29.7.09

Muuuuuuuy interesante.

Hace unos días, que de pronto me levanto de la cama y me dirijo al librero para toparme con algo. Y me topé con esto: Un breve ensayo de Gabriel Trujillo en torno a la profesionalización del arte y la crítica, escrito en 1989. Revelador, en el sentido de que a) al parecer, las cosas no han cambiado; b) al parecer, algunas cosas SÍ han cambiado, pero aun no encuentran una articulación apropiada. El campo del arte en Baja California ha cambiado mucho en los últimos veinte años, se ha generado una diversidad de propuestas y el estado de la producción artística en el estado ha generado signos distintos, con o sin la profesionalización de la práctica. Pero la crítica, al parecer, se mantiene igual. Esto es, prácticamente nula. Leamos.


LA PROFESIONALIZACIÓN DEL ARTE Y LA CRÍTICA
Gabriel Trujillo

Extraído de Alabanzas y vituperios (1990)


Difícilmente uno da opiniones en campos del saber que no conoce. Si uno se enfrenta a un diagnóstico médico o a la opinión de un abogado sobre un asunto legal, y no se está totalmente de acuerdo con lo que le explican o aseguran, es lógico consultar otra opinión especializada, pero pocas veces se nos puede ocurrir que podemos conocer mejor que un médico o un abogado los pasos a seguir para el tratamiento de una enfermedad o la resolución de un caso legal. ¿Por qué? Porque simplemente sabemos que no contamos con el conocimiento necesario para rebatirle a una persona en el campo del saber que domina y en la práctica cotidiana de su profesión. Esto no significa que cualquiera de nosotros, por más neófito o ignorante del tema a tratar que uno sea, no pueda expresar su opinión acerca del mismo y buscar documentarse sobre el caso particular que le incumbe.

Pero cosa curiosa: en el campo del arte –de la creación artística—no sucede una cosa ni la otra. No se ve al creador como un especialista en su área ni los críticos buscan documentar sus aseveraciones. Especialmente aquí, en el ámbito cultural bajacaliforniano, parece que los críticos espontáneos, “silvestres” diría Óscar Hernández, no tienen más argumento para su crítica que su mal documentado gusto personal. El “yo opino” o el “a mí me parece” abundan en nuestro raquítico medio y son la expresión del típico consumidor de manifestaciones culturales que vive de expresar, a través de chistes, chismes, gritos y actitudes de valemadrismo, que nada ni nadie lo apantalla para exponer públicamente su acendrado canibalismo.

Lo lamentable del caso es que creadores que han trabajado por años para consolidar su obra y que no han hecho uso de la publicidad, la calumnia o la polémica para crear una reputación de “artista”, tengan que soportar a cualquier oportunista que en lugar de edificar un análisis riguroso de la creación artística bajacaliforniana, de sus defectos y virtudes, acabe pitorreándose de ella y afirmando que lo que dice es crítica. Este fascismo enmascarado, de antiintelectualismo que oda cualquier expresión de raciocinio, objetividad o inteligencia, forma parte de una perspectiva donde los prejuicios personales se hacen pasar por verdades irrebatibles, donde la mala leche y las burlas son el único fundamento teórico de afirmaciones rotundas y autoritarias.

Se olvida, pues, que la variedad del mundo y de la vida se expresa de muy diversas maneras, que el desarrollo cultural en Baja California sólo puede alcanzarse a partir de una crítica real y fundamental en el análisis exhaustivo y en la información objetiva, y no con golpes bajos, maledicencias o prejuicios provenientes de unos cuantos porros culturales. Porque la creación, como la crítica, es un trabajo en perpetua depuración, una especialidad que implica un arduo y tenaz aprendizaje.

Por eso mismo, es necesaria la profesionalización de la creación y de la crítica, para que éstas prevalezcan sobre la grilla cultural y los intereses personales. Para que ambas –la creación y la crítica—sean el espacio donde resida la inteligencia al servicio del análisis y constituyan el dique necesario frente al escupitajo visceral y la calumnia, lamentablemente hoy tan en boga en nuestro ámbito cultural.

Ya lo dijo el maestro Rubén García Benavides: lo que más nos hace falta a los bajacalifornianos actuales es construir y no destruir. Así pues, que cada quien beba de su ira, que cada quien se coma su veneno. Recuérdese que el camino de la profesionalización cultural es ajeno a la teatralidad y al escándalo, y cercano, en grado sumo, a la duda, a la tolerancia, al juicio sereno y argumentado.

(1989)
Veinte años han pasado desde estas declaraciones del maestro Trujillo. Nomás piénsenlo un poquito.
Hay una serie de cuotas pendientes para el quehacer artístico de nuestra localidad, y una de ellas es, precisamente, la conformación de un campo crítico que pueda dirimir en torno a las producciones artísticas actuales, a la vez que depura el sentido, rendimiento y permanencia de aquellas obras que se han producido en el pasado. Esto no es nada nuevo. Pero al parecer, nadie de nosotros ha tirado ni siquiera un guijarro, a no decir de una primera piedra atinadamente dada a ese enorme ventanal en el que se ha convertido el trabajo de los artistas locales, aquellos que podrán y han producido obras con distintos resultados (algunos deplorables, otros desgraciadamente olvidados y recluidos en el anonimato del "aquí no pasó nada" y el "yo no me enteré") pero que no tienen posibilidad de ser enmarcados (por decirlo de algún modo) dentro del pensamiento y reflexión sobre nuestras manifestaciones culturales.
A los periódicos les importa un bledo. Los creadores somos para ellos, o una curiosidad o una molestia, pero nunca un miembro de la comunidad que busca plantear ideas críticas, estéticas y reflexivas sobre la realidad que vivimos. Es en serio, a los periódicos no les importa en lo más mínimo lo que tú, tú y tú están haciendo. ¿Hay acaso otros medios a través de los cuales podamos difundir no sólo la existencia de una obra, una exposición, una diligencia colectiva, etc., sino también un pensamiento sobre la experiencia de dichas obras y manifestaciones?
¿Viviremos en una especie de pueblo como Punxsutawney, Pennsylvania (el pueblo de la película Groundhog day), donde las cosas se repiten y se repiten, un día tras otro, de manera que este señalamiento que hago, acompañado de la evidencia de lo señalado hace veinte años por Gabriel, se vuelva a vivir dentro de otros veinte años? ¿No van a cambiar nunca las cosas?