¿Y si todos
nos vamos? ¿Y si todos dejamos este mundo al mismo tiempo, nada de nada, todo
el pasado inmediato cancelado hasta nuevo aviso?
En realidad, no es tan complicado
como parece. Sólo debes decirte “ya” y levantarte de tu silla, alejarte de tu
escritorio, dejar encendido el computador e imaginar los pasos que siguen una
vez que salgas del edificio. Sólo debes decir “ya” y soltar esa herramienta con
la que haces tu trabajo, abandonar ese salón de clases en el que intentas
ilusamente de construir personalidades inteligentes y críticas (sólo para darte
cuenta que contribuyes a la construcción de individuos tristes y desprovistos
de las armas para vivir en este mundo), cerrar la caja de ese OXXO en el que
trabajas, tirar la escoba al piso, soltar el plato sin lavar para que se
estrelle en el piso, quitarte el cinturón que resguarda tu pistola e
implementos para el reforzamiento de la seguridad, abandonar las salas de emergencia,
el puesto de sacristán en las iglesias, debes cerrar la puertecita del
mostrador de la tienda miscelánea en la que trabajas, debes salir con tus
compañeros de la mina, de los campos de cosecha, de los establos, de las
oficinas de gobierno, de la sección de fumadores para meseros explotados, debes
dejar la isla de perfumería que atiendes en la tienda departamental, debes
cerrar las puertas de tu peluquería, de tu cantina, de tu florería, de tu
restaurante de comida gourmet orgánica, de tu taxi que es como una segunda casa
en la que transcurres para ver de frente las desgracias de este mundo, debes
abandonarlo todo, todo, todo. Debes entonces quitarte los zapatos y salir a la
calle, a caminar. Nadie hará nada.
Nadie hará nada. Saldremos a las
calles, no en son de protesta sino de simple y sencilla cancelación de la vida.
Caminaremos para volver a conocernos. Quizá ver con nuevos ojos el desastre que
hemos dejado, la cantidad monstruosa de objetos que hemos fabricado para
soportar la vida. Aprenderemos a oler de nuevo, a platicar con el prójimo, no
habrá necesidad de molestarnos por las conductas irritantes de los otros,
porque ya nada importará. Estarás en plena libertad para acariciar las mejillas
de propios y extraños: una niña, un anciano, un ex compañero de trabajo, una
mujer hermosa. Tardarás varios días en aprender a respirar como debe ser,
humanamente, con fuerza, intensidad, con los ojos cerrados. Volverás a escuchar
tu propia voz, y la de muchos otros, te darás cuenta que no somos tan malos,
sólo que ellos nos hicieron así.
Todo a tu alrededor será gratuito. La gasolina, las palomitas de microondas,
unos pajaritos del amor que te encontraste en la abandonada tienda de mascotas.
Allá, a lo lejos, verás que el sol te había dicho desde siempre que todo está
ahí para que tú lo tomes a discreción. Especialmente la comida, que podrás
tomar de los refrigeradores de tiendas de autoservicio o de las casas de
familias numerosas. Habrá un festín en el que todos nos regocijaremos y
encontraremos otra manera de entender eso que llamamos amor pero que ya no
sabemos con qué ingredientes se prepara.
Nuestras ciudades serán testigos del reverdecimiento de la tierra. Veremos
cómo entre las grietas de los edificios abandonados surgirán distintas clases
de vegetación. Flores silvestres brotarán en medio de la calle, allá a lo lejos
te toparás con un ornitorrinco que se escapó del zoológico que sus trabajadores
dejaron abandonado. Cobrarán otro matiz, más claro, menos espeluznante, esos
montones de telarañas que se formarán en los interiores de comercios, firmas de
abogados y cortes de justicia. No quedarán desiertas las ciudades, sólo
desatendidas. Porque cuando desatiendes una ciudad, se revela su verdadera
naturaleza, la de ser una ruina en potencia. Los espectaculares serán las
nuevas pantallas de un cine invisible, en poco tiempo sus imágenes se
desvanecerán, con todo lo demás.
Olvidémonos de todo, del trabajo, la profesión, de subir los peldaños de
la corporación, olvidemos los deseos
impulsados por la fábrica espectacular, el estrés que nace de la prisa por ser
algo que de todos modos no quieres ser, los sueños reprimidos, el recuerdo de
un pasado que ya ni siquiera puedes considerar que era mejor, retírate de la
carrera, de esa envidia perenne por lo que tiene el otro, la dura pena de
soportar jefes que tampoco se soportan a sí mismos, la ansiedad por tener un
cuerpo atractivo al mismo tiempo que envejece una parte de tu alma, olvídate de
tener una casa con los mismos decorados que tienen las otras casas, por tener
un salario justo, unas calles limpias al salir del vecindario, la incertidumbre
de averiguar si llegarás a fin de quincena con veinte pesos para el camión que
te llevará de regreso a casa, abandonemos eso que llamamos progreso,
abandonemos eso que cruel y cínicamente llamamos “vida”. Sentémonos en las
calles y platiquemos con los niños, emborrachémonos con aquellos que fueron
nuestros enemigos en el pasado, y que ahora ambas partes nos dimos cuenta que
vivíamos un teatro perverso fabricado por ellos, los que nos tienen así.
Abandonemos este mundo, para dejarlos solos a ellos. Los que quieren hacer
de nosotros lo que les venga en gana.