Nerudiana
Llevo varios días pensando en esta idea: uno de los versos más famosos, no, quizá el más famoso de la literatura contemporánea, es, contrario a lo que se interpreta, un verso sumamente misógino:
Me gusta cuando callas porque estás como ausente
Inicio de un bello poema que habla sobre la melancolía. Melancolía que le produce al poeta, cuando sumido en ella la observa a ella en toda su quietud. Ella en su silencio presenta toda su ausencia, esto es, no se encuentra ahí, se encuentra en la imagen del espectador, que en este caso es el poeta embriagado de melancolía. Es un sentimiento que por muchos años he compartido, la sensación de que esa o aquella mujer que se observa a la distancia es imposible de tener.
Me gusta porque callas cuando estás como ausente
Contrario a lo que se piensa, la melancolía a la que un creador puede sumirse, no es el resultado de una admiración hacia aquello que se contempla. Una luna hermosa no produce melancolía, produce un sentimiento de lo sublime, de lo infinito. Cuando se contempla a una bella mujer, no se está pensando con admiración en lo infinito de su belleza; se está pensando en el hecho de que puedes observarla, pero jamás tocarla.
Los melancólicos se sientan en las barras o en las esquinas de los antros; o quizás acompañan a sus amigos –los que sí terminan poseyendo a las mujeres que son objeto de la admiración del primero, del que no hace nada—y observan, desde sus propios silencios, desde sus propias ausencias, cómo la vida no les otorgó las herramientas (digámoslo como es: no tienen los huevos) para que ella, sí la que está sentada con sus amigas, la de cabello corto y ojos claros, la que según yo me estuvo observando pero luego volteaba la cara cuando yo veía hacia allá. . .sea la mujer poseída. Detrás de un melancólico se esconde un poeta. . .pero también un violador en potencia.
Me gusta cuando estás como ausente, porque estás callada
Bueno, quizá exageré un poquito con esa última afirmación. Ya que el melancólico también es pasivo-agresivo, y prefiere reafirmar su condición de persona-non-grata-para-las-mujeres, porque es reconfortante, porque da un sentido de identidá. En ciertos casos, esta postura le otorga los elementos para la formación de palabras, imágenes, frases, versos, de una sensibilidad enorme: se encuentran cargadas de sentido, precisamente porque dicho sentido es la acumulación de sensaciones intensas. No podemos negar que el sentimiento de impotencia, que resulta de no poder tener aquello que deseas, genera unas tensiones que pa qué les cuento. Y si eso lo puedes resumir, si lo puedes consagrar todo al pronunciamiento de un verso. . .bueno. . .tienes frente a ti una imagen poética, romántica. . .melancólica.
Me gusta tu ausencia. . .
Por lo tanto, la melancolía se convierte en el sitio desde el cual un escritor comienza a explicar la belleza del mundo. En este caso, vista a través de los ojos de una mujer, o del modo como su cabello se convierte en ríos y lagos y oscuridades penetrantes e incontables metáforas más. Sin embargo, reafirma una condición histórica, misma que se reafirma una y otra vez, en cada momento que un hombre escucha atormentado los suplicios de una canción de Elliot Smith (o de José José; yo he pecado de escuchar a ambos por estas razones. Aunque no al mismo tiempo. Eso sería fatal.), en cada momento que acompañas o eres la persona que simplemente se queda contemplando a una mujer hermosa. . .
Reafirmas el hecho de que la mujer siempre ha sido vista como un objeto contemplable. Esto es, como un objeto pasivo. No hay cabida para sus ideas, pensamientos, puntos de vista, ni siquiera para opiniones articuladas. Lo único que se pide de ellas es que sean. . .así. . .bellas. No es nada nuevo, el escritor John Berger, que ha hecho las veces de estudioso de la historia del arte, y que tiene un discurso sociológico muy socorrido en el momento en que surgió (buscar el libro Ways of seeing, publicado a finales de los sesenta) planteaba lo mismo: la mujer ha sido representada, a lo largo de la historia, primero que nada como un objeto, pero además, como un objeto pasivo: listas para ser contempladas por los hombres.
Me gustas porque estás callada. . .
Y si bien los poetas, sumidos en la melancolía, se han salido muchas veces con la suya (pregúntenle a Neruda cuántas amantes tuvo), debido a que, pues, las palabras tienen un poder de evocación enorme, y las mujeres a su vez han asumido esta condición con toda naturalidad (no todas, por supuesto, me encantan aquellas que pueden ver y burlarse de estos tipos, acomodados en su propio sentimiento de pesadumbre), también deben admitir, señores poetas, melancólicos de bares o de recámaras sombrías que escuchan discos de The Cure y piensan en la inmortalidad del romanticismo, que detrás de esos sentimientos “genuinos”, hay un dejo de misoginia.
Si se fijan (no estoy seguro, pero creo que esto me lo enseñó Derrida) lo que realmente quiere decir ese verso de Neruda es esto:
Llevo varios días pensando en esta idea: uno de los versos más famosos, no, quizá el más famoso de la literatura contemporánea, es, contrario a lo que se interpreta, un verso sumamente misógino:
Me gusta cuando callas porque estás como ausente
Inicio de un bello poema que habla sobre la melancolía. Melancolía que le produce al poeta, cuando sumido en ella la observa a ella en toda su quietud. Ella en su silencio presenta toda su ausencia, esto es, no se encuentra ahí, se encuentra en la imagen del espectador, que en este caso es el poeta embriagado de melancolía. Es un sentimiento que por muchos años he compartido, la sensación de que esa o aquella mujer que se observa a la distancia es imposible de tener.
Me gusta porque callas cuando estás como ausente
Contrario a lo que se piensa, la melancolía a la que un creador puede sumirse, no es el resultado de una admiración hacia aquello que se contempla. Una luna hermosa no produce melancolía, produce un sentimiento de lo sublime, de lo infinito. Cuando se contempla a una bella mujer, no se está pensando con admiración en lo infinito de su belleza; se está pensando en el hecho de que puedes observarla, pero jamás tocarla.
Los melancólicos se sientan en las barras o en las esquinas de los antros; o quizás acompañan a sus amigos –los que sí terminan poseyendo a las mujeres que son objeto de la admiración del primero, del que no hace nada—y observan, desde sus propios silencios, desde sus propias ausencias, cómo la vida no les otorgó las herramientas (digámoslo como es: no tienen los huevos) para que ella, sí la que está sentada con sus amigas, la de cabello corto y ojos claros, la que según yo me estuvo observando pero luego volteaba la cara cuando yo veía hacia allá. . .sea la mujer poseída. Detrás de un melancólico se esconde un poeta. . .pero también un violador en potencia.
Me gusta cuando estás como ausente, porque estás callada
Bueno, quizá exageré un poquito con esa última afirmación. Ya que el melancólico también es pasivo-agresivo, y prefiere reafirmar su condición de persona-non-grata-para-las-mujeres, porque es reconfortante, porque da un sentido de identidá. En ciertos casos, esta postura le otorga los elementos para la formación de palabras, imágenes, frases, versos, de una sensibilidad enorme: se encuentran cargadas de sentido, precisamente porque dicho sentido es la acumulación de sensaciones intensas. No podemos negar que el sentimiento de impotencia, que resulta de no poder tener aquello que deseas, genera unas tensiones que pa qué les cuento. Y si eso lo puedes resumir, si lo puedes consagrar todo al pronunciamiento de un verso. . .bueno. . .tienes frente a ti una imagen poética, romántica. . .melancólica.
Me gusta tu ausencia. . .
Por lo tanto, la melancolía se convierte en el sitio desde el cual un escritor comienza a explicar la belleza del mundo. En este caso, vista a través de los ojos de una mujer, o del modo como su cabello se convierte en ríos y lagos y oscuridades penetrantes e incontables metáforas más. Sin embargo, reafirma una condición histórica, misma que se reafirma una y otra vez, en cada momento que un hombre escucha atormentado los suplicios de una canción de Elliot Smith (o de José José; yo he pecado de escuchar a ambos por estas razones. Aunque no al mismo tiempo. Eso sería fatal.), en cada momento que acompañas o eres la persona que simplemente se queda contemplando a una mujer hermosa. . .
Reafirmas el hecho de que la mujer siempre ha sido vista como un objeto contemplable. Esto es, como un objeto pasivo. No hay cabida para sus ideas, pensamientos, puntos de vista, ni siquiera para opiniones articuladas. Lo único que se pide de ellas es que sean. . .así. . .bellas. No es nada nuevo, el escritor John Berger, que ha hecho las veces de estudioso de la historia del arte, y que tiene un discurso sociológico muy socorrido en el momento en que surgió (buscar el libro Ways of seeing, publicado a finales de los sesenta) planteaba lo mismo: la mujer ha sido representada, a lo largo de la historia, primero que nada como un objeto, pero además, como un objeto pasivo: listas para ser contempladas por los hombres.
Me gustas porque estás callada. . .
Y si bien los poetas, sumidos en la melancolía, se han salido muchas veces con la suya (pregúntenle a Neruda cuántas amantes tuvo), debido a que, pues, las palabras tienen un poder de evocación enorme, y las mujeres a su vez han asumido esta condición con toda naturalidad (no todas, por supuesto, me encantan aquellas que pueden ver y burlarse de estos tipos, acomodados en su propio sentimiento de pesadumbre), también deben admitir, señores poetas, melancólicos de bares o de recámaras sombrías que escuchan discos de The Cure y piensan en la inmortalidad del romanticismo, que detrás de esos sentimientos “genuinos”, hay un dejo de misoginia.
Si se fijan (no estoy seguro, pero creo que esto me lo enseñó Derrida) lo que realmente quiere decir ese verso de Neruda es esto:
Así me gustas. . .calladita. . .como si estuvieras ausente, como si no pensaras, ni tuvieras ideas propias, así, calladita, como muñequita, como pintura de mujer desnuda, sin una presencia fuerte (por ESO cayó tan mal la pintura de la Olympia de Manet: that woman meant business, my friends. . .) para así poder verte y contemplarte horas y horas y horas. . .y no hacer absolutamente nada al respecto de las ideas, pensamientos o del posible interés que tengas en mí.
Lo acepto: durante mucho tiempo he caído preso en las cavernas de la melancolía. Pero parafraseando al personaje de Samuel L. Jackson en Pulp Fiction: “I’m trying... I’m trying reeeeeeeeeal hard not to be a melancholic prick”.
Y quién sabe, quizá la poesía que surgiera de un sentimiento de admiración no melancólica hacia la mujer podría ser más potente, más intensa, más seductora, cuando junto con la belleza que se describa, también se describa ese espíritu enorme, frustrante, sexy, contradictorio y sumamente ajeno a nosotros, que la mujeres poseen. Porque ellas son las que poseen las cosas, no nosotros a ellas.
Lo acepto: durante mucho tiempo he caído preso en las cavernas de la melancolía. Pero parafraseando al personaje de Samuel L. Jackson en Pulp Fiction: “I’m trying... I’m trying reeeeeeeeeal hard not to be a melancholic prick”.
Y quién sabe, quizá la poesía que surgiera de un sentimiento de admiración no melancólica hacia la mujer podría ser más potente, más intensa, más seductora, cuando junto con la belleza que se describa, también se describa ese espíritu enorme, frustrante, sexy, contradictorio y sumamente ajeno a nosotros, que la mujeres poseen. Porque ellas son las que poseen las cosas, no nosotros a ellas.