28.6.06
27.6.06
26.6.06
21.6.06
15.6.06
14.6.06
13.6.06
El enunciado
Por Donald Barthelme
O un enunciado moviéndose a cierto paso bajando la página hacia abajo si no es que la parte inferior de esta página luego otra página donde pueda descansar, o detenerse por un momento para pensar las preguntas surgidas por su propia existencia (temporal), la cual termina cuando se voltea la página, o el enunciado se sale de la mente que lo sostuvo (temporalmente) en una suerte de abrazo, no necesariamente apasionado, sino más bien quizás el tipo de abrazo disfrutado (o soportado), por una esposa que se acaba de despertar y está a punto de ir al baño en la mañana para lavarse el cabello, y se topa con su esposo, quien andaba por ahí en el desayunador leyendo el periódico, y no la ve venir de la recámara pero, cuando se topa con ella, o es topado por ella, levanta sus manos para abrazarla ligeramente, transitoriamente, porque sabe que si le da un verdadero abrazo a esta hora de la mañana, antes que ella se hubiese despojado apropiadamente de los sueños en su cabeza, y se haya puesto sus pilas, ella no responderá, y quizás se enojaría un poco, y diría algo hiriente, de modo que el esposo invierte en este abrazo no tanta presión emocional o física como podría hacerlo, porque no quiere gastar nada con este tipo de sentimiento, luego, el enunciado pasa por la mente más o menos, y hay otra manera de describir la situación también, lo cual quiere decir que el enunciado repta por la mente como algo que alguien te dice mientras tú escuchas muy atentamente la radio FM, una banda de rock, con su sonido emocionante, y así, con tu atención o la mayor parte ya gratificada, no hay mucho espacio mental que puedas darle al comentario, especialmente si se considera que probablemente tú hayas acabado de pelear con esta persona, la hacedora del comentario, sobre que la radio está muy alta, o algo por el estilo, y el punto de vista que tú tomas, en torno al comentario, es que tú preferirías mejor no escucharlo, pero si tienes que escucharlo, quieres oirlo por el menor tiempo posible, y durante un comercial, porque inmediatamente después del comercial van a tocar una nueva canción de rock de tu grupo favorito, una pieza que no nunca ha estado antes en el aire, y quieres escucharla y responder a ella de una manera nueva, una manera que vaya acorde con lo que fuera que estabas sintiendo en ese momento, o podrías sentir, si la amenaza de una nueva experiencia pudiera ser (temporalmente) sobrecompensada por la promesa de posibles beneficios positivos, o lo que la mente construye como tales, recordando que estos son muchas veces, en realidad, derrotas disfrazadas (no es que tales derrotas no sean, a veces, buenas para tu persona, enseñándote que no es sólo por el éxito como uno vence a la vida, sino que los reveses también contribuyen a ese endurecimiento de la personalidad que, al proporcionar una superficie con textura para colocarse sobre la de la vida, te permite dejar breves rastros, o manchas, sobre la faz de la historia humana –tu huella) y después de todo, la búsqueda de beneficios siempre tiene algo del hedor de la cruda vanidad, como si desearas decorar tu propia frente con un laurel, o de portar tus medallas en una comilonga, cuando la invitación no dijo nada sobre ellas, y aunque el ego siempre tiene hambre (según nos dicen) es bueno recordar que el éxito continuo tiene casi el mismo poco sentido que una continua falta de éxito, lo cual te puede enfermar, y que es bueno dejar unas cuantas sobras en la mesa para el resto de tus hermanos, no rejuntar y ponerlo en ese bolso abalorio de tu alma sino permitir a otros también parte de la gratificación, y si compartes de esta manera, te encontrarás a las nubes sonriéndote, y al cartero entregándote cartas, y a las bicicletas disponibles cuando quieres rentarlas, y muchas otras señales de la aprobación (temporal) que la comunidad tiene hacia ti, no obstante qué tan cautelosa o limitada sea, o por lo menos la buena voluntad de hacerte creer (temporalmente) que si te encuentra no muy carente de virtudes encomiables como previamente te permitió pensar, a partir del desdén hacia tus méritos, como podría decirse, o en cualquier caso, su rechazo consistente a reconocer tu humanidad básica y su secreto descarte del proyecto de tu permanencia vivo, hecho en sesión ejecutiva por sus cuerpos dominantes, los cuales, como todos saben, emprenden programas ocultos de recompensa y castigo, bajo la rosa, ocasionando leves alteraciones en el status quo, a tus espaldas, en distintos puntos alrededor de la periferia de la vida comunitaria, junto con otras empresas no disímiles en tono, tales como la producción de películas que tienen cualidades especiales, o atributos, tales como una película donde su segunda mitad es un misterio sagrado, y a las niñas y a las mujeres no se les permite verla, o escribir novelas en las cuales el capítulo final es una bolsa de plástico llena de agua, la cual puedes tocar, pero no beber: de esta manera, o maneras, la vida mental subterránea de la colectividad es burlada, o negada, o convertida en otra cosa jamás imaginada por los planeadores, quienes, al regresar del último seminario sobre manejo de crisis y habiéndoseles preguntado lo que han aprendido, dicen que han aprendido cómo echas las manos al aire; el enunciado, mientras tanto, aunque no insensible a estas consideraciones, tiene su propia conciencia ulcerosa, que la persuade a seguir su estrella, y de moverse con toda deliberada rapidez de un lugar a otro, sin perder a ninguno de los “jinetes” que pudo haber recogido sólo por estar ahí, en la página, y yéndose para un lado y para otro, para ver qué es lo que hay por allá, bajo ese árbol de forma extraña, o por allá, reflejado en el barril de lluvia de la imaginación, aunque es cierto que en nuestra joven virilidad se nos enseñó que los enunciados cortos y con ponche eran mejores (¿pero qué quiso decir? ¿ “con ponche” no quiere decir “atontados”? Pienso que probablemente intentaba decir “enunciados cortos, golpeadores”, refiriéndose a enunciados que te azotaban, sangrando tu cerebro si era posible, y al buscar la palabra justo ahora me encontré con la palabra cercana “punkah”, que es un abanico grande suspendido del techo en la India, operado por un asistente que jala una cuerda –eso es lo que quiero para mi enunciado, ¡que se mantenga fresco!) somos lo suficientemente maduros como para soporar el impacto de aprender que mucho de lo que se nos enseñó en nuestra juventud era incorrecto, o incorrectamente entendido por aquellos que lo estaban enseñando, o quizá lo matizaron un poco, el matiz resultando de las necesidades personales de los maestros, que como seres humanos tenían una tendencia por introducir un poco de la sangre de sus corazones en su trabajo, y que algunas veces esto no pudo haber sido de las primeras aguas, esta sangre del corazón, e incluso si pensaban que estaban desplazando el “conocimiento”, como lo había mandado el Comité de Educación, pudieron haber notado que sus enunciados no estaban logrando el poder de derrumbamiento de las nuevas armas, cuyas balas caen en fin sobre fin (pero es verdad que no teníamos estas armas en aquel entonces) y ellos pudieron haber tomado en cuenta la sospecha fundamental de su proyecto (pero es que todos los proyectos inteligentemente concebidos ya habían sido comidos, como la luna y las estrellas) dejándonos, en nuestras mejores ropas, sólo con cosas que hacer, como conducir guerras vigorosas de desgaste contra nuestras esposas, que hasta ahora se han despertado por completo, y se pusieron sus pantalones acampanados a rayas, y se jalaron sus suéteres por encima de sus torsos, y firmemente se negaron a usar un sostén bajo sus suéteres, cuidadosamente explicando el significado político de dicha negación a cualquiera que escuchase, o mira, pero no toques, porque eso no tiene nada que ver con ello, según dicen; dejándonos, como tal, sólo con cosas por hacer, como pliegues flotantes de Reynolds Wrap alrededor del cuarto, tratando de averiguar cuántas podemos dejar en el aire al mismo tiempo, lo cual por lo menos nos da un sentido de participación, como si fuéramos Buda, mirando fijamente al misterio de tu sonrisa, la cual necesita ser investigada, y creo que haré eso ahora mismo, mientras todavía haya suficiente luz, si te sientas allá, en la mejor silla, y te quitas toda tu ropa, y colocas tus pies en ese carrito eléctrico para los dedos (el cual previene la neumonía) y te pones esta bata de hospital, para cubrir tu desnudez –vaya, si haces todo eso, ¡estaremos listos para comenzar! después que me lave las manos, porque recoges una cantidad increíble de piel despojada en esta ciudad, sólo al caminar en plena calle, saludando con la cabeza a los conocidos, y hablando con amigos, y copulando con amantes, en el curso ordinario (¡y muerte a nuestros enemigos! prontamente) me estoy poniendo un poco tenso, sólo con el lavado de mis manos, porque no puedo encontrar el jabón, mismo que alguien usó y no lo devolvió al portajabones, todo lo cual es extremadamente irritante, si tu tienes a una hermosa paciente sentada en la sala de exploración, desnuda debajo de esa bata, echándole un vistazo a sus lunares en el espejo, con sus inmensos ojos café siguiendo todos tus movimientos (cuando no están viendo los lunares, esperando exfoliarlos, como en una cinta de la naturaleza de Disney) y su inmensa cabeza café preguntándose qué es lo que vas a hacer con ella, los sitios perforados en la cabeza dejando que la pregunta escurra, mientras el terapeuta decide sólo lavar sus manos con pura agua, ¡y al demonio con el jabón! y lo hace, y luego busca una toalla, pero todas las toallas fueron recolectadas por el servicio de toallas, y no están ahí, así que se seca las manos en sus pantalones, en la parte de atrás (para evitar manchas sospechosas enfrente) pensando: ¿qué pensara ella de mí? y ¡todo esto es muy poco profesional y muy a todas luces! tratando de visualizar los contratiempos desde su punto de vista, si es que tiene uno (pero ¿cómo es que ella pudiera? no está en el lavamanos) y luego deteniéndose, porque es finalmente su punto de vista el que le preocupa y no el de ella, y con este pensamiento firme, y un paso ligero y confiado, como los que podrías encontrar en las obras de Bulwer-Lytton, entra al espacio que ella ocupa con tanta belleza y, tomándola de la mano, comienza a rasgar la tiesa bata de hospital (pero no, no podemos tener ese tipo de merde pornográfica en este enunciado majestuoso y de altos vuelos, que probablemente terminará en la Biblioteca del Congreso) (esto fue algo que sólo sucedió dentro de su consciencia, mientras la veía a ella, y ya que sabemos que la consciencia siempre es la consciencia de algo, ella no se encuentra completamente fuera de responsabilidad en esta cuestión) entonces, pues, tomándola de la mano, él cae en el estupendo blanco puré de su abismo, no, quiero decir, mejor dicho, que él le pregunta cuánto había pasado desde su última visita, y ella dice una quincena, y él se estremece, y le dice que en condiciones como en las que se encuentra (ella es una soldado inmensamente popular, y sus tropas ganan todas sus batallas pretendiendo ser bosques, el enemigo descubriendo, en el último instante, que aquellos árboles bajo los cuales habían tomado su almuerzo tienen ojos y espadas) (lo cual me recuerda al performance, en 1845, de Robert-Houdin, llamado El Fantástico Naranjo, en donde Robert-Houdin tomó prestado el pañuelo de una dama, lo frotó entre sus manos y lo pasó al centro de un huevo, después de esto pasó el huevo al centro de un limón, después pasó el limón al centro de una naranja, luego presionó la naranja entre sus manos, haciéndola cada vez más y más pequeña, hasta que sólo quedó un polvo, con lo cual pidió un pequeño naranjo en su maceta y al cual le esparció el polvo, sobre el cual floreció el árbol, las flores convirtiéndose en naranjas, las naranjas convirtiéndose en mariposas, y las mariposas convirtiéndose en hermosas damitas, que luego se casaron con miembros del público), una condición tan dañina para la interrelación social en tiempo real de cualquier tipo, lo mejor que ella puede hacer es darse por vencida, bajar sus armas, y él se recostará en ellas, y juntos se permitirán a sí mismos un poco del cacheteo y cosquilleo, ella portando sólo su medalla Mr. Christopher, en su cadena de plata, y él (ya que tal es la latitud otorgada a las clases profesionales) preocupado por el enunciado, por sus delgados cables de tensión dramática, los cuales han sido omitidos, por si acaso habría que escribir algunos eventos naturales que ocurrían en el cielo (pájaros, rayos), y por un posible coup d´etat al interior del enunciado, a través del cual su verbo principal sería –pero en este momento un mensajero entra apresuramente en el enunciado, sangrando por un sombrero de espinas que trae puesto, y proclama: ¡No sabes lo que estás haciendo! ¡Deja de hacer este enunciado, y comienza mejor a hacer cocteles Moholy-Nagy, ya que esto es lo único que necesitamos, en las fronteras del mal comportamiento!” y luego cae al suelo, y se abre una escotilla debajo de él, y cae a través de ella, en una fosa húmeda donde espera una ballenita, su cuerno listo (pero quizás el peso del mensajero, cayendo de tales alturas, rompería el cuerno) –de modo que, considerando todo muy cuidadosamente, en la dulce luz de los ejes ceremoniales, en la corretiza enloquecida estrepitosa de la enfermedad de la información, debemos tomar una decisión, en torno a si debemos continuar, o regresarnos, en el último caso gozando el pathos de la erradicación, en el cual el primer caso leyendo un anuncio erótico que comienza, Cómo Hacer De Tu Boca Un Soplete De Emoción (¿pero no haría eso que se sobregravaran los enjuagues bucales?) intentando, durante la pausa, mientras nuestras bocas quemadas son embarradas de grasa, imaginar un mejor enunciado, más valioso, más significativo, como aquellos en la Declaración de Independencia, o una cuenta bancaria mostrando que tienes siete mil kroners más de los que pensabas –un testimonio que resumiera las exigencias poco razonables que le haces a la vida, y que también hiciera la pregunta, si es que puedes imaginar estas exigencias, ¿por qué no han sido cumplidas rutinariamente, grandísimo tonto? pero claro que no es esta pregunta la que este enunciado infectado ha intentado responder (y ¡hola! a nuestra amiga, la Piedra Rosetta, que se ha mantenido con nosotros en las buenas y en las malas) sino alguna otra pregunta para la cual un día de estos podremos descubrir su naturaleza, y aquí viene Ludwig, el experto en construcción de enunciados que hemos tomado prestado del Bauhaus, quien –“¡Guten Tag, Ludwig!”—probablemente encontrará una manera de curar la extensión del enunciado, usando el modo mejorado de pensamiento desarrollado en Weimer –“Siento informarle que el Bauhaus ya no existe, que todos los grandes maestros que antes pensaban ahí están o muertos o retirados, y que yo mismo me he reducido a construir libros sobre cómo pasar el examen para sargento de la policía”—y Ludwig desciende a través de la Casa Tugendhat hacia la historia de los objetos hechos por el hombre, no es el que queríamos, por supuesto, pero sigue siendo una construcción del hombre, una estructura para ser atesorada por su debilidad, contraria a la fortaleza de las piedras
8.6.06
6.6.06
Si este no es el desierto de lo real, por lo menos sí es lo real del desierto: la buena disposición, la mirada permanentemente arrugada por el sol, el estrechado de manos y las palmadas en la espalda. La sonrisa cálida, los rastros del trabajo constante que implica vivir en una tierra tan inhóspita como Mexicali. La sensualidad bravucona de las mujeres, la condición de cándido silvestre de los hombres. La autoafirmación de una identidad que se pierde en una bóveda celeste de impresionantes vistas blanquiazules, sobre todo cuando relatas todos tus más desquiciados planes de lo que podría ser Mexicali a alguien que, en el proceso, deja de escucharte (lo que pasa es que Mexicali es una ciudad sin ecos). Los atardeceres sostenidos por un horizonte de permanencia lineal, fragmentos sacados de un cuadro de Benavides (¿será al revés? No one knows). El silencio de la ciudad por las noches, cuando las ceremonias y los rituales terminan y todos queremos refugiarnos en el ronroneo del aire acondicionado. Todo esto deja de tener sentido, o se aligera un poco, cuando se busca un significado más allá de lo que la cotidianeidad genera. Cualquier intento por hacerlo invita a que te arrojen un bote de cerveza y te digan “¡no mames!”
En el desierto tienen que inventarse los paisajes y los sentidos. Tienen que inventarse los imaginarios –a menos que provengan de la misma naturaleza—tienen que inventarse los ídolos que conformarán su iconografía. Asimismo, tienen que inventarse las comunidades, la colectividad, sobre todo en una ciudad acostumbrada a hacer todo de manera individualizada. Esto ha traído como consecuencia que cada uno traiga su pequeña porción de verdad. Cuando intenta compartirla, su voz se pierde en la extensión del desierto. Se la lleva una bolsa de plástico que revolotea en el aire.
La intención original del Salón de la Infamia, entre otros, era la de revelar la condición arbitraria que designa el valor –estético, artístico-artesanal—de las obras de arte, ya sean locales o de cualquier otro ámbito. Una suerte de exhibición y hapenning, que no pretendía denunciar el sistema de producción y reproducción artística (es un discurso cansado que no propone nada) sino simplemente poner de manifiesto que, cuando se trata de encontrar el “valor” de una obra, o el “gusto” que pueda producir, las categorías son arbitrarias, y por ello, endebles. Trabajando a la inversa de lo que podría ser una bienal, el objetivo era destruir la peor obra de la selección. Mexicali, un entorno que no precisamente se distingue por su “belleza”, es el escenario propicio para poner sobre la mesa una producción artística denominada de antemano como “lo peor del arte [mexicalense]”. Conceptualmente, es una idea provocadora. Mi idea es que iba mucho más allá de la simple provocación. Ya que la ciudad, aparentemente produciendo las mismas repeticiones y monotonías de su dinámica cultural desde hace más de veinte años, en realidad está modificando dicha dinámica. Un evento de esta naturaleza promete una suerte de “tabla rasa” desde la cual puede repensarse el ejercicio, el oficio, la condición misma de la producción artística local. Destazar crítica –y físicamente—lo que los artistas locales de varias generaciones han producido en los últimos años, es una manera de simbolizar un “borrón y cuenta nueva”. Considero esta idea muy saludable para cualquier ámbito de las artes, ya que no se trata de romper con generaciones previas (a las que siempre se considera como los detentores del campo de las artes) sino de trabajar simbólicamente con ellos en un diálogo sobre la producción futura. Por citar tres ejemplos, Ruth Hernández, Rubén García Benavides, Carlos Coronado, participaron con entusiasmo en el proyecto (otros, por cuestiones de tiempo, no pudieron ser convocados).
Sin embargo, reconozco que la idea de la mayoría de la gente –en Mexicali, y también en otras partes del Estado—es que cualquier reflexión profunda sobre este tipo de eventos serían puras jaladas, engranes y profundidades sin sentido. En fin.
No obstante, el entusiasmo y el interés no se perdió en ningún momento, que sí el problema de inventar exposiciones con pocos recursos y muchísimas necesidades. En el peor de los casos, hubiera terminado como esos autos usados que remiendas en un taller maltrecho y que de perdida sirve para cruzar a Caléxico. Afortunadamente, el entusiasmo va más allá del “ai se va”. Se construyó una improvisada pero visualmente atractiva pantalla, desde la cual se proyectó un cortometraje sobre el evento. Una tenebrosa y frágil red de cables y extensiones colgaban alrededor de los equipos de sonido utilizados para la música y el equipo audiovisual. Se extiende una fuerte reverencia de sombrero charro al tezón y empeño de quienes trabajan directamente en el proyecto de La Casa de la Tía Tina.
Como inicio del evento, un solitario DJ ponía canciones de su sofisticada preferencia, para el alternativamente halago/desprecio de muchos de los asistentes. De pronto, la gente llegó como marea que traía el sorpresivo clima fresco de la noche. Cuando menos me di cuenta, la fiesta había iniciado. Entre una banda y otra, un grupo teatral tuvo que lidiar con la cruel indiferencia del público, así como con el interés desinteresado de aquellos que sí prestaban atención a lo que presentaron. Entre ellos, el insigne presidente del jurado.
Trabaja o es dueño del taller de herrería que se encuentra al lado de La Casa de la Tía Tina, y es de esas personas de serena vitalidad que tan comúnmente encontramos por estos lares. Puede decirse con bastante orgullo que es el primer juez de una bienal en la historia que acude al evento con sombrero vaquero. De amplio criterio pero de una capacidad crítica, juiciosa, que manifestó al momento de ser acompañado de los otros tres miembros del jurado –escogidos de entre los miembros del público—y ejercer el papel de presidente con el mismo entusiasmo con el que puede emprenderse cualquier aventura de la vida: con una sonrisa contemplativa. ¿Habrá sido una jalada para él, todo esto de la exposición, el escándalo de la fiesta, los grupos musicales, las obras en exposición? Si fue así, en ningún momento lo manifestó.
Tres obras fueron seleccionadas, una de ellas galardonada con el premio de ser destruida en público: el artista fue Ismael Castro, y la obra se titulaba Homenaje a Mondrian. En ella aparecía un hombre desnudo sin una pierna, empuñando un cuchillo y dirigiéndose a donde una mujer también desnuda. Los patrones de colores eran los que rendían homenaje al indirecto creador del diseño de los productos Studio Line.
De entre el ruidajo de la música y los grupúsculos que habitaban el espacio de La Casa, se escuchó la voz del maestro de ceremonias, quien anunció con bombo y platillo las obras ganadoras. La obra se destruyó, creo haber visto rastros de la misma en el suelo. El tan mencionado “ritual” tuvo un aftertaste de indiferencia, ya que la algarabía de la gente estaba desconectada de la naturaleza del evento. Todos estaban contentos de estar ahí, todos platicaban con todos, cualquier intento por llamar la atención al posible significado de lo que acababa de ocurrir, bien pudiera ser recibido con comentarios adversos. El “ritual de purificación” pasó sin pena ni gloria.
O quizás no. Ya que así suceden las cosas, así se sucede la vida. Cuando llegó la madrugada, una larga proliferación de botes de cerveza adornaban La Casa de la Tía Tina. Dos que tres daños al interior de la galería. El plan de llevar este evento a un plano de significación simplemente no ocurrió. Y a la vez sí. Ya que, en este desierto, con esta gente y en estas circunstancias, cada quien es portador de su propia verdad.