21.10.15

La cuestión fundamental tiene que ver no con la desobediencia sino con el desvanecimiento del concepto de obediencia. Se anula la historia, se anula todo margen de verdad, y podemos plácidamente vivir en la verdad pura de la ficción. Hay que dejar de comprender la obediencia como tal, desobedecer el concepto de obediencia, para que las cosas comiencen a comportarse de manera inadecuada. Necesitamos que las cosas dejen de comportarse como tal. Aun podemos comprender esa necesidad, si el cielo sigue siendo cielo, si las caricias siguen teniendo el potencial de ser cachetadas, si todavía podemos imaginar a dos policías besándose, creo que podemos imaginar una salida. ¿Para qué queremos salir? Para encontrar nuevamente las puertas de emergencia. Ya no las vemos. Vemos oro y vemos estrellas. Vemos el correr de los días como vemos el traslado de nuestras huellas digitales por las distintas superficies digitales de nuestro mundo. Todavía hay un margen para la imposibilidad. Me gusta que las cosas dejen de comportarse como tal. Como cosas. Me gusta que el texto se desmorone en un sinsentido que sólo puede corresponder al aroma de un pasado remoto. Algas. Pies descalzos, guijarros incrustados en los dedos. La sensación de que el dolor en las plantas de tus pies te remite a la violencia pura de la naturaleza. Las cosas son mejor cuando dejas que se comporten como les dé la gana. El pensamiento siempre será ilegible. Dos tres cinco diez pensamientos pasajeros se dieron a la fuga mientras escribía esto. La intolerante fugacidad de aquello que jamás se detiene en el pensamiento. Las palabras no son fotografías. Son una huella que pone de manifiesto la derrota del lenguaje, y la subsecuente celebración del dicha derrota. Prefiero mil fracasos a un abundante éxito lleno de vacíos. Nadie conocerá las historias de mis abuelos, ni la de los abuelos de nadie, porque el tiempo los desapareció y ahora no son nada más que el recuerdo de la saliva de una de ellas o el tallado de su nombre en la loza de concreto en la casa donde creciste. La vida sigue siendo orgánica y artesanal. Todos salimos de casa dispuestos a no regresar, dispuestos a volver con las armas ensangrentadas y una posible sonrisa que acarreas en tu rostro desde que tu sangre se fusionó con la de tantos ancestros como cosas. Cada cuerpo un edificio derrumbado, cada exhalación el humo de la desesperada extinción de tu tiempo. Recuerdo cuando trabajar significaba una forma de danza, cuando el movimiento era la inscripción de una sagrada y alegre resistencia. Ya no resistimos. Ya las cosas vienen acompañadas de su frágil firma digital. No hay cosa más linda que ver a un sujeto o a esa extraña noción de imperio caer. Los imperios caen como cosas que arrojas a un acantilado. Las lágrimas, el inútil recurso para declararte incompetente en el sutil vaivén de la experiencia. Tenemos prohibido descansar.