Pos pa' lo que valga, aunque de todos modos nadie lee esta madre:
Terminé de escribir un libro nuevo. Es un libro bonito. Se llama "Las Biondas no tienen corazón". Es sobre las biondas. Todo lo que quieran saber sobre las biondas, está en ese libro. Desde el modo como comen hasta el modo como huelen, sobre todo por las noches. Es un libro bonito. Hay acción, lágrimas, risas, filósofos que se suicidan, autores perseguidos, experimentos antropolígicos, poetas afligidos, adolescentes en pleno despertar sexual, y muchas, muchas alusiones a las biondas. Sobre todo de las biondas en plena noche de cacería.
Si alguno de uds. está interesado. . .el libro está aquí:
http://www.cruncheditores.tk
29.4.05
24.4.05
Una de las principales herramientas que la clase política mexicana utiliza para perpetuar el estado de las cosas, es el vertiginio, una sensación de mareo e incertidumbre que la sucesión de relatos va integrando al diario acontecer de nuestras vidas. La democracia es el telón de fondo, el soporte sobre el cual se entretejen infinidad de detalles, relaciones y tramas que llevan al absurdo, a la tragicomedia, a ese escenario adictivo de la teatralidad mexicana.
De pronto, como que requerimos que los narradores de nuestra historia lleven al plano espectacular, aquello que puede resolverse con cierta concreción y pragmatismo: la desigualdad social, económica, cultural y política, la diversificación de las oportunidades de vida --que se obtiene por medio de la educación y el desarrollo integral de las comunidades--, la relación que la nación, por un lado, y el pueblo, por el otro, tiene con las comunidades indígenas, el desarrollo sustentable, la relación que tenemos con ese otro llamado globalización, y ese otro aun más complejo llamado capitalismo neoliberal, todos estos factores podrían ser asumidos en un entramado menos melodramático, como simples contingencias que el sujeto político resuelve de acuerdo a estrategias de negociación clara y definida. Pero no, el sujeto político prefiere resolverlas por medio de la complicación de la trama.
México es un país que asume su identidad de manera pintoresca, ilustrada, un gran Bosco donde paraíso, purgatorio e infierno enmarcan un tríptico que incluye, con el paso del tiempo, nuevos detalles, figuras y escenas que ofrecen al espectador la risa y el dolor mezclados como elementos de placer y morbo. Y tal parece que eso nos gusta. Preferimos el drama, no queremos que la novela se termine, y como pueblo nos gusta formar parte de esa fotografía que retrata: la desgracia, la inmundicia, la intolerancia, la resistencia civil, la impunidad, la grotesquería, una masa amorfa donde bien pueden verse las figuras anónimas de ejecutados, los retazos de ropas de mujeres desaparecidas, los movimientos reptiles de cámaras de televisoras siguiendo los pasos del último personaje rumbo a la gloria o al olvido, muñidizas que linchan un cuerpo anónimo, vítores en torno al triunfalismo efímero del héroe del momento, máscaras de figuras nacionales que nos ponemos para esconder nuestro propio rostro, fascinado porque el desmadre es más interesante, como historia, que la promesa de otro tipo de bienestar.
De pronto, como que requerimos que los narradores de nuestra historia lleven al plano espectacular, aquello que puede resolverse con cierta concreción y pragmatismo: la desigualdad social, económica, cultural y política, la diversificación de las oportunidades de vida --que se obtiene por medio de la educación y el desarrollo integral de las comunidades--, la relación que la nación, por un lado, y el pueblo, por el otro, tiene con las comunidades indígenas, el desarrollo sustentable, la relación que tenemos con ese otro llamado globalización, y ese otro aun más complejo llamado capitalismo neoliberal, todos estos factores podrían ser asumidos en un entramado menos melodramático, como simples contingencias que el sujeto político resuelve de acuerdo a estrategias de negociación clara y definida. Pero no, el sujeto político prefiere resolverlas por medio de la complicación de la trama.
México es un país que asume su identidad de manera pintoresca, ilustrada, un gran Bosco donde paraíso, purgatorio e infierno enmarcan un tríptico que incluye, con el paso del tiempo, nuevos detalles, figuras y escenas que ofrecen al espectador la risa y el dolor mezclados como elementos de placer y morbo. Y tal parece que eso nos gusta. Preferimos el drama, no queremos que la novela se termine, y como pueblo nos gusta formar parte de esa fotografía que retrata: la desgracia, la inmundicia, la intolerancia, la resistencia civil, la impunidad, la grotesquería, una masa amorfa donde bien pueden verse las figuras anónimas de ejecutados, los retazos de ropas de mujeres desaparecidas, los movimientos reptiles de cámaras de televisoras siguiendo los pasos del último personaje rumbo a la gloria o al olvido, muñidizas que linchan un cuerpo anónimo, vítores en torno al triunfalismo efímero del héroe del momento, máscaras de figuras nacionales que nos ponemos para esconder nuestro propio rostro, fascinado porque el desmadre es más interesante, como historia, que la promesa de otro tipo de bienestar.
22.4.05
Es una mezcla entre el morbo hacia el otro y el compromiso personal con nuestra condición de snobs. No solemos revelar, ni con gusto, ni con pasión, ni siquiera con un mínimo de romanticismo, nuestra afición a la literatura. Me pongo a pensar lo que sucedería si a los escritores más o menos jóvenes de Baja California se nos preguntara sobre nuestros clásicos personales. No sé si lleguemos a ser igual de "earnest" que nuestros homólogos chilenos. Para conmemorar el Día Internacional del Libro, la Revista de Libros del diario El Mercurio publicó el siguiente artículo:
Nuevos Autores Chilenos
Los clásicos y yo
La conjunción de Cervantes, Shakespeare y del Día Mundial del Libro son la oportunidad propicia para preguntarles a nuestros poetas y narradores más jóvenes qué leen y releen cuando no están escribiendo. Paz ArreseEl calendario de este año ha estado marcado por grandes efemérides literarias, que han contribuido a hacer patente, una vez más, el peso de los autores clásicos. Así, mientras en España - y en todo el mundo- se celebran cuatrocientos años de la aparición de El Quijote de la Mancha, en Francia se declara el 2005 como el año de Julio Verne, y en Alemania, el 50 aniversario de la muerte de Thomas Mann es recordado con exposiciones y actos diversos.Pero entre tantas conmemoraciones y ceremonias con gusto a vino de honor, podría alguien asegurar cuán leídos siguen siendo estos autores hoy. O será que tal como ironizó alguna vez Italo Calvino, los clásicos son esos libros de los cuales se suele decir: "Estoy releyendo" y nunca "estoy leyendo".... ¿Y qué pasa entonces con los lectores más jóvenes?, ¿sentirán ellos ese pudor o corrección cultural que manda a fingir su continua relectura? ¿Los leerán de verdad? Y de ser así, ¿cuáles son sus autores clásicos preferidos? Interrogantes que nuevas generaciones de escritores responden a continuación.
Alejandro Zambra (1975)
Ésta es mi lista personal: Los naufragios, de Alvar Núñez; Shakespeare, Chejov, Pound; Emma Bovary; El Maestro y Margarita, de Bulgakov; el capítulo "Nieve" de La Montaña Mágica; El libro de Monelle, de Marcel Schwob; Marcel Proust; Los silencios del Dr. Murke, de Heinrich Böll; Borges y varios de sus precursores; El coronel no tiene quién le escriba, de García Márquez; Fermina Márquez, de Valery Larbaud; Manuel Rojas y Manuel Puig; Rulfo y Edgar Lee Masters; Vallejo y Emily Dickinson; Kafka y Violeta Parra. Libros que me han marcado porque no los he entendido bien y sigo sin entenderlos; porque me he sorprendido imitándolos; porque me he sorprendido intentando convencerme de que no los he imitado. Una vez estuve a punto de morir atropellado, pero no recuerdo si iba leyendo a un clásico o a un contemporáneo.
(Autor de "Bahía inútil", poemas, 1998; "Mudanza", poemas, 2004).
Rosario Concha (1978)
Creo que una de las lecturas que generó una ruptura en mi manera de escribir, y también de leer, es Henry Miller, con los libros Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio. Estos libros me mostraron un lente nuevo desde el cual mirar la ciudad, un lente de erotismo, incluso de vulgaridad. La mirada de Miller es una mirada viciosa, descarnada que devela una experiencia urbana oscura, subterránea, en contraste con la ciudad oficial. Una escritura jugosa y envolvente. Su lectura ha abierto en mi escritura la posibilidad de hablar desde el cuerpo, trabajar una palabra encarnada, oscura, magullada. Me ha permitido experimentar la ciudad a través de un lente perverso y sacrificial a la vez.(Autora de "Frente al fuego", poemas, 2004)
Gladys González (1981)
Goethe y Dostoievski fueron las primeras lecturas que en la preadolescencia me marcaron profundamente por la mirada descarnada y espléndida con que retrataban la fragilidad del ser humano. Otro autor que selló definitivamente mi escritura y que me dejó para siempre la idea de la literatura como acto vital fue el escritor Henry Miller. Cada uno desde sus distintos estilos llevaban el tatuaje de la escritura como marca de lo sublime y trágico. Eso es desde mi punto de vista lo que distingue a un verdadero artista de un diletante.La mayor influencia que han ejercido sobre mí es la de tener la convicción de no frenar las emociones, la melancolía, el deseo, la violencia o cualquier sentimiento que me embargue. Sus obras y la consecuencia con que actuaron me han servido para sustentar mi vida sintiéndome mi propio gran poema.
(Autora de "Gran Avenida", poemas, 2005)
Alejandra Costamagna (1970)
Escojo Las mil y una noches. Como la muñeca rusa que contiene otra muñeca rusa y otra muñeca rusa, sus fábulas son cuentos dentro de un cuento que conduce a otro cuento por venir. Al entrar en sus páginas uno sospecha con algo de vértigo que está abriendo una puerta al infinito. Y se diría que algo (o mucho) de ese método laberíntico es elaborado más tarde y a su modo por Dante Alighieri, Miguel de Cervantes, Lewis Carroll, James Joyce, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Georges Perec o, cómo no, Roberto Bolaño. Y otros y otros y otros.Dice Borges que hubo unos hombres apodados confabulatores nocturni que tenían por oficio contar cuentos en las noches. Algo así como la fiesta fabulada del insomne. Uno de los primeros clientes de estos noctámbulos, según Borges, fue Alejandro de Macedonia. En los años setenta del siglo pasado, antes, mucho antes de leerlos, yo escuché los cuentos de Las mil y una noches de la voz de mi madre. Confabulaciones nocturnas y maternas para engañar al insomnio. Desde luego, los cuentos de sultanes, jardines, lámparas y genios nunca más se fueron de mi cabeza. El insomnio, desafortunadamente, tampoco. Quizás se le pueda llamar a eso una influencia. O no.
(Autora de las novelas "En voz baja", 1996, y "Cansado ya del sol", 2002)
Pablo Illanes (1973)
Sería un snob si me definiera como devorador de clásicos, pero éstos son los que me marcaron. Cada uno por diferentes razones: Madame Bovary, de Flaubert, porque es una fuente inagotable de conflictos humanos absolutamente adaptables a cualquier realidad o universo. La idea de un personaje femenino convertido en el eje de la narración es algo que siempre me ha atraído, tanto en el cine como en la literatura. La moral de Emma Bovary me parece fascinante, una mujer escindida cuya gran debilidad es justamente la que fortalece a otras heroínas: el amor.Luz de agosto, de William Faulkner, por razones más técnicas que de contenido. Me parece que tiene una estructura infalible, a veces de difícil asimilación, pero siempre sorprendente. Admiro profundamente el sentido del tiempo que tiene Faulkner y la manera de expresarlo. También Bel Ami, de Guy de Maupassant, porque es un folletín adictivo, repleto de personajes fascinantes y con un estilo que ciento veintitantos años después sigue cautivando.
(Autor de las novelas "Una mujer brutal", 2003 y "fragilidad", 2004)
Antonia Torres (1975)
La verdad es que no sé si los autores que me han marcado constituyan clásicos, pero sí representan obras que han gatillado en mí cierta afinidad en términos de lo que pienso que DEBE SER y a LO QUE DEBE ASPIRAR la literatura. En este sentido, puedo nombrar el tristísimo y lucidísimo Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, libro más bien de apuntes, reflexiones o diario bio-literario del autor portugués; la ya clásica y precoz novela Otras voces, otros ámbitos del divo y genio narrativo de Truman Capote; un cercano en la lengua y el mundo para nosotros los sudamericanos: El Oficio de Vivir de Cesare Pavese. Supongo que con estos libros se da algo así como un milagro literario en el que uno dice: pero si este gallo está diciendo lo mismo que quise decir y de una forma que me resulta magnífica. ¡Lógicamente me quisiera yo la misma maestría y los descubrimientos de lo que fueron capaces! pero le dan a uno ganas de imitarlos, sin que se note, claro.(Autora de "Las estaciones aéreas", poemas, 1999)
Ernesto Ayala (1970)
Aunque casi con 35 años ya no me siento joven, mis lecturas siguen siendo azarosas y menos abultadas de lo que me gustaría. En clásicos mis favoritos son, hasta el momento, Shakes-peare, Chejov, Tolstoi, Hemingway y Fitzgerald. Hay otros que también me interesan mucho: Stendhal, Dickens, Dostoievsky, Blest Gana, Madox Ford, Joyce, Dinesen, Edwards Bello, Auden, Lampedusa, Camus, Greene, Navokov, Borges, Parra, Marcela Paz. ¿Lecturas futuras? Tengo una lista de 40 autores, que es muy probable que no siga muy rigurosamente, todos ellos clásicos. Dicho sea de paso, la denominación no me gusta mucho: los clásicos están envueltos en esta aura de prestigio y autoridad que puede hacerlos muy poco simpáticos. Me gusta más la definición de clásicos antigua, aquella que los limitaba a los autores griegos y latinos, a los que había que leer, ojalá, en el idioma original. Esos sí son clásicos. El resto son buenas novelas, poemas y ensayos y ya.
(Autor de "Noche ciega", novela-reportaje, 2000; "Trescientos metros", cuentos, 2001)
Daniel Villalobos (1975)
Los autores clásicos que releo constantemente son Ambrose Bierce, Conrad, Allan Poe y Rulfo. También - es un poco raro- leo regularmente la Biblia, no en tono creyente, sino como un lector en busca de melodrama, sangre y venganza, cosas de las cuales el libro tiene bastante. Nunca he entendido por qué el Antiguo Testamento no es más popular entre los liceanos, si incluye todo lo que a uno le interesa a esa edad.Particularmente Rulfo con el El llano en llamas me hizo querer escribir. Supongo que se volvió tan importante para mí porque contaba historias de gente anónima y perdida, en forma elegante, concisa y con un español que no se parece a nada que haya leído ni antes ni después. El único referente cercano que se me ocurre está en inglés y no es un libro, sino un disco: "Nebraska", de Bruce Springsteen. Leyéndolo entendí que el sentimentalismo era una trampa, que el acto de recordar califica como acción pura - incluso trepidante- y que la tragedia no es morir sino que te olviden. Saber esto no nos pone - ni de lejos- en la categoría del maestro, pero es reconfortante sentir que estamos alineados detrás del mejor.
(Ganador del concurso de cuentos revista "Paula" 2003)
Alfredo Sepúlveda (1969)
Hemingway, Vargas Llosa, Cortázar, Maupassant, García Márquez. Además, un clásico definitivo para mí es Kurt Vonnegut, aunque no sea tan taquillero como el resto.De Hemingway, por ejemplo, rescato el poder de la historia contada de la manera más honesta posible. Él inventó el detector de mierda. Al hacerlo, bajó a la literatura de las nubes, y la puso al servicio de los hombres. Un mesías completo. Por otra parte, Maupassant es un maestro del cuento. Parece barroco, parece decimonónico, pero detrás de los floreros con las palabras, hay ideas, desgarro, fuerza. De García Márquez leí Cien años de soledad más bien chico (15 o 16 años), y es curioso, pero para mí fue mejor que tener una colección de "Playboys" (que no tenía). En una época en que el sexo ocupa el 99 % de la mente de un hombre, me demostró lo que simples palabras escritas podían provocar en alguien. Después, claro, me di cuenta de que las simples palabras escritas podían provocar muchas más cosas que excitación, pero ésa fue mi primera vez.
(Autor de "Sangre azul", cuentos (1995); "Las muchachas secretas", novela, 2004)
Claudia Aldana (1975)
Tengo dos autores clásicos completamente fetiches. Uno es Oscar Wilde, que me sorprendió hasta casi matarme cuando leí El retrato de Dorian Gray. Por culpa de Wilde un tiempo intenté tener el humor de Lord Henry pero obviamente que me declaré superada a los pocos meses. Contra él no se puede, no más. Otro gran favorito es F. S. Fiztgerald, sin duda mi preferido es Los malditos y los bellos. Creo que el personaje de Gloria Gilbert me marcó como la gran heroína caída. Es la mujer que sabe seducir y dejar deseando más. Es frívola y asumida, y disfruta hablando una tarde entera de sus piernas, con una confianza en sí misma que nunca otra heroína va a desarrollar tan bien sin ser arrogante. De ella copié por ejemplo, no tener nunca amigas mujeres. Con ambos autores he pensado casi con pica que después de leer eso, sabes que nunca vas a poder escribir tan bien como ellos.
(Autora de "Happy hour", novela, 2003; "31: Profesión soltera", columnas, 2004)
20.4.05
17.4.05
16.4.05
Pin Pon. Me siguen abrumando las historias que escucho sobre la época de la dictadura. En su interior se halla toda una narrativa que no es muy escarbada por los chilenos, quizá porque se les escapa el relato mismo, y su intención es la de historiografiar su pasado.
Pin Pon era un programa infantil que se transmitía en Chile a fines de los sesenta y principios de los setenta. Era conducido por dos protagonistas, Valentín Trujillo, un pianista prodigio que después cobró fama como el músico de cabecera de Don Francisco (en Sábado Gigante) y Jorge Ochoa, el mencionado personaje de Pin Pon. Éste era una suerte de Pulgarcito pero con gracia de payaso. Aparecía en pantalla parado encima del piano, bailando y contando historias que el pianista iba musicalizando al instante. Pura improvisación, y muy efectiva debo admitirlo. Pin Pon construiría relatos a partir de una ocurrencia, una palabra en particular, y Valentín se aventaría un score musical que sirviera de contrapunto para el relato. Golpeteos suaves cuando se describían los pasos lentos del personaje, música de misterio cuando se iba a revelar algo, todos los efectos que puedan concebirse por un piano.
Cuando cayó el régimen de Allende, el programa fue --como sucede con muchos programas infantiles-- el foco de atención de los militares en el poder. Poco faltó para que la producción del programa estuviera acompañada de soldados, mismos que portaban sus rifles mientras los dos conductores contaban sus historias.
Para producir el programa, el actor que hacía de Pin Pon estaba situado en una cámara aparte, separado del pianista, y sus acciones las realizaba bajo la mira de soldados que estaban a su alrededor. Había veces en que el personaje tenía que voltear hacia arriba --para describir el cielo, el vuelo de un pájaro, unas montañas-- y en el estudio, en la parte superior, a la vista de Pin Pon, estaba parado un soldado con su rifle desenfundado. Por mucho tiempo, este actor tenía que ir construyendo historias literalmente a punta de cañón. Era obvio que no iba a aguantar mucho.
Eso sí, según cuenta el mismo Jorge Ochoa, las historias llegaban a conmover tanto a los milicos, que para la mitad del relato, descansaban sus armas y se ponían a escucharlos.
Pin Pon era un programa infantil que se transmitía en Chile a fines de los sesenta y principios de los setenta. Era conducido por dos protagonistas, Valentín Trujillo, un pianista prodigio que después cobró fama como el músico de cabecera de Don Francisco (en Sábado Gigante) y Jorge Ochoa, el mencionado personaje de Pin Pon. Éste era una suerte de Pulgarcito pero con gracia de payaso. Aparecía en pantalla parado encima del piano, bailando y contando historias que el pianista iba musicalizando al instante. Pura improvisación, y muy efectiva debo admitirlo. Pin Pon construiría relatos a partir de una ocurrencia, una palabra en particular, y Valentín se aventaría un score musical que sirviera de contrapunto para el relato. Golpeteos suaves cuando se describían los pasos lentos del personaje, música de misterio cuando se iba a revelar algo, todos los efectos que puedan concebirse por un piano.
Cuando cayó el régimen de Allende, el programa fue --como sucede con muchos programas infantiles-- el foco de atención de los militares en el poder. Poco faltó para que la producción del programa estuviera acompañada de soldados, mismos que portaban sus rifles mientras los dos conductores contaban sus historias.
Para producir el programa, el actor que hacía de Pin Pon estaba situado en una cámara aparte, separado del pianista, y sus acciones las realizaba bajo la mira de soldados que estaban a su alrededor. Había veces en que el personaje tenía que voltear hacia arriba --para describir el cielo, el vuelo de un pájaro, unas montañas-- y en el estudio, en la parte superior, a la vista de Pin Pon, estaba parado un soldado con su rifle desenfundado. Por mucho tiempo, este actor tenía que ir construyendo historias literalmente a punta de cañón. Era obvio que no iba a aguantar mucho.
Eso sí, según cuenta el mismo Jorge Ochoa, las historias llegaban a conmover tanto a los milicos, que para la mitad del relato, descansaban sus armas y se ponían a escucharlos.
15.4.05
Humo blanco y campanadas. Es interesante cómo las instituciones más tradicionalistas perviven a través de sus rituales, independientemente de que su significación haya sido sobrepasada hace mucho tiempo. Y como institución, la iglesia católica debe permanecer como tal, con todas sus tradiciones intactas, es la única y mejor manera de sobrevivir. Pero el símbolo de anunciamento se puede volver más "entretenido", para estar a la par con los tiempos. He aquí una serie de opciones:
1. Humo tornasoleado y ringtones de la primer generación de celulares
2. Humo holográfico con la imagen del nuevo papa, seguido de la música de entrada para el microsoft windows
3. Un escupitajo de mercurio, seguido de un grito descomunal, como si el nacimiento del nuevo papa fuera el nacimiento de un cyborg
4. Humo rojo y los alaridos de Diamanda Galás o de Björk (opcional dependiendo de la zona geográfica)
1. Humo tornasoleado y ringtones de la primer generación de celulares
2. Humo holográfico con la imagen del nuevo papa, seguido de la música de entrada para el microsoft windows
3. Un escupitajo de mercurio, seguido de un grito descomunal, como si el nacimiento del nuevo papa fuera el nacimiento de un cyborg
4. Humo rojo y los alaridos de Diamanda Galás o de Björk (opcional dependiendo de la zona geográfica)
12.4.05
A los chilenos les encanta aplicar el discurso teórico de las maneras más tiernas. Una manera de ser complicado, pero ausentes de pretensión, de pose. Los escuchas definir una obra frente a ellos como "una búsqueda por instalar en el campo referencial elementos que ponen en cuestionamiento la misma tecnología aplicada en el proceso".
Digo, no por ser simplista, pero lo que yo estaba viendo era un video que pone en tela de juicio el valor de la obra de matthew barney. Buen video, por cierto.
Digo, no por ser simplista, pero lo que yo estaba viendo era un video que pone en tela de juicio el valor de la obra de matthew barney. Buen video, por cierto.
11.4.05
Pues sí, será muy cierto que la literatura hoy en día es más mercancía que cualquier otra cosa. Pero como mercancía, creo que la mayoría de los consumidores siempre buscamos algo de sustancia en lo que consumimos, por lo menos la aspiración a cierto tipo de sustancia. Y cada quien se acomoda a sus propias aspiraciones; buscamos el producto que mejor se acomode a nuestros bolsillos, pero no podemos negar que, en el gasto, se halla el deseo de poseer algo "más". Como el obrero que por lo menos dedica un fin de semana a encontrar la mejor marisquería para deleitar su paladar. Y con la mejor, quizá me refiero a la oferta que le proporcione la mayor abundancia. No es una abundancia que tiene que ver con un gusto refinado, sino con una carencia saciada.
Otros, compran libros de Paulo Coelho. Los compran porque ofrecen ciertas cualidades anímicas que se acomodan a sus necesidades, y se regocijan por la abundancia de material escrito que los hace sentir bien. Hay quienes no se conforman con eso, y buscan en la supuesta materialidad espiritual del contenido y la forma de la obra, una propuesta que exalte sus gustos refinados.
Mercancías o no, el mercado editorial sigue siendo definido por cuestiones de clase. Un día de estos, alguien podrá escribir la mejor sátira sobre los libros de superación personal, haciendo de ellos la impronta más inescapable del discurso literario de nuestros días.
Y sin embargo, de todas maneras, tiene que ser una obra que ponga por encima de todo la capacidad que tiene el lenguaje para develar al mundo.
Otros, compran libros de Paulo Coelho. Los compran porque ofrecen ciertas cualidades anímicas que se acomodan a sus necesidades, y se regocijan por la abundancia de material escrito que los hace sentir bien. Hay quienes no se conforman con eso, y buscan en la supuesta materialidad espiritual del contenido y la forma de la obra, una propuesta que exalte sus gustos refinados.
Mercancías o no, el mercado editorial sigue siendo definido por cuestiones de clase. Un día de estos, alguien podrá escribir la mejor sátira sobre los libros de superación personal, haciendo de ellos la impronta más inescapable del discurso literario de nuestros días.
Y sin embargo, de todas maneras, tiene que ser una obra que ponga por encima de todo la capacidad que tiene el lenguaje para develar al mundo.
10.4.05
Alternativamente, me gustan El Quijote y Gargantúa y Pantagruel, dos obras más o menos situadas en un mismo tiempo, de talantes y talentos distintos, de gracias similares, de burlas y charlas amenas con un mundo que se veía convulsionado con ese "hábito inconsciente" que todavía padecemos y llamamos modernidad.
Me gusta Rabelais por la misma razón que una vez planteó Raymond Federman: "I read Rabelais for the dirty language". Y por su irreverencia, misma que en la actualidad se nos escaparía, si no es que tratamos de hacer una lectura más o menos diacrónica.
Cervantes me gusta porque es un deleite impartir una cátedra sobre El Quijote, sobre todo a alumnos de preparatoria, última llamada para el desarrollo de un hábito a la lectura. Pero también me gusta desacralizarlo, bajarlo del pedestal y colocarlo a la luz de lo que realmente es: la historia de la imaginación humana, que delega la autoridad de la memoria a la inscripción y que, en el proceso, vemos cómo se despliega, en un libro que fue elaborado por entregas, el cuestionamiento mismo del acto de leer el mundo. Increíble el capítulo donde Sancho hace creer a Don Quijote que una escoba es, en realidad, una damisela en apuros, su bella Dulcinea, y observa cómo el Caballero se arrodilla ante ese utensilio doméstico y desplaya todo lo que su corazón guarda de pasión por ella. Dan ganas de reir y de llorar a la vez.
Me gusta Rabelais por la misma razón que una vez planteó Raymond Federman: "I read Rabelais for the dirty language". Y por su irreverencia, misma que en la actualidad se nos escaparía, si no es que tratamos de hacer una lectura más o menos diacrónica.
Cervantes me gusta porque es un deleite impartir una cátedra sobre El Quijote, sobre todo a alumnos de preparatoria, última llamada para el desarrollo de un hábito a la lectura. Pero también me gusta desacralizarlo, bajarlo del pedestal y colocarlo a la luz de lo que realmente es: la historia de la imaginación humana, que delega la autoridad de la memoria a la inscripción y que, en el proceso, vemos cómo se despliega, en un libro que fue elaborado por entregas, el cuestionamiento mismo del acto de leer el mundo. Increíble el capítulo donde Sancho hace creer a Don Quijote que una escoba es, en realidad, una damisela en apuros, su bella Dulcinea, y observa cómo el Caballero se arrodilla ante ese utensilio doméstico y desplaya todo lo que su corazón guarda de pasión por ella. Dan ganas de reir y de llorar a la vez.
5.4.05
Insistiré en esto hasta que me salgan un poquito más de canas: hubo un momento en la era más álgida de la producción cultural postmoderna donde no todo era ni sospecha ni pastiche ni artificio. Hubo un momento donde se llegaron a plantear posibilidades. La única diferencia es que el impulso provino de una meditación menos "programada" que la del modernismo, distinguido por plantearlo todo en términos de agenda.
Es lo que distingue a un Tarrantino de un Lynch, a un Camper Van Beethoven de un Nirvana, a un Don DeLillo de un Foster Wallace. Por ahí va la cosa.
Es lo que distingue a un Tarrantino de un Lynch, a un Camper Van Beethoven de un Nirvana, a un Don DeLillo de un Foster Wallace. Por ahí va la cosa.
Puñados de imágenes. No de vez en cuando, sino siempre que se requiere, un poco de sublimación pretendida. A veces un "momento íntimo" contigo mismo, el encuentro con un discurso que te da hueva o te lleva a caminar más pausado. Luego llegan las variantes, encuentros con objetos cuyo peso tradicional te obliga a considerarlos desde una postura similar a la de un anciano del siglo XIX que observa un cuadro como si contuviera una lectura que ya no le pertenece. Las lecturas de obras de arte, en el siglo XX, nunca nos pertenecieron, son el resultado de un acuerdo tácito entre todas las partes involucradas. Incluyendo el conserje del museo.
Es una hueva tremenda ver la obra de artistas nuevos. Sin embargo, ahí está la mata dando, la teórica y la productiva. Insisto que Kubrick tenía razón: la vanguardia está en la publicidad.
Es una hueva tremenda ver la obra de artistas nuevos. Sin embargo, ahí está la mata dando, la teórica y la productiva. Insisto que Kubrick tenía razón: la vanguardia está en la publicidad.
Subscribe to:
Posts (Atom)