A veces dan ganas de escribir acerca de todo. Desde la dentadura de los ancianos hasta la sonrisa de los pobres. Desde el asco hasta la sublimación. Que a las palabras les salgan garras --oh, maldita estupidez de ejercicio-- o que por lo menos hagan sonrojar al enemigo, esto es, al lector, ese otro impúdico y bochornoso que descansa en manos de su capacidad para ser testigo del vacío que produce el lenguaje.
A veces no dan ganas de nada. Sobre todo cuando hace frío, o cuando llueve y se piensa en el frío sobrecogedor después de la lluvia. Extraño el calor, aunque sé que no lo extrañare cuando me vaya. Lo que sí sé, y con disculpas merecidas a la gente que he conocido, es que jamás jamás voy a extrañar Santiago. Mejor que quede como una mala pesadilla que como los mejores momentos de mi vida.
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