La seducción de los ojos. La forma más inmediata y pura de seducción, misma que sobrepasa las palabras. Donde las miradas por sí solas se unen en una suerte de duelo, un entrelazado inmediato, desconocido para los otros y sus discursos: el encanto discreto de un orgasmo silencioso e inmóvil. Una vez que la deliciosa tensión de las miradas da lugar a las palabras o a los gestos amorosos, la intensidad decae. La condición táctil de las miradas que resumen todo el potencial del cuerpo (¿y el de los deseos?) en un solo y sutil instante, como en un golpe del ingenio. Un duelo que es simultáneamente sensual, incluso voluptuoso, pero desencarnado. . .una muestra perfecta del vértigo de la seducción, al cual los placeres más carnales no se van a poder igualar. Que estos ojos se encuentren es accidental, pero es como si hubiesen estado fijos el uno con el otro desde siempre. Desprovistos de significado, lo que aquí se intercambia no son las miradas. No hay deseo aquí, ya que el deseo no es cautivador, mientras que los ojos, como apariencias fortuitas, envían un hechizo compuesto de signos puros, en duelo, sin profundidad ni temporalidad.
Jean Baudrillard, "Sobre la seducción"
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