Dibujos, de Julio Ruiz
Introducción a la
exposición
Mexicali Rose, 18 de
mayo de 2012
Como el viento y como esos días estáticos
en medio del desierto, como las hojas y las bolsas de papitas que se incrustan
en las calles y esquinas, como las aguas del Río Colorado que atraviesan
nuestra ciudad, como el torrente de carga eléctrica que se traslada de poste en
poste, como el sol que distribuye su furia hacia todo lo que nos rodea, como esa
luna que congoja y nos hace dibujar en el rostro la risa de la locura y el
desencanto (para mí dos de los componentes más íntimos de la psique mexicalense) la obra de Julio
Ruiz es una de las manifestaciones más puras de la intensidad de nuestro entorno.
Por el momento son dibujos, pero quienes
hemos seguido la prolífica (y por un tiempo, suspendida) carrera de Julio Ruiz,
podemos constatar la urgencia vibrante de su trabajo, a tiempos alegórica,
simbólica, autobiográfica, siempre alusiva a la pintura como acción, diseminada
como polen por los distintos rincones e intersticios de la ciudad, una obra que
ha significado más de lo que imaginan, ya que puede ser considerada como una de
las más influyentes en la historia de la plástica de Baja California, de
maneras directas e indirectas. Ha sido inspiración de por lo menos tres
generaciones de artistas en Mexicali, más de una docena de pintores ha llegado
a comprender, después de ver una obra de Julio, lo que significa ser artista plástico, la negación, la rebeldía, el
sometimiento del tiempo y de las formas, los colores, las texturas; por otro
lado, en su obra nos encontramos con un imaginario de caos y brillantez, como
si tomaras con las manos una estrella, la intensidad con la que sentimos ese mundo que nos rodea, la necesidad de expresión manifestada en un
trazo que colinda entre el juego y la tragedia, la simpleza del mundo de los
objetos convertida en un acto de sublimación y sumisión: la casa y el corazón,
el cuerpo como entidad de energía pura y de maléfica o agraciada confección, y la
puesta en escena de lo más importante, lo más imprescindiblemente humano: la
impronta, la huella, del artista,
como alguien que sirve de testigo para ese ruido y esa furia que pretenden no
significar nada, pero que lo significan todo.
Espero que entiendan que estas
reflexiones no son un “choro mareador” sino la consecuencia del acto de pensar
en la obra de Julio; espero que entiendan que la intención es transmitirles,
por medio de palabras, lo que sólo puede explicarse con imágenes, o mejor
dicho, para explicar lo que las imágenes suscitan en el espíritu y buscan su
traducción en palabras. Estas ideas, no son más que una evocación, la evocación
a un mundo, el mundo de Julio. Demos nuevamente la bienvenida a un gran
artista. El mundo de Julio nos espera.