5.9.14

Caer en la profundidad de las alturas:
Gustavo Cerati: in memoriam. 

El mejor arte es aquel que contribuye a la dinámica de una cultura, la modifica, la trastoca, en sus entrañas o en sus extremidades, en su diario discurrir o en los márgenes, en el mainstream o en elunderground, el que forma parte de la discusión, del idioma estético-ético, sensual y afectivo que compartimos y gozamos los seres humanos y sus comunidades, algo que rebasa la línea donde se confunde lo popular con lo populachero con el secreto a voces, y donde los artistas y sus obras logran una suerte de consagración. De ahí los elogios, las frases célebres, los rostros de artistas, escritores, músicos, celebridades, en camisetas, tasas, calcomanías, fotos de perfil, proliferando en este vasto mundo donde todo se mantiene en la superficie, pero en ocasiones, dicha superficie tiene raíces firmes al interior de la cultura.

Sin embargo, muchas veces también, como resultado de esta dinámica, este arte también produce detractores que señalan falsedades o acusan de simplismo, de plagios, mediocridades y cualquier otro elemento que se le atribuya a aquello que les gusta a muchos pero que a ti eso te genera un conflicto interno. En ese sentido, somos proclives a desdeñar lo que no nos gusta, pero en el peor de los casos –y todos somos culpables de esto, sobre todo en un mundo donde nada es sagrado y nos encanta derrocar a nuestros ídolos—lo que no nos gusta no es la canción, la obra o la escritura de X o Y persona, sino la idea que sus aficionados construyeron alrededor del creador que la produjo. Con la excepción de todo aquello que se encuentra certificado por la tradición y la historia (de Picasso a Rembrandt a Joyce a Kafka a Poe a Borges a Jimi Hendrix a Calderón de la Barca a Beethoven a Iggy Pop… you get the point), todo aquello que se pone sobre la mesa de las aficiones y obsesiones de la cultura contemporánea (alta, baja, ya no importa), es visto las mismas veces con admiración y con profundo desprecio. No pocas veces por la misma persona, lo cual habla de una suerte de esquizofrenia cultural, o de un editorialismo populachero, muy común en esta era de “democratización” de los medios.  

Personalmente, me sucede con muchos de estos artistas, una suerte de vago enamoramiento, que luego se vuelve desenamoramiento, y que luego se inclina hacia el desdén, el descrédito y finalmente la burla cínica, el chascarrillo cruel. Puedo pensar en Marina Abramovic, puedo pensar en Pink Floyd, o The Doors, puedo pensar en las películas de Jodorowsky (o de Cuarón, o de González Iñárritu), en las novelas de Bolaño, de Xavier Velasco, la poesía de Pablo Neruda/Octavio Paz (dependiendo de la latitud en la que te encuentras, por supuesto), programas como Breaking Bad o The Wire: en cuanto detectamos una reverencia ciega y unánime hacia la grandeza de estas obras y/o artistas, entra en nosotros un torrente de flujo sanguíneo venenoso, que desea escupir las más distintas clases de acusaciones y burlas, con tal de demostrar que aquello a ti no te engaña, que la grandeza o brillantez o genialidad fue algo construido por fans que se toman demasiado en serio algo que, desde tu subjetividad, no vale la pena, y que por lo tanto no eres parte de una manada, pues tu barómetro de todo aquello que sea realmente cool no será mermado por las conductas cada vez más reguladas de las multitudes, aquellas que posteamos comentarios de pésame cuando la persona muere, o comentarios en homenaje a la brillantez, la genialidad, la conmoción que una obra, una película, una canción, un libro nos produce.

Independientemente de la inclinación, no podemos negar que nos comportamos como un enorme rebaño de ciegos que socializa en una red virtual, una aldea llena de peregrinos dispuestos a poner al héroe del momento en un pedestal, o quemar en la hoguera a la víctima en turno: otakus, emos, hipsters, lectores de Coelho. La civilización ha integrado por completo a la ironía en su flujo de pensamiento.  

Es en este tipo de dinámicas donde quisiera insertar mis reflexiones en torno a la obra de Gustavo Cerati; especialmente su carrera como solista, misma que, no obstante crecí con el catálogo de Soda Stereo (imbricado en mi ADN auditivo casi al mismo nivel que el catálogo de los Beatles), considero su más valioso tesoro. Lo hago, por la siguiente razón: hay una tradición medio accidental que he mantenido en este blog, y es la de hablar sobre gente que ha fallecido, y que de alguna manera tuvo un impacto en mi vida, emocional, personal, afectivo o conflictivo. Llamémosle panegíricos, o tributos fúnebres, hay algo detrás de su escritura que, en cierta forma, te lleva a totalizar el cúmulo de una vida.

Lo hago, también, porque la música de Cerati sí me afectó de las mismas maneras como las grandes obras de los grandes artistas lo hacen: obligándote, por la fuerza de sus creaciones, a hacerlas parte de tu vida.

Algo que creo que sucedió en México con una figura como Cerati es que la hicimos nuestra. Quienes lo seguimos (ya que los que no lo siguieron bien forman parte de ese contingente que menciono arriba y que, en estos momentos, postea bromas, chascarrillos y comentarios de deshonor a la figura, y a quienes sugiero que dejen de leer este texto, ya que no es para ustedes) podemos decir que forjamos una amistad, una complicidad con esta persona que, en mayor o menor medida, no tenía ni idea de nosotros. Para él, seguramente fuimos esa bruma agradable que lo cobijaba al final de los conciertos, y que forma parte de las drogas adictivas de cualquier estrella. No obstante, nosotros sí sentíamos esa complicidad, como de amigo íntimo. Probablemente era la familiaridad de su voz, parte crooner, parte navegante melifluo, parte amante o caballero galante que susurra en barítono, o quizás fue el matiz sus melodías, la sutileza y universalidad de sus coros, los versos que se prestaban a múltiples interpretaciones. Creo que familiaridad es una palabra clave aquí. No llegábamos al grado enfermizo de decir que sus letras parecían haber sido escritas específicamente para uno, porque sabíamos que él se presentaba como un amigo compartible, alguien que formaba parte de esa comunidad de aficionados a la música pop y rock latinoamericana, que hallábamos en su voz y en sus canciones la posibilidad de que ese idioma, el de la música pop y rock, fuera también nuestro idioma, ya que, por más compenetrados que estemos con la música anglosajona, sabemos que no nos pertenece. Cerati, a la luz de sus distinguidos antecesores, particularmente Spinetta, aunque suene demasiado engranada la lectura, pudo ayudarnos a imaginarnos como latinoamericanos del mundo. (Sí, también a los que vivimos en y de la frontera). Y lo hizo como músico, no como estandarte, ni símbolo, ni icono bolivariano (gracias totales por eso). Lo hizo, reconociendo aquellos detalles que necesitaban afinarse, para que la música rock/pop latinoamericana pudiera asumir una voz propia, alejándose de la impostación de las estructuras fonéticas de la letra inglesa –lo cual produjo una horrenda serie de letras que no eran más que traducciones mal hechas del inglés al español—e identificando las maneras como las melodías base de una canción pop anglosajona podían ser más efectivas si las versificaciones aluden al juego de palabras, al “catchphrase”, a la imagen enigmática, otorgándole a sus letras una profundidad que no era necesariamente poética… pero a la vez sí. ¿Se fijan? La clave de un buen artista siempre tiene que ver con una conciencia clara sobre la ambigüedad de sentido en lo que dices, haces, pintas, escribes. Esto lo entendía perfectamente Cerati.

También, como buen artista, y especialmente como buen músico, tenía una conciencia clara del “estado del arte” de la música de su momento. Riesgosa la comparación, pero en este sentido operaba de la misma manera que Paul Mcartney. Al superar la línea que divide la imitación del robo, ambos músicos buscaban hacer suyo el lenguaje expresado por otros; más allá de un tributo u homenaje, es sólo otra manera de utilizar la inspiración. Puedo imaginar que Cerati, como buen hijo de clase media alta, tuvo la oportunidad de hacerse una buena colección discográfica, lo cual le permitió identificar los sonidos y tendencias de su momento. Esta es una práctica que nunca dejó, y puede escucharse en la evolución de sus discos, desde Soda Stereo hasta la fecha. Si a esto añadimos que era, francamente, un music geek, lo que tenemos frente a nosotros es un creador que, desde muy temprana edad, descubrió que ese sería su talento y su forma de vida. Lo mismo le pasó a Mcartney, por cierto.

¿Un detalle adicional sobre la relación entre Cerati y Mcartney? Ambos se vieron obligados a explicar los motivos que impulsaban su música: Mcartney escribió con Wings “Silly Love Songs”; Cerati escribió con Soda Stereo “De música ligera”.

De modo que se dedicó a nutrirlo. Usó los sonidos de su momento y, conforme evolucionaba su capacidad de composición y la magnitud de su sonido, las partes fueron refinándose, y la capacidad para dar el salto de la franca imitación al robo elegante (y sí, flagrante) poco a poco culminó en los últimos dos discos de Soda Stereo, y en la parte más madura de su discografía como solista, particularmente en Bocanada ySiempre es hoy.

Puedo pensar en un ejemplo que me concierne personalmente, porque siempre he sido un fan obsesivo de esta banda: puedo detectar cómo, desde el principio, Cerati escuchaba los discos de XTC. Estoy seguro que se mantuvo fiel a todas las propuestas que esta banda británica realizó durante toda su carrera; lo puedo escuchar en el frenético y torpe primer LP de Soda (muy parecido al primer LP de XTC), y culminando con un sample que extrajo de la canción Poor skeleton steps out, del disco Oranges and Lemons, y que podemos escuchar como “motif” en la canción “Raíz” del discoBocanada.

Asimismo, puedo detectar cómo, tanto velada como directamente, Cerati siempre mantuvo cierta vibra andina en sus composiciones. Advertido desde “Cuando pase el temblor”, la base de música sudamericana se mantuvo presente en sus composiciones, aun en esos momentos en los que la música se volvía más expansiva y anglosajona. Es el efecto de una serie de conciliaciones que él, como compositor, siempre buscaba en su música, un equilibrio entre vanguaria y pop, que igualmente vemos transcurrir en varias de sus etapas. Sobre todo, tenía un oído muy atento a lo que surgía de Inglaterra, así como una noción muy clara de los espacios donde normalmente tocaba esta música: arenas, estadios, espacios al aire libre. David Byrne señala en su libro How Music Works, que el contexto en el que el músico se imagina su música es determinante para su capacidad de expansión, de modo que, si sólo imaginas tu música en un club o café, la forma de tus composiciones se restringirán a esos espacios. Cerati, con Soda Stereo, creció en los espacios expansivos de los concierto masivos. De ahí que su música tuviera esa cualidad, parte magnánime, parte experimental. Y siempre bajo el éxtasis de la influencia, como diría Jonathan Lethem.Dynamo, por ejemplo, es un disco que concilia tanto el sonido expansivo deAchtung Baby como las masas de sonido que construyó Kevin Shields en el discoLoveless, de My Bloody Valentine. Ambos discos son de 1991. Dynamo es de 1992.

Pero por encima de todos estos análisis que podemos hacer en torno a la música de Cerati, una de las cosas con las que siento más apego es su capacidad de aspirar a lo sublime, esa sensación de caer al vacío, de perderse en el infinito, que siento yo es el resultado de vivir una vida tan íntima con el sonido y sus cualidades afectivas. Me queda claro que Cerati buscaba crear en el escucha una experiencia; era un esteta, y como buen esteta, le fascinaba la posibilidad de difuminar el sentido de las cosas por medio de la ambigüedad y la universalidad de sentido. Le encantaban los juegos de palabras que aludían a esa sensación: nunca tan alto caí… lo terrible del mar es morir de sed… me pondré el uniforme de piel humana… todas estas imágenes aluden a un discurso consigo mismo, como miembro de la especie humana. No como contingente cultural. Es lo que sucede cuando tratas de equilibrar el pop con la profundidad: buscas un idioma musical que puedas compartir, no desde la intransigencia (que es una parte de la historia del rock/pop) sino desde la comunión (que es otra parte de la historia del rock/pop).

Definitivamente, su música no es para cínicos.