Los maestros de la trama
Ellos, aunque nadie los conoce a ciencia
cierta, son los maestros, dueños y operarios de la intranquila e infame
historia de México y sus mexicanos. Estas figuras, como la de los mejores
narradores, no son necesariamente públicas, están recluidas en sitios
especiales, acomodados en sillones de respaldos cómodos, una larga mesa de
escritorio llena de papeles, bocetos, mapas mentales y listas de personajes, fumando
cigarrillo tras cigarrillo, imaginando lo
que sigue. Los maestros de la trama siempre saben qué sigue. Y lo que sigue siempre es más terrible, más mágico, más insólito y más
abrumador que todo lo ocurrido en el pasado. Son los responsables de llevar la ficción
literaria a un nivel menor de contacto con la realidad. Son los responsables de
que la realidad se vuelva cada vez más ficticia.
Utilizan artilugios y figuras especiales
de retórica, frases pegajosas y palabras que circulan como virus en el torrente
sanguíneo del habla popular, así como herramientas narrativas ligadas al oficio
de contar historias (ahí donde contar significa fabricar una verdad que todo mundo cree o finge creer), para
confeccionar esa gran historia en la que nos hallamos inmiscuidos y que ni siquiera nos damos cuenta que participamos en ella. Recursos como la revelacion,
el giro de tuerca, los personajes recurrentes (que aparecen en un volumen de la
gran novela, desaparecen y luego vuelven intempestivamente cuando menos lo
esperabas), las digresiones insólitas, las descripciones detalladas, tipo play by play, de eventos impactantes
pero fugaces, todos estos elementos entran en esa caja de pandora que controlan
absolutamente los maestros de la trama.
¿Qué cualidades tienen estos diseñadores
de tramas, que hacen de nuestra vida nacional un espectáculo tan interesante y
siniestro? Bueno, pues la clave está en la contundencia. Si algo he aprendido
de ellos, es que
a) cada nuevo elemento de la trama tiene que llegar con la
sutileza de un hecho desapercibido;
b) luego pasa a ser un acto, un evento...
c) que luego se convierte en
rumor,
d) luego en mito
e) y, finalmente, en ese relato que todos difundimos en las mesas de Sanborn's, en las mesas de la cocina, en los rincones de las oficinas, en ese teléfono esquizofrénicamente descompuesto que son las redes sociales.
Nada más sencillo que matar personajes de la nada, desencubrir las
virtudes y malicias de otro y desarrollar el hilo de una mágica historia de
amor para que la sigan los más incautos, nada más sencillo que todo esto para
que la sociedad en general, desde los lectores menos atentos hasta los más
agudos e histéricos, se mantengan en vilo, en vela y, en ocasiones, congelados
por la brutalidad de los hechos. Nada mejor para los maestros de la trama que mantener a un pueblo de lectores inmóvil, incapaz de mover un dedo.
Hay gente que llora con las historias que
fabrican los maestros de la trama. Hay quienes miran despectivamente el
desarrollo de los eventos, demasiado cínicos como para importarles las
tragedias cotidianas que estos narradores fabrican a su alrededor. Hay gente
que ríe, que se emociona, que le echa porras a los protagonistas y se "va con el
cuento", (la meta final y más sublime de los maestros de la trama) suspendiendo no solo la credulidad sino la sensatez. Hay otros que se
ponen de rodillas y piden por favor clemencia, ya que la realidad sentida a
flor de piel corta de tajo todo sueño de justicia o de verdad. Hay quienes se
sienten cómplices del relato armado, sonríen en silencio, saben de lo que están
hablando, saben lo que quieren lograr con ese evento chusco, con esa burla
mediática, con ese accidente aéreo o con esa celebridad descubierta cometiendo
ilícitos o teniendo amasiatos con gente poderosa o vínculos con terroristas
carismáticas. Lo saben, pero no le dicen a nadie.
Los maestros de la trama son los
operadores de la realidad. Son los mejores en la generación y escenificación de
experiencias. Tienen equipo de video (clandestino o de primera línea), tienen
relatores especializados en transmitir el nuevo suceso de la trama, tienen
incluso extras que forman parte de la escenificación y están dispuestos a
fingir que lo que están viviendo es verdad (aunque muchas veces, estos extras no se dan cuenta que están siendo extras). A su vez, desde la confección de
las palabras clave que luego nosotros circularemos a través de memes (que son
el equivalente a la voz memoriosa del pícaro o de la señora colmilluda de las
viejas novelas costumbristas del siglo XIX), hasta los marcos de análisis que
los que juegan el papel de expertos hacen en paneles de discusión y debate
televisados, todo esto está fría y bellamente calculado por estos incansables
constructores de ficciones: Nada, nada, nada de lo que sucede en nuestra
realidad nacional ha sido fortuito, desde hace más de cien años.
A los maestros de la trama, les encantan
las decapitaciones.
Les encanta cuando los sucesos se
desmenuzan tal y como lo habían previsto.
Les encanta el drama, pero sobre todo,
les encanta el drama que generan los demás, esto es, el pueblo, que reacciona
ante cada ardid o escándalo que ellos construyan.
Adoran cuando los relatos adquieren una
resonancia internacional. Aunque a veces sí les da un poco de miedo.
Pero por encima de todo, están
obsesionados con las figuras grises, las que pasan desapercibidas, cuyos nombres reverberan por unos momentos luego regresan al anonimato y a la cifra estadística, son las figuras que terminan desapareciendo, o que son acribilladas, ejecutadas, perseguidas, torturadas, o
en el mejor de los casos, involucradas en escándalos y pifias de distintos
tipos. Pueden ser malos o buenos, sicarios o hijos recatados, delegados municipales que buscaban el bien, señoras que no se cansaban de tocar las puertas de las instituciones en busca de una respuesta a su tragedia personal. Reconocen en el personaje anodino la clave para mantener no solo la
frescura del relato sino un margen de veracidad. La lista de estos personajes es infinita.
No sabemos quiénes son los maestros de la
trama. Sabemos que están ahí, confabulando esquemas, estratagemas, secuestros, persecuciones, espectáculos de cantos, juegos y narraciones sobre "personas con capacidades diferentes" que tienen una historia triste e inspiradora que contar.
Tampoco se trata de esas figuras omniscientes que han acompañado a la historia
de la humanidad y que siempre queremos clasificarlas bajo el término “El
Poder”. El poder de los maestros no se preocupa por la banalidad de ese poder fáctico o de liderazgo ideológico, de grupúsculos temerosos de fundirse con el resto de las tragedias nacionales, cuando la verdadera
intención --y el verdadero poder-- de los maestros de la trama, es hacer que nuestras vidas siempre estén pendientes de lo que
sucederá mañana. Y a veces somos escépticos de que a la mañana siguiente las
cosas cambien. No cambiarán. Serán las mismas de siempre. Pero nos mantenemos
ligados a la trama porque nos encanta seguir los patrones como se construyen el drama y la tragedia. También, porque nos gusta ver a señoras llorando frente a las cámaras.
Los maestros de la trama son dueños de
nuestra vida, demiurgos de sentido humor seco que escriben cada instante de
nuestras vidas. Y no hay nada que podamos hacer al respecto. ¿O sí?