunían los requisitos para entrar a la academia de Franklin. Primero, para hacerlo, tenías que ser hombre. Segundo, tenías que haber sido enseñado a escribir; muchas mujeres y hombres sin dinero se les enseñó a leer, pero no a escribir. Sólo los ricos y los comerciantes aprendieron a escribir. Incluso cuando comenzó la escuela pública, la escritura no siempre se incluía en el currículum, de modo que muchos colonos podían leer pero no escribir. No fue sino hasta el comienzo del siglo XIX –unos escasos 200 años—que la educación se volvió universal. Entonces, la escritura a mano estaba siendo finalmente impartida a los niños escolares de Estados Unidos.
Para muchos, el prospecto del deceso de la escritura a mano señalaría el final del individualismo y la entrada a una suerte de tecno-futuro robótico. (Como lo plantea un comentario a mi artículo, “¿Qué sigue, nos van a poner chips en el cerebro para programarnos?”). Pero cuando nos preocupamos por la pérdida de nuestra individualidad, es probable que no estemos recordando nuestra formación educativa, la cual incluía una serie de lecciones memorísticas y rígidas de manuscrito. Durante mucho nos han enseñado la manera “correcta” de formar letras. La historia de la escritura a mano es dominada por dos verdaderos creyentes, Platt Rogers Spencer y A.N. Palmer, cuyos apegos duramente morales y económicos a sus caligrafías resumen bastante bien gran parte de lo que consideramos esencial para la identidad americana.
Spencer, el “padre de la escritura a mano estadounidense,” era un fanático obsesionado con la caligrafía incluso desde niño. La hizo en grande cuando estableció una cadena de escuelas de negocios:
El eslogan era “Educación para la vida real” –para enseñar su caligrafía, llamada spenceriana, la cual basaba en formas naturales: hojas, árboles, etc. Spenceriana era la caligrafía estándar que se enseñó de 1860 hasta la década de 1920. Este giro trascendental hacia una caligrafía que siguiera lo mejor posible los movimientos del cuerpo se demuestra por su insistencia en el rigor y la estandarización. Aconsejaba a sus estudiantes que practicaran de seis a doce horas al día. El dominio de su caligrafía, creía Spencer, haría que las personas fueran más refinadas, distinguidas, nobles.
Posteriormente, en el siglo XIX, Palmer inventó una caligrafía que se acoplara mejor a la era industrial:
El Método Palmer enfatiza un “estilo simple y rápido.” Rechazaba la spenceriana, considerada un poco extraña, a favor de un estilo de caligrafía muscular, dura, que se acomodara mejor a una cultura comercial. Para 1912, Palmer era un nombre conocido, y se habían vendido un millón de copias de sus manuales de escritura (de imprenta). Los educadores enseñaron su método, y millones de americanos fueron “palmerizados.”
El Método Palmer fue gradualmente suplantado cuando los educadores decidieron enseñarle a los niños manuscrito (o de molde) y la cursiva después, para hacer que comenzaran a escribir más chicos. Los entusiastas de la escritura a mano consideran que el fin del Método Palmer fue el fin de la buena escritura a mano en Estados Unidos.
Le tocó a la imprenta crear la noción de la escritura a mano como una señal del ser. Para los monjes, cuyos manuscritos iluminados veneramos ahora como bellas obras de arte (y ciertamente que lo son), la caligrafía no era usada como expresión personal sino como parte de un procedimiento formulario, y debidamente fue así. Cuando se inventó la imprenta, los monjes se preocuparon porque esta nueva tecnología caprichosa, demasiado propensa a las debilidades y la marca idiosincrásica del hombre que manejara la imprenta. Un manuscrito copiado a mano era para ellos, en ese entonces, el texto autoritario, exacto y regularizado. En su tratado, “Alabanza del copista,” el monje Tritenius, del siglo XV, sostenía que “los libros impresos nunca serán el equivalente de los códices escritos a mano, especialmente debido a que los libros impresos son muchas veces deficientes en su ortografía y apariencia.”
La escritura a mano lentamente se volvió en una manera de expresión personal, cuando dejó de ser el modo principal de comunicación escrita. Cuando una nueva tecnología de escritura se desarrolla, tendemos a romantizar la anterior. La tecnología suplantada es galardonada como más auténtica porque ya no es ubicua u oficial. De ahí que para los monjes, la imprenta era caprichosa y la escritura confiable. Igualmente hoy en día: la sabiduría convencional sostiene que las computadoras están desprovistas de emoción y personalidad, y la escritura a mano es el terreno de la intimidad, la originalidad y la autenticidad.
Dicha transición, y las asociaciones que hacemos con las viejas y nuevas tecnologías, se agotaron mientras que millones de americanos fueron palmerizados en la escuela, y el Método Palmer está inextricablemente ligado a una nueva tecnología de escritura que estaba comenzando a competir con la escritura a mano: la máquina de escribir.
En los Estados Unidos posteriores a la Guerra Civil, la Compañía de Armas Remington necesitaba un nuevo producto para subir las ventas (los rifles se movían más lento). La compañía develó la primera máquina de escribir en 1874. Era pesada y ruidosa y parecía como una enorme máquina de coser de metal, ya que se colocaba en una mesa con un pedal por debajo. La máquina era estorbosa, el ruido que hacía cacofónico. Lo peor de todo, es que tenías que escribir a ciegas: las teclas golpeaban la parte baja del papel. No se vendió. Los negocios no aceptarían documentos escritos en ella, porque no eran hechos con pluma. Remington vendió sólo unos cuantos de esos modelos, pero Mark Twain compró una. En su autobiografía, declaró ser “la primera persona en aplicar la máquina de escribir en la literatura” cuando envió un manuscrito hecho en máquina de Las Aventuras de Tom Sawyer a su editor.
Sin embargo, Twain odiaba teclear a ciegas, y le dio su Remington a su amigo William Dean Howells, el eminente novelista y editor del Atlantic. Howells la devolvió, desinteresado, seis meses después. Pero como con las computadoras personales y los celulares, los primeros en adoptar una nueva tecnología eventualmente persuaden al resto de que también lo necesitamos. En la década de 1890, la máquina de escribir logró una vuelta a considerarse, y los nuevos modelos te permitían ver la página mientras escribías. Para 1905, era una curiosidad no tener una máquina de escribir.
Esa primera Remington introdujo el teclado QWERTY, el cual separa los pares comunes de letras para prevenir que las barras se peguen cuando se golpean secuencialmente. Aunque otros desarrollaron teclados más eficientes, amigables y ergonómicos, ninguno lo ha superado. Parecemos estar testarudamente casados con el QWERTY, dado que nuestro apetito por lo nuevo nuevo viene acompañado de un fuerte apego a lo conocido.
Cuando el libro de Kitty Burns Florey, Script and Scribble: The Rise and Fall of Handwriting, una mirada nostálgica a la historia de la escritura a mano, y un llamado a revivirla en las escuelas, apareció a principios de 2009, las reseñas tendían a seguir el patrón: el reseñista comienza aceptando que él o ella ya no escribe a mano, pero piensa que es una pena. Él o ella comienza a alabar el libro de Florey y termina prometiendo escribir a mano más seguido en el futuro. Michael Drida escribe, “Después de leer Script and Scribble, siento ganas de recuperar mis desvencijados manuales de caligrafía…Claro, también necesito limpiar la tinta seca de mi pluma itálica. Pero más tarde que temprano, incluso hasta Ludovico Arrighi –el gran maestro renacentista del itálico—envidiará mis p’s y q’s.” Florey escribió su propia versión de este género en un artículo sobre la escritura de ese libro. Cuenta cómo es que siempre escribe en la computadora, nunca a mano. “Mis últimos ochos libros son hijos de Microsoft Word, y prácticamente todo lo que escribo, desde un libro a un breve correo electrónico, lo hago en la computadora.” Mientras hacía las investigaciones para el libro, aprendió cómo escribir caligrafía itálica, y se enamoró de ella. Termina su texto aconsejando a todo mundo a escribir más a mano: “Sugiero que dejen libre una media hora, tomen papel y pluma, y, con sus mejores letras (sea itálica, Palmer, o una versión más limpia de sus usuales garabatos), escriban un poema, comiencen un diario, envíen una nota a sus amigos, o…escriban una carta de amor.”
Dudo que los críticos o que Florey hallan seguido sus peticiones para escribir más a mano. No obstante, la gente parece pensar que los niños escolares deberían pasar más tiempo perfeccionando su dominio de la G. Un estudio del Departamento de Educación de Estados Unidos, en 2007, descubrió que el 90% de los maestros duran diez minutos al día en la escritura a mano. Zaner-Bloser, la currícula de escritura a mano más popular hoy en día, considera eso demasiado poco tiempo, y alienta a las escuelas a elevar esa cantidad a 15 minutos al día.
Pero la escritura con teclado en la escuela tiene un efecto democratizante. Como lo hizo la máquina de escribir. Nivela la presencia de la prosa para permitir que la expresión de ideas, no la producción de cartas, sean el escenario central. Florey está conciente de esto pero no se toma el tiempo para desempacar los supuestos contenidos en su razón de porqué deberíamos de seguir enseñando a escribir a mano: “los niños son juzgados por su escritura; si producen un garabateo indescifrable, los maestros no estarán muy de acuerdo con ellos.” Florey menciona que cuando a ella se le pidió juzgar solicitudes hechas a mano para puestos de escritura, fue más atraída “por aquellos con una escritura legible, y prejuiciosa con los garabateos.”
¿Tener buena letra es señal de inteligencia? No, no más que lo que revelaría la religiosidad de una persona. Pero muchos maestros crean esta correlación: Es llamada el “efecto de la escritura a mano.” Steve Graham, un profesor en la Universidad de Vanderbilt que estudia la adquisición de la escritura a mano, dice que “los maestros forman juicios, positivos o negativos, sobre el mérito literario de un texto basándose en su legibilidad.” Los estudios de Graham nos muestran que “cuando los maestros promedian versiones múltiples del mismo trabajo, difiriendo sólo en términos de legibilidad, asignan calificaciones más altas para las versiones bien escritas del trabajo que las mismas versiones con una escritura a mano más pobre.” Esto es particularmente problemático para los hombres, ya que sus habilidades motrices más refinadas se desarrollan después que las mujeres. No obstante, todos los niños son enseñados al mismo tiempo –normalmente escribiendo con letra de molde en el primer grado y cursiva en el tercero. Si no lograste aprender cursiva para finales del tercer grado, probablemente no puedas desarrollarla en el futuro.
Mientras que en una ocasión juzgábamos la escritura a mano por sus tintes religiosos, ahora seculares, trasponemos nuestros prejuicios hacia la inteligencia. El nuevo examen de escritura del SAT, instituido en 2006, requiere que los que tomen el examen escriban sus ensayos con lápiz del No. 2. No sólo aquellos con una letra descuidada obtendrán calificaciones menores que los que escriban con mayor legibilidad, sino que aquellos que escriben en cursiva –el 15% de los que toman este examen en 2006—recibieron puntuaciones más altas que aquellos que escribieron con letra de molde.
Para 2002, las escuelas públicas tenían una computadora por cada cuatro estudiantes, y desde entonces, el número se ha elevado. A pesar de que se habla de la división digital, la mayoría de los estudiantes de nivel medio superior (High School), incluso en las escuelas de pocos recursos, se les pide que tecleen e impriman sus ensayos, y son capaces de encontrar los medios para hacerlo. De modo que, suponiendo el acceso, una tipografía estándar y un papel para impresora, teclear nivela el campo de juego. ¿No es este igualitarismo un valor clave que, como el alfabeto, nos viene desde los griegos?
Cuando mi hijo estaba en segundo grado, tuvo que quedarse en el receso casi todos los días porque no podía formar apropiadamente las letras. Fui llamada a una serie de “intervenciones,” advirtiéndome que reprobaría el Examen de Competencias de Ohio si los escáners no podían leer sus respuestas. ([el programa federal] No Child Left Behind deja a los maestros con menos tiempo para enseñar escritura a mano y menos medios para enseñarlo, no obstante, más exámenes tomados por los estudiantes les piden comprobar que lo han dominado.) Para Simon, las tareas siempre fueron estresantes. Se quedaba viendo la página en blanco durante horas. Luego, escribiría una palabra y se detendría; escribía unas cuantas letras y se detendría. Pronto, comenzó a tenerle miedo a coger un lápiz, y teníamos discusiones todas las noches sobre sus hojas de trabajo de la materia de artes del lenguaje. Luego, comenzó a preocuparse que no tenía nada qué decir, de no saber cómo decirlo, o saldría con ideas que no escribía porque le tomaría demasiado tiempo y por lo tanto no escribiría nada. Como perpetuamente se le decía que su escritura era mala transmutó en su mente como la evidencia de que era mal escritor –un estudiante pobre incapaz de expresar ideas. Simplemente odiaba el proceso físico de escribir. Y ya que la escritura a mano dominaba su educación en el primero, segundo y tercer grados, odiaba la escuela, también.
Lo transferí a una escuela privada, donde se le permitió dictar sus tareas de escritura. Para sus tareas de cuarto grado, me senté en la computadora, mi laptop en la mesa del comedor, mientras se movía de un lado a otro, gesticulando para todos lados, a veces deteniéndose para ponerse la mano en la barbilla, pensando, pero más que nada hablando sin parar. Yo tecleo rápido, pero no podía estar al mismo ritmo; tuve que detener su tren de palabras. Hablaba en voz alta, con cláusulas completas y párrafos. Lo que le hubiera tomado tres o cuatro horas (no estoy exagerando) a mano, le tomó cuatro minutos oralmente.
La moraleja de esta historia no es que el teclado es superior a la escritura a mano, que los padres deben de transcribir las historias de sus hijos o que las escuelas privadas son superiores a las públicas. La moraleja de esta historia es que lo que queremos de la escritura –lo que Simon quiere y lo que los sumerios querían—es una automaticidad cognitiva, la habilidad de pensar lo más rápido posible, liberados lo más que se pueda de las restricciones de cualesquier tecnología que debamos usar para registrar nuestros pensamientos. Como escribe Wolf: “Un sistema que pueda ser más eficiente por medio de la especialización y la automaticidad tiene más tiempo para pensar. Este es el obsequio milagroso del cerebro lector.” Esto es lo que Palmer quería de sus estudiantes –velocidad. Esto es lo que la máquina de escribir le prometió a Twain. Esto es lo que el teclado le ofrece a millones de personas. Nos permite ir más rápido, no porque queramos que todo vaya más rápido en nuestra era hiper-acelerada, sino por la razón contraria: Queremos más tiempo para pensar.
Así es como Simon describe porqué odia escribir a mano: “Lo tengo todo en mi banco de memoria, y luego me detengo, y mi banco de memoria se borra.”
Lo que sea que usemos para escribir, nos encontraremos con un déficit entre concepción y ejecución, entre las ideas en nuestra cabeza y las palabras que producimos. Muchas veces insertamos la nostalgia en esta brecha. Hoy en día, escribir una novela con una pluma BIC y un block de hojas amarillas es considerado como algo tan dulcemente chistoso como William Dean Howells escribiendo su primer cuento con un compositor tipográfico, de cabeza y al revés (su padre era impresor) o el hábito de Gay Talese de escribir en paneles para camisas (esos cartoncillos que usan en las limpiadurías para ponerlos en las camisas). Toni Morrison, Jim Harrison, John Updike y otros escriben (o, desgraciadamente, llegaron a escribir) a mano.
También inventamos historias para romantizar lo mundano. Los sumerios usaban la escritura para la contabilidad –desarrollaron símbolos para contar corderos. Pero los sumerios crearon una historia mejor para el invento de la escritura: “Un mensajero del señor de Kulab llegó a un reinado distante, demasiado agotado como para entregar un mensaje oral importante. Para no terminar frustrado por su fracaso mortal, el señor de Kulab también moldeó un poco de arcilla y puso las palabras como en una tableta…y verdaderamente así lo hizo.” (Como señala Wolf, este relato “elude la cuestión incómoda de quién fue capaz de leer las palabras del señor Kulab.”)
La escritura a mano sí tiene una presencia que puede estar ausente en la prosa tecleada, lo acepto. Tengo una carpeta de notas que mi abuela escribió antes de morir. Garabateó la historia de su vida con una negra punta gruesa en el reverso de unos sobres. Lentamente he estado tecleando sus notas, preservándolas para la familia, y mientras entorno los ojos para entender las palabras, puedo detectar la experiencia sentida de su mano en el papel. Y acepto que cuando encuentro una planicie suave de arena o un árbol sin corteza, añoro grabar mi nombre en ellos.
No tengo deseos de perder el arte de la escritura a mano, perder el conocimiento sostenido en los archivos o quitarle los lápices a aquellos que buscan blandirlos: Matthew McKinnon, un escritor freelance, se reenseñó a sí mismo la cursiva a la edad de 30 años porque la había olvidado, la encontró útil para su trabajo y quería “sacudir las telarañas” del área que se activa en su cerebro. Kitty Burns Florey está comenzando un movimiento de “escritura lenta”, imitando el movimiento de “slow food”, para resucitar el arte de la escritura a mano. Cada año, la Sociedad Spencer celebra una “saga” de toda una semana, donde puedes aprender a dominar la caligrafía spenceriana. La escritura a mano siempre ha sido tanto una manera de expresar pensamientos como un arte, y vale la pena preservar su aspecto artístico, ya sea por medio de la caligrafía o con el dominio de la letra para cómics. En las escuelas, podemos hacer una transición, que pase de la enseñanza de la escritura a mano como lo hacemos con las otras artes, específicamente como una habilidad motriz refinada, estimulando a los calígrafos como lo haríamos con los impresores o los que elaboran vitrales. Estas artes tienen una vida más allá de la nostalgia.
Cuando la gente escucha que escribo sobre el posible final de la escritura a mano, muchos me presentan ejemplos de cosas para las que siempre la necesitaremos: para endosar cheques (que ya no se requieren en un ATM), listas del mercado (los teléfonos inteligentes tienen funciones para tomar notas), firmas (que ya no se necesitan para los formularios de impuestos). Todo esto no será lo que perderemos. Podemos, no obstante, abandonar algo de nuestra memoria neurológica. Imagino que algunos senderos de nuestros cerebros se atrofiarán. Al mismo tiempo, imagino que mi cerebro está desarrollando nuevos senderos cognitivos cada vez que golpeo la tecla de control C o hago doble click en Firefox. Me maravilla el hecho de que puedo teclear con el simple tacto, mis dedos bailando mágicamente en el teclado, libres de todo esfuerzo conciente (de la misma manera que en este momento estás mirando las letras y formando significados en tu cabeza). El tecleo de tacto es un ejemplo glorioso de la automaticidad cognitiva, la velocidad de la ejecución manteniéndose al ritmo de la velocidad de la cognición.
No se preocupen. Falta mucho tiempo para que muera la escritura a mano, para que nosotros tengamos la entrevista con el “último escritor a mano” como lo hacemos hoy en día con los últimos parlantes de algunas lenguas. Para 1600, todos los que hablaban sumerio habían fallecido, pero el sistema de escritura que reemplazó al sumerio, el Arcadio, mantuvo en vida aspectos del sumerio. Tomarían otros 1,900 años –hasta 600 A.C.—para que la escritura sumeria desapareciera por complete. Incluso los griegos revolucionarios se tomaron mucho tiempo para cambiar de hábitos. Después de haber creado el alfabeto griego, estuvieron 400 años sin hacer nada con él, prefiriendo su existente cultura oral. La escritura a mano no se irá pronto. Pero se irá.
Posteriormente, en el siglo XIX, Palmer inventó una caligrafía que se acoplara mejor a la era industrial:
El Método Palmer enfatiza un “estilo simple y rápido.” Rechazaba la spenceriana, considerada un poco extraña, a favor de un estilo de caligrafía muscular, dura, que se acomodara mejor a una cultura comercial. Para 1912, Palmer era un nombre conocido, y se habían vendido un millón de copias de sus manuales de escritura (de imprenta). Los educadores enseñaron su método, y millones de americanos fueron “palmerizados.”
El Método Palmer fue gradualmente suplantado cuando los educadores decidieron enseñarle a los niños manuscrito (o de molde) y la cursiva después, para hacer que comenzaran a escribir más chicos. Los entusiastas de la escritura a mano consideran que el fin del Método Palmer fue el fin de la buena escritura a mano en Estados Unidos.
Le tocó a la imprenta crear la noción de la escritura a mano como una señal del ser. Para los monjes, cuyos manuscritos iluminados veneramos ahora como bellas obras de arte (y ciertamente que lo son), la caligrafía no era usada como expresión personal sino como parte de un procedimiento formulario, y debidamente fue así. Cuando se inventó la imprenta, los monjes se preocuparon porque esta nueva tecnología caprichosa, demasiado propensa a las debilidades y la marca idiosincrásica del hombre que manejara la imprenta. Un manuscrito copiado a mano era para ellos, en ese entonces, el texto autoritario, exacto y regularizado. En su tratado, “Alabanza del copista,” el monje Tritenius, del siglo XV, sostenía que “los libros impresos nunca serán el equivalente de los códices escritos a mano, especialmente debido a que los libros impresos son muchas veces deficientes en su ortografía y apariencia.”
La escritura a mano lentamente se volvió en una manera de expresión personal, cuando dejó de ser el modo principal de comunicación escrita. Cuando una nueva tecnología de escritura se desarrolla, tendemos a romantizar la anterior. La tecnología suplantada es galardonada como más auténtica porque ya no es ubicua u oficial. De ahí que para los monjes, la imprenta era caprichosa y la escritura confiable. Igualmente hoy en día: la sabiduría convencional sostiene que las computadoras están desprovistas de emoción y personalidad, y la escritura a mano es el terreno de la intimidad, la originalidad y la autenticidad.
Dicha transición, y las asociaciones que hacemos con las viejas y nuevas tecnologías, se agotaron mientras que millones de americanos fueron palmerizados en la escuela, y el Método Palmer está inextricablemente ligado a una nueva tecnología de escritura que estaba comenzando a competir con la escritura a mano: la máquina de escribir.
En los Estados Unidos posteriores a la Guerra Civil, la Compañía de Armas Remington necesitaba un nuevo producto para subir las ventas (los rifles se movían más lento). La compañía develó la primera máquina de escribir en 1874. Era pesada y ruidosa y parecía como una enorme máquina de coser de metal, ya que se colocaba en una mesa con un pedal por debajo. La máquina era estorbosa, el ruido que hacía cacofónico. Lo peor de todo, es que tenías que escribir a ciegas: las teclas golpeaban la parte baja del papel. No se vendió. Los negocios no aceptarían documentos escritos en ella, porque no eran hechos con pluma. Remington vendió sólo unos cuantos de esos modelos, pero Mark Twain compró una. En su autobiografía, declaró ser “la primera persona en aplicar la máquina de escribir en la literatura” cuando envió un manuscrito hecho en máquina de Las Aventuras de Tom Sawyer a su editor.
Sin embargo, Twain odiaba teclear a ciegas, y le dio su Remington a su amigo William Dean Howells, el eminente novelista y editor del Atlantic. Howells la devolvió, desinteresado, seis meses después. Pero como con las computadoras personales y los celulares, los primeros en adoptar una nueva tecnología eventualmente persuaden al resto de que también lo necesitamos. En la década de 1890, la máquina de escribir logró una vuelta a considerarse, y los nuevos modelos te permitían ver la página mientras escribías. Para 1905, era una curiosidad no tener una máquina de escribir.
Esa primera Remington introdujo el teclado QWERTY, el cual separa los pares comunes de letras para prevenir que las barras se peguen cuando se golpean secuencialmente. Aunque otros desarrollaron teclados más eficientes, amigables y ergonómicos, ninguno lo ha superado. Parecemos estar testarudamente casados con el QWERTY, dado que nuestro apetito por lo nuevo nuevo viene acompañado de un fuerte apego a lo conocido.
Cuando el libro de Kitty Burns Florey, Script and Scribble: The Rise and Fall of Handwriting, una mirada nostálgica a la historia de la escritura a mano, y un llamado a revivirla en las escuelas, apareció a principios de 2009, las reseñas tendían a seguir el patrón: el reseñista comienza aceptando que él o ella ya no escribe a mano, pero piensa que es una pena. Él o ella comienza a alabar el libro de Florey y termina prometiendo escribir a mano más seguido en el futuro. Michael Drida escribe, “Después de leer Script and Scribble, siento ganas de recuperar mis desvencijados manuales de caligrafía…Claro, también necesito limpiar la tinta seca de mi pluma itálica. Pero más tarde que temprano, incluso hasta Ludovico Arrighi –el gran maestro renacentista del itálico—envidiará mis p’s y q’s.” Florey escribió su propia versión de este género en un artículo sobre la escritura de ese libro. Cuenta cómo es que siempre escribe en la computadora, nunca a mano. “Mis últimos ochos libros son hijos de Microsoft Word, y prácticamente todo lo que escribo, desde un libro a un breve correo electrónico, lo hago en la computadora.” Mientras hacía las investigaciones para el libro, aprendió cómo escribir caligrafía itálica, y se enamoró de ella. Termina su texto aconsejando a todo mundo a escribir más a mano: “Sugiero que dejen libre una media hora, tomen papel y pluma, y, con sus mejores letras (sea itálica, Palmer, o una versión más limpia de sus usuales garabatos), escriban un poema, comiencen un diario, envíen una nota a sus amigos, o…escriban una carta de amor.”
Dudo que los críticos o que Florey hallan seguido sus peticiones para escribir más a mano. No obstante, la gente parece pensar que los niños escolares deberían pasar más tiempo perfeccionando su dominio de la G. Un estudio del Departamento de Educación de Estados Unidos, en 2007, descubrió que el 90% de los maestros duran diez minutos al día en la escritura a mano. Zaner-Bloser, la currícula de escritura a mano más popular hoy en día, considera eso demasiado poco tiempo, y alienta a las escuelas a elevar esa cantidad a 15 minutos al día.
Pero la escritura con teclado en la escuela tiene un efecto democratizante. Como lo hizo la máquina de escribir. Nivela la presencia de la prosa para permitir que la expresión de ideas, no la producción de cartas, sean el escenario central. Florey está conciente de esto pero no se toma el tiempo para desempacar los supuestos contenidos en su razón de porqué deberíamos de seguir enseñando a escribir a mano: “los niños son juzgados por su escritura; si producen un garabateo indescifrable, los maestros no estarán muy de acuerdo con ellos.” Florey menciona que cuando a ella se le pidió juzgar solicitudes hechas a mano para puestos de escritura, fue más atraída “por aquellos con una escritura legible, y prejuiciosa con los garabateos.”
¿Tener buena letra es señal de inteligencia? No, no más que lo que revelaría la religiosidad de una persona. Pero muchos maestros crean esta correlación: Es llamada el “efecto de la escritura a mano.” Steve Graham, un profesor en la Universidad de Vanderbilt que estudia la adquisición de la escritura a mano, dice que “los maestros forman juicios, positivos o negativos, sobre el mérito literario de un texto basándose en su legibilidad.” Los estudios de Graham nos muestran que “cuando los maestros promedian versiones múltiples del mismo trabajo, difiriendo sólo en términos de legibilidad, asignan calificaciones más altas para las versiones bien escritas del trabajo que las mismas versiones con una escritura a mano más pobre.” Esto es particularmente problemático para los hombres, ya que sus habilidades motrices más refinadas se desarrollan después que las mujeres. No obstante, todos los niños son enseñados al mismo tiempo –normalmente escribiendo con letra de molde en el primer grado y cursiva en el tercero. Si no lograste aprender cursiva para finales del tercer grado, probablemente no puedas desarrollarla en el futuro.
Mientras que en una ocasión juzgábamos la escritura a mano por sus tintes religiosos, ahora seculares, trasponemos nuestros prejuicios hacia la inteligencia. El nuevo examen de escritura del SAT, instituido en 2006, requiere que los que tomen el examen escriban sus ensayos con lápiz del No. 2. No sólo aquellos con una letra descuidada obtendrán calificaciones menores que los que escriban con mayor legibilidad, sino que aquellos que escriben en cursiva –el 15% de los que toman este examen en 2006—recibieron puntuaciones más altas que aquellos que escribieron con letra de molde.
Para 2002, las escuelas públicas tenían una computadora por cada cuatro estudiantes, y desde entonces, el número se ha elevado. A pesar de que se habla de la división digital, la mayoría de los estudiantes de nivel medio superior (High School), incluso en las escuelas de pocos recursos, se les pide que tecleen e impriman sus ensayos, y son capaces de encontrar los medios para hacerlo. De modo que, suponiendo el acceso, una tipografía estándar y un papel para impresora, teclear nivela el campo de juego. ¿No es este igualitarismo un valor clave que, como el alfabeto, nos viene desde los griegos?
Cuando mi hijo estaba en segundo grado, tuvo que quedarse en el receso casi todos los días porque no podía formar apropiadamente las letras. Fui llamada a una serie de “intervenciones,” advirtiéndome que reprobaría el Examen de Competencias de Ohio si los escáners no podían leer sus respuestas. ([el programa federal] No Child Left Behind deja a los maestros con menos tiempo para enseñar escritura a mano y menos medios para enseñarlo, no obstante, más exámenes tomados por los estudiantes les piden comprobar que lo han dominado.) Para Simon, las tareas siempre fueron estresantes. Se quedaba viendo la página en blanco durante horas. Luego, escribiría una palabra y se detendría; escribía unas cuantas letras y se detendría. Pronto, comenzó a tenerle miedo a coger un lápiz, y teníamos discusiones todas las noches sobre sus hojas de trabajo de la materia de artes del lenguaje. Luego, comenzó a preocuparse que no tenía nada qué decir, de no saber cómo decirlo, o saldría con ideas que no escribía porque le tomaría demasiado tiempo y por lo tanto no escribiría nada. Como perpetuamente se le decía que su escritura era mala transmutó en su mente como la evidencia de que era mal escritor –un estudiante pobre incapaz de expresar ideas. Simplemente odiaba el proceso físico de escribir. Y ya que la escritura a mano dominaba su educación en el primero, segundo y tercer grados, odiaba la escuela, también.
Lo transferí a una escuela privada, donde se le permitió dictar sus tareas de escritura. Para sus tareas de cuarto grado, me senté en la computadora, mi laptop en la mesa del comedor, mientras se movía de un lado a otro, gesticulando para todos lados, a veces deteniéndose para ponerse la mano en la barbilla, pensando, pero más que nada hablando sin parar. Yo tecleo rápido, pero no podía estar al mismo ritmo; tuve que detener su tren de palabras. Hablaba en voz alta, con cláusulas completas y párrafos. Lo que le hubiera tomado tres o cuatro horas (no estoy exagerando) a mano, le tomó cuatro minutos oralmente.
La moraleja de esta historia no es que el teclado es superior a la escritura a mano, que los padres deben de transcribir las historias de sus hijos o que las escuelas privadas son superiores a las públicas. La moraleja de esta historia es que lo que queremos de la escritura –lo que Simon quiere y lo que los sumerios querían—es una automaticidad cognitiva, la habilidad de pensar lo más rápido posible, liberados lo más que se pueda de las restricciones de cualesquier tecnología que debamos usar para registrar nuestros pensamientos. Como escribe Wolf: “Un sistema que pueda ser más eficiente por medio de la especialización y la automaticidad tiene más tiempo para pensar. Este es el obsequio milagroso del cerebro lector.” Esto es lo que Palmer quería de sus estudiantes –velocidad. Esto es lo que la máquina de escribir le prometió a Twain. Esto es lo que el teclado le ofrece a millones de personas. Nos permite ir más rápido, no porque queramos que todo vaya más rápido en nuestra era hiper-acelerada, sino por la razón contraria: Queremos más tiempo para pensar.
Así es como Simon describe porqué odia escribir a mano: “Lo tengo todo en mi banco de memoria, y luego me detengo, y mi banco de memoria se borra.”
Lo que sea que usemos para escribir, nos encontraremos con un déficit entre concepción y ejecución, entre las ideas en nuestra cabeza y las palabras que producimos. Muchas veces insertamos la nostalgia en esta brecha. Hoy en día, escribir una novela con una pluma BIC y un block de hojas amarillas es considerado como algo tan dulcemente chistoso como William Dean Howells escribiendo su primer cuento con un compositor tipográfico, de cabeza y al revés (su padre era impresor) o el hábito de Gay Talese de escribir en paneles para camisas (esos cartoncillos que usan en las limpiadurías para ponerlos en las camisas). Toni Morrison, Jim Harrison, John Updike y otros escriben (o, desgraciadamente, llegaron a escribir) a mano.
También inventamos historias para romantizar lo mundano. Los sumerios usaban la escritura para la contabilidad –desarrollaron símbolos para contar corderos. Pero los sumerios crearon una historia mejor para el invento de la escritura: “Un mensajero del señor de Kulab llegó a un reinado distante, demasiado agotado como para entregar un mensaje oral importante. Para no terminar frustrado por su fracaso mortal, el señor de Kulab también moldeó un poco de arcilla y puso las palabras como en una tableta…y verdaderamente así lo hizo.” (Como señala Wolf, este relato “elude la cuestión incómoda de quién fue capaz de leer las palabras del señor Kulab.”)
La escritura a mano sí tiene una presencia que puede estar ausente en la prosa tecleada, lo acepto. Tengo una carpeta de notas que mi abuela escribió antes de morir. Garabateó la historia de su vida con una negra punta gruesa en el reverso de unos sobres. Lentamente he estado tecleando sus notas, preservándolas para la familia, y mientras entorno los ojos para entender las palabras, puedo detectar la experiencia sentida de su mano en el papel. Y acepto que cuando encuentro una planicie suave de arena o un árbol sin corteza, añoro grabar mi nombre en ellos.
No tengo deseos de perder el arte de la escritura a mano, perder el conocimiento sostenido en los archivos o quitarle los lápices a aquellos que buscan blandirlos: Matthew McKinnon, un escritor freelance, se reenseñó a sí mismo la cursiva a la edad de 30 años porque la había olvidado, la encontró útil para su trabajo y quería “sacudir las telarañas” del área que se activa en su cerebro. Kitty Burns Florey está comenzando un movimiento de “escritura lenta”, imitando el movimiento de “slow food”, para resucitar el arte de la escritura a mano. Cada año, la Sociedad Spencer celebra una “saga” de toda una semana, donde puedes aprender a dominar la caligrafía spenceriana. La escritura a mano siempre ha sido tanto una manera de expresar pensamientos como un arte, y vale la pena preservar su aspecto artístico, ya sea por medio de la caligrafía o con el dominio de la letra para cómics. En las escuelas, podemos hacer una transición, que pase de la enseñanza de la escritura a mano como lo hacemos con las otras artes, específicamente como una habilidad motriz refinada, estimulando a los calígrafos como lo haríamos con los impresores o los que elaboran vitrales. Estas artes tienen una vida más allá de la nostalgia.
Cuando la gente escucha que escribo sobre el posible final de la escritura a mano, muchos me presentan ejemplos de cosas para las que siempre la necesitaremos: para endosar cheques (que ya no se requieren en un ATM), listas del mercado (los teléfonos inteligentes tienen funciones para tomar notas), firmas (que ya no se necesitan para los formularios de impuestos). Todo esto no será lo que perderemos. Podemos, no obstante, abandonar algo de nuestra memoria neurológica. Imagino que algunos senderos de nuestros cerebros se atrofiarán. Al mismo tiempo, imagino que mi cerebro está desarrollando nuevos senderos cognitivos cada vez que golpeo la tecla de control C o hago doble click en Firefox. Me maravilla el hecho de que puedo teclear con el simple tacto, mis dedos bailando mágicamente en el teclado, libres de todo esfuerzo conciente (de la misma manera que en este momento estás mirando las letras y formando significados en tu cabeza). El tecleo de tacto es un ejemplo glorioso de la automaticidad cognitiva, la velocidad de la ejecución manteniéndose al ritmo de la velocidad de la cognición.
No se preocupen. Falta mucho tiempo para que muera la escritura a mano, para que nosotros tengamos la entrevista con el “último escritor a mano” como lo hacemos hoy en día con los últimos parlantes de algunas lenguas. Para 1600, todos los que hablaban sumerio habían fallecido, pero el sistema de escritura que reemplazó al sumerio, el Arcadio, mantuvo en vida aspectos del sumerio. Tomarían otros 1,900 años –hasta 600 A.C.—para que la escritura sumeria desapareciera por complete. Incluso los griegos revolucionarios se tomaron mucho tiempo para cambiar de hábitos. Después de haber creado el alfabeto griego, estuvieron 400 años sin hacer nada con él, prefiriendo su existente cultura oral. La escritura a mano no se irá pronto. Pero se irá.
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