30.12.11

Mi disco del año

Hay algo en las aguas del Lago de Ontario de la ciudad de Toronto, en la superficie, flotando como neblina, que puede dar cuenta de la intensidad, la furia y el despliegue de energías que derrocha una banda como Fucked Up. Tanto su nombre, su ética/estética y su aproximación a la música punk y a la música pop contemporánea, vinieron a definir para mí todo el cúmulo de sentimientos, desaires, inspiraciones y devastaciones que viví de cerca y de lejos durante todo 2011. Todos podemos reconocer que hay un disco, probablemente no sea el más popular, quizá no sea el mejor disco del mundo, pero es el disco, el que entiende lo que está sucediendo alrededor, y que por lo tanto nos entiende.

Asimismo, es difícil definir en estos tiempos un disco que pueda representar la complejidad que vivimos hoy, la insistente espectacularización del mundo, las ruinas de sistemas sociales puestos sobre la mesa para ser roídos y linchados por las multitudes inconformes, la puesta en común de todas nuestras fobias, temores, racismos y polarizaciones políticas, de todo nuestro esquema de comprensión de la vida en una sociedad cada vez más implicada en sí misma, es difícil si no es que imposible, que un estilo, una canción, un himno o un conjunto conceptual de piezas musicales hagan eco del desencanto y la furia y la angustia que vivimos, así como tampoco hay obras de arte, películas o literatura que pongan de manifiesto el zeitgeist. Radiohead lo hizo en algún momento (y una buena cantidad de músicos electrónicos), esto es, confeccionar el sonido de la contemporaneidad (música para escuchar en ese “Desierto de lo Real” al que se refería Baudrillard), pero creo que los tiempos han cambiado, o exigen un cambio, mejor articulado que en las pasadas dos décadas, y que deambular por el desierto sonoro de las ilusiones perdidas y los diagnósticos post-apocalípticos ha sucumbido, ha dado paso a otra cosa. Por el momento, allá afuera, podremos encontrar atisbos, a veces mensajes muy claros, que nos explican a todas luces que mucha gente en este mundo está hasta la madre.

Por eso me gusta que de entre todo el marasmo de propuestas musicales que encontramos en el mundo, puedo localizar un disco cuya intencionalidad va agarrada de la mano de los tiempos que vivimos, y cuyo nombre de banda resume, tal y como debe resumir la música punk, el sentimiento colectivo: Fucked Up. El disco se titula David comes to Life.

Porque sí. Las cosas están Fucked up. Fackapeadas[*]. Y aquí lo estoy planteando en un esquema global (que en el caso de nuestro país, nuestro lamentable y pesadillesco país, nuestra situación es consecuencia este orden mundial): vivimos en un sistema en bancarrota, con una prospectiva futura que, si las cosas siguen igual, nos llevará al atolladero, llevamos tiempo viviendo entre las ruinas, pero al mismo tiempo, nuestros sentidos están sometidos por esa fascinación del mundo que nos envuelve, nos divierte, nos entretiene, pero ya no nos hace feliz. Creo que 2011 fue el año en que muchos nos dimos cuenta de esto. O por lo menos, cuando comenzamos a decir “Ya estuvo.”

David comes to Life es un coda, un cierre, un cambio de capítulo. Y nada más reconfortante para mí que descubrir que este epílogo musical, que intenta dar cierre y al mismo tiempo dar sentido a nuestros tiempos, fue construido en clave punk. Me sirvió como antídoto y recurso catártico para comprender el tumulto de experiencias personales que viví en 2011, que marcaré autobiográficamente como el año más difícil, más complejo, más duro que he vivido. Claro está por qué David comes to life quiero postularlo como el soundtrack de mi vida en 2011.

Y es que… ¡qué disco! Un ambicioso proyecto de “ópera punk,” que, por un lado, se une inmediatamente al canon de esos grandes y ambiciosos discos de música punk, ahí donde la ética DIY se integra a la exploración musical para producir algo rico y lleno de posibilidades. Es un canon muy complejo, porque no se trata de estilos sino de intenciones artísticas: London Calling de The Clash, Double Nickels on a Dime de Minutemen, Zen Arcade de Hüsker Dü, son testimonios de lo que puede suceder con la música cuando se desarrolla en plena libertad creativa, sin expectativas, llenos de furia, de drama y vitalidad.

Desde el principio, Fucked Up han sido grandilocuentes. Un ataque de dos guitarras y el descomunal ladrido de Damon Abraham (también conocido como Pink Eyes, un pesado gorila rapado y con barba, permanentemente sin camisa y un agitador nato de las multitudes) habían estado deambulando en la escena indie desde 2001. Después de un disco anterior, The Chemistry of Common Life, pudo entreverse que esta no era una simple banda de punk, sino una fuerza indómita, una música llena de drama, de vitalidad, de coraje, enriquecida por los espectros del punk y el hardcore del pasado, llena de encabronamiento y de simbolismo críptico, y que en el disco que celebro en este ensayo logra integrarse a la sensación de los tiempos.

Imaginada en la Gran Bretaña de Thatcher, nos cuenta (en una narrativa confusa y llena de referencias no menos oscuras) una historia de amor postindustrial convertida en revuelta libertaria, con el personaje central, David, como metáfora romántica de la “mano de obra” contemporánea, que desde las líneas de producción eficientada (“post-fordista” la llaman algunos teóricos), los procesos productivos elevados a una dimensión estética en las oficinas de las grandes corporaciones, desde las recámaras de casas cada vez más pequeñas, se halla envuelto en la fantasmagoría de la mundialización, pero también sumido en una realidad siniestra que no le ofrecerá las oportunidades que la sociedad del espectáculo integrado le pone sobre la mesa. Las puede saborear, pero nunca las va a probar. Asimismo, reconoce (ha reconocido desde hace mucho) el padecimiento, la enfermedad, pero vive sumido en el cinismo de que nada más hay por hacer.[†] La música de David comes to Life es la representación romántica de ese descontento espiritual que viven los que se dan cuenta de esa realidad. No dudo que este disco se haya encontrado durante 2011 en los iPods de toda la juventud que se ha unido al movimiento Occupy Wall Street.

Pero nuevamente, ¿cómo es la música? Como los discos antes mencionados, lo que distingue a este disco es su visión, la perspectiva musical que nos ofrece: al principio, sólo se entiende como una “punk opera,” pero la base musical es punk hardcore, y si conocen un poco sobre la historia de la escena hardcore, pueden certificar que la idea de una ópera sería inconcebible; podemos añadir el uso de coros, y de (¡sacrilegio!) melodías, secciones extentidas de guitarras, segmentos instrumentales y, lo peor de todo, quizás, es que revelan (como lo hizo alguna vez Black Flag) las líneas de asociación entre el punk, el hardcore y…el hard rock. Por lo tanto, este disco, a pesar de la familiaridad del estilo, de su aparente mismidad, y a pesar de que no está inventando nada nuevo, está rompiendo con varios esquemas, en el proceso creando un sonido nuevo, muy parecido a los sonidos de origen, pero que en su conjunto no dejan de ser algo maravilloso (no obstante, debo mencionar que no es un disco para todos los gustos, ya que es un hueso difícil de roer, es cansado, además que para soportar los ladridos de bull dog emputadod e Pink Eyes tendrías que haber generado cierta tolerancia al hardcore).

Me encuentro acorralado, para tratar de explicar cómo se siente esta música, y claro, mi explicación sólo podría ser subjetiva y tomada de mis propios horizontes de experiencia con la música de todos los tiempos; tendría que pasarles en un USB todo el archivo de bandas y discos que he escuchado desde los seis años (no sólo música punk), para que estuviéramos en el mismo canal. Sin embargo, esto es lo que puedo rescatar, comenzando con la voz de Pink Eyes: no es tanto que cante por encima de las estructuras sino a través de ellas; es como si no le importara lo que está sucediendo allá, en la edificación de los riffs, en el parloteo ansioso del baterista, en el flujo sostenido del bajo. Pero aun así, aun cuando prescinde de la relación entre música y letras, su voz es la que aglutina, la que vierte de furia a la música. Por otro lado, tenemos las guitarras, para mí la parte más excelsa de este disco, donde encuentro el lado asombroso de la música de Fucked Up. Puedo escuchar en la infinidad de riffs, de hooks y de instrumentaciones toda la colección de discos que este par de guitarristas han escuchado, así como una referencialidad a prácticamente toda la historia del punk; en una canción, comienzan con un extracto tomado de Dead Kennedys para luego convertirlo en un riff de AC DC para luego convertirlo en una referencia a la guitarra rechoncha de Steve Jones. Todo el disco es así, y en todo el disco puedes escuchar atisbos de docenas y docenas de bandas: Sex Pistols, Suicidal Tendencies, Hüsker Dü, Black Flag, Circle Jerks, Minor Threat/Fugazi, D.R.I., Cro Mags, D.O.A., The Adolescents, Agent Orange, Angry Samoans, Bad Religion, The Descendents, Bad Brains, Ill Repute, Minutemen, Social Distortion, Suicidal Tendencies, TSOL, Wasted Youth, Youth Brigade, Bad Religion, Big Black, Naked Raygun… la lista es interminable.

Pero no se trata ni de un tributo ni mucho menos de una copia de las formas musicales asumidas por estas bandas. Se produce algo mucho más poderoso: se apropian de ellas, las hacen suyas, no las toman prestadas para crear la idea o la vibra de esta u otra canción (para poner un ejemplo concreto: es lo que hacía Lenny Kravitz para que su música tuviera el gravitas del pasado: conseguía el equipo exacto – instrumento, amplificador, espacio en el estudio, artilugios de ingeniería de producción— de manera que pudiera copiarse el sonido de ese riff o de esa línea de bajo exactamente como sonaba en X disco de rock clásico), sino que más bien la integran a la estructura de una canción de Fucked Up. ¿Y cómo podría describirse esta estructura? Envolvente, hipnotizante, un amalgamado de guitarras que revolotean y crean una capa de ruido intenso, sobrellevado por la propulsión de una sección rítmica “sólida” (odio usar esa palabra, es un lugar común en las reseñas de revistas de música) y que llevan la música hardcore a un lugar inusitado: a la épica.

Y ese lugar fue el que precisamente busqué durante todo este año, en el cual viví tumultos (y tumores) personales, así como tumultos y convulsiones sociales que necesitan de ese conjunto de ingredientes que posee la música punk, una fina mezcla de valemadrismo romántico, una fiel convicción de principios en un mundo que nos llevó al paredón de la incertidumbre, y una pasión que, no obstante esta realidad tan apabullante, está comenzando a pensar que otro mundo es posible.

Que así sea.

Bienvenidos a 2012.

P.d. Escuchen el disco.



[*] Agradezco a Juan Di Bella por haberme introducido a esa expresión.

[†] Es como ese sentimiento de inevitabilidad en el que se halla sumido el mexicano actualmente, que reconoce que cualquier manifestación de descontento y desaprobación no cambiarán el hecho de que Peña Nieto entre al poder.