7.10.03

Estábamos sentados mi alma y yo comiendo un trozo de picsa, sentados en la banqueta fuera del negocio de picsas, un puesto donde puedes ordenar tus picsas personales para no convidarles a nadie, pero eso sí, a tu alma sí le convidas porque es buena onda y te escucha y a veces te da buenos consejos.

Platicábamos mi alma y yo sobre política, sobre políticos, y sobre goles discutidos que le han dado triunfos a los equipos, de esos goles en los que no se marcó fuera de lugar.

Pasa un tipo que caminaba con su propia alma cargada a sus espaldas y nos dice sin decirnos "tengo hambre".

Mi alma y yo nos preguntamos qué hacer ante tal predicamento, ya que las picsas personales no son de lo más llenadoras y, aunque saben más ricas cuando las convidas (unos creen que esta es una reverenda mentira), mi alma y yo teníamos mucha hambre. Ya la saciábamos, sentados en la banqueta, frente al negocio tipo "draiv trú" , justo bajo las narices del muchachillo flaco que huele a queso y harina y que lleva seis horas frente al horno que hace las picsas personales, las mismas cuyos peperonis se encuentran estratégicamente colocados en la pequeña circunferencia cubierta de queso derretido.

Al tipo que carga con su alma a sus espaldas se le dibuja la imagen de la picsa atravesando su cogote mientras piensa: La vida es buena.

El alma del tipo no piensa lo mismo. Imagina la vida como una especie de mierda mal hecha, maltrecha y llena de hoyos negros y hambres injustas.

Mi alma intenta convidar un trozo de su picsa a este tipo. El tipo nos regaña con la mirada y luego nos dice: "Yo lo único que quiero es salir de aquí."

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