2.4.19


Dibujos, de Julio Ruiz
Introducción a la exposición
Mexicali Rose, 18 de mayo de 2012


Como el viento y como esos días estáticos en medio del desierto, como las hojas y las bolsas de papitas que se incrustan en las calles y esquinas, como las aguas del Río Colorado que atraviesan nuestra ciudad, como el torrente de carga eléctrica que se traslada de poste en poste, como el sol que distribuye su furia hacia todo lo que nos rodea, como esa luna que congoja y nos hace dibujar en el rostro la risa de la locura y el desencanto (para mí dos de los componentes más íntimos de la psique mexicalense) la obra de Julio Ruiz es una de las manifestaciones más puras de la intensidad de nuestro entorno.

Por el momento son dibujos, pero quienes hemos seguido la prolífica (y por un tiempo, suspendida) carrera de Julio Ruiz, podemos constatar la urgencia vibrante de su trabajo, a tiempos alegórica, simbólica, autobiográfica, siempre alusiva a la pintura como acción, diseminada como polen por los distintos rincones e intersticios de la ciudad, una obra que ha significado más de lo que imaginan, ya que puede ser considerada como una de las más influyentes en la historia de la plástica de Baja California, de maneras directas e indirectas. Ha sido inspiración de por lo menos tres generaciones de artistas en Mexicali, más de una docena de pintores ha llegado a comprender, después de ver una obra de Julio, lo que significa ser artista plástico, la negación, la rebeldía, el sometimiento del tiempo y de las formas, los colores, las texturas; por otro lado, en su obra nos encontramos con un imaginario de caos y brillantez, como si tomaras con las manos una estrella, la intensidad con la que sentimos ese mundo que nos rodea, la necesidad de expresión manifestada en un trazo que colinda entre el juego y la tragedia, la simpleza del mundo de los objetos convertida en un acto de sublimación y sumisión: la casa y el corazón, el cuerpo como entidad de energía pura y de maléfica o agraciada confección, y la puesta en escena de lo más importante, lo más imprescindiblemente humano: la impronta, la huella, del artista, como alguien que sirve de testigo para ese ruido y esa furia que pretenden no significar nada, pero que lo significan todo.

Espero que entiendan que estas reflexiones no son un “choro mareador” sino la consecuencia del acto de pensar en la obra de Julio; espero que entiendan que la intención es transmitirles, por medio de palabras, lo que sólo puede explicarse con imágenes, o mejor dicho, para explicar lo que las imágenes suscitan en el espíritu y buscan su traducción en palabras. Estas ideas, no son más que una evocación, la evocación a un mundo, el mundo de Julio. Demos nuevamente la bienvenida a un gran artista. El mundo de Julio nos espera.