Migraciones
La
historia de nuestra era es la historia de las migraciones. Antes los seres
humanos nos manteníamos circunscritos al horizonte que pudiera ver nuestra mirada
en lontananza, sin la menor sospecha de lo que ocurría en otras latitudes, salvo
lo que disponían la aventura, la fantasía y los relatos de viaje. Los libros eran los únicoqs que nos permitían migrar a otras partes. Antes viajábamos
a través de los libros. La Mancha, Katmandú, el Nilo, Shangai y el Continente Oscuro eran sitios descubiertos en medio del desvelo, una mirada lectora que sólo podía soñar con la posibilidad de
vivir en carne propia las pulsaciones e imaginarios de esas geografías. Pero luego las
vicisitudes de la historia, y ese relato creciente de pueblos que salen desterrados
de sus orígenes, los impulsaron a habitar otros espacios. Pasamos del caminar al andar a caballo, a la diligencia a la navegación al ferrocarril al vuelo continental a las carreteras físicas, convertidas hoy en día en carreteras del universo virtual, ahí donde vemos todos los días el grado cero de los procesos migratorios. Las distancias se
hicieron cortas y las maneras como podemos compartir las delicias e
imaginaciones de otros espacios, se volvieron cada vez más inmediatas, más
extendidas, menos alojadas en la imaginación de quien posiblemente escribiera la
crónica de un sitio desconocido.
Las vicisitudes
de la historia trazaron diásporas perpetuas, que surgieron como una especie de
sabia y trágica naturaleza humana, abriéndose paso por otros mundos, otras
realidades, sometidos a constantes procesos de adaptación y supervivencia. No somos
distintos a distintas clases de aves, a distintas clases de insectos, de plagas, de virus y enfermedades, a distintas clases de especias (canela, sal, pimienta, paprika) que
deambulan por los territorios de este mundo en busca de sustento, alejándose de
inminencias climáticas o de acechos constantes, muchas veces perpetrados por
los mismos organismos migratorios. La historia de nuestra era es la historia de
constantes migraciones hacia lo desconocido, hacia la promesa, hacia el
encuentro con el otro que es hostil, el otro que es otra cosa, el otro que es
abrazo o rechazo. Es la más intensa muestra de amor humano a la que se ha
enfrentado la civilización moderna, y por eso, también es la muestra de
intolerancia más feroz que la humanidad haya experimentado. El amor puro, el fraternal, resguarda a su vez el más intenso de los odios, el odio hacia lo que no se quiere compartir: el aire, la tierra, el agua y el fuego.
La historia
de las migraciones no se detiene en el simple traslado de cuerpos de un
territorio a otro. Con ello vienen otras clases de migraciones. Creo que la
humanidad nunca había vivido una experiencia tan rica y a la vez tan compleja. Ya
que junto a nuestros cuerpos migran hábitos y costumbres, aromas e idiomas,
recetas de cocina y modos de aprovecharse de las circunstancias. Con nuestros
cuerpos migran las distintas formas de declararse amor, así como las distintas
formas de manifestar el odio y la discrepancia con las “otras formas de
convivencia”.
Han migrado
nuevas formas musicales y nuevas formas de matar ganado, han migrado miles y
miles de maneras de usar la harina, de manipular el grano, de colorear un libro
con crayolas y de colorear los ingredientes de una botana para los viernes por
la noche. Han migrado clases de chocolates de todos los rincones y de todas las
dulzuras, migran distintas formas de decorar el porche de tu casa. Migran las
historias de abuelos que se mezclan con las historias de abuelos de las tierras
a donde migran los cuerpos. Migra el licor y migran las canciones de los
trabajadores. Migran las distintas formas de melancolía. La melancolía es el
canto migrante eterno de los que ven su pasado a pérdida, a la distancia, lejos
de esas calles y esos semáforos que dirigen el tráfico de una ciudad
desconocida para sus ojos. Migran las formas de la democracia y el totalitarismo, las formas de creer y crear una religión y de destruir las creencias y creaciones de otras religiones. Migran también los colores de las telas, migran los
bailes y los ritos funerarios, migran los postres y las discusiones de café. Han
migrado los zapatos, los pantalones, las camisas y los sombreros de toda clase
de países. Han migrado distintas maneras de higiene personal. Ha migrado
también el modo como nos enfrentamos a la tecnología, intercambiamos y
mezclamos las maneras como un avance es absorbido y aplicado por otra cultura. Han
migrado las uvas que inventan y reinventan los sabores del vino, así como las formas de narrar la injusticia,
el deseo, la intolerancia y la pesadumbre de la vida, desde las miradas y las
palabras de personas insertas en el recuerdo de sus lugares de origen. Migran y
se comparten todas las maneras posibles de decirle chinga tu madre a los
regímenes que nos gobiernan. Migran las formas de representar al cuerpo, de
entender la desnudez y la belleza, migran las distintas maneras de decir “yo”,
y las distintas maneras de hacer bailar a ese yo. Migran nuestras miradas de un
país a otros, de una naturaleza a otra, de una barbaridad a otra, con el simple
movimiento inquieto de nuestros cursores.
Migran
los perfumes y los aceites, migran las drogas y los tintes de cabello, las perforaciones en
el cuerpo, migran las dietas de un territorio a otro, migran cuerpos amorosos y
adoloridos por el trabajo y la esclavización. Ya no hacemos café: hacemos
capuccinos, espressos, lattes, cortados, americanos, turcos, griegos, de olla y
de calcetín. Hacemos burritos, hamburguesas, pitas y hot dogs en la misma
fiesta. Tomamos ambers, lights, IPA’s, stouts y Irish Reds como si todas estas
confecciones se hubieran inventado en una misma época y lugar. Han migrado todas las
clases de salsas y aderezos que ni siquiera pudiera imaginar el más fastuoso de los Reyes de la gran (y ahora decadente) Europa. Migran las perversiones sexuales y los deseos frustrados. Migran toda
clase de jugadas fubtolísticas, exportadas e importadas a las estrategias de
juego de todos los países que celebran la fiesta del fútbol. Migran hoy en día
más poemas de los que jamás habían migrado antes en la historia de la
humanidad. Migran los árboles, migran las flores que brotan en espacios antes
insospechados. Migran las distintas maneras de describir las estrellas. Migramos
todos, en silencio, hacia todos los rincones de este planeta. Migran hombres y
migran mujeres, migran niños que se convierten en hombres y niñas que se
convierten en princesas de castillos hechos con la arena de mil desiertos. Migra
la maldad y migra la corrupción. Migra la impunidad y la muerte injusta. Migran
cuerpos que no llegan a ese destino que de todos modos era incierto. Migra toda
clase de tatuajes, plataformas políticas y modos de dibujar un mapa en la palma
de tu mano. Migran las groserías y los distintos modos de llamarle pollo al
pollo, carne a la carne y lechuga a la lechuga. Migramos como pájaros sin
rumbo, parvadas temerosas que llegan hambrientos a las líneas fronterizas. Migran
las lágrimas y migra el sentimiento de ahogo. Migran las nubes de lluvias
ácidas que reposan en sitios desconocidos. Migran los nombres de otros objetos,
otras comidas, otros platos, otros programas de televisión, otras maneras de
disfrutar un guapango o un buen tablao flamenco. Migramos tú, yo, él, ella, ellos, ustedes y nosotros. llevamos en nuestras vasijas las voces de una tierra que una vez fue la promesa de una vida plena. Migran cientos de millones de
miradas que, siglos y siglos antes, solían quedarse sujetas a sus propias
tierras, a sus propios dioses, a sus propios sueños. Migran estos cientos de millones de personas, con los ojos cerrados, con la esperanza de que, al abrirlos, la pesadilla haya terminado.