Sentados en el patio de un café de la Plaza cualquiera, Dieter sostiene su postura de que las revoluciones son imposibles en este mundo. "Espasmos guturales" es como denomina a cualquier intento de cohesión insurgente, literalmente aquí y en China. A lo lejos, se escuchan los pasos multitudinarios de una turba que se aproxima. Puedo ir vislumbrando las pancartas a la distancia. Una aglomeración del sonido del descontento.
Pronto estarían enseguida de nosotros, o mejor dicho, Dieter y yo estaríamos en medio de la manifestación. Estas personas, miles son, parecen enojadas por algo, por muchas cosas, lo anuncian la retahíla de denuncias varias que consignan sus pancartas, banderines, disfraces carnavalescos. A los pocos minutos, toda la plaza había sido tomada.
Sin embargo, Dieter y yo advertimos la llegada de otro grupo. Con otros tipos de pancartas y disfraces, con otra manera de denuncia y organización. Éstos no tomaban las calles sino los techos de los edificios en la circunspección de la plaza. En poco tiempo, los líderes de ambas manifestaciones iniciaron un mano a mano; los líderes, en tales circunstancias, puede ser cualquiera que tome la iniciativa de resaltar dentro de la turba, siempre abstracta y amorfa.
El uno alegaba que su lucha era légítima; el otro, hablando a través de un megáfono desde lo alto de un edificio, sostenía que primero habría que transformar el procedimiento de la manifestación, y que por eso su turba se había organizado para apaciguar a la manifestación original.
Todos estaban desconcertados, parecía ser que la sociedad comenzó a engendrar revoluciones y contrarrevoluciones, pero ya no eran del mismo orden que las vistas en el pasado.
Al final del día, ambas manifestaciones, la de arriba y la de abajo, se dispersaron, acumulando sus repudios y regresándose a los barrios desde donde se habían ido articulando.
Dieter y yo nos tomamos la siguiente taza de café. Un tipo se nos acerca y nos pide una moneda para comprar un trozo de pan. Yo no traía dinero --esta vez a Dieter le tocaba invitar el café--, Dieter sacó un par de monedas de su bolsillo y se las pasó al hombre vestido de animal histórico.
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