La audacia de ser independiente.
Con especial dedicatoria,
y con eterno respeto y admiración,
para Mely Barragán y Daniel Ruanova.
Hace unos minutos, vi una foto del espacio TJ IN CHINA, localizado en la Avenida Revolución de la ciudad de Tijuana. El nicho que albergaba el anuncio luminoso del espacio se encontraba vacío. En poco tiempo, el local vuelve a su estado original de invisibilidad, y nuestra irremediable renuncia a la historia del arte que produce Baja California se mantiene vigente, insistente, como el más nefasto acto de negación a lo que esta cultura manifiesta -- irredenta, resistente, agreste, y por lo tanto, pura-- a través de las propuestas de nuestros creadores en todos los ámbitos.
Los libros que publican nuestros autores quedan en el olvido. Las obras de artistas consagrados por su trayecto, en ocasiones por la legitimación de las instituciones, quedan en el olvido. Plaquettes y poemarios autopublicados no son más que un posible pie de página en los archivos de algún académico que los estudia, como último reducto de esperanza de que quede algo registrado, ya que quedan también en el olvido. La producción videográfica, el arte instalación, el arte público, la infinidad de coreografías y presentaciones de danza, la sucesión constante de producciones teatrales locales, los registros de acciones y performances, los conciertos improvisados, la música que nació en las entrañas de nuestras respectivas ciudades (salvo casos muy concisos), quedan en el olvido. Colecciones fotográficas, docenas y docenas y docenas de exposiciones que surgieron sin pena y con un poquito de gloria en los distintos espacios creados ex profeso, quedan en el olvido. Guardados en una memoria con un virus negligente, o un secreto a voces, importantes sólo para el anecdotario de sus creadores, en ocasiones para sus respectivos CVs. Catálogos de bienales empolvados, guardados en algún almacén sin interés de distribución, ya no digamos de archivo o estudio historiográfico. Colecciones de obras literarias premiadas en su momento, refugiadas y temerosas en los empolvados anaqueles de las ferias de libro locales.
Cuando clausuraron las instalaciones del Mercado Municipal de Mexicali, edificio que alojaba la Galería García Arroyo, quedaron un sinnúmero de obras olvidadas entre el escombro y una infinidad de copias fotostáticas de muchachos que solicitaban su cartilla del servicio militar en el local frente a la galería. En un recorrido accidentado, rescaté un álbum, que contenía todo, sí, todo el acervo hemerográfico y todo el archivo documental de las exposiciones que se organizaron ahí. Reseñas, folletos, fotografías de inauguraciones, anuncios de talleres, reportajes, entrevistas. (Entre los tesoros, sí, una reseña crítica de Felipe Ehrenberg). Tirado entre las lozas. Abandonado e inútil, víctima de tiempos en los que no existía la posibilidad, ahora necesidad, de digitalizarlo y mantenerlo por lo menos vigente como documento virtual. No encuentro mejor metáfora, mejor imagen para comprender lo que hacemos con nuestra historia del arte, que la de un álbum abandonado en una ex-galería.
Tal parece que nuestro papel como creadores está destinado a ser el papel amarillento, gastado, marchito, borroso, de lo que alguna vez fue.
El problema, es que lo que está sucediendo en estos momentos, por lo menos desde hace aproximadamente tres años, es uno de los más importantes actos de resistencia que haya producido el arte de nuestro estado. Y lo han hecho, precisamente, en virtud de una independencia que nos ha otorgado muchas libertades y muchas frustraciones al mismo tiempo. ¿Por qué se hace? Porque la resistencia es necesaria, ¿Necesaria para qué? En última instancia, para declarar que estamos vivos, como ese gran grito que convoca Whitman en Hojas de hierba, vivos y encabronados, porque no nos vamos a ir de este mundo sin una buena pelea.
Es una visión romantiquísima, lo sé, pero debemos reconocer que es una visión que nos debe hermanar. Toda empresa que ha surgido de nuestro campo cultural (independiente, no institucional), en todo el estado (aquí ya no podemos hablar de entornos o ciudades específicas: al final del día, todos los bajacalifornianos padecemos de los mismos presupuestos y las mismas disposiciones económicas) está destinada a sobrevivir en circunstancias atroces: públicos infieles y críticos mezclados con públicos adherentes y fieles, la ausencia de un campo crítico sólido, estable, con presencia en medios impresos y electrónicos, presupuestos de mantenimiento imposibles de sostener durante periodos no mayores de dos, tres años, la dependencia a apoyos económicos institucionales que si bien nos permiten un grado de operación estable, no son suficientes, sobre todo porque no contribuyen a una consolidación de nuestros respectivos proyectos (como sucede, por ejemplo, con apoyos gubernamentales en otros rubros como las PYMES o el campo).
En este panorama, espacios como TJ IN CHINA, las galerías La Blástula, 206 Arte Contemporáneo en Tijuana, el Pasaje del Arte en el Centro Cívico, Mexicali Rose, Artmósferas, Galería Departamento 4, Escritorio de Procesos en Mexicali, La Covacha, la Galería Petanca o la Casa Cultural Proarte en Ensenada, por nombrar sólo unos cuantos, trabajan desde la audacia: apuestan por generar eventos y actividades encaminadas a promover el trabajo de los artistas, locales o internacionales; en ocasiones, como en el caso de TJ IN CHINA o Escritorio de Procesos, conforman proyectos bajo el modelo de residencias artísticas, donde los resultados de estas dinámicas producen obras que son exhibidas in situ. Estas exhibiciones son organizadas, gestionadas y financiadas mayormente bajo un esquema de cooperación y precariedad: las problemáticas se resuelven en comunidad, y se convive en un ambiente cuya principal finalidad no es sólo "armar una expo" sino producir un diálogo, una experiencia, convirtiéndose en detonantes de una firme crítica hacia el estado de las cosas. No pretenden ser espacios comerciales, por lo tanto, no pueden regirse bajo un modelo empresarial o plan de negocios. Su capital es cultural, y por lo tanto, es fácilmente desdeñable por el sistema. Lo dicen los procesos con los cuales se crean estas exhibiciones, las condiciones en las que sobreviven los espacios, así como los contenidos de las obras: son irredentos opositores al status quo. (Algunos más, algunos menos, y algunos mejor que otros).
Son espacios de convivencia e intercambio, de cooperación y de diálogo. En algunos casos son inconstantes, en otros formales y con visiones y propuestas definidas. Algunos han tenido la posibilidad de convertirse en promotores de obras que son adquiridas por compradores y coleccionistas, pero este aspecto no genera el impacto más ideal, ya que el intercambio, compra-venta o coleccionismo todavía se encuentra en una situación muy endeble, como para soportar la oferta. (Además, todavía hay un contingente de posibles compradores que no se imaginan comprando obras de arte contemporáneo, por ejemplo. También, hay artistas que no se imaginan la posibilidad de vender sus obras). En casos muy particulares, estos espacios generan una experiencia colectiva sumamente rica para sus audiencias. En casos cruciales, han sido los recintos que han exhibido algunas de las obras más importantes, impactantes, que se han creado en los últimos años. Son muchas, así que no me detendré en enumerarlas y/o describirlas. Pero sí quiero recalcar que, justo en estos espacios, creados casi a contracorriente a las tendencias y modos de producción cultural en nuestro estado y nuestro país, debido a su fragilidad, corren siempre el riesgo de invisibilizar dicho impacto.
Sucede cada vez que el espacio se ve obligado a cerrar sus puertas, temporal o definitivamente.
Todo esto nos obliga casi a punta de pistola a formular la pregunta planteada por Giorgio Agamben: "¿Qué hacer?"
En un mundo globalizado, las formas que asume la producción artística, una vez descentrada (dado que los polos de producción tradicionales --Nueva York, Londres, París, Berlín, entre otros-- han generado una interdependencia con las producciones y voces que han surgido de las periferias en los últimos diez años), compromete a los artistas a asumir las tendencias que circulan en todas partes. Las armas del artista durante la década de los ochenta, por ejemplo, aun dependían de sus estudios autodidactas y su acercamiento a las exhibiciones que les permitiera ver su contexto cultural. En la actualidad, el artista trabaja desde multiplicidades de formas y propuestas, absorbidas en esa gran vorágine llamada Internet, proclive a convertir las tendencias en modas efímeras y virulentas cuya trascendencia es fascinante y pasajera a la vez. Estos espacios, independientes, homegrown, orgánicos en el sentido no-hipster de la palabra, son los detonantes de lo que los artistas locales, conscientes y críticos de esta condición, intentan hacer con sus obras. Por lo tanto, lo que vemos en muchas de las exhibiciones son una muestra de esa resistencia de la que hablo. En el marco de dicha resistencia, yace un espacio en condiciones de supervivencia y precariedad. Esta precariedad, para efectos de mantener la vitalidad de la cultura que se produce en nuestro estado, ya no es sostenible.
¿Qué hacer?
Seguir insistiendo, y comenzar a tocar puertas.