Esta
historia comienza con el hombre, a razón de una tradición forzada, implicada
por la naturaleza de la convocatoria. ¿Quién es el sujeto que aparece en la
imagen? Veámoslo con sus pantalones entallados, su pulcra camiseta a rayas, su
porte delgado, firme y seguro, su tez clara, una mano oculta en el bolsillo con
el curioso gesto de su índice y su meñique por fuera, haciendo –¿involuntariamente?—los
legendarios cuernos del metalero; la otra mano alzada, su índice y su rostro
alegremente impositivo. Esto es, impertérrito en sus convicciones. No hay
ironía en su postura. Este hombre no existe. Es el ideal de un avatar imposible,
que promete la versión más higiénica del mexicano promedio. No obstante, esta
representación es dirigida a quienes se sentirán identificados no con el sujeto
sino con un sentir, con ese ideal
imposible. Estos hombres son profesionistas, luchones, avocados a la familia, a
las buenas costumbres, al orden, la seguridad, la limpieza y a las deudas que
no se salgan fuera de control. Tiene una foto de su familia en la parte
superior derecha del monitor de su computadora, desde cuya dirección puede ver,
en el otro cubículo, a la compañera que le gusta. No hará nada al respecto, no
se preocupen. Este es un hombre que bebe cerveza light los fines de semana y
sólo come una o dos alitas de pollo cuando es quincena (por eso de las
agruras), cuando se reúne con sus compañeros en la franquicia de un restaurante
bar que prepara toda su comida con paquetes de alimentos congelados. Le molesta
un poco que le digan Godínez pero igual se ríe de los memes. Afirma de vez en
cuando su afición a un equipo de futbol. Le concierne la política pero, como el
futbol, es de las personas que piensa que hablar de futbol y de política puede
destruir amistades. Esto es, hablar de un margen de verdad crítica lo consigna
al ostracismo. No quiere eso. Quiere pertenecer y caerle bien al jefe. Dicho jefe
es el gerente o directivo regional de una corporación vinculada a
organizaciones conservadoras. Aparecen velados en sus Misiones y Visiones todo
el planteamiento de lo que “es correcto”: los valores, la familia, las amenazas
de un mundo hostil y lleno de perversiones, las virtudes de ponerse la
camiseta. Cumplió recientemente su sueño de adquirir una pantalla HD del tamaño
de la pared de su diminuta casa de interés medio-alto. En una ocasión, mientras
veía Netflix, se dio cuenta que hay una categoría de películas dedicadas a
temas lésbicos o gays. Le incomoda un poco, pero aprovecha la oportunidad para
contarles a sus hijos que esas personas que aparecen en las películas no irán
al cielo. El cielo está reservado para personas como ellos. Conoció a uno, su
mejor amigo en la primaria. Tuvo que distanciarse porque intentó besarlo en una
fiesta de preparatoria y pasó varias semanas confundido. El Padre de su iglesia
le dijo, tomándolo de la mano, que todo estaba bien, que la confusión era
normal. Dios nos pone pruebas. Es lo mismo que le dijo su jefe. Dios nos pone pruebas
y es por eso que hoy en día, la prueba de su fe depende de su asistencia a la
marcha. De cualquier forma, sabe que tiene que hacer algo al respecto, como ser
humano, como defensor de la familia, como persona que ha perdido de vez en
cuando los estribos y cachetea a su mujer, por sus cada vez menos frecuentes
desplantes de libertinaje (digo, ¿qué clase de mujer puede decidir, así de la
nada, dejar de rasurase las axilas?, ¿quién se comporta así después de dos
Appletinis en la fiesta de Año Nuevo en la oficina, sobre todo frente a la
compañera que te gusta y con la que ya te has acostado un par de veces?), como
persona que sabe que los seres humanos cometemos errores pero tenemos que ser
temerosos. No todo es nuestra voluntad. Menos cuando se trata de seguir los
impulsos y recordar lo que le hizo sentir el beso de su ex-mejor amigo.
Igualmente,
a razón de una tradición forzada, forzosa, reforzada para evadir la
incertidumbre, el miedo, el terror a lo otro, tenemos la imagen de la mujer, lo
que el cuadro definiría como su esposa, enseguida de él. Detrás de la sonrisa
hay un dejo de angustia. Podemos verlo en las cejas, en la mirada que no está
atenta al retrato sino a ese mundo que sueña posible. Un mundo, por ejemplo,
donde efectivamente compra baguettes como parte de la despensa familiar. Los
probó por primera vez en una comida con sus parientes lejanos, cuando el tío
que salivaba cada vez que la veía preparó una paella valenciana. El día en que
su madre le explicó, a la tierna edad de quince años, que este mundo es de los
hombres, que hay que trabajar para mantenerlos al lado. Que esa es su misión en
la vida. Está cansada y hace unos cuantos días pudo detectar una cana en su
cabello. Vean cómo una parte de su cabello cubre su frente. Una muestra de
desenfado pero también de agotamiento, de andar de chofer para los exigentes
itinerarios de sus hijos: las clases de Karate, las clases de Ballet, los
talleres de matemáticas, la natación, el catecismo, las citas en el IMSS para
verse con la ginecóloga que no quiso explicarle, por discreción, qué es eso que
llaman deseo. Vivir para los otros es dejar de vivir para uno mismo. Ha aprendido
a no dejarse llevar por sus impulsos, por esos sueños que de pronto se
advierten en su mirada, en sus pensamientos. Dos de cada diez eventos en su
vida cotidiana la llevan a imaginar una escapatoria. Ahí. Donde puede encontrarse
a ella misma y donde nadie le de lata y donde ella pueda perderse en el
anonimato de un buen suspiro en medio de una ciudad desconocida. Ha aprendido a
sonreír cuando las otras mujeres en el cafecito –que en realidad es eufemismo
para las borracheras blandas de las vecinas que toman vino rosado de caja—hablan
de las infidelidades de sus esposos, de cómo se apretuja el coraje en sus
vientres. Son débiles, piensa ella, son débiles y necesitan luchar por lo que
tienen. ¿Qué tienen? Primero que nada, sus vidas, sus recuerdos y los modos
como han suplantado el deseo para transferirlo a sus hijos. Ellos están
creciendo y el mundo es hostil, ellos se forman –como debe ser—bajo el poder de
la fe católica y eso es más que suficiente. Debe ser más que suficiente. Sabe que
no es suficiente. El mundo es hostil y pronto se mostrará otra cana en su
cabello. Hace tanto tiempo que no sabe nada de él. Sólo recuerda la noche que
le llevó serenata, que su madre lo corrió echándole un balde con agua fría. Como
perro callejero. No te dejes seducir por los hombres que sólo quieren
aprovecharse de tus deseos. Ella es madre y es pilar de comunidad. Asiste a
todos los retiros espirituales y en ningún momento ha reprochado la vida que
vive. Su esposo le ha otorgado las comodidades, la seguridad, la necesidad de
mantener un cuerpo bello y esbelto, de velar por los sueños y temores de sus
hijos, ante un mundo hostil y lleno de tentaciones. No puede creer lo que
sucede allá afuera, en las calles, donde todo se ha vuelto libertinaje y
perdición. Las columnas vertebrales que sostienen su cara vida están a punto de
derrumbarse. Ella tampoco representa a la mujer mexicana, o por lo menos,
representa a ese espectro de la mujer mexicana que el mundo hostil y cruel allá
afuera la ha convertido en un manojo de nervios. Es por ello que esconde sus
manías en los tics nerviosos de sus hijos, ha sido la fiel portadora de todos
los consejos de madre que ha arrastrado su sangre desde tiempos que ella ni
siquiera conoció.
Luego
están sus hijos y sus historias inciertas. Posibles, todas ellas derivadas de
sus tics nerviosos y de las certezas que fueron recogiendo aquí y allá, a veces
abrumados por la confusión, a veces increíblemente seguros de convicciones
verdaderamente retrógradas. Los hijos escriben la historia de los miedos
acumulados en la sangre que cargan en sus venas. Se alimentan bien y siguen las
órdenes acordadas por la voluntad de Dios. El mayor, el de inexplicable cabello
rizado y el semblante de mayor seguridad y menos espíritu de curiosidad,
seguirá el dictado de la neurosis capitalista de su padre. Tomará todas las
decisiones correctas: una buena carrera, un buen desarrollo profesional, una
buena esposa y un buen sustento para su hogar. Toda posibilidad de que su alma
no sea salvada en su tiempo en la Tierra será derribada por su capacidad para
imaginarse el paraíso después de la vida. Es el único que comulga con la
certeza de que así se platica mejor con Cristo. Con Su Cuerpo en su paladar. La
violencia verbal y física que lo caracteriza, la que asestó a toda la bola de
impertinentes jóvenes de su generación, que apostaron por explorar sus
apetencias diversas –desde drogas hasta inclinaciones homosexuales, o el simple
hecho de ser muestras débiles de la especie humana—se llevaron al pasado una
vez que vio cómo sus convicciones lo mantuvieron a salvo, en una casa con cerco
electrificado, dentro de una sala con las mejores comodidades, donde puede
reposar en paz después de un largo día laboral, y donde puede rezar
plácidamente en compañía de sus seres queridos. De vez en cuando se pregunta si
realmente los quiere, y ese niño en ese posible futuro, tendrá su epifanía en
el instante mismo que se sienta absolutamente solo, al descubrir que no
entiende nada de lo que sucede en la televisión. Aunque también tenemos a la
hermana, menor que él, de una alegría incontenible, que se verá amenazada, una
vez que descubra que su madre quiere convertirla en la versión muñeca de ella
misma. Forjará su propio destino, abrirá los ojos ante una realidad que en su
etapa adulta considerará atroz, y abandonará el hogar para convertirse en todos
aquellos sueños que su madre tuvo en las madrugadas, cuando no podía dormir,
cuando el tintineo de la frase “sentimientos de inadecuación” invadían sus
pensamientos. Por lo menos ha sido mejor destino que el de su hermano menor. El
que pudo ver el resquebrajamiento de la realidad construida por una familia que
ha dejado de ser nuclear, y que detona la radioactividad de un mundo que de
todos modos no deja de ser hostil. Probará de todo: carreras, labios de hombres
y mujeres, diversas confecciones de drogas que obnubilan sus sentidos. Destapó el
caño de la realidad, y ahora está perdido. No abandonó el hogar y ahora se
encuentra en un taller de jóvenes
enterpreneurs, destinado a un brillante fracaso.
Finalmente,
me encuentro yo. Juicioso a más no poder ante la pulcritud de la imagen. Vistas
en su conjunto, los sujetos de este cartel representan a una familia mexicana
inexistente, neutral, blanca, limpia en mente, espíritu, pensamiento, obra,
palabra u omisión. Construyen una raza desconocida, proyectada hacia un
mexicano que ya ha perdido la noción de lo que es. De lo que puede ser. Eso,
creo yo, es lo que aterra a los mexicanos que se identifican con las
intenciones de la convocatoria. Pero me devuelvo a mí. Porque puedo estar
equivocado, porque igualmente proyecto todos mis miedos, mis corajes, mis
prejuicios, hacia un concepto de familia que en mi propia vida jamás ha
existido. Eso lo agradezco, lo atesoro. Sin embargo, ¿cómo fui construido yo? ¿Sobre la base de qué convicciones
me siento en la capacidad para juzgar al que tiene miedo de lo otro, al que
prefiere una mismidad inexistente, al que imagina un mundo mejor que ese mundo
hostil que se dibuja en la fantasmagoría del México contemporáneo? Yo soy igual
que ellos. Incluso, he vivido todo el tiempo con la sombra de estas
convicciones. Las convicciones de una familia perfecta. El deseo de que las
cosas, por lo menos un poquito, dejen de ser imperfectas. Como nuestro gobierno
lo es. Como nuestra educación lo es. Como nuestras relaciones. Como la
desigualdad y desventaja moral con la que consignamos a todos los que no
piensan como nosotros.